Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro José Manuel Mestre

De la filosofía en la Habana

Estudio preliminar y notas por Humberto Piñera Llera. Cuadernos de Cultura, novena serie, nº 5. Publicaciones del Ministerio de Educación, La Habana 1952, 144 páginas

La colección Cuadernos de Cultura, publicada por la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación de Cuba, dedicó la quinta entrega de su novena serie a ofrecer, en 1952, noventa años después de su segunda edición (La Habana 1862), el texto del discurso de apertura de curso pronunciado por José Manuel Mestre Domínguez (1832-1886), catedrático de filosofía de la Real Universidad Literaria de la Habana, en la ceremonia inaugural que tuvo lugar el 22 de septiembre de 1861 (y que fue inicialmente recogido, todavía sin el título que su autor le puso al año siguiente, en la memoria correspondiente: Acto solemne de la distribución de premios y apertura del nuevo curso académico…). La novedad de esta tercera edición del texto de Mestre consiste en el «Estudio preliminar» (págs. 8-20) y las Notas que dispuso Humberto Piñera Llera (nacido en 1911, entonces profesor de filosofía en la Universidad de La Habana, y director de la Revista Cubana de Filosofía).

El colofón [página 144] de este cuaderno dice: «Se terminó de imprimir esta obra el día 14 de julio de 1952, en los talleres tipográficos de 'Editorial Lex', situados en la calle Amargura nº 259-261, La Habana.» El pie de imprenta [página 4]: «Talleres Tipográficos de Editorial Lex. Amargura 259 y 261. La Habana, Cuba.» Aunque el libro reproduce textos diferenciados de tres autores distintos, la explicación puesta por el perezoso tipógrafo a las páginas se repite siempre: «Cuaderno de Cultura» las pares, «José Manuel Mestre» las impares; siendo así que las páginas 93 a 126 ofrecen textos que no son de Mestre.

Reproduce Humberto Piñera en este libro, antecedidos de su estudio preliminar y anotado el primero, todos los textos que Mestre reunió en su edición de 1862, incluso el Elogio del Dr. G. del Valle (que Mestre tenía por obra distinta a De la filosofía en la Habana), aunque cambiando el orden de los dos documentos que Mestre ofreció en su Apéndice. [Prueba de que Humberto Piñera no diferenció entre las dos obras que compartieron volumen en 1862, puestos a ejercer de escrupulosos, la encontramos en el curioso error que comete al colocar un «FIN» en la página 108, tras el artículo de González del Valle (de 1839), que no se corresponde con un final de ese texto, pues en la edición de 1862, de donde se arrastra, tal «FIN» (página 126) ejerce de colofón a La filosofía en la Habana: la página 127 de la edición de 1862 ofrece una portada propia al Elogio del Dr. G. del Valle pronunciado por Mestre en diciembre de 1861, con voluntad de diferenciar ese texto del resto del volumen –cambia también la explicación que ofrecen las páginas de la edición de 1862, que se repite como cabecera tanto en las páginas pares como en las impares: hasta la 126 el texto de la explicación es: «De la filosofía en la Habana»; desde la página 130 al final el texto de tal explicación es: «Elogio del Dr. G. del Valle»–.]

Contenido de este libro

  • «Estudio preliminar», por Humberto Piñera Llera, 5
  • Mestre, De la filosofía en la Habana [con 30 notas de Humberto Piñera], 21
  • Mestre, Notas [de 1862 al Discurso de 1861], 77
  • José Zacarías González del Valle, Filosofía en la Habana (1839), 93
  • Félix Varela, Carta a un discípulo suyo (1840), 109
  • Mestre, Elogio del doctor don José Z. González del Valle (1861), 127

