Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro Aristóteles

Política

Versión de Antonio Zozaya. Biblioteca Económica Filosófica, Madrid 1885, 2 vols.

Política de Aristóteles, versión castellana de Antonio Zozaya. Biblioteca Económica Filosófica, vol. XXIII y vol. XXIV, Madrid 1885 (a 2 reales cada volumen). Segunda edición: BEF, vol. XXIII y vol. XXIV, Madrid 1892 (a 50 céntimos de peseta cada volumen). Tercera edición: BEF, vol. XXIII y vol. XXIV, Sociedad Española de Librería, Madrid [1926], 2 tomos, 154+164 páginas (precio de cada volumen: 1,25 pesetas en rústica, 1,75 ptas. en tela). En el tomo segundo figura el comentario «Aristóteles y la Política», firmado por Zozaya el 12 de diciembre de 1885, que transcribimos íntegramente más abajo (tal como aparece en la tercera edición, páginas 136-160). [La primera edición se difundió a finales de diciembre, pues el 1º de enero de 1886 ya ofrecía El Imparcial una reseña.]

Antonio Zozaya no ofrece ninguna indicación sobre las fuentes que maneja para disponer su versión castellana de la Política de Aristóteles, aunque en su «Aristóteles y la Política» menciona una vez a Barthélemy Saint-Hilaire [pero es cita que bien pudo tomar de una nota presente en la edición de Patricio de Azcárate]. El texto de Zozaya, que sintetiza esta obra del estagirita procurando ajustarla a los debates del momento, permite confirmar el interés filosófico político y no filológico que mueve al editor, en la línea del armonismo krausista. No faltan citas a Cristián Federico Krause, a Guillermo Tiberghien y a sus secuaces españoles, Julián Sanz del Río, Gumersindo de Azcárate y Francisco Giner de los Ríos; incluso cita a Francisco Pi Margall.

Zozaya ordena los ocho libros de la Política según el mismo criterio moderno seguido por Azcárate [12378465], y también rotula tanto los libros como los capítulos. Pero la ordenación de cada uno de los ocho libros (en total 78 capítulos) no es exactamente la misma que ofrece Azcárate (en sus 76 capítulos).

Índice de libros y capítulos de la Política de Aristóteles en la versión de Antonio Zozaya

Libro primero. De la sociedad civil. De la esclavitud. De la propiedad. Del poder doméstico

  1. Concepto del Estado y de la familia.
  2. Teoría de la esclavitud.
  3. La propiedad. Modos de adquisición.
  4. Adquisición práctica.
  5. Poder doméstico. Relaciones que unen a los individuos que componen la familia.

Libro segundo. Examen crítico de las teorías anteriores y de las principales Constituciones

  1. Refutación de la República de Platón.
  2. Examen de la República de Platón (Continuación)
  3. Refutación del Tratado de las leyes.
  4. Sistema de Fáleas de Calcedonia.
  5. Constitución de Hipodamus de Mileto.
  6. Examen de la Constitución de Lacedemonia.
  7. Análisis de la Constitución de Creta.
  8. Constitución cartaginesa.
  9. Crítica de diversas leyes y sistemas políticos.

Libro tercero. Del Estado y del ciudadano. Teoría de los gobiernos y de la soberanía. De la monarquía

  1. Del Estado y del ciudadano.
  2. La virtud política y la privada.
  3. Concepto del ciudadano.
  4. División de los gobiernos.
  5. Gobiernos puros y gobiernos corrompidos.
  6. De la soberanía.
  7. Continuación del precedente.
  8. Continuación.
  9. De la monarquía y de sus diversas clases.
  10. Continuación del anterior.
  11. Argumentos en contra y en favor de esta forma de gobierno. Fin del examen de la monarquía.
  12. De la aristocracia o gobierno de los mejores.

Libro cuarto. De la República perfecta

  1. La virtud como fin del individuo y del Estado.
  2. Continuación del precedente.
  3. La vida política. La actividad del Estado y la de los ciudadanos.
  4. Del territorio en el Estado perfecto. Su extensión.
  5. Del territorio. Condiciones generales que debe reunir.
  6. De los ciudadanos. Su número, sus cualidades.
  7. Elementos esenciales al Estado.
  8. De los artesanos y de los guerreros. Culto de los dioses.
  9. División en castas. Comidas comunes. División de la propiedad.
  10. Posición y emplazamiento de la ciudad perfecta. Utilidad de las fortificaciones.
  11. De los edificios destinados al culto. Policía y organización de la ciudad perfecta.
  12. Cualidades que debe reunir el ciudadano perfecto. La naturaleza, la costumbre y la razón como condiciones de virtud. La educación es quien forma los ciudadanos.

Libro quinto. Sistema de la educación

  1. Subordinación natural de las diversas edades. Empleo del ocio. Cultura del espíritu.
  2. Del matrimonio. Del aborto y del adulterio.
  3. La educación en la primera infancia. Epocas en que la educación se divide.
  4. Importancia de la educación. Si debe ser pública; objetos que comprende.
  5. Las letras, la gimnasia, la música y el dibujo como medios de educación.
  6. De la gimnasia.
  7. De la música.
  8. De la música. (Continuación.)
  9. De la música. (Conclusión.)

