Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo octavo Discurso VII

Corruptibilidad de los Cielos

§. I

1. Con mucha ligereza estableció Aristóteles, que los Cuerpos Celestes son incorruptibles; y los Filósofos posteriores a él le siguieron con poca reflexión. No tuvo el Estagirita otro fundamento para negar toda alteración en los Cielos, que el no haber observado en ellos las variaciones, que hay en la tierra. Los terremotos, dice {(a): Lib. de Mundo ad Alex.}, las inundaciones, los incendios han trastornado montañas, sepultada tierras, desolado Países. Nada de esto vemos en el Cielo. Todos sus cuerpos se observan sin variación de un siglo a otro. Vanísima prueba. Como si en caso que en el Sol, o en otro cualquiera Astro se hiciese una alteración igual a la que hizo en la tierra el mayor terremoto, pudiese percibirla Aristóteles, aunque tuviese más perspicaz vista que el lince. Según este modo de discurrir, si Aristóteles habitase en un Planeta, diría, que los cuerpos terrestres son incorruptibles; siendo cierto, que desde aquel sitio no percibiría las variaciones, que en el Globo Terráqueo inducen inundaciones, incendios, y terremotos.

2. A esta inadvertencia de los Antiguos se agregó la impericia Astronómica, originada, ya del efecto de aplicación, ya de la falta de Telescopio. Los Cometas siendo [179] cierto que son cuerpos supralunares, aun sin la ayuda del Telescopio, son capaces de inducir gravísima sospecha de que hay generaciones, y corrupciones en el Cielo; pues según el informe de la vista nacen, y perecen. Pero su situación verdadera, por ignorancia de la regla de la Paralaje, se ocultó a Aristóteles, y a los más de los Antiguos, que los creyeron fuegos sublunares, constituidos en la suprema región del aire. No faltaron a la verdad algunos, que los discurrieron colocados dentro de los Orbes Celestes; pero, o juzgaron que eran unos agregados de muchas estrellas, como Demócrito, y Anaxágoras; o que identificando en uno todos los Cometas, le imaginaron un determinado Planeta, que lo más del tiempo está escondido en los rayos del Sol, como los Pitagóricos; o en fin supusieron, que cada Cometa era un Planeta girante por un círculo sumamente excéntrico a nosotros, que se aparece cuando se nos acerca, y desaparece cuando se aleja. Este fue el sentir de Apolonio Myndio, y hoy es del gusto de muchos modernos.

3. Lo único que hay indisputable en todo lo dicho es la existencia de los Cometas dentro de los Orbes Celestes, habiendo convenido la Paralaje, que todos aparecen en sitio superior al de la Luna, y algunos aún al del Sol. Que cada Cometa sea un agregado de muchas estrellas, se falsifica por su movimiento, pues unos se mueven de Oriente a Poniente, otros del Mediodía al Septentrión, otros del Septentrión al Mediodía; siendo así que todas las estrellas con su movimiento diario caminan de Poniente a Oriente. Asimismo, que todos los Cometas sean uno mismo se halla contradicho, ya por el diverso, y aún opuesto movimiento de unos a otros, ya por la gran desigualdad de altura en que aparecen.

4. Finalmente el que cada Cometa es un Planeta, o Astro permanente, criado como los demás, al principio del mundo, pero que ya aparece, ya desaparece, según que se acerca, o aleja de la tierra, haciéndose [180] visible en aquella parte de un grandísimo círculo, donde gira, que está más cerca de nosotros, y perdiéndosenos de vista en lo restante del círculo por su enorme distancia, aunque es sistema plausible entre los Modernos, los mismos Autores apasionados por él confiesan, que no pasa del orden de conjetura. Varias tentativas se han hecho para inferir por señas idénticas el regreso de los Cometas; esto es, que el Cometa que apareció en tal tiempo, es el mismo que algunos años antes había aparecido; sin que hasta ahora se haya podido ajustar cosa. Pero entretanto que esto no se prueba, como las apariencias no representan, que los cometas se vienen, y se van, sino que se hacen, y se deshacen, esta especie de fenómenos inclina a que hay generación, y corrupción en los Cielos.