Humberto Piñera Llera

Estudio preliminar a De la filosofía en la Habana

1

A los noventa años de su inicial aparición en letra impresa, la notable y conocida oración de apertura de curso en la Real Universidad Literaria de la Habana, pronunciada el 22 de septiembre de 1861, vuelve a ser publicada como fehaciente testimonio de su reconocimiento a los excepcionales méritos intelectuales y morales que adornaron la breve pero fructífera vida de José Manuel Mestre. Y ha querido el destino que sea precisamente cuando renace en Cuba con extraordinario vigor la actividad filosófica{1}, en lamentable receso durante casi cincuenta años, que esta pequeña pero enjundiosa y significativa contribución de un cubano ilustre del siglo pasado al acervo de nuestro patrimonio filosófico vuelva a la circulación, como efectivo recordatorio de lo que, en el orden del saber principal, representa [8] para nuestro país el siglo XIX. Fue sin duda la influencia de la filosofía la que dotó a los cubanos más eminentes de la pasada centuria del saber y la actitud consecuentes para asumir una postura no por serena menos enérgica, permitiéndoles asimismo concentrar en sus preocupaciones el máximo rigor posible en cuanto afectaba a la consideración del destino de la patria, entonces concebida solamente como aspiración entrañable.

No es preciso hacer aquí acopio de datos que justifiquen debidamente lo que se acaba de expresar. Lo más sobresaliente de nuestro medio intelectual en la pasada centuria –José Agustín Caballero, Varela, Luz, Saco, Delmonte, los González del Valle, Bachiller y Morales, Mestre y muchos más cuyos nombres harían muy extensa esta nómina– se forja principalmente en el cultivo de la filosofía. Toda preocupación por los problemas de un destino nacional que ya latía en ellos con fervorosa inquietud, anclaba en lo filosófico, aun cuando estas preocupaciones fuesen económicas, o políticas, o religiosas, etc. Y esto, como se dijo un poco antes, dotaba a la reflexión sobre el tema propuesto de una profundidad alcanzable sólo por vía de la scientia scientiarum; todavía más, esa reflexión jamás aparece como cosa de improvisación y ligereza, sino impregnada de la máxima prudencia en su formulación y de una serena y sentida preocupación de futuro. Más que por lo inmediato y en cierto sentido privativo de la colectividad del momento, esas graves y premonitorias reflexiones aparecen [9] transidas del sentimiento de responsabilidad por el futuro, en el cual, de esta suerte, se transparenta la primordial finalidad de la filosofía, tan admirablemente expresada por Spinoza en su sub specie aeterni.

2

José Manuel Mestre y Domínguez nació en la Habana el 28 de junio de 1832, siendo el mayor de cuatro hermanos, huérfanos a temprano edad por la muerte de su progenitor. Amparados en su desgracia por un tío político, don José de la Cruz Torres, pudo Mestre hacer su Examen de Admisión –como entonces se llamaba– en la Universidad de la Habana el 11 de agosto de 1845. En la Facultad de Filosofía de aquel entonces se combinaban ventajosamente, en lo que a la cultura se refiere, los estudios de las letras y las ciencias, y a ambos se dedicó Mestre con singular energía y aprovechamiento, al punto de que el 17 de junio de 1849 obtuvo el grado de Bachiller en Filosofía con calificaciones de sobresaliente. Luego, de 1849 a 1855 cursó los estudios exigidos para aspirar al grado de Licenciado en Jurisprudencia, al tiempo que completaba sus estudios de Filosofía recibiéndose en la referida licenciatura el 4 de octubre de 1855. Y casi de inmediato inició sus actividades como abogado, previa autorización de la Real Audiencia Pretorial de la Habana, actividad en la cual tuvo pronto la oportunidad de salir airoso en [10] algunos difíciles casos y cimentar rápidamente su fama de letrado.

En 1850 se inició la amistad de Mestre con el inmenso Luz y Caballero, al cual, según reiterada expresión, debía el caudal de su formación moral y considerable parte de su cultura. En el Colegio El Salvador, fundado en 1848, trabajó como profesor y más tarde como subdirector, desde 1851 hasta 1861, o sea por espacio de una década, con el beneplácito de Luz, de quien llegó a ser amigo de confianza, colaborador en diversos aspectos y uno de sus más apreciados discípulos.