Libro sexto. De la democracia y de la oligarquía. División de los poderes

  1. Cualidades del legislador.
  2. Subordinación de los malos gobiernos entre sí.
  3. Diferencia de los elementos sociales como origen de la de las constituciones.
  4. Elementos del Estado. Crítica de Platón. La riqueza y la pobreza.
  5. Clases de democracia.
  6. Especies diversas de oligarquías.
  7. De la república.
  8. De la república. (Continuación.)
  9. De la tiranía.
  10. Apología de la clase media.
  11. Principios generales aplicables a todos los gobiernos.
  12. División de los poderes. Poder legislativo.
  13. Del poder ejecutivo.
  14. Del poder judicial.

Libro séptimo. De la organización de los poderes en la oligarquía y en la democracia

  1. Las leyes deben ser relativas al principio del gobierno.
  2. Bases de las instituciones democráticas. La libertad.
  3. El principio de igualdad.
  4. De la agricultura. De la demagogia.
  5. Medios de conservación de las democracias.
  6. Organización del poder en las oligarquías.
  7. Fin de la teoría de la organización del poder.

Libro octavo. Tratado de las revoluciones

  1. Falsa aplicación del principio de igualdad como primera causa de las revoluciones.
  2. Principales causas de las discordias políticas.
  3. Continuación del precedente.
  4. Causas de las revoluciones en los Estados democráticos.
  5. Causas de las revoluciones en los Estados oligárquicos.
  6. Causas de las revoluciones en las aristocracias.
  7. Medios generales de conservación de los gobiernos. Medios de conservar las instituciones republicanas.
  8. Causas que arruinan las monarquías y tiranías.
  9. Medios de conservar los Estados monárquicos.
  10. Crítica de la teoría de Platón sobre las revoluciones.

Antonio Zozaya You

Aristóteles y la Política

I

Cada época, cada pueblo, ha aportado a la obra gigantesca de la civilización un elemento nuevo, que, sintetizándose después con otros no menos importantes, ha contribuido a formar el organismo científico filosófico. Así, toda teoría, toda escuela ha satisfecho una verdadera necesidad histórica. La han satisfecho el budismo, el brahmanismo y la doctrina de Confucio, verdadero racionalismo moral; Zoroastro, procurando realizar el idealismo en la experiencia; las escuelas jónicas y eleáticas, que preparan la obra de la Grecia; los sofistas, que Sócrates combate, fundando la unidad y la armonía de la filosofía en la conciencia humana; Platón, armonizando la imaginación y la razón, y coronando así toda la tarea filosófica antigua. La ha satisfecho, por fin, Aristóteles, que, siendo como el polo opuesto de la doctrina de su maestro, representa el principio de variedad y se funda en la experimentación sensible.

Tal ha sido y es la labor incensante de la Humanidad, tal el desenvolvimiento gradual del conocimiento filosófico. A los sistemas incompletos, engendrados del comercio inevitable de la libertad con la historia, han sucedido [137] siempre sistemas completos, como en las progresivas creaciones de la Naturaleza, a análisis parciales, análisis totales, a abstracciones vagas, síntesis orgánicas {(1) Sanz del Río, Discurso de la Universidad, vol. IX de esta Biblioteca}. Así, la filosofía decadente socrática, representada por Zenón y Epicuro, emancipándose del exclusivismo helénico, proclama la unidad de la especie humana; la filosofía greco oriental lleva a cabo la alianza de la Grecia y del Asia; el cristianismo, reformando el principio de toda ciencia y cambiando la faz de las instituciones todas, armoniza la ciencia y la vida, la razón y el sentimiento, apoyándose en un elemento nuevo, la fe; la filosofía moderna afirma a Dios como sustancia del mundo y no como ser personal superior al mundo, como la filosofía de los Padres de la Iglesia y la escolástica, inspirada aquélla en Platón y ésta en Aristóteles; Descartes, Malebranche y Spinoza buscan solución al problema del conocimiento en la conciencia y en los hechos racionales; Bacón, Hobbes, Locke, Hume, Berkeley y Condillac la buscan en los hechos sensibles, y Leibniz procura unir estas dos tendencias en el eclecticismo monadológico. Así Kant analiza el conocimiento con su maravillosa síntesis y su criticismo; Fichte sistematiza su doctrina comprobando la garantía de la razón; Schelling formula el panteísmo en el Ser absoluto: Hegel combina estos dos sistemas, y, por fin, Krause, demostrando la objetividad del conocimiento, considera al conocer como realidad interior del ser, en el racionalismo armónico, que, abrazando todas las precedentes tendencias, las [138] despoja de sus errores, y halla quizá el verdadero concierto entre el pensamiento y la vida.

II

La Grecia había llegado a su mayor esplendor: los poetas habían formado el lenguaje, los conquistadores las leyes, la religión y el arte las costumbres. Heredera de la filosofía oriental, en que estaban realmente encerrados los gérmenes de toda la filosofía, había recogido de la Persia la condensación de los sistemas intuitivos anteriores. Sócrates había cimentado el pensamiento filosófico en la conciencia humana, y Platón, fundando su sistema en el principio de unidad con una base psicológica, había formado el organismo de la ciencia. Faltaba desarrollar el principio de variedad, fijar el valor de la experimentación sensible, conceptualizar la experiencia, preparar, en fin, la obra del sincretismo alejandrino que debía la espada del hijo de Filipo llevar al Asia, como semilla del cristianismo, que iba más tarde a parecer a su vez con más complejos elementos. Tal fue la misión de Aristóteles.

