Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro Manuel Kant

Por la paz perpetua

Traducción de Rafael Montestruc

Biblioteca de Sociología, 3

Casa Editorial Sopena, Barcelona [1905], 105×170 mm, 125 págs.

[lomo] “Por la paz perpetua · 3”. [cubierta] “Biblioteca de Sociología. Por la paz perpetua, por Manuel Kant. [Efigie de Kant.] Precio: 50 cents. Casa Editorial Sopena, Calle Valencia, 275 y 277. Apartado de Correos, 178. Barcelona”. [contracubierta] “Casa Editorial Sopena…”. [contracubierta trasera] “Casa Editorial Sopena…”. [cubierta trasera] “Casa Editorial Sopena…”. [i] “Por la paz perpetua”. [iii = portada] “Manuel Kant. Por la paz perpetua. Traducción de Rafael Montestruc. Barcelona. Casa Editorial Sopena. Calle de Valencia, 275 y 277. México: Maucci Hermanos. Buenos Aires: Maucci Hermanos e Hijos”. [iv] “Imp. y estereotipia de la casa editorial Sopena. Barcelona”. [5-7] “Biografía”. [9-26] “Un juicio sobre la paz perpetua […] Montpinier, 6 Mayo 1880. C. Lemonnier”. [27] “Prefacio”. [29-30] Prefacio del autor. [31-45] Parte primera. [47-88] Parte segunda. [89-124] Apéndice. [125] Indice.

Esta edición española, publicada sin fecha pero aparecida en marzo de 1905, sigue la parisina de 1880, incorporada a las “Publications de la Ligue Internationale de la Paix & de la Liberté”: “Essai philosophique sur la Paix perpétuelle, par Emmanuel Kant, avec un préface de Ch. Lemonnier. G. Fischbacher, Libraire-Éditeur, 33 rue de Seine. París 1880” (XV+65 páginas); e incorpora traducido el “Préface” (páginas I-XV), firmado por Carlos Lemonnier (1806-1891), bajo el rótulo “Un juicio sobre la paz perpetua”, aunque sin el primer párrafo, donde se reconoce la procedencia del texto de esa versión francesa: “Il y a près d'un siècle qu'en 1795, Kant fit paraître à Koenisberg la brochure dont nous réimprimons avec des corrections nombreuses, la traduction qui en fut faite en 1796, sur la deuxième édition allemande”.

La Vanguardia de Barcelona anuncia el lunes 6 de febrero de 1905 las dos primeras entregas de una nueva “Biblioteca de Sociología”: «Por la casa editorial de esta ciudad Sopena, se han puesto a la venta dos nuevas obras que forman parte de la Biblioteca de Sociología, empezada a publicar por dicha casa. La una es el Contrato Social, de J. J. Rousseau; la otra: Sobre el pasado y el porvenir del pueblo, de Lamennais.» (página 3); y el martes 7 de marzo las entregas tercera y cuarta: «La casa editorial Sopena, de Barcelona, ha puesto a la venta otros dos volúmenes de su Biblioteca de Sociología, a 50 céntimos. Son dos obras famosas: Por la paz perpetua, de Kant, muy poco conocida entre nosotros, y Federalismo y Socialismo, de Bacounine, el célebre anarquista ruso.» (página 7), que son reseñadas por Nuevo Mundo de Madrid el jueves 16 de marzo de 1905: «Por la paz perpetua, por Manuel Kant. Preceden a la edición de esta obra una pequeña biografía de Kant, un prefacio del autor y un juicio sobre la paz perpetua, de C. Lemonnier. Federalismo y socialismo, por Miguel Bakunin. Esta obra y la anterior forman parte de la biblioteca económica de Sociología que publica la casa Sopena, de Barcelona, a 50 céntimos tomo.» (año XII, nº 584, pág. 27.)