§. II

5. La segunda especie de fenómenos, que mueve a creer que hay generación, y corrupción en los Cielos, es la aparición de estrellas nuevas, que en varios tiempos se han visto, y la extinción, ya de esas mismas, ya de otras. Fuera de las que, más ha de un siglo, empezaron a notarse en la constelación de la Casiopéa, en el Cuello de la Ballena, en el pecho del Cisne, y en el Serpentario, Monsieur Casini observó una nueva de la cuarta magnitud, y dos de la quinta en la Casiopéa: otra de la cuarta, y otra de la quinta magnitud al principio de la constelación del Eridano: cuatro de la quinta, y sexta magnitud cerca del Polo. El Padre Don Anthelmo, Cartujo, observó después otra cerca de la constelación del Cisne. Otra después Mosieur Maraldi en la constelación de la Hydra. Asimismo han desaparecido algunas, que los anteriores Astrónomos habían notado. Monsieur Casini halló menos dos, que Bayer había señalado en la Osa menor; y en la Andrómeda una, notada por Thicho Brahe en la constelación de Fiscis, no parece ahora.

6. Pero tampoco faltaron soluciones para salvar las [181] estrellas de la corrupción, que parece persuaden las observaciones alegadas. La primera que ocurrió, fue adaptar a las estrellas, que parecen, y desaparecen, lo que poco ha se dijo de los Cometas; esto es, que girando en un círculo sumamente excéntrico, respecto de la tierra, se ven en la parte del círculo más próxima a nosotros, y se pierden de vista por su enorme distancia en el resto del círculo. Pero esto tiene poca verisimilitud; pues parece que las demás estrellas se habían de revolver en círculos semejantes, lo cual no sucede, pues las más se nos presentan siempre a los ojos sin descaer, ni de su magnitud, ni de su resplandor.

7. Más aceptación logró el ingenioso pensamiento de Ismael Bullialdo. Éste salva la permanencia de la estrellas, que parecen, y desaparecen, suponiendo dos cosas: la primera, que tengan revolución sobre sus ejes: la segunda, que sean unos cuerpos en parte oscuros, y en parte luminosos. Con estas dos suposiciones se entiende bien, que una estrella, sin mudar de sitio, sólo con volver hacia la tierra la parte oscura, se desaparezca; y prosiguiendo en girar sobre su eje, vuelva después hacia la tierra la parte luminosa, con que se logre su aparición. Como en estas dos suposiciones no hay repugnancia alguna, y aún a favor de la revolución sobre sus ejes está el ejemplo del Sol, y otros Astros, no es fácil derribar esta solución.

8. Añádase haberse observado periódicas las apariciones, y desapariciones de tres estrellas, y calculado por estos períodos el tiempo que tardan en sus revoluciones, esto es la estrella de la Ballena once meses: la del Cisne trece: y una de la Hydra dos años.

§. III

9. El tercer argumento por las alteraciones celestes se toma del aumento, y diminución de magnitud, que se ha observado en varias estrellas. Pero esto puede también explicarse, suponiendo algunas partes [182] opacas en esas estrellas, de modo, que cuando una estrella tiene hacia la tierra la parte de su superficie, que es toda luminosa, parecerá mayor; y cuando aquella, que está circundada de algunas partes opacas, parecerá menor.

§. IV

10. El cuarto argumento se funda en las manchas del Sol, que descubrió el primero, al principio del siglo pasado, el Padre Cristobal Scheinero, jesuita Alemán, y después sucesivamente fueron observando los más famosos Astrónomos de la Europa. Estas manchas no son constantes, sino pasajeras. Ya se ve una, ya dos, ya tres, ya más, ya ninguna. Tal vez distintas manchas se juntan, y hacen una de mayor tamaño: tal vez una se divide en muchas. Algunas se han visto mayores que todo el Globo Terráqueo. Si las manchas solares fuesen permanentes, nada probarían al intento; sí sólo, que el cuerpo solar desde su creación es en algunas partes oscuro. Pero formándose muchas veces esas manchas, a la vista de los Astrónomos, donde antes ninguna parecía, y disipándose de modo, que el mismo sitio donde poco ha se veían, vuelve a resplandecer todo luminoso parece no dejan duda de que hay alteraciones notables en el cuerpo solar, del mismo modo que en los mixtos elementales. Por el movimiento de las manchas se ha descubierto la revolución del Sol sobre su centro, incógnita a todos los antiguos Astrónomos, la cual se hace en poco más de veinte y siete días. Algunas manchas duran dos, o tres revoluciones del Sol; otras ni aún una entera.

11. Ocurrió luego, que estas manchas fuesen, o costras de materias requemadas, nadantes en aquel Océano de fuego, o humos, u hollines levantados de él. El Señor Casini se inclinó a lo último, para lo cual meditó, que hay en el globo del Sol algunas porciones de especial disposición para levantar a tiempos estos humos; y cuando el humear durase muchos días, revolviendo por [183] todo el cuerpo solar, y con él el sitio que humea, es forzoso, que acabada la revolución, se vea la mancha en la misma situación que antes se veía. Al modo que si la tierra, como quiso Copérnico, se resolviese sobre su eje en veinte y cuatro horas, y no la mirase desde un Astro fijo, al tiempo que el Etna está humeando, le parecería el humo una mancha, o borrón de la tierra; y esta mancha, concluida una revolución, se representaría en el mismo sitio que antes. Cualquiera de las explicaciones propuestas que se admita, se infiere, que en el Sol hay las mismas alteraciones, que en el fuego elemental.