III

Tan grande empresa, tan elevado destino, exigía un hombre de las condiciones del filósofo de Estagira. Hijo del famoso médico Nicómaco {(1) Aristóteles nació el año 384 antes de J. C.}, que le aficionó desde su edad más temprana al estudio de las ciencias, fundó su [139] doctrina, llamada del Liceo por el sitio en que daba sus enseñanzas y también peripatética {(1) Περιπατειν} por su costumbre de enseñar paseando, después de oír durante veinte años a su maestro Platón, a quien criticó acerbamente desde un principio. La lógica, la psicología, la poética recibieron de él, con otros muchos conocimientos, por primera vez forma científica; la economía política, la fisiología y la zoología le deben su origen. Carácter observador y profundo, alteró por completo el método filosófico hasta entonces adoptado, y empleó el primero el silogismo. Platón suponía que para llegar al conocimiento de las cosas era preciso empezar por las verdades generales y descender luego a las particulares. Aristóteles siguió el sistema opuesto, dando extraordinaria importancia a las percepciones sensibles. El esclavo de Menón resuelve en Platón un problema geométrico con el solo auxilio de las reminiscencias {(2) Diálogos polémicos, Menón, vol. XX de esta Biblioteca}; estas reminiscencias se niegan por el hijo de Nicómaco, que en cambio sostiene la teoría de la ineidad de las ideas y de los principios indemostrables que en el hombre residen como hábitos.

Las nociones abstractas tienen para Aristóteles el valor que las ideas para Platón. El conocimiento no es el único criterio de los actos del hombre; inútil es prescribirle fines ideales si su realización le es imposible, y así, su punto de partida en la indagación son los impulsos naturales. Distingue la sensación del pensamiento. Las percepciones sensibles, no sólo suponen un estado del sujeto, sino un [140] objeto exterior que le modifique, y sin el cual no hay sensación. Todas las percepciones que nos transmiten los sentidos se agrupan en el sentido común con ayuda de la imaginación y de la memoria. La razón universal y eterna es la sabiduría del universo; la particular reside en el hombre pasivamente.

Superiores a la ciencia son las categorías que existen a priori en la inteligencia y en las cosas. La ciencia se limita a las verdades adquiridas demostrativamente, y la principal de todas es la Metafísica.

La diferencia que existe entre Platón y Aristóteles, dice Mr. Tiberghien {(1) Generación de los conocimientos humanos. Trad. de A. G. Moreno}, proviene de la manera cómo conciben la relación de lo uno y de lo general con lo particular y lo múltiple, de la idea con la realidad. Mientras que Platón separa la unidad de la multiplicidad, lo general de lo particular, lo ideal de lo real, y tiende de este modo hacia un idealismo abstracto, la especulación de Aristóteles parece estar dominada por este pensamiento: que lo uno y lo general se determina, afirma y realiza en una variedad de manifestaciones, en donde se halla su fondo positivo y substancial.

La información de la materia se verifica por el movimiento, que es eterno. En todo ser se hallan reunidas cuatro causas fundamentales: la causa eficiente, el bien o causa final, la materia y la forma. Dios no es una providencia, sino la causa final que sólo comprende lo universal de las cosas. Reconoce, por fin, Aristóteles el libre albedrío, pero no la inmortalidad del alma, aunque no la niega de una manera explícita.

IV

Preocupaban a Aristóteles los fenómenos exteriores. En vez de concentrar su pensamiento en sí mismo para buscar las bases inmutables de la organización social, recogió, según Diógenes Laercio, las constituciones de ciento cincuenta y ocho Estados, tesoro que hoy puede darse por perdido; e impresionándose ante el hecho de la desigualdad que dominaba en la sociedad antigua, intentó buscar a este hecho un fundamento, en vez de seguir un procedimiento antitético para atacarle en sus raíces. Creyó encontrar este fundamento en la superioridad de inteligencia, y así no consiguió hacer de su república perfecta sino una aristocracia en que el derecho es siempre la voluntad del más fuerte.

Aristóteles dedica el primer libro de su Política a fijar el concepto del Estado, de la esclavitud y de la propiedad. Considera, en primer lugar, que la política es complemento de la moral y que, por tanto, toda asociación debe fundarse en la justicia y en el bien. Este principio se encuentra ya en Platón, pero en confusión con los demás principios. Es indudable que Aristóteles dio una forma científica a la Política, de que carecía en los diálogos platónicos. El hombre, dice, no puede existir aislado de sus semejantes; una inclinación invencible le acerca a la mujer, que le es inferior en fuerza y en inteligencia; el hombre, pues, debe dirigirla y mandar a sus hijos; este primer poder de que el padre está investido se lo confiere la misma naturaleza. Aristóteles no considera la familia doméstica como una personalidad superior, que no ha de cumplir un [142] fin particular sino que abraza la vida toda.

Existen, dice el filósofo de Estagira, otros seres débiles a los que la naturaleza ha privado de inteligencia, que carecen de libre albedrío y cuya razón no es susceptible de desarrollo: tales son los esclavos sometidos a los jefes de las familias que se reúnen para auxiliarse mutuamente. De este modo, Aristóteles ha querido buscar en la misma naturaleza el fundamento del despotismo, de la monarquía y de la república. El despotismo tiene su origen natural en la esclavitud; el esclavo obedece, y halla su bien en esta obediencia; cuanto más los hombres se acercan a los esclavos, tienen menos derecho a la ciudadanía; así los artesanos y mercenarios deben ser excluidos de toda función política.