Como traductor [del francés al español] figura Rafael Montestruc. Suponemos que se trata de Rafael Montestruc Rubio, uno de los hijos de Manuela Rubio (1827) y del médico materialista y republicano federal aragonés Rafael Montestruc Mored (1826-1891). «Traducción barata» que presenta a Kant como anarquista, como sólo dos meses después denuncia el periodista y escritor Emilio Huguet del Villar (1871-1951) en el varapalo que le dedica:

«Y porque no se crea que estas líneas van enristradas contra una sola obra (que por otra parte he declarado ser de lo mejorcito de la clase), vaya para postres un recuerdo a la pequeña Biblioteca de Sociología que edita la casa Sopena, también de Barcelona, a cincuenta céntimos tomo. Abro el tercero, Por la paz perpetua, de Kant, y leo al principiar el artículo 2º Un estado no es ...un bien, voz que ha perdido ya en singular el sentido de propiedad. Y se me quitan las ganas de seguir leyendo, porque en obras filosóficas, se puede ser indulgente respecto del estilo, pero la exactitud del concepto debe ser rigurosa. Donde hoy se presenta a Kant como anarquista, nada me extrañaría que el día de mañana se atribuyera a Bakunin frases de adhesión a la iglesia romana.» (Emilio H. del Villar, “Traducciones baratas”, Nuevo Mundo, Madrid 18 mayo 1905, pág. 3.)

Indice

Biografía, 5

Un juicio sobre la paz perpetua, 9

Prefacio del Autor, 29

Parte primera.

Artículo primero, 31

Artículo II, 33

Artículo III, 35

Artículo IV, 37

Artículo V, 39

Artículo VI, 41

Parte segunda.

Artículos definitivos para una paz perpetua entre las naciones, 47

Primer artículo definitivo para la paz perpetua, 50

Segundo artículo definitivo para la paz perpetua, 59

Tercer artículo definitivo para la paz perpetua, 67

Suplemento primero, 71

Suplemento segundo, 86

Apéndice.

Sobre la discordia entre la moral y la política con respecto a la paz perpetua, 91

Del acuerdo entre la política y la moral, según las ideas trascendentales del derecho publico, 113

[página 125.]

Biografía

Kant nació en Koenisberg (Prusia) el 23 de Abril de 1724, y fueron sus padres de condición modesta. Dotado de una memoria prodigiosa y de un sentido analizador admirable que le hacía distinguir, no ya entre sus pensamientos, sino entre los de sus camaradas, lo que tenían de original y de adquirido, dedicose con afán a la investigación científica, llegando en su ansia de saber a estudiar a los sesenta años la Química, de modo tan admirable, que, según cuentan, sorprendió un día al famoso químico Hagen con sus profundos conocimientos.

Asombra el número de obras que publicó este hondo y profundísimo pensador, así como el considerar la multiformidad de conocimientos que revela. Física, Astronomía, Matemáticas, Metafísica, Pedagogía, Antropología, todo recibe una aportación original del genio poderoso de este hombre inmensamente grande, cuya Cosmogonía es después, al cabo de cincuenta años, admitida casi de un modo absoluto por el astrónomo Aragó.

Kant, considerado como filósofo, que es como de un modo más particular suele serlo, ha producido dos obras que serán eternas en la historia del pensamiento: la Crítica de la razón pura y la Crítica de la razón práctica.

Kant abre y separa como en dos cascos el mundo intelectual; de un lado el sujeto, de otro el objeto; de un lado la realidad subjetiva, de otro la realidad transcendental desconocida; de esta suerte, el particularismo del conocimiento se define y comenta en base imperecedera, y no siendo la refracción de los objetos sobre nuestra conciencia la aprehensión de la realidad toda, sino puramente personal, queda la posibilidad de llenar este arcano de lo real y lo ideal, que es lo que han tratado de solucionar los sistemas metafísicos de Fichte, el idealismo subjetivo, Scheling, el idealismo objetivo, y Hegel con la filosofía de lo absoluto que corona el Devenir o venir a ser. El pensamiento de la Humanidad, parece estar encadenado, como nuevo Prometeo, a la roca de la Crítica de la razón pura.

El principio fundamental de la filosofía kantiana, o sea la distinción entre la realidad subjetiva, esto es: lo que nuestro particular pensamiento nos dice del mundo externo, y la realidad transcendental de éste, puede decirse que es el campo donde se mueve la filosofía moderna. De él se ha derivado tanto el idealismo como el materialismo científico.