12. Por esto no se descuidaron los apasionados de la incorruptibilidad de los cuerpos celestes en discurrir otro sistema acomodado a su opinión. Dicen éstos, que esas manchas son unos cuerpos sólidos, y opacos, que nadan en el Océano Solar, pues para este efecto suponen fluida aquella grande masa de fuego, lo que sin duda es sumamente verisimil. Según este sistema, es fácil entender como a veces de muchas manchas se hace una, y a veces de una muchas, lo cual no necesita más de que se junten, o separen muchos de aquellos cuerpos. Pero resta una gran dificultad en la aparición, y desaparición de las manchas: pues esos cuerpos sólidos, ¿o son permanentes, o no? Si no lo son, ya hay generación, y corrupción en el Cielo, pues esos cuerpos se forman, y se deshacen. Si lo son, siempre se verían fluctuar en el líquido solar, por consiguiente siempre se verían manchas en el Sol; lo cual no sucede, pues ha habido años enteros, en que no se notó en él mancha alguna.

13. Responden, que a tiempos nadan, y a tiempos se hunden. Pero esta solución, a mi entender, en vez de asegurar la inalterabilidad de los cuerpos celestes, enteramente la destruye: pues si aquellas masas opacas ya fluctúan, ya se sumergen, son sin duda unas veces más leves, y otras más graves, que el líquido solar; lo cual no puede suceder sin una grande immutación en ellas, sea la que se fuere, y sea ésta, o aquella la causa de que [184] proviene; y a la verdad, si en el líquido solar se admiten cuerpos, que ya suben, ya bajan por la aumentación, o diminución de gravedad, ¿cuánto más natural es admitir humos que se elevan de aquel fuego, y condensados bajan después, como sucede a los del fuego elemental?

§. V

14. Las que llaman los Astrónomos faculas del Sol, no prueban menos la alterabilidad de este Astro, que las manchas. Dase el nombre de faculas a una porciones del Astro más brillantes que las demás. Este mayor resplandor es transitorio, de suerte, que una parte del Sol, que hoy brilla más, dentro de algunos días brillará menos, y al contrario. O siempre, o frecuentemente los sitios de las manchas, después de desvanecidas éstas, resplandecen más por algún tiempo, que el resto del cuerpo solar. Esta aumentación, y diminución de resplandor prueban en el Sol la misma intensión, y remisión, y por consiguiente la misma alterabilidad en parte que tienen las luces, y fuegos elementales. Así sea este quinto argumento contra la incorruptibilidad de los Cielos.

§. VI

15. El sexto se toma de las manchas de otros Planetas. Después que se usan telescopios muy grandes, se han descubierto en Marte, en Júpiter, en los Satélites de éste, especialmente en el cuarto. De las manchas de todos estos Planetas se puede hacer argumento; pero más fuerte de las de Marte, en que se encuentra tanta variación, e irregularidad, que los observadores de ellas ya han dado las manos, confesando, que padece necesariamente grandes immutaciones la superficie de este Planeta, y mucho mayores sin comparación, que la superficie de la tierra. Así el famoso Fontenelle, Historiador de la Academia Real de las Ciencias, en el Tomo del año de 1720, después de referir varias [185] observaciones hechas sobre las manchas de Marte, concluye con estas palabras: Hácense, pues, grandes mutaciones sobre todo el Planeta Marte, y parece también, que son más irregulares, y variadas, que las de Júpiter, que casi no consiste más que en la conmutación de las bandas claras en oscuras, y de las oscuras en claras. Ya hemos notado en otra parte, que la superficie de la tierra, de mucho tiempo a esta parte, está mucho más tranquila, que la de los Planetas, &c.

16. Adviértese, que cuando los Astrónomos hablan de las manchas de Marte, no sólo entienden debajo de este nombre las que con alguna propiedad se pueden llamar tales; esto es, las oscuras, mas también aquellas porciones, que brillan más que el resto del Planeta. Así dividen las manchas en claras, y oscuras.