Pero la suprema aspiración de Mestre, según hubo de manifestar en distintas ocasiones, estaba centrada en la enseñanza de la filosofía en la Universidad, alentado sin duda en su noble aspiración por el brillante ejemplo de sus maestros los González del Valle, Bachiller y Morales, de León y Mora y otros. En 1850 fue admitido como profesor suplente de Geografía e Historia, mas, al año siguiente, entró a formar parte del claustro de la Facultad de Filosofía como profesor supernumerario de Lógica, Metafísica y Moral; cargo en el cual permaneció hasta 1855 en que fue designado catedrático numerario, o en propiedad, tras rigurosas oposiciones. En 1856 fue designado suplente de Manuel González del Valle en la cátedra de Lógica, Metafísica y Moral, en la que poco después fue ratificado como propietario.

En 1863 se recibió Mestre de doctor en Derecho Civil y Canónico y en 1864, con motivo de la supresión [11] de la Facultad de Filosofía, pasó a ocupar la cátedra de Filosofía del Derecho, Derecho Internacional y Legislación Comparada en la Facultad de Jurisprudencia, en la que permaneció hasta 1866, fecha en la cual renunció irrevocablemente a causa de un penoso incidente en que resultó injustamente agredido uno de sus compañeros de claustro, el doctor Antonio González de Mendoza. Con la rectitud e inflexibilidad que solía adoptar cuando la ocasión lo demandaba, Mestre abandonó definitivamente la Universidad, a la cual hubiera regresado sólo después de haberse reparado la injusticia cometida. Como, desgraciadamente, esto no fue posible, dejó para siempre las aulas universitarias.

Consagrado a su bufete de abogado y a la atención de los cuantiosos bienes de su suegro don Gonzalo Alfonso, así como al estudio y al cultivo de las letras en diversos periódicos y revistas del país, cuando fue llegada la hora de intervenir en la contienda de 1868 fue Mestre entusiasta copartícipe de los empeños independentistas, a los cuales sacrificó fortuna, seguridad personal y vocación intelectual. No es posible detallar aquí toda la compleja y extraordinaria labor desarrollada por Mestre{2} a este respecto, [12] pero sí debe hacerse constar que llegó a verse perseguido, desterrado y embargado en sus bienes familiares.

De 1869 a 1881, procesado en rebeldía, condenado a la pena de muerte en garrote vil y desposeído de sus bienes, permaneció Mestre en Nueva York, donde falleció su primera esposa, Paulina Alfonso, en 1881. Ya antes, en 1878, había hecho un corto viaje a Cuba para atender al ruinoso estado de su patrimonio. Finalmente, tras regresar casi de inmediato a Nueva York, volvió definitivamente a Cuba, casado ya en segundas con doña Isidora Galarraga viuda de Villa-Urrutia, para morir en la Habana el 29 de mayo de 1886.

3

Es oportuno y está justificado preguntar ahora por la personalidad filosófica de Mestre, ya que es, sin duda, el aspecto que más debe interesar en el caso que nos ocupa. Se ha dicho de él que no pretendió nunca ser ni un jefe de escuela ni un innovador, pero es innegable que –como dijo de él Enrique José Varona– su enseñanza filosófica lo mismo en la Universidad de la Habana que en otros lugares «marca un cambio de rumbo en la dirección de estos altos estudios, y señala el único período en que la influencia de Luz se dejó sentir en las doctrinas enseñadas en nuestras aulas».{3} [13]

En efecto, como había venido sucediendo de modo ostensible desde Varela, también Mestre exhibe esa personal independencia de criterio y el espíritu crítico por los cuales fue posible, a partir de la Filosofía Electiva de José Agustín Caballero, ir superando las estrecheces dogmáticas de la escolástica imperante en la Universidad. La independencia de Mestre aparece clara y terminante en estas palabras senequinas que hace suyas: «a nadie me he esclavizado, de nadie llevo el nombre, respeto debidamente el juicio de los grandes varones; mas algo dejo para el mío propio, pues ellos nos legaron no sólo lo sabido sino también lo que estaba por saber y tal vez hubiesen encontrado lo necesario si no hubiesen buscado lo superfluo.»{4}