[páginas 5-7.]

Un juicio sobre la paz perpetua

Esta obrita, desde su aparición, tuvo un éxito grande, y, a pesar de su celebridad, es muy poco conocida. Tissot y Barni la comprendieron en la edición de las obras completas de Kant: Gustavo Vogt, eximio profesor de economía política en la Academia de Zurich, que fue el primer presidente de la Liga internacional de la paz y de la libertad, lo publicó en 1867, en Berna, edición alemana.

Esta es toda la publicidad que se ha dado a esta obra admirable. Nadie, después de Jansen y Perroneau, editores de la traducción de 1796, la publicó en francés, separadamente de las obras generales de Kant. En la biblioteca del Louvre existió un ejemplar de esta traducción; pero pereció en el incendio de 1871, y de la edición Jansen y Perroneau no queda más que el conservado en París en la Biblioteca nacional. [10]

Es fácil darse cuenta del gran éxito que obtuvo este opúsculo y del profundo silencio que se hizo después a su alrededor.

Cuando apareció en 1795 respondía con su título al pensamiento general. Europa estaba profundamente cansada de la guerra. Prusia, que se hallaba empeñada en la lucha del rey con la República francesa, estaba, según dice uno de sus historiadores, más exhausta de hombres y de dinero que después de Jena. Francia quedó victoriosa; pero a costa de innumerables sacrificios y grandes luchas, tanto en el interior como en el exterior. El rey vencido callaba; los pueblos aplastados esperaban. Había sed de paz; pero ninguna confianza inspiraba, ya que se tenía como un presentimiento de la guerra espantosa que debía presenciarse en los primeros años del siglo próximo. Estas dos palabras del título: Paz perpetua, irradiaban como una promesa, refrescaban el ánimo, hablaban a la imaginación. Se buscó en este centenar de páginas un remedio contra la guerra y como una receta para la paz.

Kant no es difundidor de recetas, creador de utopías, un inventor de procedimientos políticos; Kant no es más que un mero filántropo; el moralista más grande que la humanidad haya producido. [11] Le conduce a la paz la justicia; pero a la paz con la libertad. Ha venido a completar con la filosofía la obra de los Gentiles y de Grocio. Penetrado de la idea de Rousseau, que le ilumina y fecunda, ha condensado, corrigiéndola y dándole la fuerza y la simplicidad, la doctrina del siglo décimo-octavo. Su obra fue la transición de un siglo a otro; epílogo y prefacio; crítica y enseñanza.

Cuando la paz de Basilea, firmada el 5 de Octubre de 1795, puso fin a la lucha empeñada de la segunda coalición, Kant había terminado entonces su Metafísica del derecho; había condensado en las conclusiones de este bello trabajo el fruto de las observaciones diarias que se hacían, desde el año quince, del drama de la revolución. Admiraba la revolución, la amaba, estaba penetrado de ella. Sus biógrafos cuentan que una sola vez, durante su larga vida, sus vecinos le vieron correr por la calle: el día en que el correo llevaba de París a Koenigsberg la declaración de los derechos.

Cuando vio el triunfo de la República y la muerte del rey, comprendió que la realización de sus principios había dado un gran paso: su esperanza volvió un momento hacia la práctica, y en el centenar de páginas de su admirable [12] opúsculo, que publicamos, expone, al mismo tiempo que la crítica racional de la vieja monarquía, la semilla de la política de paz, de justicia y de libertad.

Por una fantasía completamente alemana, toma por mano la forma irónica de un protocolo diplomático, imitando las disposiciones de la materia, la multiplicidad de las divisiones; artículos provisorios, definitivos, Suplemento, Apéndices y, por fin, la broma de un artículo secreto, la manera embarazada, los aditamentos cautos que parecen el método obligado de los instrumentos diplomáticos.

Sin hablar de la moralidad profunda de dichos artículos provisorios, ¡qué claridad, qué fuerza, qué precisión fecundas en los artículos definitivos!

La República, de todos los gobiernos, es la mejor dispuesta a la paz como la más dispuesta a la libertad.