17. Noto, que Eusebio Amort, que, defendiendo la incorruptibilidad de los Cielos, se opone al argumento hecho de las manchas de los Planetas, no se enteró bien de las Observaciones; si no es que digamos, que cautelosamente las disimuló, por no carecer de respuesta. Lo que responde es, que esas manchas no son más que sombras causadas por algunos cuerpos opacos interpuestos; porque dice, que en todas sus apariencias siguen las leyes de las sombras; añadiendo con notable satisfacción: Ut patet intuendi earum figuras. Lo contrario consta evidentemente de repetidas observaciones de Casini, Maraldi, y otros; lo que podría demostrar con varios argumentos peremptorios deducidos de dichas observaciones.

18. Mas porque estas discusiones prolijas no son del gusto de muchos lectores, me contentaré con preguntar al Autor citado, si también las manchas claras son sombras causadas por la interposición de algunos cuerpos opacos, porque sería raro portento, que los cuerpos opacos hiciesen más luminosas, que todo el resto del Planeta, aquellas partes, donde impidiendo la luz del Sol, hacen sombra. Mas si sólo llamaba sombras a [186] las manchas oscuras, le resta responder al argumento, que se hace con las claras, explicando cómo, sin alteración física del Planeta, se forman, y se deshacen éstas.

19. Algunos célebres Filósofos Modernos, entre ellos Casini, y Fontenelle, conjeturan, que las alteraciones, observadas en los Planetas, son análogas a las que suceden en la superficie del Globo Terráqueo, y procedentes de las mismas, o equivalentes causas. Para cuya inteligencia supongamos, que un hombre habitase en el Planeta Marte, y de allí mirase la tierra con un gran telescopio. Vería, sin duda, en ella a tiempos manchas claras, y oscuras, que se harían, y desharían, ya en esta parte del Globo, ya en aquella: unas mayores, otras menores: unas de más, otras de menos duración, a tiempos ninguna, ni clara, ni oscura. ¿Mas cómo eso? De este modo. Cuando un agregado grande de nubes cubriese una porción considerable de la tierra, parecería en ella una mancha oscura. Cuando las nubes se resolviesen en copiosas nieves en el territorio ocupado de ellas, parecería una mancha blanca; esto es, un sitio más brillante, que todo el resto de la tierra, por la mayor reflexión, que la luz del Sol haría en la nieve, que en la tierra desnuda.

20. Como donde se ven los mismos efectos (discurren estos Filósofos) se deben inferir las mismas causas: las manchas, que desde la tierra vemos en Marte, siendo totalmente semejantes a las que desde Marte se verían en la tierra, deben atribuirse a los mismos principios. Debe, pues, pensarse, que aquel Planeta es un globo análogo al nuestro, que tiene montes, valles, lagos, ríos, mares: por consiguiente su atmósfera propia donde elevándose a veces muchas nubes, que cubren una parte del Planeta, representan en él una mancha oscura; y precipitándose a veces de ellas espaciosas nieves, representan una mancha clara. Todas las irregularidades de las manchas de Marte se explican sin el menor tropiezo en este sistema. [187]

21. Dos reparos sin embargo se pueden ofrecer contra él. El primero es, que parece conforme a razón regular unos Planetas por otros: la Luna no tiene atmósfera: luego tampoco la tiene Marte. Respondo lo primero, que no puede asegurarse, que la Luna no la tenga. Galileo, Kepler, (hombres grandes en la Astronomía) Longomontano, el Jesuita Mario Bettini, el Capuchino Antonio María Rheita, y otros, no dudaron de atribuir atmósfera a la Luna. Impúgnanlos otros más modernos. Pero los argumentos de éstos sólo excluyen atmósfera sensible, o algo considerable; así como por las más recientes observaciones se han desaparecido los mares, que otros habían creído en la Luna, sin que esto prohiba, que halla en ella lagos menores, y humedades, de donde se levanten algunos pocos vapores, que constituyan una tenue, y muy enrarecida atmósfera, y por muy enrarecida inobservable. Juzgáronse un tiempo por varios Astrónomos mares de la Luna unos sitios del Astro constantemente oscuros; concibiendo, que aquella oscuridad no podía menos de provenir de la inmersión de los rayos del Sol en la transparencia de las aguas, por cuya causa no hacían reflexión en aquellos sitios. Pero habiendo después otros Astrónomos observado algunas cavidades en aquellos mismos sitios (lo que es contra la naturaleza del líquido), discurrieron, que aquellos sitios constaban de una tierra, o materia muy esponjosa, o porosa, donde por consiguiente, hundiéndose la mayor parte de los rayos solares, la reflexión era poca, y así los sitios se representaban oscuros, u denegridos.