La naturaleza, consecuente consigo misma, dice Aristóteles, ha dado cuerpos diferentes

al esclavo y al hombre libre; ha dado a aquél miembros robustos para los trabajos groseros, mientras que el hombre libre tiene el cuerpo recto y poco a propósito para los trabajos corporales: está constituido para la vida política, para las ocupaciones del trabajo y de la paz {(1) Política, lib. I, cap. II}. Lo que es útil, lo es a la parte; lo que es ventajoso al alma, lo es asimismo al cuerpo; pero el esclavo forma parte del amo, o, por decirlo así, es un miembro suyo, aunque existen separadamente. Existen, pues, entre el amo y el esclavo relaciones naturales de ventajas recíprocas, puesto que la naturaleza ha hecho de las dos un todo: otra cosa sería si el origen de la esclavitud fuera la fuerza {(2) Ibidem, lib. I, cap. II}. [143]

No es extraño que Aristóteles pretenda buscar fundamento lógico a la esclavitud; la encontró como un hecho; y siendo los hechos siempre su punto de partida, pretendió justificarla. Y, sin embargo, aunque sostiene que hay esclavos por naturaleza, no lo prueba {(1) Montesquieu, Esprit des Lois, lib. XV, cap. VII }. Así, en este punto, resulta estéril toda su elocuencia, porque la esclavitud no tiene fundamento racional. Siempre, dice Rousseau {(2) Contrato social, lib. I, cap. IV, volumen X de esta Biblioteca}, será insensato decir: Celebro contigo un convenio que redunda en mi provecho y en tu perjuicio, que observaré cuando me plazca, y que tú cumplirás mientras me convenga.

Se ve, pues, que Aristóteles, que dio un gigantesco paso en el sendero de la ciencia, no concibió el Estado sino como un orden natural. Muchos siglos debían transcurrir antes de que se intentase buscar a esta idea un fundamento nuevo.

V

En el segundo libro examina Aristóteles las constituciones más célebres de su tiempo, comenzando por criticar la República de Platón y su tratado de las Leyes.

Todo gobierno, dice Platón en su República, debe ser imagen de la justicia. Aun cuando los hombres no puedan alcanzar la perfección, cuanto más se aproximen al modelo que se propongan, serán mejores {(3) Rep., lib. V}. La aristocracia, que se dice fundada en la virtud, está [144] expuesta a la ambición y la intriga; en las oligarquías, el oro lo es todo y la virtud nada; la democracia se funda en la licencia más que en la libertad, y la monarquía despierta la indiferencia y el egoísmo. Es pues preciso, prosigue, buscar instituciones tan sabias que inspiren a todos los hombres el deseo de ser virtuosos y tan fuertes que les impidan ser malvados {(1) Rep., lib. VI}.

Los elementos de una ciudad perfecta son, según Platón, los labradores, los guerreros, los obreros y los magistrados. De la tranquilidad interior y seguridad exterior, se encargarán, dice, los guerreros o guardianes del Estado. Las mujeres recibirán la misma educación que los hombres, y se adiestrarán en la gimnasia y en la guerra. Los labradores y artesanos obedecerán siempre y nunca mandarán. El gobierno será perfecto cuando en él aparezca la virtud de cada individuo, es decir, cuando sea fuerte, prudente y justo. La unidad es la perfección del orden social o moral; para conseguirla, es preciso que todos los bienes sean comunes; éste será el único medio de destruir las palabras tuyo y mío, causas de todos los males. El amor debe ser, antes que una pasión, un deber; así, todas las mujeres deben ser comunes. En las fiestas de himeneo, los guerreros de treinta a cincuenta y cinco años se unirán a las guerreras de veinte a cuarenta. Cuando el tiempo de las uniones pase, los esposos se separarán de sus esposas hasta la nueva fiesta, en que la suerte multiplique con un nuevo enlace los vínculos del cariño. Para evitar las uniones entre padres e hijos, todos los que nazcan antes del décimo [145] mes, a contar desde la fiesta, llamarán padres a todos los que en aquella fiesta se hayan unido; se tornarán grandes precauciones para que las madres no puedan reconocer a sus hijos en caso alguno. El Estado sólo tendrá mil guerreros escogidos. Cada artesano cultivará sólo un arte. Todos los ciudadanos comerán reunidos. El bien de un Estado es la igualdad: allí donde todos son iguales, la virtud y la felicidad deben resplandecer {(1) Rep., lib. VI}.

La ciudad central, dice Platón, debe dividirse en doce cuarteles, y el territorio en doce cantones. Cada cantón se subdividirá en 420 porciones, y el número de ciudadanos será de 5.040, número que considera divisible por 12, y que es el de las esferas etéreas. Todo ciudadano tendrá una porción en la ciudad central y otra cerca de la frontera, y así estará interesado en defender el interior de las discordias y el exterior de las invasiones. Todo el que ejerza una profesión no podrá ser ciudadano. Ningún ciudadano podrá poseer una fortuna que exceda del cuádruplo de la primitiva y todos se agruparán en cuatro tribus; el censo menor será de una mina. Los senadores se elegirán entre las tribus hasta el número de 360, por un sistema combinado entre la monarquía y la democracia. La verdadera república debe ser un justo medio.