La formación de una federación de los pueblos, indicada como el único medio de sustituir, con un establecimiento jurídico, el estado de paz por el estado de guerra. Republicana, naturalmente, esta federación, ¿cómo es posible admitir, bajo el principio expuesto en el artículo I, que una federación de pueblos libres [13] pueda tener por cabeza un emperador o un rey?

En estos dos artículos y en los comentarios luminosos que preceden, Kant ha comprendido a un tiempo la teoría y la práctica de la política, el principio y su aplicación; puede decirse, sin exageración, que el porvenir de los pueblos está regulado en doscientas líneas. No solamente mira a la paz de Europa, sino a la paz universal: y lógicamente, en efecto, estas dos ideas están ligadas; la verdadera paz debe ser universal y perpetua.

Este breve análisis basta para ver que en la época en que se publicó este opúsculo, el sentido profundo que contiene no podía ni siquiera ser sospechado del gran público; y, no pudiendo comprenderlo, debía rechazarse como el sueño irrealizable de una filantropía quimérica.

Otra causa de obscuridad es la de que, preocupado de recoger y ligar la consecuencia de su doctrina filosófica, Kant, para afirmar el vínculo que une la política a la moral, no quiso ponerlo de relieve en la primera edición del Ensayo. Parece que él mismo había visto esta laguna y había intentado hacerla desaparecer, agregando en la segunda edición un apéndice [14] donde traza, entre el Político moral y el Moralista político, un paralelo que parece escrito estos días. No sin un esfuerzo, la mente más aplicada puede encontrar o seguir la serie de ideas que derivan del principio de la moral: la autonomía de la persona humana, en su consecuencia política más lejana; el establecimiento de la paz, en la constitución de una Federación republicana de pueblos libres.

Tratemos de restablecer esta serie de ideas.

Cada uno de nosotros podemos comprobar, con la reflexión y la observación de sí mismo, que conocemos la sucesión y la diversidad de nuestro estado de conciencia.

Cada uno sabe, pues, o puede saber, que tiene sensaciones, instintos, necesidades, movimientos de pasiones, y que está dotado de razón; es decir, que puede reconocer de los principios, hacer parangón o juicio, y después de estos juicios, sacar conclusiones.

Cada uno, hasta los más ínfimos, siente cierto influjo sobre sus ideas, sobre sus instintos, sobre sus pasiones, y entonces se reconoce responsable hacia los demás, que afirman su responsabilidad.

Los instintos, las necesidades, siendo sensiblemente iguales en todos los hombres, [15] y la cantidad necesaria para la satisfacción de estos instintos, de estas necesidades, de estas pasiones, siendo forzosamente limitada por todas partes donde un hombre se encuentra ante otro, hay concurrencia por la vida, se origina la guerra consiguiente o la asociación. Las fuerzas físicas, intelectuales y morales que poseen estos hombres, que la fatalidad coloca frente a frente, pueden dirigirlos a su mutuo exterminio o combinarlos en beneficio de sus intereses comunes.

¿Qué les aconseja la razón?

¿Quién se atrevería a afirmar que la razón aconseje el exterminio?

¡Asóciense, pues, los hombres!

¿Sobre qué condiciones?

La razón se debe explicar todavía y dictar la cláusula fundamental del contrato.

La ley común se hará por todos los que deberán observarla o, al menos, por los que estén encargados de prepararla; y en todo caso será comprendida y libremente consentida por todos.

Primera condición: la Libertad.

Cada uno de los que estén sometidos a esta ley la obedecerán; todos sin excepción: cada uno, obedeciéndola, tendrá la evidencia de que [16] todos la obedecerán como él. No habrá nadie privilegiado.

Segunda condición: la Igualdad.

No es bastante. Asociarse, es darse recíprocamente el uno al otro, en los límites y para los fines convenidos: es obligarse a un tiempo; servirse y respetarse los unos a los otros. Toda persona será, pues, fin; ninguno puede ni debe ser un medio. Ningún disfrute del hombre por medio del hombre.

Tercera condición: la Fraternidad.