22. Digo que ésta, y otras observaciones sólo prueban carecían de ares en la Luna, que propiamente se pueden llamar tales, y juntamente de atmósfera de bastante densidad para ser observada; mas no de lagos menores, y de atmósfera muy enrarecida; pues ni aquellos por su pequeñez, ni ésta por su raridad, en caso que los haya, se harán sensibles aún por medio de los mejores telescopios. Así, aun cuando concedamos, que en cuanto [188] a esto deba guardar analogía Marte con la Luna, nada se infiere contra la opinión de aquellos Astrónomos. Toda la diferencia estará en ser la atmósfera de Marte mucho más densa, que la de la Luna, en que no hay el menor inconveniente, cuando en distintas partes del Globo Terráqueo varía mucho de densidad la atmósfera.

23. Respondo lo segundo, concediendo que la Luna no tenga atmósfera, que no se debe extrañar, que en esta Materia no convengan Marte, y la Luna, pues tampoco en otras convienen. La Luna tiene muchas permanentes, y Marte sólo pasajeras. La Luna no tiene revolución sobre su centro, y Marte la tiene, sin que ni en uno, ni en otro haya ya hoy duda alguna.

24. El segundo reparo es, que si la analogía propuesta arriba entre Planeta Marte, y tierra fuese cumplida, como se pretende, Marte tendría manchas permanentes. La razón es, porque los mares del Globo terráqueo, mirados desde Marte, representarían manchas permanentes en la tierra, siendo poca, o ninguna la reflexión, que hace, por sumergirse en ellos, y penetrarlos la luz del Sol. Luego si en Marte hubiese mares, como en la tierra, nos representarían también en él manchas permanentes, las cuales no parecen.

25. Respondo, que para que Marte tenga atmósfera, y en lo demás observe bastante analogía con el Globo Terráqueo, no es menester, que en él haya un receptáculo grande de aguas de la amplitud del Océano. Puede haber multitud de lagos, y ríos, que suministren vapores suficientes para la formación de nubes, de que resulten manchas oscuras, mientras estén suspendidas enfrente del Planeta; y manchas claras, cuando sobre él se precipiten resueltas en nieve, o granizo. Pero estos lagos, y ríos no pueden a tanta distancia discernirse con ningún telescopio. Versisímilmente uno que mirase la tierra desde Marte, no podría con telescopio alguno discernir, ni el Mar Caspio, ni el Ponto Euximo. [189] Todo lo razonado sobre este punto particular no tiene por fin manifestar nuestro dictamen, sino poner al Lector en estado de que forme el que le parezca más razonable.

§. VII

26. El séptimo argumento tiene por base una observación lunar, hecha por el insigne Astrónomo Miguel Mestlino, referida en el libro de las Theses Tubigenses, que cita Gasendo, y confirmada por Kepler, discípulo de Mestlino. Ésta fue de una mancha en la Luna, diferente en sitio, y magnitud de todas las observadas hasta entonces; y que ocupaba cerca de la cuarta, o quinta parte del disco lunar.

§. VIII

27. El último argumento contra la inalterabilidad de los cuerpos celestes se funda en una reciente, y singularísima observación del sabio Veronés Monseñor Bianchini, que referiré, copiando literalmente la noticia, que dan de ella los Autores de las Memorias de Trevoux en el año 1729. Tom. II. art. 62.

28. Examinando (dicen) el señor Bianchini las manchas de Venus con un Telescopio de Campani de ciento y cincuenta palmos de longitud, que el señor Cardenal de Poliñac, siempre celoso por el adelantamiento de las Ciencias, de quienes hace él mismo un grande ornamento, había hecho colocar a costa suya, más ha de veinte años en el tiempo que era Auditor de Rota; hizo el día 25 de Agosto de 1725, a vista de su Eminencia, un nuevo descubrimiento en la Luna; esto es, un resplandor muy considerable en aquella parte del Astro, que llaman Platón; el cual no puede provenir sino de una nueva abertura, o separación de montañas lunares. Los Astrónomos, y Físicos tendrán bien en que ejercitarse. Esta abertura no es una bagatela, pues ocupa una de treinta y dos partes del diámetro de la Luna, cuanto se puede determinar con el Micrómetro; esto es, setenta [190] millas, que hacen más de veinte y tres leguas comunes de Francia. Las observaciones repetidas el día 22 de Septiembre de 1727 han confirmado este descubrimiento. Hasta aquí los Autores de las Memorias.