En la consolidación de esta independencia de criterio tomaron parte decisiva dos grandes figuras de nuestro pasado filosófico, a saber: Luz y Caballero y Bachiller y Morales. Primero en la Universidad, bajo el ejemplo de una crítica implacable y constante ejercida en la docencia por el patriarca de nuestras letras, y luego a lo largo de una década por el influjo maravilloso del más grande y profundo de nuestros filósofos, José de la Luz y Caballero, el espíritu independiente de Mestre absorbió en forma eficaz la tendencia practicista de la filosofía, que sobre todo Luz propugnaba constantemente y en todas partes, pues si de algo estaba Cuba urgida era, como bien [14] dijo, de «una escuela filosófica, plantel de ideas y sentimiento y de método, escuela de virtudes, de pensamientos y de acciones – no de espectantes, ni eruditos, sino de activos y pensadores.»{5}

En este sentido, y por cuanto le preocupaba primordialmente que la filosofía «despojada del ropaje poco simpático» con que durante mucho tiempo se ha venido ataviando entre nosotros, volviera a manifestarse con todo su verdadero rigor indagatorio y su real profundidad, es que se pregunta: «¿Por qué ha de interesar más el estudio de un pedazo de roca, de una hoja de árbol, de un invisible infusorio, que el del ser que vive y se agita en nosotros? ¿Qué problemas más grandes ni de más trascendencia puede proponerse el hombre, que aquéllos que atañen a la naturaleza de su espíritu, a las leyes sublimes que lo rigen, al fin de su existencia y a la causa soberana que los ha producido? Grande y admirable es sin duda el hombre cuando, por ejemplo, llega a sorprender en las entrañas de la materia la armonía de la molécula con la molécula, cuando con mano osada y perseverante le arranca algún secreto a la naturaleza; pero ¡cuánto más se engrandece cuando penetra con su mirada en los adentros de la conciencia, o cuando la fija en las profundidades de la razón, y alcanza a descubrir allí los destellos sacrosantos de la Divinidad!»{6} [15]

Pero, con todo y ser la filosofía una primordial actividad del espíritu enderezada a la solución de los problemas del hombre, no puede ser considerada ni como «el agrupamiento de tales o cuales determinadas ciencias», ni tampoco una ciencia particular, sino «la Ciencia, la ciencia por excelencia, el complemento de todas las demás.»{7} Y son estas últimas palabras las que acercan a Mestre al concepto que de la filosofía se tiene hoy, a saber: «Una reflexión que no descubre, por tanto, un nuevo objeto entre los demás, sino una nueva dimensión de todo objeto, cualquiera que sea.»{8} Y al expresarse respecto de la filosofía en la forma que lo hace, estaba con ello Mestre oponiéndose con toda rigor al positivismo y el cientificismo, las dos grandes antifilosofías del siglo XIX. Frente a las petulancias de ambas en la pretendida solución explicacionista de enigmas como el de la «relación de alma y cuerpo», nos dice: «Media, en efecto, en esas relaciones un enigma, impenetrable para la corta vista del hombre, que profundos filósofos se han afanado vanamente en descifrar. La fisiología estudia las funciones del órgano, y a través de los nervios, de esos hilos admirables que trasmiten al cuerpo las órdenes del alma, más velozmente aun que el telégrafo lleva la palabra, sigue la huella de las impresiones hasta llegar al cerebro. La psicología, [16] por su parte, examina el fenómeno espiritual de la conciencia, encuentra allí el deseo, analiza el mandato que imperiosamente dirige el alma al cuerpo; mas al tratar de determinar cómo se verifica su trasmisión, se ve forzada a detenerse. Las dos ciencias se encuentran separadas por un misterio profundo, se alargan la mano en medio de las tinieblas, pero no consiguen alcanzarse. ¡Los confines se hallan demasiado distantes!»{9}