Estas tres palabras que contiene la Carta del Deber y del Derecho, son, pues, por lo tanto, la fórmula de la moral, la fórmula de la política, la fórmula de la economía social, si así puede decirse.

He aquí por qué la forma republicana es la mejor de todas las formas de gobierno: porque es la sola cuyos principios son idénticos a los de la moral; la única que puede resolver el problema social; la única, para hablar rigurosamente.

Si tal es la base del derecho civil, del derecho público nacional, su principio, cuando se pase de la esfera del derecho nacional a la del internacional, ¿se impondrán los derechos y los deberes de los pueblos? [17]

La respuesta es fácil: ¿de qué elementos se compone el pueblo sino de personas humanas?

¿Qué son los pueblos sino grupos humanos?

Pues, tomada siempre la razón por árbitro, cuando los pueblos quieran dejar la barbarie del estado de guerra, en el que permanecen todavía, y pasar al estado de paz y de asociación, deberán regular sus relaciones, sus derechos y sus deberes mutuos sobre los mismos principios y la forma de asociación jurídica. El gobierno que se instituya no podrá ser más que una Federación republicana, cuyos miembros ejercerán mutua y recíprocamente los derechos y deberes de libertad, igualdad y fraternidad.

Así el principio de la moral llegará a ser el principio de la política y de la economía, y el derecho internacional, encontrándose fundado sobre las mismas bases del derecho civil, cuando las naciones pasaran, por su voluntad, del estado de guerra al estado jurídico, la paz sería fundada sobre la libertad, sobre la igualdad y sobre la fraternidad; y para decirlo todo en una palabra, sobre la Justicia.

Los que se tomen la pena de estudiar el [18] Ensayo sobre la paz perpetua, y de compararle, con la Crítica de la Razón práctica o con los Elementos del Derecho, y lean después detenidamente el excelente libro de Renouvier, la Ciencia de la Moral, verán claramente que el Ensayo sobre la paz perpetua contiene la médula de la doctrina de Kant, y que restableciendo la serie de ideas del gran filósofo, no habíamos quebrantado, ni forzado, ni introducido nada.

Esta idea, novísima aún para cierto público, no podía ser comprendida; y nada menos sorprendente que el olvido en el que el Ensayo queda sepultado todavía.

Usando de lo poco que hay en nosotros para producir el conocimiento más vulgar, debemos declarar que no podemos suscribir ciegamente todas las proposiciones que contiene. No podemos, por ejemplo, admitir, sin reserva, la especie de condenación con que Kant ataca la forma democrática.

El principio de la división de poderes le parece incontestable, y la función legislativa, por ejemplo, le parece que no debe nunca ejercerse por los mismos hombres que ejercen la función ejecutiva que, a su vez, no debe confundirse con la función judiciaria: la naturaleza [19] misma del espíritu humano, impide esta división; pero experiencias recientemente hechas, y que se multiplican todos los días, especialmente en algunos cantones de Suiza, indican que, junto a un cierto grado de cultura política, el pueblo puede muy bien ejercer directamente, por sí y definitivamente, la función legislativa, sin que los principios fundamentales de la política y de la moral sean quebrantados.

Quizá no se ha notado que, en el comentario al segundo artículo definitivo del Tratado de paz perpetua, Kant parece un instante apreciar dos soluciones del problema de la paz.

La solución que prefiere, la que primeramente ocupa su pensamiento, es la constitución de una Federación de los pueblos: Civitas gentium. Todo miembro de esta Federación contribuiría a formar un Estado particular, conservando su autonomía, su Constitución, el Poder legislativo, el judicial, el ejecutivo; en suma: su gobierno.

Los Estados particulares, sin embargo, constituirían y mantendrían en cada Estado federal su legislación. Los tribunales, y el Consejo Ejecutivo, desenvolverían y regirían el conjunto formado por los Estados. [20]

Tal es la Federación que ordinariamente se concibe cuando se trata de constituir los Estados Unidos de Europa, y se busca el modelo en los Estados Unidos de América, o en la Confederación Suiza.