29. Para que los lectores menos instruidos se pongan en estado de entender esta noticia, deben saber, que en la Luna hay muchas montañas mayores, que las de la tierra; no sólo en proporción a la magnitud de su globo, que es mucho menor que el nuestro, mas aún absolutamente. El Padre Ricciolo, con varias observaciones, halló ser la altura perpendicular de algunos montes lunares de nueve a doce millas; y se puede asegurar, que no hay montaña alguna en nuestro globo, que llegue a esta altura. Así la superficie de la Luna es mucho más desigual, que la de la tierra. Las montañas de la Luna se distinguen por la alternación de la luz, y sombra, y sucesiva degradación, y aumento de una, y otra, según los varios aspectos del Sol, en que siguen perfectamente las leyes Matemáticas, que se observan en la iluminación, y sombra de nuestras montañas, arregladas al movimiento del Sol. Puesto lo cual, digo, que como las montañas de la Luna, que antes existían, fueron conocidas por este método, el mismo pudo servir para distinguir la formación de nuevas montañas, la cual se hizo, o dividiéndose una montaña en dos, o abriéndose hasta alguna profundidad un gran pedazo del cuerpo lunar, aunque no fuese montuoso, pues de cualquiera de los dos modos se vería una nueva alternación de luz, y sombra en los pendientes de la nueva abertura, observando perfectamente las leyes de aquella sucesión de luz, y sombra, que se hace en los pendientes de las montañas, según la variedad con que las mira el Sol.

30. Así me parece se debe entender el que se conociese la nueva abertura de montañas por la aparición del nuevo resplandor. A la verdad los Autores de las Memorias pudieran, pues tenían presente el escrito de [191] Monseñor Bianchini, de donde extrajeron la noticia, darla con más especificación, y lo merecía por su raridad; con eso no nos dejarían en la precisión de adivinar.

31. Mas porque en la relación compendiaria se nota, que el nuevo resplandor era muy considerable, nos parece añadir, que por las observaciones de Felipe de la Hire consta, que hay algunas porciones en la superficie del cuerpo lunar, las cuales en las cuadraturas parecen muy oscuras, y en la oposición (esto es, cuando las hiere el Sol de frente) arrojan un resplandor muy vivo, de modo, que tal vez representan un Etna, que está vibrando llamas: lo que el citado Astrónomo explica naturalísimamente, suponiendo, que en aquellos sitios haya unas cavidades casi esféricas de superficie blanca, que por tanto tienen la propiedad de los espejos cóncavos de reflejar gran golpe de luz. Si el nuevo resplandor, descubierto por Monseñor Bianchini, se llama muy considerable, por tener esta especial brillantez, se debe discurrir, que la nueva abertura se hizo de modo, que resultase en ella una de estas cavidades esféricas, o casi esféricas, o acaso parabólicas.

32. Si se ha de discurrir por comparación a lo que sucede en la tierra, aquella abertura no pudo menos de ser efecto de algún gran terremoto lunar. Ya veo, que esto trae por consecuencia precisa la suposición de que en la Luna haya el aparato de materias, y causas, que en la tierra son menester para los terremotos, o equivalentes a ellas. ¿Y de dónde nos consta, que no las haya? No hay duda, que el vulgo concibe todo esto como aprensiones de gente ilusa; cuando más, como unas quimeras doctas, o sueños no mal concertados. ¿Mas por qué nos hemos de embarazar en lo que concibe el vulgo, el cual sin duda está lleno de errores en materia de Astros, y Cielos? ¡Cuán lejos está el vulgo de pensar manchas en el Sol, y es cierto que las tiene: o de juzgar montes en la Luna, y sin duda los hay! Imagina el vulgo los Planetas como unos cuerpos tersísimos, [192] y perfectamente uniformes, u homogéneos, y ni hay en ellos tal tersura, ni tal uniformidad. Todos los Planetas, exceptuando el Sol, y la Luna, juzga de la misma naturaleza que las estrellas fijas, y son diferentísimos de ellas, y aún bastante diferentes unos de otros. Al Cielo Planetario aprehende dividido en muchos, y en cada uno como un cuerpo solidísimo de dureza más que diamantina; pero todo el Cielo Planetario ciertamente no es más que uno; y bien lejos de la solidez, y dureza, que el vulgo le atribuye, es sin comparación más tenue, más sutil, más fluido, que el aire que respiramos. Así las preocupaciones del vulgo no nos deben retardar el vuelo del discurso, entretanto que no le llevemos por rumbo contrario a la experiencia, y debajo del nombre del vulgo, respecto de la materia en que estamos, comprendemos todos aquellos, que ignoran las observaciones de los Astrónomos modernos, o con una necia incredulidad las rechazan, prefiriendo lo que leyeron en los Secretarios de Aristóteles, Ptolomeo, y otros Antiguos. Necia incredulidad digo; siendo constante, que ya por la inmensa multitud de observaciones de los Modernos, ya por la frecuente combinación de unas con otras, ya por la excelencia de los instrumentos de que usan, y de que carecieron los Antiguos, se aprehende hoy más Astronomía, y más segura en un año, que en un siglo alcanzaban veinte Astrónomos de los Antiguos.

