Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo octavo Discurso tercero

Dictado de las Aulas

§. I

1. Duélome del tiempo que se pierde en la lectura de las materias, tanto filosóficas, como Teológicas; y aún más en las de las segundas, que de las primeras. ¿Qué quiero decir? ¿Qué la lecura, como tal, es inútil? Nada menos. No sólo la juzgo utilísima, sino indispensablemente necesaria. Culpo los accidentes, no la substancia; no la entidad, sino el modo. No digo, que se pierde todo el tiempo, que se emplea en la lectura, sino buena parte de él. Ni tampoco esta [31] censura comprende a todos los Maestros, sino a algunos, aunque no muy pocos.

2. La prolijidad en tratar las cuestiones, es la que acuso. Este abuso reina mucho más en las cuestiones de Teología Escolástica, que en las de Filosofía, o Medicina, aunque en todas hay bastante. Hay Profesores, que ya por este, ya por aquel motivo, toman por empeño apurar las dificultades de algunas cuestiones, hasta el extremo de que ni en lo posible quede réplica alguna, que pueda darles cuidado; ni a los contrarios reste rincón alguno donde refugiarse de la fuerza de sus razones. Vanísimo conato, y que no puede menos de proceder de cortedad de entendimiento. Es cierto, que la esfera del discurso humano, en orden a las evidencias, es muy angosta; pero en orden a probabilidades, muy dilatada; y en orden a cavilaciones sofísticas, infinita. Pensar, pues, en alguna controversia, donde hay probabilidad por ambas partes, quitar toda retirada a los Enemigos, haciendo al mismo tiempo una valla inexpugnable a todos sus argumentos, no es otra cosa, que pretender poner límites al espacio imaginario. El argumento más artificioso es un laberinto, a quien los ingenios Dédalos, nunca dejan de hallar salida; y la solución más sólida, una muralla, en quien los Alejandros nunca dejan de abrir entrada.

3. Lo peor es, que no hay sujetos menos capaces de poner término a las cavilaciones Escolásticas, que los que presumen poder ponerle. Necesariamente han de ser de cortísimo ingenio los que no perciben, que esto es lo mismo, que detener el curso de un río, o poner puertas al campo. Lo que, pues, suelen lograr con sus prolijas tareas, es llenar grandes volúmenes de soluciones, y réplicas, que amontonadas unas sobre otras, hacen una ostentosa perspectiva; pero toda esa máquina se viene al suelo con un papirote solo de un discurso claro: y es el caso, que frecuentemente se funda todo en una proposición mal entendida, por equívoca, o por oscura; [32] y aclarada, o distinguida aquella proposición, ya no son del caso treinta, o cuarenta hojas de cartapacio, que se fundaron en aquel ruinoso cimiento. Cuántas veces el Profesor da por cierta la mayor de un silogismo; y dejándola aparte, como innegable, gasta mucho tiempo, y papel en probar la menor; pero después, examinadas una, y otra premisa por ojos más perspicaces, se descubre, que en la mayor está el defecto, y para ella no hay prueba alguna en el abultadísimo cartapacio. Dígolo, porque lo he notado muchas veces; y no pocas me sucedió tronchar un argumento (absit verbo jactania) que se me proponía como indisoluble; sólo con manifestar la ambigúedad de alguna proposición, en que el arguyente no había reparado; y así tenía puesta toda la artillería de las pruebas hacia otra parte. Así estos argumentos, que llaman Aquiles, suelen tener la suerte de aquel Héroe Griego, de quien les vino el nombre, que por un talón; esto es, una pequeña y descuidada parte de su cuerpo, siendo invulnerables en todo el resto, viene la flecha, que los derriba.