Se comprende fácilmente cómo la formación de una parecida federación haría desaparecer hasta la posibilidad de la guerra en los pueblos que la compusieran. Estos pueblos, no teniendo ya ejército ni marina, no conservarían otra fuerza disponible aparte de la que sería necesaria para el servicio de su vigilancia interior.

Su fuerza verdadera, ejército y marina, tomando el carácter federal, aseguraría la paz interior y la seguridad exterior bajo la acción del gobierno federal.

Ciertamente que cuando se pensara hacer entrar en los vínculos de tal Federación a viejas y fuertes naciones habituadas desde siglos a no reconocer ninguna ley exterior, penetradas, hasta la médula, de orgullo patriótico, constituidas, en su mayor parte, todavía en Monarquía, que ocupan grandes territorios y extienden sus dominios sobre inmensas y numerosas colonias, se encontrarían grandes dificultades.

Quizá en presencia de esta dificultad, [21] Kant parece haber tenido de momento el concepto obscuro de una solución diferente del problema de la paz: alianza pacífica, foedus pacificum, que difiere del Tratado de paz en que tal alianza terminaría para siempre todas las guerras, mientras el Tratado de paz no pone fin más que a una sola. Este juicio, firme y claro no hace vacilar mucho, y, por lo mismo, caracteriza esta alianza bastarda como Suplemento negativo. Esa podría, según se dice, desviar la guerra y extenderse insensiblemente de manera que arrastrara al torrente de las pasiones humanas que la ganaran; pero así siempre se estaría amenazado de la ruptura de este dique.

Sin abandonar la idea superior de la formación de una federación de los pueblos libres, la cual no dejará nunca de ser, bajo este concepto, la sola y verdadera solución del problema, la Liga internacional de la paz y de la libertad, hasta 1872, indicó el medio gráfico de preparar esta federación. Propone, como transición, el trato o la conclusión, entre dos o muchos pueblos, de tratados de arbitraje permanentes. La cláusula esencial de estos tratados, se hacía de una disposición análoga a la presente:

«Por treinta años, a partir de hoy, las partes [22] contratantes renuncian a usar, una contra otra, todo medio de guerra; y se obligan, por lo contrario, a someter toda diferencia que pueda presentarse entre ellos, a la decisión soberana y definitiva de un tribunal arbitral, nombrado conforme a los procedimientos establecidos.»

Tal convención no sería ni siquiera un tratado de alianza ofensiva ni defensiva: ella deja absolutamente intacta la independencia, la autonomía, la soberanía de las partes. No obliga a ningún armamento, ni siquiera a desarme: no pone otro empeño que hacer resolver, por medio del arbitraje, la dificultad que pudiera nacer entre los dos pueblos durante el tratado.

¡Cuánto ganaría la causa de la paz y de la libertad con semejantes tratados!

Negociados primeramente, entre los pueblos unidos por sus aspiraciones, por la mayor conformidad de sus intereses y de sus sentimientos, atraerían, de vecino en vecino, partidarios e imitadores. Habituaríanse a la dulzura, a las ventajas de la paz. Se formarían costumbres internacionales nuevas, desapareciendo los antiguos prejuicios nacionales, y se transformaría el concepto del honor. Los pueblos reconocerían que la verdadera dignidad se halla en obedecer voluntariamente a la justicia, y que [23] el solo medio de hacerla reinar es establecer, de común acuerdo, una legislación exterior que constituya un derecho internacional positivo.

Cuando se llegue a este progreso, los Estados Unidos de Europa serán hermanos, porque se comprenderán y se querrán.

En parte alguna, en el Ensayo, si no es tal vez en el paraje en el que el autor funda el derecho cosmopolita sobre «posesión común de la superficie de la tierra, cuya forma esférica obliga a los hombres a soportarse los unos al lado de los otros, porque no podrían dispersarse hasta lo infinito, y porque, originariamente, uno no tiene, más que otro, el derecho a una región determinada»; en ninguna parte Kant toca lo que llamamos hoy cuestión social. Este silencio se explica. Cuando escribía el Ensayo, los grandes socialistas Saint-Simon, Fourier, Owen, no habían aparecido, y no existía tampoco el proletariado, propiamente dicho.