33. Pero sease la que se quisiere la causa de aquella abertura, el efecto por sí solo prueba una grande alterabilidad, y mutabilidad en los cuerpos celestes.

§. IX

34. Con lo que propusimos arriba de la analogía de los cuerpos Planetarios con el Globo Terráqueo, que sientan, o como cierto, o a lo menos como muy probable algunos Filósofos Modernos, tiene enlace la cuestión curiosa: ¿Si los Planetas son habitables? Esto [193] es, capaces de que en ellos se engendren, y sustenten algunas especies de animales. Algunos Antiguos los concedieron, no sólo habitables, sino habitados; y habitados, no sólo de brutos, mas también de hombres. De este número fueron Heraclides, Jenófanes, y los Pitagóricos, como se colige de Plutarco, Stobeo, y Lactancio. Macrobio dice generalmente, que ésta fue opinión de los Físicos. De los habitadores de la Luna dice Stobeo, que los que afirmaban, los hacían quince veces mayores que los de la tierra, tanto hombres como brutos. A lo que parece aludió aquel Heródoto Heracleota, citado de Ateneo, diciendo, que las mujeres lunares son ovíparas, y producen unos huevos, de que se forman hombres quince veces mayores que nosotros. También parece relativa a esta opinión la fábula del León Nemeo de prodigiosa magnitud, que se dijo haber caído de la Luna, y fue muerto por Hércules. Lo que decían de la excesiva corpulencia de hombres, y brutos lunares, extendían también a las plantas.

35. Ni la opinión de estar habitados los Planetas fue tan afecta al Gentilismo, que no haya habido algún Sectario suyo entre los Católicos, y aún entre los Purpurados de la Iglesia Romana. Este fue el Cardenal Nicolás de Cusa, famoso en el siglo décimo quinto por su doctrina, y piedad; el cual no sólo los Planetas, mas generalmente todos los Astros concibió poblados, no solamente de brutos, mas también de criaturas racionales; las cuales, dice, son más perfectas, que las que hay en la tierra; y aún entre los mismos habitadores de los Astros supone ser más perfectos unos que otros, a proporción de la mayor perfección de los mismos Astros, que habitan. Es verdad que propuso su opinión sólo en el grado de sospecha razonable. Suyas son las palabras, que se siguen, posteriores a otras muchas del mismo intento: Suplicantes in Regione Solis magis esse solares, claros, & illuminatos intellectuales habitatores, spiritu altiores etiam quam in Luna, ubi magis lunatici, & in [194] terra magis materiales, & grossi; ut illi intellectualis naturae Solares sint multum in actu, & parum in potentia; terrenos vero magis in potentia, & parum in actu: Lunares in medio fluctuantes. Hoc cuidem opinamur ex influentia ignili Solis, & aquatica simul, & aerea Lunae, & gravedine materiali terrae: consimiliter de aliis Stellarum Regionibus suspicantes, nullan inhabitatoribus carere, &c. {(a): Lib. 2 de Docta ignorancia, in Coroll.}

36. Aunque son tan altos los créditos del Cardenal de Cusa, a quien Belarmino calificó igualmente pío, que docto; Trithemio Príncipe de los Teólogos de su Siglo; Sixto Senense Varón admirable en todo género de letras; el Cardenal Bona Varón de profunda, y limadísima ciencia: digo, que aunque son tan altos sus créditos, no parece basten a indemnizar su opinión de la nota, por lo menos de temeraria. La Escritura, los Concilios, los Padres, hablando frecuentemente de las obras del Criador, nunca le atribuyen más criaturas intelectuales, como efectos de su virtud productiva, que los Ángeles, y los hombres, que pueblan este Globo Terráqueo, y que fueron redimidos con la sangre de Jesu Cristo. Esto basta, y sobra para calificar de temeraria la opinión de que hay otros hombres, u otras criaturas distintas de los Ángeles, y de los hijos de Adán. No importa que el Autor sólo proponga su opinión como sospecha, porque siempre será sospecha temeraria, la que opina contra lo que tan inmediatamente se colige de la Escritura, los Concilios, y los Padres.

