Tomo cuarto
Prólogo no al Lector discreto, y pío, sino al Ignorante, y Malicioso
Todos los Escritores dirigen sus Prólogos al amigo Lector, y así lo hice yo hasta aquí. Ahora quiero, contra la práctica común, hablar contigo, Lector enemigo, por más que tu mala voluntad me haya desmerecido esta atención. Y para que me lo estimes más, te certifico que no te miro con ojos airados, antes bien compasivos. Duélome, cierto, de las graves melancolías que padeces de cuatro años a esta parte, al ver que tus continuas murmuraciones no estorban el curso a mis Escritos. Es verdad que de tiempo a tiempo has tenido algunos ratos de consuelo; conviene a saber, cuando salía contra mí algún grueso papelón. Entonces te hallabas en tu elemento. ¡Oh qué bien te aprovechabas de la ocasión! Ponderabas el nuevo Escrito; decías que me concluía con evidencia; que era imposible responder; y encontrabas muchos que asentían a ello, no por malicia sino por inocencia. Con este gozo olvidabas tus pasados pesares, y esperabas mejor fortuna en lo venidero. Pero, ¡oh contentos del mundo, qué poco que duráis! Esta alegría se convertía después en duplicada mortificación, a tiempo que parecía en público una demostración invencible de que aquel Escrito que tanto celebrabas, no era otra cosa que un [XXXVI] complejo de inepcias, imposturas, y puerilidades, con que veías que la sencillez de los engañados revenía de su error, y la malignidad de tus confederados apenas se atrevía a musitar. Conozco que estos son unos lances muy pesados, y así de veras tengo lástima de ti.
Es verdad, que así como merece a todos compasión tu fortuna, puede dar a muchos envidia tu valor. Sin embargo de que en la guerra que cuatro años ha me estás haciendo, has ido siempre hacia atrás, perdiendo terreno, y viendo desertar de tu campo la mayor parte de la gente, aún te mantienes con las armas en la mano; bien que tras del último atrincheramiento, y destituido de otro recurso, si pierdes ese triste palmo de tierra que te ha quedado. ¿Quieres que me explique más? Harélo.
Después que viste que con cuantos aruños has dado a mis Escritos, no pudiste sacar en las uñas ni una pizca de sus créditos, recurriste a una maula con que haces alguna impresión en los espíritus de gaban y polayna. Dices que sí, que no se puede negar que el Padre Feijoo es hombre ingenioso y erudito; pero que por eso mismo es lástima que no aplique sus talentos a materia más grave. Esta es la última cortadura en que te has refugiado, y de que ahora te echaré con tanta facilidad mía, como confusión tuya.
Supongo que por materia más grave entiendes, ó Teología Dogmática, o Escolástica, o Moral, ó Expositiva. Dime ahora: ¿Qué necesidad tiene el público de que yo escriba sobre alguna de estas facultades? De Teología Dogmática, y Expositiva [XXXVII] tiene lo que basta: De Escolástica, y Moral lo que sobra. Quiero preguntarte más: ¿Qué concepto tienes hecho de mi habilidad? Supongo que te guardarás bien de decir (y harás muy bien), que yo sea superior, ni aún igual en ingenio, y doctrina a los Autores más célebres que tenemos sobre aquellas cuatro facultades. Siendo así, ¿qué puedo hacer, sino, ó echar a perder lo que está bien trabajado, ó copiar lo que ya está escrito? Tú no entiendes estas materias. Asegúrote, que de tanto número sin número de Teólogos como han llenado las Bibliotecas de dos siglos a esta parte, exceptuando algunos pocos ingenios eminentes, los demás se pueden dividir en tres clases; unos, que fueron meros copiantes de sus antecesores: otros, que pusieron por pasiva lo que hallaron escrito por activa: otros, que por decir algo de nuevo, nada dijeron de bueno. A mí me fuera muy fácil escribir de cualquiera de estos tres modos sobre cualquiera de aquellas cuatro Teologías. Fatigaría mucho menos el ingenio, y daría mayores cuerpos al público; siendo cierto, que podría dictar tres pliegos de un tratado Teológico en el tiempo que ahora me cuesta un pliego de Teatro Crítico. ¿Pero qué utilidad sacaría de esto el mundo?