Otro detalle que lo acerca a las concepciones de ahora, y que de paso sirve para poner de relieve su repugnancia por los extremismos positivistas, tan en boga ya en su tiempo, es su precisa distinción acerca del verdadero objeto de la ciencia. «El objeto de la ciencia, en cuanto se ocupa del estudio de la naturaleza y de sus leyes, no es en modo alguno metafísico en la acepción etimológica de este término. Trata de la materia, del movimiento, de la fuerza, y no se propone traspasar los límites de esa inmensa esfera. La interpretación de los fenómenos, la sistematización de la experiencia, estos son los triunfos a que aspira….»{10}

Como se puede apreciar en todo cuanto se ha expuesto acerca de la idea que de la filosofía tenía Mestre, su posición es la de un pensador equidistante de los extremos, o sea que ni se muestra como el [17] racionalista dogmático ni tampoco al modo del empirismo radical, sino, por el contrario, en un prudente y conciliador término medio, como corresponde a un espíritu advertido sabiamente por su propia condición de que la verdad está siempre en la proporcionada conjunción de las teorías más opuestas entre sí, y que, por lo mismo, ni por la vía del materialismo a secas, ni por la de un espiritualismo absolutamente replegado en sí propio, es posible llegar a soluciones aceptables.

4

La obra de Mestre que motiva el presente prólogo: De la filosofía en la Habana, es un ceñido y enjundioso recuento crítico de todo el proceso filosófico en Cuba desde las postrimerías del XVIII hasta el año de 1861, fecha en la cual leyó su autor el mencionado trabajo en la apertura del curso académico de 1861 a 1862 en la Real Universidad Literaria de la Habana, como entonces se designaba a este establecimiento docente. Y según se desprende de su contenido, parece el autor haber perseguido con ella dos finalidades, a saber: realizar por una parte, el recuento histórico-crítico del proceso filosófico en Cuba durante el período a que ya se hizo referencia, a través de sus principales figuras, es decir, de José Agustín Caballero, Félix Varela, José de la Luz y los hermanos González del Valle. Y por otra parte aprovechar la ocasión para exponer en apretada síntesis su propia concepción de la filosofía. [18]

Como muy bien apunta Mestre, la Filosofía Electiva{11} del presbítero Caballero es sin duda el comienzo de la reforma, no ya sólo de la filosofía, sino una especie de intellectus enmendatione cubano, y en ella, aunque la influencia del estagirita es viva, hay, sin embargo, un gran desdén por las inútiles disputas de la escolástica decadente. Pero la verdadera regeneración filosófica –sigue diciendo Mestre–, comienza con el insigne Varela, cuya obra en general posee «un indisputable mérito intrínseco, que el más breve examen de las obras que nos ha legado es suficiente a comprobar». Su contribución al progreso del pensamiento cubano es, en primer término, una lucha sin tregua y sin cuartel contra el estancamiento a que había acabado por reducirse la vieja y gastada escolástica; pero, en segundo lugar, dicha obra se caracteriza porque en toda ella priman «un mismo pensamiento y una misma tendencia». Finalmente, las consecuencias de su doctrina, en sus tres aspectos capitales : científico, filosófico y moral, se ofrecen con inusitado vigor en la pléyade de espíritus selectos en los cuales obró directa o indirectamente. Hombres como Luz y Caballero, Saco, Escobedo, Govantes, del Monte, Bachiller y Morales, los González del Valle…, fueron a su turno espléndidas manifestaciones de lo que es capaz de realizar un espíritu dotado para [19] obrar singularmente entre sus contemporáneos y en el medio que le tocó por escenario.

De Luz y de Manuel González del Valle, con quienes se cierra el recuento propuesto por Mestre, dice respectivamente lo que sigue. José de la Luz y Caballero, señala Mestre, aunque no ha escrito ningún tratado sistemático de filosofía, «la ha ido desenvolviendo en sus clases, inimitablemente desempeñadas, porque el señor de la Luz no tiene rival en el magisterio»{12}, y su doctrina, coordinada admirablemente en sus diversos aspectos, estima Mestre que se puede expresar con una sola palabra: armonía.