La primera magistratura es la de los pontífices nombrados por el oráculo de Apolo, cuyas funciones serán vitalicias. Las mujeres tendrán acceso a todos los empleos. Tres generales se encargarán de la defensa del Estado y de la ejecución de las leyes. [146] Los magistrados supremos pueden ser en pequeño o en gran número. Seis cuestores se encargarán de la hacienda pública, tres ediles de la policía; en fin, la juventud tendrá sus inspectores. El Senado se compondrá de 360 ciudadanos, divididos en 30 secciones de 12 miembros. Un comité permanente se encargará de la revisión de las leyes.

El padre nombrará heredero al hijo que se distinga por su virtud; los demás hijos serán adoptados por el ciudadano que no tenga sucesión. No se dotará a las hijas; y si el número de los ciudadanos aumenta excesivamente, debe recurrirse al aborto. El comercio se prohibirá bajo penas severas.

Tal es, en breve resumen, la república de Platón, que Aristóteles combate, sobre todo en su principio de unidad y en la comunidad de las mujeres y de los hijos.

El resto del libro segundo está consagrado al examen y crítica de las constituciones propuestas por Faleas de Calcedonia e Hipodamus de Mileto, y al de las de Creta, Cartago y Lacedemonia.

VI

Empieza el tercer libro de la Política con el examen de los caracteres por que debe reconocerse al ciudadano y de los que constituyen un buen gobierno. Después de tratar la cuestión por Platón propuesta acerca de si la virtud del ciudadano es la misma que la del hombre perfecto, trata de las prerrogativas políticas y del ostracismo.

Si apareciesen en el Estado, dice, uno o muchos hombres superiores a los demás por [147] su virtud, a tal extremo que fuesen demasiado grandes para formar parte de la organización política; si fuese tal su fuerza y su influencia que uno solo o algunos pesasen tanto en la opinión pública como el resto de los ciudadanos, sería preciso reconocer que no podrían formar parte de la ciudad. Grave injuria sería colocar bajo el nivel de la común igualdad a hombres tan distinguidos por su virtud política, que tendrían más de dioses que de simples mortales. ¿Cómo podría colocárseles bajo el yugo de la ley? De ningún modo: las leyes son hechas para hombres iguales por su virtud y su nacimiento, y tales hombres son a ellas superiores; ellos mismos son su propia ley. Tampoco puede reducírseles por la fuerza a la obediencia, sin que repliquen lo que los leones de Antistenes replicaron a las liebres que les notificaron el decreto de igualdad. Sólo el ostracismo puede precaver este exceso de grandeza. Prudente fue el consejo de Periandro a Trasíbulo cuando en presencia de su mensajero hizo cortar en un campo todas las espigas que sobresalían de las demás {(1) Política, lib. II, cap. VIII}.

Divide luego los gobiernos en puros y corrompidos. Examina, en primer lugar, la monarquía, que define como el gobierno de uno solo, cuando procura el bien general; su corrupción es la tiranía, que es el gobierno de uno solo que mira únicamente a su interés propio. La observación del autor del Contrato Social en este punto es justa. Aceptando, dice, la definición de Aristóteles, se sigue que desde el principio del mundo no ha existido un solo monarca.

La monarquía es combatida duramente por [148] Aristóteles. Para que un hombre sea soberano, exclama {(1) Ibidem, lib. III, cap. X}, necesita estar dotado, como la ley, de un criterio universal, y siempre se hallará, en este supuesto, en el caso en que se supone a las leyes, con la diferencia de no estar, como ellas, exento de pasiones. Siendo el Estado compuesto de seres iguales y libres, no es conforme a la naturaleza que uno solo mande a todos {(2) Ibidem, cap. XI}. Es imposible que un hombre solo puede ver todo con sus propios ojos; será, pues, preciso que delegue su poder en otros magistrados inferiores. ¿Por qué, pues, no establecer estos magistrados inmediatamente, sin necesidad de obtener igual resultado con un intermediario? Además, la monarquía jamás debe ser hereditaria: en los hijos de los reyes aparecen tantos defectos como virtudes en sus padres. Rousseau ha confirmado esta opinión con una frase del tirano Dionisio, que, reprendiendo a su hijo una acción afrentosa, le preguntó: ¿Te he dado yo ese ejemplo? ¡Ah! contestó el hijo. ¡Vuestro padre no era rey!

Aristóteles, acaba, sin embargo, el examen de la monarquía, afirmando que, si en una raza entera o en un individuo resplandece una virtud tan sublime que las de todos los demás ciudadanos reunidos no pueden ponerse en parangón con ella, justo será entonces que esta raza será real y este individuo monarca. [149]

VII

En el libro cuarto, Aristóteles presenta la organización que le parece preferible, que llama república o gobierno de la clase media, término medio entre la oligarquía y la democracia.

Los elementos constitutivos de la ciudad son los guerreros y los magistrados, por más que puedan considerarse necesarios los labradores, los obreros y los mercenarios. El artesano no tiene derechos políticos, así como tampoco clase alguna extraña a las nobles ocupaciones de la virtud. Las propiedades deben pertenecer a los ciudadanos, los labradores serán necesariamente, o esclavos, o bárbaros, o siervos {(1) Política, lib. IV, cap. VIII}.