Francia, apenas había dado señal de la destrucción política y social del feudalismo; el antagonismo, no se había declarado todavía entre el capital y el trabajo; el régimen de la concurrencia, todavía no había funcionado extensamente: había pobres, miserables, explotados; no eran todavía proletarios. [24] Para que el proletario apareciese y naciera la cuestión social, se necesitaba que la libertad del trabajo se hubiera extendido plenamente al comercio, a la ciencia y a la industria; a menos que las palabras libertad, igualdad, fraternidad y justicia, no representasen más que vanas sílabas; y es evidente que el problema político y el problema social, están comprendidos en el problema moral.

Figurarse que la cuestión social puede resolverse con la fuerza bruta, es negar la justicia, en cuyo nombre se pretende obrar, y es un trabajo contra el propio principio. Kant ha resuelto la cuestión social sin proponérselo.

Así, la Liga, desde su nacimiento, coloca sobre el mismo plano la cuestión política y la cuestión social, y declara que deben tratarse y resolverse con los mismos principios. No hay evolución económica sin evolución correlativa de la moral, cuyo principio, ya recordado, es que toda persona humana debe considerarse siempre como un fin; nunca como medio.

Agreguemos que desde hace doce años, que existe la Liga internacional de la paz y de la libertad, sin jurar sobre la fe del maestro, se esforzó constantemente en sus conferencias, en sus opúsculos, y en su periódico [25] Los Estados Unidos de Europa, en desenvolver prácticamente, con un comentario perpetuo, trazado en el camino mismo de los acontecimientos, la admirable enseñanza contenida en el Ensayo, que no es más que la misma doctrina de la Revolución.

En Ginebra, en 1867 y en Berna, en 1868, la Liga no reclamaba vagamente los principios más generales y tomaba de Cattaneo y de Víctor Hugo esta bella fórmula: Los Estados unidos de Europa.

Laussanna, en 1869, precisaba la condición del establecimiento de una federación europea.

Dos años más tarde, en Losanna, después de la guerra franco-alemana, después de la Commune y la guerra civil francesa, la Liga demostró tener, con la aplicación que hacía de la narración y el juicio de los terribles acontecimientos que entonces terminaban, la evidencia, la fuerza, la potencia generatriz y conservadora de estos principios. Afirmaba que la autonomía, esto es, la plena libertad de la persona, es el principio fundamental de la moral, de la política y de la economía social.

En Lugano, en 1872, la Liga contribuía a la abolición de la pena de muerte por una razón sacada de los mismos principios, y que [26] no habían dado los acérrimos partidarios de esta pena; esto es: que el derecho de castigar se detiene en el límite del derecho de defensa.

Finalmente, después de haber, en Ginebra, en 1873, establecido las bases del derecho internacional y dado la fórmula de un tratado de arbitraje permanente, cuyas conclusiones, aunque no fuesen admitidas más que de dos pueblos, serían un primer paso considerable hacia una constitución jurídica europea, la Liga no ha podido dejar pasar un hecho social y político de alguna importancia sin someterlo a este criterium supremo: lo justo.

Montpinier, 6 Mayo 1880.

C. Lemonnier.

[páginas 9-26.]

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Julieta y Romeo. Precio: 0,50 pesetas.

Abelardo y Eloisa. Precio: 0,50 pesetas.


¿Quiere usted hablar francés? ¿Quiere usted hablar inglés? ¿Quiere usted hablar italiano? ¿Quiere usted hablar alemán?

Con estos cuatro libros puede aprenderse francés, inglés, italiano y alemán en pocos días por medio de la pronunciación figurada. Contienen estos vocabularios todo lo necesario para la vida práctica. Precio de cada uno: 50 céntimos.


Biblioteca de Sociología
a 50 cents. tomo

Bakounine: Federalismo y Socialismo.

Kant: Por la paz perpetua.

Alfieri: La tiranía.

Beccaria: Del delito y de la pena.

Rousseau: El contrato social.

Malato: El hombre nuevo.

La Boetie: La esclavitud voluntaria.

Lamennais: Sobre el pasado y el porvenir del pueblo.

[cubierta trasera.]