37. No admitiendo habitadores racionales en los Astros, tampoco parece pueden admitirse en ellos plantas, y brutos; porque Dios, en la providencia presente, ordenó inmediatamente éstas, y otras criaturas menos nobles al bien, y uso del hombre: Omnia vestra sunt, vos autem Christi, Christus autem Dei, dice el Apóstol. ¿De qué podrá servir al hombre plantas, y brutos colocados en los Astros? [195]

38. Mas por razón puramente física no hallo repugnancia alguna en que en los Astros se engendren, y vivan hombres, brutos, y plantas. Por hombres entiendo aquí criaturas intelectuales, compuestas de cuerpo, y espíritu como el hombre, sin meterme en determinar, si serían de distinta especie ínfima, o de la misma que nosotros. Debe suponerse, que así hombres, como brutos, y plantas, deben ser de muy distinto temperamento del de las mismas clases de vivientes, que hay en la tierra. No hay motivo para pensar, que el Planeta, que más analogía tiene con el Globo Terráqueo, no se distingue de él bastantemente; y a proporción de la mayor, o menor diversidad de los Astros, respecto de nuestro Globo, es preciso que los habitadores de ellos sean en temperamento, y cualidades más, o menos diversos de los que hay acá. Pongo por ejemplo. Según lo que arriba dijimos de la analogía del Planeta Marte con el Globo Terráqueo, acaso pudieran habitar aquel Planeta vivientes no muy diversos de los nuestros. Los que hayan de habitar la Luna, la cual carece de atmósfera sensible, ya es preciso que se diferencien más; y si queremos extendernos a hacer habitables el Sol, y las Estrellas fijas, es consiguiente, que sea mucho más diverso el temperamento de sus habitadores.

39. ¿Pero no hay repugnancia en que el Sol sea habitado? Yo no la hallo. Convengo en que este Astro no es sólo virtualmente caliente, como quieren los Peripatéticos, sino formal, y extremamente ardiente con grande exceso al fuego elemental. Con todo, ¿por qué no podrá Dios crear vivientes, cuyo temperamento tolere, y aún se halle, como en su Elemento propio, en ese Océano de fuego? Son sumamente injuriosos a la Omnipotencia los que ciñen su actividad a la estrechez de sus experimentales ideas. Concedo, que no hay animal alguno, de cuantos los hombres conocen, capaz de vivir, y conservarse en el fuego. ¿Pero qué razón, o discurso cabe medir la posibilidad por la existencia, o [195] lo que Dios puede hacer por lo que hizo? Nosotros no podemos comprender cómo un animal pueda vivir en el fuego. Y bien: ¿De qué yo no lo pueda comprender, se sigue, que Dios no lo pueda hacer? Si Dios, como pudo, no hubiera criado aves, ni peces, se representaría sin duda imposible, que hubiese animales capaces de vivir siempre dentro del agua, y aún muchos dificultarían también la posibilidad de animales capaces de firmarse en el aire, y correr grandes espacios de este Elemento sin apoyo alguno, más que el del Elemento mismo. Así como se engañarían aquellos, porque regulaban la posibilidad por la existencia; por la misma razón se engañan los que hoy juzgan ser imposible animal, que vivía en el fuego. Todos, o casi todos los que ignoran, que el coral es una especie de planta marina, juzgarán imposible, que haya planta, o vegetable, que juntamente sea piedra; esto es, tenga la consistencia, dureza, textura, y fragilidad de tal. Con todo en el coral, madrepora, y otras plantas marinas se halla uno, y otro.

40. El ejemplo más proporcionado para el asunto en que estamos es el del Amianto. ¿Quién creería, antes de certificárselo la experiencia, o noticia muy autorizada, ser posible lino, o tela que resista, sin la menor lesión, y todo el tiempo que se quiera, al más intenso fuego? Sin embargo, esto sucede al lino hecho de Amianto, como lo he experimentado yo mismo con un flueco de esta materia, cuyas hebras eran tan delgadas, y flexibles, como las de la seda más fina. Así podría también haber animales, cuyo temperamento resista a la actividad del fuego. Diráseme, que el Amianto es una especie de piedra. Convengo en ello; pero esta solución, queriendo disipar una maravilla, la substituye con otras dos. La primera es hacerse lino de piedra; la segunda, no calcinarse esa piedra en el fuego, aún después de reducida a sutilísimas hebras.

41. ¿Mas de qué se sustentarían los habitadores del [197] Sol, en caso de haberlos? ¿Qué sé yo, ni que obligación tengo a señalarles alimento? He leído en la Historia de la Academia Real de las Ciencias, que hay insectos, que se sustentan royendo piedra, y nada más. ¿Qué repugnancia hay en que Dios críe alguna especie de alimento, que se conserve en el fuego? Los mismos brutos, y plantas, que admitimos posibles en los Astros, serían alimento de las criaturas racionales, que los habitasen. ¿Y qué repugnancia hay tampoco en que Dios críe animales, que no necesiten de alimento? Vuelvo a decir, que los hombres, sin razón alguna, y aún contra toda razón estrechan la Omnipotencia Divina según la cortedad de sus experimentales ideas.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo octavo (1739). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Pedro Marí, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo octavo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 178-197.}