Después trata una porción de cuestiones importantísimas, tales como la del emplazamiento de la ciudad y la de la utilidad de las fortificaciones. Partiendo del principio de igualdad, la república de Aristóteles no es más que la consagración del derecho del más fuerte, por más que haga descansar la superioridad política en la de la inteligencia. Puede decirse que resucita el sistema de castas del antiguo Egipto.

La teoría de la educación aparece en el libro quinto. Divide Aristóteles la educación en tres edades, y dice que debe consistir menos en enseñar que en alejar de los niños lo que puede serles dañoso. Los que hoy separan la instrucción de la educación, y atribuyen a la primera capital importancia, pueden hallar en este libro enseñanza provechosa.

La atención que a Aristóteles merece la [150] alimentación de la primera infancia es digna de estudio. A la madre atribuye exclusivamente los primeros cuidados, principio contrariado hoy hasta el punto de desdeñarse no pocas madres de criar a sus hijos, olvidando que la esposa de Platón, la madre de Honorio, la de los Gracos, la de Augusto y la de César criaron a sus pechos a sus hijos, considerando esto un honor: cuenta la historia que la madre de San Luis hizo vomitar a su hijo lo que había mamado de una de sus damas estando ella ausente, diciendo que no quería que nadie la pudiese disputar el cumplimiento del menor de sus deberes de madre. Aristóteles presta gran cuidado a la educación tal como se comprendía en su tiempo, pensando como después pensaron Ovidio, Cicerón, Plutarco y Juvenal, que si mucho vale ser sabio, vale mucho más ser virtuoso. Censura la gimnasia de los atletas, que enerva el cuerpo en vez de darle vigor, y trata extensamente de la música, placer de los hombres libres.

Conviene mucho, exclama, separar de los ojos de los niños y de sus oídos todo espectáculo indigno y toda palabra indecorosa. El legislador debe castigar severamente a todo aquel que ante un niño cometa una acción deshonesta; debe tratarle como a esclavo, puesto que de esclavo es su falta {(1) Política, lib. IV, cap. III}. Los consejos de Aristóteles son sabios y prudentes en este punto. Cuando en tiempo de Augusto se quejaba Horacio del deterioro de cada una de las generaciones por efecto de las malas costumbres, parece que adivinaba el resultado de ellas, partiendo de los vicios y de las primeras acciones, palabras y ejemplos que [151] reciben los niños, quedando en ellos indeleblemente esculpidos para toda la vida. Al asegurar Séneca que no había animal cuyo carácter fuese más difícil de manejar ni que pidiese más destreza en el que le gobernase que el hombre, suponía consiguientemente la necesidad de que fuese educada la juventud por maestros de vida irreprensible e instrucción ejemplar y nada común.

En el libro sexto divide Aristóteles los gobiernos en tres principales: monarquía, o gobierno del más digno; aristocracia, o gobierno de los mejores; y república, o gobierno de la clase media, en que debe resplandecer siempre la virtud. Cuando estos gobiernos se separan de la justicia, se corrompen y aparecen: la tiranía, corrupción de la monarquía en que gobierna un hombre solo, mirando únicamente a su particular interés; la oligarquía, corrupción de la aristocracia en que la prerrogativa, porque usurpa al poder una minoría, es la riqueza y no la virtud: por último, la demagogia, corrupción de la democracia, en que el poder corresponde a la muchedumbre desenfrenada, con exclusión de los ricos y de los hombres virtuosos. Las combinaciones de estos gobiernos producen nuevas especies de constituciones, cuyas diferencias nacen principalmente del clima.

Es indudable que hoy una división de los gobiernos debe partir de principios más fundamentales.

No puede negarse que incurren en grave error aquellos que, con decir monarquía o república, creen haber expresado un criterio para la organización del poder todo, siendo así que tales denominaciones sólo se refieren a la forma en que ha de organizarse el poder [152] particular del jefe del Estado {(1) Azcárate, Estudios filosóficos y políticos}. Si se coloca frente a frente de una federación una monarquía del antiguo régimen, hay entre una y otra un verdadero abismo; pero entre la monarquía constitucional y la república unitaria no son tan esenciales como se cree las diferencias.

Este libro termina con una teoría general de los tres poderes: deliberante o legislativo, ejecutivo y judicial. Esta teoría es una de las más importantes que en la Política se desenvuelven, por más que en ella se confunde al soberano con el gobierno. En todo Estado, dice, pueden hallarse tres poderes, de que todo legislador prudente debe ocuparse. Una vez bien organizados estos poderes, estará bien organizado el Estado entero. Realmente los Estados no difieren sino por el modo de organización de estos tres elementos {(2) Política, lib. VI, cap. XI}.

Las leyes orgánicas, dice Aristóteles en el libro séptimo, deben ser conformes a cada, sistema de gobierno. Expone, por consiguiente, cuáles deben ser las bases de estas leyes y las de las que conservan la constitución. Considera que las dos formas principales de gobierno son la oligarquía y la democracia, porque el poder se halla siempre en una mayoría o en un corto número de ciudadanos. Todas las demás formas de gobierno son matices de estas dos. Examina, pues, la organización del poder en la democracia y en la oligarquía.