§. II

4. Otro principio hay de hacer las cuestiones prolijas, y esto sin que lo adviertan sus mismos Autores, que es la introducción de mucha forma Escolástica en ellas. Es cierto, que las pruebas, argumentos, y respuestas, que extendidos en forma Escolástica ocupan dos pliegos, reducidos a materia limpia, y clara, no llenarán, ni aún dos planas. Pondré un ejemplo visible de esto. Disputan los Teólogos, cuál es el predicado constitutivo metafísicamente de la Esencia Divina. Algunos Tomistas la constituyen en la Intelección actual. Propongo yo una conclusión contradictoria de esta sentencia, y la pruebo así en forma silogística. Illum praedicatum, quod ex nostro modo concipiendi supponit pro priori Essentiam Divinam metaphysice constitutam, non est constitutivum metaphysicum Essentiae Divinae, [33] sed intellectio actualis ex nostro modo concipiendi supponit pro priori Essentiam Divinam metaphysice constitutam: Ergo intellectio actualis non est praedicatum metaphysice constitutivum Essentiae Divinae. Maior est evidens, & minor probatur: Intellectio actualis est actio immanes Dei; sed omnis actio Dei ex nostro modo concipiendi, supponit pro priori Essentiam Divinam metaphysice constitutam; Ergo intellectio actualis supponit pro priori Essentiam Divinam metaphysice constitutam. Maior patet: Probo ergo minorem: omnis actio Dei ex nostro modo concipiendi consideratur ut elicita & egrediens a Deo; sed hoc ipso ex nostro modo concipiendi supponit pro priori Essentiam Divinam metaphysice constitutam. Ergo omnis actio Dei ex nostro modo concipiendi supponit pro priori Essentiam Divinam metaphysice constitutam. Maior constat, quia actio non potest a nobis considerari nisi ut egrediens, & profluens ab aliquo principio elicitivo illius, quod respectu cuiuscumque actionis Dei, est ipse Deus. Minorem probo: Implicat actionem Dei a nobis considerari, ut elicitam & egredientem a Deo, quin ex nostro modo concipiendi supponat Deum metaphysice constitutum in sua Essentia; sed omnis actio Dei a nobis consideratur ut elicita & egrediens a Deo; Ergo actio Dei ex nostro modo concipiendi supponit pro omnis priori Essentiam Divinam mataphysice constitutam.

5. ¿Quién no ve que esta prueba se podría, excusando la forma silogística, proponer en dos renglones, de este modo, u otro semejante? Probatur: Quia praedicatum metaphysice constitutum Essentiae Divinae est, quod pro priori ad omnia reliqua intelligitur in Deo: at vero intellectio caret hac prioritate; consideratur enim a nobis ut egrediens a suo principio, ac proinde ut supponens principium pro priori? ¿De qué servirá, pues, aquella retaila de silogismos? ¿O el oyente es capaz de proponer en forma silogística esta prueba, que se le dicta así resumida en materia, cuando llegue la ocasión de argüir, o no? Si lo es, excusa que se la dicten en aquella [34] prolija forma. Si no lo es, inútil es para él cuanto se le dicta: porque a quien después de estar maceando tres años de Artes en la forma silogística, no acierta a reducir a ella cualquiera razón, que ve propuesta en materia, ¿qué le falta para ser graduado de enteramente incapaz? ¿O qué resta, sino que arrancándole la pluma de la mano, se le ponga en ella un arado, o un hazadón?

6. Vamos ahora a la solución, que en forma Escolástica dará al argumento propuesto el que lleve, que la Intelección es constitutivo metafísico de la Esencia Divina. Supongo, que quiere usar de la del Maestro Alvelda; el cual, distinguiendo en la intelección dos conceptos, el primero de perfectísima actualidad per se subsistente de la línea intelectiva, y el segundo acción, concede de este segundo todo lo que pretende el argumento, y lo niega del primero. Ya se ve, que en estas pocas palabras está puesta toda la doctrina de la solución; pero extendiéndola en forma Escolástica, dirá de este modo: Ad argumentum, concessa maiori, distinguo minorem: intellectio actualis sub munere actionis ex nostro modo concipiendi supponit pro priori Essentiam Divinam metaphysice constitutam, concedo minorem; sub munere perfectissimae actualitatis lineae intellectivae per se subsistentis, nego minorem, & consequentiam. Ad probationem, distinguo maiorem: Est actio Dei, & simul perfectissima actualitas lineae intellectivae per se subsistens, concedo maiorem actio Dei praecise, nego maiorem. Et distinguo minorem: Omnis actio Dei ex nostro concipiendi modo supponit pro priori Essentiam Divinam metaphysice constitutam, ut actio est, concedo minorem ut perfectissima actualitas per se subsistens de linea intellectiva, nego minorem, ¿Para qué cansarme más? Dos silogismos restan enel argumento, en cuya solución formal se ha de gastar otro tanto papel, como en la de los dos primeros, que es decir en dieciséis, o dieciocho renglones, lo que se pudiera decir en dos, o tres. [35] Y no para aquí; sino que después de toda esta página, entra la prosa seguida, repitiendo lo mismo que ya está dicho: Itaque in intellectione divina distinguendus est duplex conceptus inadequatus, &c.

