Filosofía en español 
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Tomo cuarto Discurso segundo

Valor de la nobleza, e influjo de la sangre

§. I

1. Un gran bien haría a los Nobles quien pudiese separar la nobleza de la vanidad. Casi es tan [27] difícil encontrar aquella gloria despegada de este vicio, como hallar en las minas plata sin mezcla de tierra. Es el resplandor de los mayores una llama, que produce mucho humo en los descendientes. De nada se debe hacer menos vanidad, y de nada se hace más. En vano las mejores plumas de todos los siglos, tanto sagradas, como profanas, se empeñaron en persuadir que no hay orgullo más mal fundado que el que se arregla por el nacimiento. El mundo va adelante con su error. No hay lisonja más bien admitida, que aquella que engrandece la prosapia. Apenas hay tampoco otra más transcendente. Léanse la Dedicatorias de los Libros, donde la adulación por lo común rige la pluma; y es que se sabe, que raro hombre hay tan modesto, ó tan desengañado, que no reciba con gratitud este elogio.

2. De aquí vienen aquellas disparatadas genealogías, fabricadas por algunos aduladores en obsequio de los poderosos cuyo favor pretenden. Basilio el Primero, Emperador del Oriente, era de nacimiento obscuro. El Patriarca Phocio, viéndose caído de su gracia, volvió a recobrarla, formando una serie genealógica, en que le hacía descender de Tiridates, Rey de Armenia, ocho siglos anterior a Basilio. La descendencia que Abrahan Bzovio da al Papa Sylvestro Segundo, de Timeno, Rey de Argos, que floreció más de mil años antes de Cristo, y dos mil antes del mismo Sylvestro, es de creer que no la fraguó el mismo Bzovio, sino que la halló en algunos papeles escritos, en vida de aquel Papa, por los que querían lisonjearle. Rodrigo Plaherti escribió poco ha una Historia de las cosas de Irlanda, donde a la familia de los Reyes de Inglaterra da dos mil y setecientos años de antigüedad en la posesión del Trono.

3. No hay origen más dudoso que el de la Augusta Casa de Austria, en pasando dos generaciones más arriba del Rodulfo, Conde de Ausburg. Llegando al abuelo de este Príncipe, se hallan los Historiadores más linces en [28] densísimas tinieblas, de modo que no saben hacia donde tomar; aún el mismo abuelo de Rodulfo no está fuera de toda contestación. Sin embargo, no han faltado Escritores Españoles, que siguiendo la serie de sus ascendientes, llegan sin topar en barras, a las ruinas de Troya. Más adelante pasó Peñafiel de Contreras, Autor Granadino, el cual, según refiere Mota la Vayer, tejió una serie genealógica de ciento y diez y ocho sucesiones, desde Adán, hasta Felipe Tercero, Rey de España: y porque el Duque de Lerma, Valido a la sazón, no quedase menos obligado a su pluma, formó otra de ciento y veinte y una, desde Adán, hasta dicho Duque, enlazando al Soberano, y al Valido en Tros, Rey de Troya, bisabuelo de Príamo, y Eneas, por medio de sus dos hijos Ylo, y Asaraco, de uno de los cuales hacia descender al Rey, y de otro al Duque.

4. No han faltado en otras Naciones quienes adulasen con el mismo exceso a sus Príncipes. Juan Meseno estampó la sucesión de los Reyes de Suecia, sin interrupción alguna, desde el primer Padre del género humano: y Guillermo Slatyer hizo otro tanto en obsequio de Jacobo Primero, Rey de Inglaterra.

5.Verdaderamente que tanto incienso hiede aún al mismo Idolo para quien se exhala. Por eso Vespasiano despreció a unos aduladores, que le entroncaban con Hércules; y el Cardenal Macerini hizo gran mofa de otro, que le buscaba su origen en Tito Geganio Macerino, y Próculo Geganio Macerino, antiquísimos Cónsules Romanos. Así pierden la lisonja los que la vierten sin medida.

6. Volviendo al asunto, repito, que de ninguna prerrogativa se debe hacer menos jactancia que de la nobleza. Otro cualquier atributo es propio de la persona; éste, forastero. La nobleza es pura denominación extrínseca: y si se quiere hacer intrínseca, será ente de razón. La virtud de nuestros mayores fue suya, no es nuestra. En esta sentencia compendió Ovidio cuanto se puede decir sobre el asunto.