Mas ya que no fuese conveniencia del público, ¿seríalo acaso mía? Muy al contrario. ¿Qué me sucedería, si diese a la estampa dos ó tres gruesos volúmenes de materias Teológicas? Lo mismo que ha sucedido y sucede a otros. Hecha la impresión, pondría una buena cantidad de Tomos en las Tiendas de dos ó tres libreros, con el resto ocuparía los desvanes de tres ó cuatro Celdas: [XXXVIII] no pudiendo venderlos a dinero, solicitaría despacharlos a Misas; y para buscar el estipendio de ellas, andaría de ceca en meca besando manos a Testamentarios, Curas, y Sacristanes. ¿No es buena conveniencia esta? Estaba por pensar, enemigo Lector, que sólo por verme en este miserable estado, clamas tanto que escriba Teología.
Esto es en cuanto a la Teología Escolástica, y Moral. ¿Y qué diré de la Dogmática? Que es utilísima adonde es necesaria. Pero en España, donde no hay herejías, ¿qué necesidad hay de probar los Dogmas? Acaso sería nocivo; porque del mismo modo que donde hay exorcizantes de profesión nunca faltan endemoniados; se ha observado, que originan perniciosas dudas en muchos que no se acordaran de dudar, si no oyeran discurrir. Bueno es, no obstante, saber aquella Doctrina. No hay duda. Pero a quien quisiere aplicarse a ese estudio, ¿quién le quita comprar las Obras de Belarmino, de Petavio, u otros famosos Controversistas?
Sobre la Escritura, aunque yo pudiese hacer los más bellos comentarios del mundo, no escribiría palabra; porque en España hay poquísimo consumo de este género. Los que se despachan grandemente son los libros conceptistas, ó de discursos acomodados al uso común del púlpito; porque como hay tantos millares de Predicadores pobres, cuyo caudal no alcanza a más que a hacer un Sermón compuesto de remiendos, se ven precisados a andar por las puertas de los Elencos buscando su socorro en estos libros. Pero habiendo tanto escrito en este [XXXIX] género, que el más necesitado halla cuanto ha menester, sería ociosidad aplicarla a semejante trabajo: especialmente después que nuestro doctísimo, y Reverendísimo Villarroel en sus ocho Tomos de Tautologías, ostentoso cúmulo de todas letras divinas, y humanas, dió tan grande y tan hermosa copia de conceptos predicables a todos asuntos.
En fin, Lector enemigo, hago saber a tu rudeza que la grandeza, y pequeñez de un Escritor no se debe medir por el tamaño del objeto de que trata, sino por el modo con que lo trata. Virgilio en sus Eglogas cantó amores pastoriles: Juvenco, Poeta Cristiano, escribió en verso la vida de Cristo. Mira la diferencia de asuntos. Ninguno más bajo que aquel, ninguno más soberano que éste. Sin embargo, aunque Virgilio no hubiera compuesto otra cosa que las Eglogas, sería celebrado como un Poeta divino, al paso que Juvenco no pasa en el común sentir de un Poeta muy mediano. Déjate, pues, de morderme sobre si escribo esto, ó aquello. Fuera de que si lo miras bien, yo escribo de todo, y no hay asunto alguno forastero al intento de mi Obra. Pero acaso esto mismo te incomoda, porque oyes decir a algunos (bien que realmente dista mucho de la verdad) que gozo una amplísima erudición en todo género de materias; y nunca hubiera logrado yo este magnífico concepto, si hubiese aplicado la pluma a alguna facultad determinada.
Di lo que quisieres, no podrás negarme la novedad de esta Obra, la cual me da el carácter de Autor original, por más que lo sientas. Tampoco podrás negar, que el designio de impugnar errores comunes, sin restricción de materias, no sólo es nuevo, sino [XL] grande. Si le quisieres negar lo útil, concederé que para tí no lo será: pues por más que esfuerce mis razones, no podré desengañarte de las muchas simplezas que te ha metido en el celebro el descaminado juicio del vulgo. vale.