En cuanto a Manuel González del Valle, ha sido el alma de la enseñanza de la filosofía en la Universidad, «y a sus sanas y elevadas doctrinas, propagadas con aquel fervoroso entusiasmo que tanto le ennoblece, y desenvueltas con la más sólida y profunda instrucción, debe trascendentales e inolvidables servicios nuestra juventud.»{13}

La segunda de las dos finalidades perseguidas por Mestre con su De la filosofía en la Habana, parece haber sido –como ya se dijo– la exposición de sus cardinales ideas en cuanto a la filosofía se refiere, a su verdadero objeto, a su importancia, y sobre todo a los resultados de su ejercicio. Y a este respecto es interesante recordar, al final de este trabajo, la melancólica evocación del pasado filosófico inmediato [20] que contrasta con el momento en que él habla. Dice: «creo que la recordación de esos modelos es tanto más oportuna cuanto que se nota entre nosotros cierta especie de indiferentismo que va poco a poco minando nuestra escasa vida intelectual.»{14} En efecto, había logrado advertir Mestre lo que ya comenzaba a incubarse en nuestra patria desde la segunda mitad del siglo pasado: la decadencia gradual pero persistente de la vida intelectual, que tan pujante había sido en la primera parte del siglo. Sobre todo filosóficamente el paréntesis sería largo, tanto, que con la excepción de Varona, ¡tan antifilosófico a ratos!, iba a llegar casi hasta nuestros días, en que el saber principal renace con notable vigor.

Al cabo casi de un siglo en que fueron pronunciadas las palabras que forman esta magnífica oración, remozadas ligeramente en su forma, pero intocadas en su contenido, vuelven a circular en Cuba. Oportuno momento el de ahora para que readquieran su vivaz significado, ya que reaparecen justamente en el instante en que la ciencia de las ciencias recobra en el sentimiento de muchos de nosotros su impar importancia en el destino de la cultura y el porvenir de la nación. Pues también ahora se puede volver a hablar de la filosofía en la Habana. O, tal vez mejor, en Cuba.

Humberto Piñera Llera

——

{1} Véase a este respecto mi trabajo Sobre la filosofía y la primera mitad del siglo veinte, en Revista cubana de Filosofía, nº 7, y Lyceum, nº 24.

{2} Véase la espléndida biografía compuesta por José Ignacio Rodríguez, titulada Vida del doctor José Manuel Mestre, Imprenta «Avisador Comercial», Habana, 1909. Esta obra, fue publicada primeramente en varios números de la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias de la Universidad de la Habana.

{3} E. J. Varona, Elogio del doctor Mestre, Revista Cubana, 3 de agosto de 1886.

{4} L. A. Séneca, Cartas Morales. XLV.

{5} J. de la Luz Caballero, Aforismos, Biblioteca de Autores Cubanos, Ed. de la Universidad de la Habana, 1945, Sección IV, Filosofía, nº 62.

{6} J. M. Mestre, De la filosofía en la Habana, págs. 72-73.

{7} Op. cit., pág. 68.

{8} J. Zubiri, Prólogo a la Historia de la filosofía de Julián Marías, ediciones de la Revista de Occidente, Madrid 1941, pág. 15.

{9} J. M. Mestre, Ibid., págs. 43-44.

{10} Palabras de un discurso titulado Los Terrapleneros (acerca de una raza prehistórica de E. U.), y que fue pronunciado el 8 de octubre de 1883 en la Sociedad Antropológica de Cuba.

{11} Electiva y no ecléctica, como escribe Mestre, por las razones apuntadas en la nota 6 de las que acompañan a la presente edición.

{12} J. M. Mestre, Op. cit., pág. 58.

{13} Ibid., pág. 63.

{14} Ibid., pág. 73.

[páginas 5-20]