7. ¿No es lástima emplear tanto tiempo, y papel inútilmente? ¿Quién hay capaz de saber algo, que dándole la doctrina de la solución, no acierte a acomodarle a todas las proposiciones del argumento, con el concedo, el nego, y el distinguo?

8. Bien creo yo, que se encuentran algunos tan rudos en las Aulas, que a menos de darles la doctrina mascada, y digerida de este modo, no saben usar de ella en la disputa. Mas lo que se debe practicar con éstos, es despacharlos, para que tomen otro oficio. Conviniera mucho al Público, que en cada Universidad hubiese un Visitador, o Examinador, señalado por el Príncipe, o por el Supremo Senado, que informándose cada año de los que son aptos, o ineptos para las Letras, purgase de estos las escuelas. Con este arbitrio habría más gente en la República para ejercer la Artes Mecánicas, y las Ciencias abundarían de más floridos Profesores; pues se ve a cada paso, que al fin algunos de los zotes, a fuerza de favores, quitan el empleo de Magisterio a algunos beneméritos; lo que no podría suceder, si con tiempo los retirasen de la Aula, como a los inválidos de la Milicia.

9. La Facultad Médica es la que padece con especialidad esta desgracia, o por mejor decir, quien la padece no es ella, sino el Público. Es cierto, que no hay Ciencia, o Arte, que requiera más ingenio, más penetración, más claridad de entendimiento, más sólido juicio, que la Medicina. Con todo, se ve, que cuantos se ponen a estudiarla, arriban a practicarla. ¿Cómo es posible, que deje de haber entre ellos muchos extremadamente rudos? Y más cuando se sabe, que algunos, que habiendo tentado la Teología, o la Jurisprudencia, no pudieron dar un paso en una, ni en otra Ciencia se [36] acogen después a la sagrada ancora de la Medicina. Así en la esfera de esta Facultad sucede lo mismo, que en la Celeste; en la cual el rudo Vulgo sólo imagina Astros benéficos, y favorables a la salud; pero los más instruidos, a vuelta de una, u otra constelación benigna, ven en ella un León devorante, un Toro furibundo, un Cancro mortal, un Escorpión venenoso, un Sagitario cruel, que amenazan llevarse de calle las vidas de los hombres.

10. Así este daño de la Medicina, como el de las demás Facultades, se evitaría, arrojando de las Escuelas a los ineptos. Mas ya que esto no está en mano de los Maestros, por lo menos, no acorten el aprovechamiento de los hábiles, por atender a los estúpidos. Esto hace relación a lo que dije arriba. Extender tanto la doctrina en la forma, por dársela, como dicen, mascada a los rudos, es escaseársela con miseria a los ingeniosos, los cuales se ven indigna, y violentamente detenidos a esperar el paso de los tardos; y pudiendo seguir la carrera de la Ciencia con la agilidad de Ciervos, los atan a caminar con las Tortugas; de donde viene necesariamente, que apenas en un año adelanten lo que pudieran adelantar en un mes.

11. Convengo en que el primer año de Artes la doctrina se de digerida en forma Escolástica, y los argumentos reforzados con réplicas, y contraréplicas. Esto importa, y es necesario para que los oyentes se instruyan bien en la forma, y adquieran el hábito, ya de proseguir el argumento, ya de mantener la solución, cuando se ofrezca disputar. Pero de ahí adelante es perder tiempo el detenerse tanto. El hábil, con darle la doctrina, sabrá manejarla; y el rudo, en saliendo de aquellas proposiciones, que tomó de memoria, o en dándole una distinción, que no tiene en el cartapacio, se quedará hecho un cepo, o no dirá cosa, que no sea un desatino.