En las democracias todos los ciudadanos deben ser electores y elegibles; todos deben mandar a cada uno y cada uno a todos, alternativamente. [153] Todos los cargos deben conferirse por suerte, o al menos todos aquellos que no exigen talento especial. El censo, si existe, debe ser mínimo. Nadie debe desempeñar dos veces el mismo cargo, o al menos muy raramente. Todos los ciudadanos deben juzgar todos los negocios; la asamblea general debe ser soberana en todo. Por lo demás, todos los empleos deben ser retribuidos {(1) lib. VII, cap. I}.

El pueblo más apto para la democracia es el pueblo agricultor, y después de éste el que vive del pastoreo. Este modo de vivir se acerca mucho a la existencia agrícola; los pueblos pastores están maravillosamente preparados para los trabajos de la guerra, por ser de temperamento robusto y capaz de soportar todo género de fatigas. En cuanto a las clases diferentes a éstas, son a ellas muy inferiores, y aún puede decirse que la virtud es siempre opuesta a las ocupaciones de los artesanos, de los mercaderes y de los mercenarios {(2) lib. VII, cap. II}.

Las bases de las oligarquías son contrarias totalmente a las de las democracias. Desde el momento en que se posee el censo legal se debe llegar a los empleos, y el número de los individuos del pueblo que tengan participación en el poder con arreglo al censo, debe combinarse de tal modo, que la porción de la ciudad que goce de derechos políticos sea más fuerte que la que de ellos carezca {(3) lib. VII, cap. IV}.

Por último, el tratado de las revoluciones ocupa el libro octavo, el más hermoso de toda la obra. Puede considerares como una reseña de todas las revoluciones griegas, y los [154] consejos que en él se dan a los gobernantes son de la mayor importancia.

La igualdad es siempre la principal causa de las revoluciones. La muchedumbre aspira siempre a la igualdad absoluta; la clase distinguida quiere la absoluta desigualdad: la ambición de unos, la envidia de otros, ocasiona las discordias civiles. Las injurias, el envilecimiento y la avaricia de los gobernantes de un lado; de otro, la cólera, la ira, la envidia, la ambición y el odio de los gobernados, hacen que todo poder se trastorne y se convierta, primero en demagogia y luego en despotismo.

El cumplimiento y observancia severa de las leyes, la prudencia, la sabiduría, la templanza, el uso moderado y hábil de los poderes, es el medio mejor de conservación de los gobiernos.

Cada forma política lleva en sí las causas de su ruina. Aristóteles las examina todas, y expone luego los medios de evitar este mal. La misma tiranía, encuentra en este libro consejos no menos hábiles que los que da Maquiavelo en su Príncipe. {(1) Queriendo dar lecciones a los reyes, se han dado grandes a los pueblos. El Príncipe de Maquiavelo es el libro de los republicanos. Rousseau, Contrato Social.}

Reprimir y contener toda superioridad, deshacerse de los hombres animosos, prohibir las

asociaciones, impedir la instrucción y todo lo que ordinariamente de valor y confianza en sí mismo, evitar las reuniones y todo cuanto puede dar a conocer unos ciudadanos a otros, medios son que deben emplear todos los tiranos. [155] Preciso es acostumbrar al pueblo a la bajeza y a la servidumbre, y saber todo cuanto se dice, procurando sembrar entre los oprimidos la discordia, sin olvidar medio alguno de hacer cada vez mayor su empobrecimiento.

Termina, por fin, este libro inmortal con una acerada crítica de Platón. Digno es de atención, dice Mr. Barthélemy Saint-Hilaire, que Aristóteles comienza y termina su obra con una crítica de las doctrinas de su maestro.

VIII

La Política, después de Aristóteles, ha permanecido estacionada durante muchos siglos. Los Padres de la Iglesia y la escuela histórica han considerado el derecho como un orden exterior, cayendo en el formalismo consiguiente destituido de espíritu ético y racional. Después de confundirse por Kant el derecho con la voluntad, las escuelas individualistas no han podido menos de caer en ese formalismo exterior, sin que hayan bastado a corregir su falsa dirección los trabajos de Schelling, Hegel, Stahl y Savigny. El doctrinarismo moderno, fundado en el eclecticismo, filosofía del justo medio y del statu quo, admite el Estado como supuesto necesario, sin ver que su idea es la idea fundamental de toda política. Así, desprovistas de un fundamento sólido, las monarquías reflejan hoy el doctrinarismo aristocrático de Montesquieu y Benjamín Constant, o el mesocrático de Royer Collard, mientras en las democracias aparece el doctrinarismo de Rousseau y de Sieyes. [156]

Los doctrinarios, queriendo aunar la legitimidad con la revolución y la libertad con el orden, faltos de un todo de principios, han dado vida a teorías tan famosas como la de los reyes que reinan y no gobiernan.