12. Si para persuadir esta práctica no valieren mis [37] razones, valga la autoridad de los supremos Escolásticos. Aristóteles fue, y es el Monarca de los Lógicos; sin embargo, en todo Aristoteles, sino donde trata del mismo silogismo, no se encuentra un silogismo. Lo mismo digo de aquel asombro de Dialéctica Agustino. Santo Tomás, Príncipe de los Teólogos Escolásticos, es verdad, que propone los argumentos contrarios, ya en silogismos, ya en enthymemas. Pero no gasta en cada argumento más que un enthymema, o un silogismo. No se ve en él réplica, o contraréplica alguna, ni jamás a los argumentos responde con la fórmula de ir aplicando sucesivamente a cada proposición el concedo, el nego, o el distinguo; si sólo dando suelta en materia la doctrina, que conviene para la solución. ¿Por qué no seguiremos en nuestros Escritos Escolásticos las huellas de estos Grandes Maestros?

13. Por haber escrito Santo Tomás de este modo, comprendió casi toda la Teología Escolástica, y Moral en cuatro volúmenes de mucho cuerpo. Si los Profesores de las Aulas se ajustasen al mismo estilo, en cuatro años podrían sacar de ellas los oyentes toda la Teología Escolástica; cuando con el método, que hoy siguen algunos, apenas vuelven a sus casas con tres, o cuatro Tratados completos. Siendo yo oyente en Salamanca, un Maestro, que ocupaba en la lectura casi toda la hora correspondiente a su Cátedra, desde San Lucas a San Juan, no leyó a sus Discípulos más que dos cuestiones, y no de las de mayor importancia. ¿No es una lástima esto? Con todo, hay quienes hagan vanidad de ello, como aquel, que en el Satiricón de Barclayo, insultando al otro contendedor, le decía con jactancia: Vix ducentis horis legas, quod de hac materia scripsi.

§. III

14. Opondráseme acaso, que es menester tratar algunas cuestiones prolijamente, para que sirvan a las disputas públicas, porque no podrán los actuantes [38] defender bien la opinión que sustentan, si no los instruyen muy a la larga de las objeciones contrarias, y de las pruebas, y soluciones propias: A esto respondo, que para actuar se les pueda dar algún Autor, que trate la cuestión largamente, para que la estudien por él. Esto ningún inconveniente tiene; y es gravísimo el de detener tres meses en una cuestión a todos los oyentes, porque uno solo tenga en ella todo el aparato necesario para sustentar un acto. Creo, que a muchos sucederá lo que a mí, que en ocupándome mucho tiempo en una cuestión, venía a dominarme cierto género de fastidio, que sin gran repugnancia no me permitía conferenciar, y disputar sobre ella.

15. Es muy particular en este asunto el suceso del famoso Cartesiano Pedro Silvano Regis. Este ingenioso Francés, después de haber cursado con grande aplauso cuatro años de Teología en la Universidad de Cahors, fue solicitado por el cuerpo de ella a recibir el Bonete de Doctor, ofreciéndose la misma Universidad gratuitamente a todos los gastos del Grado. Quiso él, para hacerse más digno de este honor, pasar antes a París a cursar un año en la Sorbona. Tuvo la desgracia de topar con uno de estos Doctores machacones, el cual habiendo propuesto cuestión sobre la hora en que Cristo Señor nuestro instituyó el Sacramento de la Eucaristía, se detuvo tanto en ella, que Monsieur Regis llegó a fastidiarse, no sólo de la cuestión, sino de toda la Facultad Teológica, y la abandonó enteramente no pensando ya más en el Grado de Doctor, que le estaba preparado. Acaso esta caprichosa resolución estuvo bien a su fama, siendo verisimil, que el estudio Teológico no le daría tanto nombre, como adquirió con los progresos, que, dejada la Teología, hizo en la nueva Filosofía. Bastarían las especialísimas demostraciones de estimación, que este Autor debió a algunos Señores Españoles de la primera Nobleza, para hacerle famoso en todo el Orbe. El Sabio Marqués de Villena, abuelo del que hoy [39] vive, apreciaba en altísimo grado los libros Filosóficos de Mr. Regis, de que dio un brillante testimonio, cuando siendo derrotados los Españoles, de quienes era General en la batalla del Ter, el año de 1694, cogieron los Franceses todo el equipaje del Marqués, en que eran comprehendidos varios libros: lo cual luego que llegó a su noticia, envió un Mensajero al Duque de Noalles, General del Ejército enemigo, pidiéndole únicamente de todo su rico equipaje los Comentarios de Cesar, y la Filosofía de Mr. Regis. El mismo Señor, habiendo el año de 1706 pasado a París su hijo el Marqués, que poco ha murió, le dio orden para que hiciese una visita en su nombre al Autor. Hízola; pero como el hijo no era menos amante de las Letras, y de los hombres eminentes en ellas, que su glorioso Padre, ejecutado el precepto de éste en la primera visita, por propio impulso continuó después el trato del célebre Francés; quien también debió el mismo honor de visita al Señor Duque de Alba, siendo Embajador en Francia.

16. Mas todos estos favores de la fama no redimieron a Pedro Silvano Regis de los desaires de la Fortuna siendo cierto, que no le sirvieron para arribar a unos medios proporcionados para vivir con bastante conveniencia. Así es cierto, que le hizo un gravísimo daño el Doctor, que con su pesadez le ocasionó el abandono de la Teología: campo más fértil, aunque menos ameno, y donde se hallan más frutos, aunque menos flores, que en el de las especulaciones filosóficas.

§. IV

17. Fuera del gran daño, que en la lectura de las Aulas ocasiona la prolijidad de los Maestros, resta otro, no sé si mayor, por el uso que obligan a hacer de ella a los Discípulos, precisándolos a mandarla a la memoria, y dar cuenta de ella palabra por palabra, y letra por letra, como va escrito. ¡Qué dispendio de tiempo tan lamentable! Un oyente, que podría [40] largamente en dos horas de estudio hacerse cargo de un pliego de lectura, tomándola en substancia, se halla reducido aprender acaso sólo una plana. ¿Qué diríamos de quien teniendo un Caballo capaz de andar a legua por hora, poniéndole algún embarazo, que le retardase notablemente el movimiento, le precisase a caminar no más que a legua por día? Ello por ello; lo mismo viene a ser lo que pasa en nuestro caso.

18. Y no es la pérdida de tiempo el único daño, que resulta de este literario abuso. Otro se incurre también gravísimo; y es que los oyentes, por falta de ejercicio, tardan mucho en soltarse a razonar en Latín sobre la Facultad que estudian. Si nos atareasen a mandar literalmente la lección a la memoria, si sólo a aprenderla en substancia, y dar cuenta de ella, acomodándose cada uno al lenguaje latino, que le fuese ocurriendo: a vueltas de varios trompicones, en que incurrirían a los principios, dentro de uno, o dos años se hallarían expeditos para explicar en este Idioma cuanto alcanzasen. Por cuya falta se experimenta a cada paso en los sustentantes de Actos literarios, al responder en materia a los argumentos, la pueril miseria de recitar a la letra los párrafos, que tienen en el cartapacio.

19. Opondráseme acaso, que el adelantamiento grande, que propongo como efecto de estudiar sólo substancialmente la lección, es sólo ideal: ¿porque qué importa que el oyente pueda de este modo estudiar cada día un pliego, si el Maestro no tiene tiempo en la hora, u horas señaladas para dictar ni aún la mitad? Respondo, que esto (por lo menos en las Artes) se puede remediar con el arbitrio utilísimo de leer en la Cátedra, o por mejor decir, explicar Cursos impresos. Utilísimo dije, porque no sólo una, sino diferentes utilidades se logran con este arbitrio. La primera ahorrar el mucho tiempo, que se gasta en escribir, el cual se puede aprovechar en más dilatada explicación, y en hacer ejercitar más a los oyentes en argúir, y responder. La segunda la ya [41] expresada, de avanzarse más los Discípulos en la materia que se trata; de suerte, que así pueden estudiar dos o tres cuestiones en el tiempo que, con la práctica ordinaria, consumen en una. La tercera, lograr mejor doctrina, o la doctrina misma más bien tratada; pues se puede para este efecto, echar mano de algún Autor selecto, que en ninguna Escuela falta. Es verdad, que los más tienen para el uso del Aula el inconveniente de difusos. Mas también a este inconveniente se puede ocurrir, practicando en otras Religiones, lo que acaba de ejecutar la Compañía, que es elegir un Escolástico, de especial ingenio, método, y doctrina, para que forme un Curso de Artes, arreglado a la Escuela que siguen, con la concisión, y claridad, que es menester para el efecto que se propone; e impreso, entregar a cada oyente un ejemplar. Aún en la Teología se podría ejecutar lo mismo, aunque sería obra más larga.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo octavo (1739). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Pedro Marí, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo octavo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 30-41.}