La rutina ha encontrado en ellos serviles adoradores, no vacilando en llamar reglas prácticas de conducta a las que no son sino reglas para explotar en su provecho las miserias de la corrupción humana {(1) Giner, La soberanía política}. Basta a formar una bandería la cuestión de saber a quién se transmite la soberanía, como si la soberanía pudiera transmitirse, siendo como es el poder supremo y fundamental del Estado mismo, y residiendo en toda persona de derecho, en cuanto active para este fin. Mas ¿qué mucho que esta cuestión divida hoy a los partidos políticos, cuando son tan frecuentes en ellos las disgregaciones por disensiones meramente personales? La política parece haberse convertido para ciertos hombres en un conjunto de habilidades del peor gusto. La mayor o menor discreción al dirigir unas elecciones, la mayor o menor benevolencia para con los amigos políticos en los tiempos de prosperidad, son suficientes a formar un partido político, y, lo que es más triste, a llevar a este partido al poder. Así, las torpezas suceden a las torpezas; la ruina en el interior y el descrédito en el exterior llegan a los mayores extremos, y en tanto, los hombres que se llaman de orden condenan como abstrusas, intrincadas y laberínticas todas las teorías que no entienden, dividen los partidos en legales e ilegales, y mientras los hombres del trabajo sufren las [157] terribles consecuencias de una administración corrompida y de una centralización absurda, saborean ellos las dulzuras del poder, convirtiendo las ideas de familia, de sociedad, de libertad y de orden en una insulsa y mal intencionada palabrería.

La política, la ciencia del Estado, es una rama substantiva como todas, pero subordinada de la ciencia general del derecho; y cuanto se ha hecho al intento de arrancarla de este su tronco fundamental, ha producido los desastrosos ensayos de Maquiavelo, y de los modernos positivistas, igualmente mortales para la vida y para el pensamiento: que mal puede florecer cuando se le sustrae su propio asunto y contenido {(1) Giner, La política antigua y la política nueva}.

Siendo el derecho el orden de la conducta buena y libre relativa al cumplimiento de los fines de la vida, el Estado es la persona en cuanto realiza el derecho, y así no puede confundirse el Estado con la sociedad. Hay dos órdenes de personas, totales unas y particulares otras, y pertenecen al primero el individuo, la familia, el municipio y la nación, en que se realizan todos los fines humanos, según la amplitud de su esfera respectiva. A cada una de estas personas corresponde, pues, un Estado, en tanto que el derecho, como fin esencial de la vida, lo es también de toda personalidad {(2) Giner, Principios de derecho natural}.

El individuo tiene una esfera propia de acción en que realiza el derecho como propiedad [158] esencial mediante su actividad. Es una unidad y totalidad que debe, por tanto, vivir como un todo unitario en espíritu y cuerpo con presencia y posesión de sí mismo sobre todo lo particular de su vida.

El matrimonio no en manera alguna es la unión de dos seres por un contrato, sino una personalidad en que se armonizan las oposiciones de los individuos. La familia tiene su propia ley de vida, sus propias costumbres, su propio derecho interno; puede y debe representar una individualidad peculiar en religión, en arte, en costumbres domésticas y en vida exterior {(1) Krause, Ideal de la Humanidad para la vida, trad. de Sanz del Río}.

El municipio no es una delegación del Estado nacional, ni la consecuencia de un contrato sinalagmático entre varias familias {(2) Giner, Principios de Derecho natural}. Tiene una existencia substantiva independiente del conjunto de sus miembros.

La nacionalidad se constituye por la unidad de raza, de lengua, de territorio y de cultura, sin que pueda el Estado nacional confundirse nunca ni absorberse en los demás Estados, ni éstos en aquél. Tiene también vida propia en que el Estado se realiza y desenvuelve. No puede ser un pacto su origen ni su modo de organización. Todo contrato necesita del consentimiento, y mal puede haberle allí donde la necesidad viene a viciarle. La libertad, por otra parte, no es la facultad de la voluntad pura de hacerse práctica, sino el ejercicio real y conforme al orden moral de la voluntad. [159] Por lo demás, inútil será buscar el criterio de la formación de las grandes naciones en el lenguaje por sí solo, ni en las fronteras naturales, ni en la Historia, ni en el llamado equilibrio europeo {(1) Pi y Margall, Las Nacionalidades}. Habrá una nación allí donde haya muchos pueblos que, debiendo realizar idénticos fines, cuenten con análogos medios para cumplirlos.

El individuo halla en sí los derechos de libertad y de igualdad; los dos se armonizan en un principio superior: la asociación. Asociaciones totales son la matrimonial, la comunal, la nacional, la confederación de muchos pueblos y la de toda la humanidad. Asociaciones particulares son la religiosa, la científica, la moral, la artística, la industrial, la comercial, jurídica y civil {(2) Krause}. Todas ellas tienen fines propios, y son personalidades substantivas; todas constituyen verdaderos Estados, en cuanto todas realizan el derecho.

El doctrinarismo de Montesquieu y de Rousseau, no menos que el de Royer Collard, toca a su ocaso. Krause, Ahrens, Leonhardi, Roeder y Tiberghien han trazado nuevos senderos para llegar a devolver a la ciencia del derecho su verdadero espíritu {(3) Y en nuestra Patria, Sanz del Río, Giner, Salmerón, Azcárate, Castro, Revilla, González Serrano y otros}. Los nombres de Holtzendorf, Mohl, Schaefle y otros cien demuestran que no puede reducirse hoy la política al humilde papel de educación de los príncipes. Quizá no está lejano el día en que, [160] reconociéndose universalmente el verdadero concepto armónico de la ciencia política, no será estéril la obra de tantos pensadores y de tantos siglos, y se aquilatará el mérito histórico, muy otro del que se piensa, del filósofo de Estagira, del inmortal Aristóteles.

Antonio Zozaya
12 de diciembre de 1885