Nam genus, & proavos, & quae non fecimus ipsi,
Vix ea nostra voco.
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7. Es verdad que en alguna manera nos ilustra la excelencia de los progenitores; pero nos ilustra como el Sol a la Luna, descubriendo nuestras manchas si degeneramos. En algunos escudos de Armas he visto puestas por timbre unas Estrellas. El que ganó esta blasón le ostentaba con justicia, porque a manera de Estrella brillaba con luz propia. En muchos de los sucesores debían quitarse las Estrellas, y substituirse por ellas una Luna, para denotar que sólo resplandecen, como este Astro, con luz ajena. Galante, y magnífico en extremo me ha parecido siempre aquel elogio que Veleyo Patérculo dio a Cicerón: Per haec tempora Marcus Cicero, qui omnia incrementa sua sibi debuit, vir novitatis nobilissimae, &c. Debióse Cicerón a sí mismo toda su fortuna, porque siendo de obscura familia, sin otro apoyo que el de sus propias prendas, ascendió a los primeros honores de Roma. Más quisiera que se dijera esto, y aún mucho menos de mí, que el que me creyesen todos los hombres descendiente por línea recta de Augusto César.

§. II

8. Pero no es razón detenerme en un lugar tan común, y sobre que están escritas tantas, y tan bellas cosas, que lo más que yo podría hacer sería añadir una nueva fuentecilla al Océano, o una pequeña piedra al montón de Mercurio. Mi intento sólo es desterrar un error vulgar que hay en esta materia, y que fomenta mucho su fantasía a la gente de calidad.

9. Dícese comúnmente, que la buena ó mala sangre tiene su oculto influjo en pensamientos y acciones: que así como según la naturaleza de la semilla sale el árbol, o según la del árbol el fruto; así tales son por lo común los hombres, cual es la estirpe de donde vienen, y en sus operaciones copian las costumbres de sus ascendientes. Esta preocupación a favor de la nobleza es tan general en el vulgo, que hay en el lenguaje ordinario diferentes adagios para explicarla; y a cada paso, al oírse alguna torpe acción de un hombre bien nacido, se dice, que no [30] obra como quien es: como por el contrario, si se cuenta de un hombre humilde, se dice que de sus obligaciones no podía esperarse otra cosa.

10. Si ello fuese así, muy de justicia se le tributaría a la nobleza la estimación que goza. Pero bien lejos de eso, apenas otro algún juicio errado tiene contra sí tantos, y tan evidentes testimonios como éste. ¿En qué Teatro no se está viendo a cada paso lo que un tiempo en el de Roma, un Cicerón de extracción obscura ennobleciéndose a sí, y a su patria con acciones ilustres, enfrente de un Catilina nobilísimo, que se mancha, y la mancha con torpezas, y alevosías? ¿O lo que en el de Atenas, un Sócrates, hijo de un Herrero, lleno de virtudes, delante de un Critias, mal discípulo de tan gran Maestro, y mal descendiente de un hermano de Solón, a quien ni la nobleza, ni la Filosofía estorbaron ser un monstruoso conjunto de abominables vicios?

11. Muy notable es lo que dice Plutarco de los Reyes sucesores de aquellos Capitanes, entre quienes dividió Alejandro su Imperio. ¿Qué progenitores más ilustres que aquellos Héroes, a quienes debió en gran parte el Macedón tantas gloriosas conquistas? Pues todos los descendientes de esos generosos Caudillos, dice Plutarco, fueron de ruines, y perversas costumbres. ¿Todos? Todos, sin reservar alguno: Omnes parricidiis, & incestis libidinibus infames fuere. Tomad en vista de esto la nobleza por fiadora de la virtud.

12. La reflexión de Elio Sparciano aún es mucho más fuerte. Dice este Escritor, que echando los ojos por las Historias, ve claramente, que casi ninguno de los hombres grandes que tuvo el Mundo, dejó hijo que fuese digno sucesor suyo; esto es, bueno, y útil a la República: Et reputanti mihi, neminem propè magnorum virorum optimun, & utilem filium reliquisse, satis liquet {(a) Spartian. In vita Severi}. [31]

13. No hay duda, que a cada paso se encuentran en las Historias malos hijos de buenos padres. Germánico es ofrecido por el Ejército; y su hija Agripina tan protervamente ambiciosa, que sacrifica el pudor, y aún la vida a la ansia de dominar. Octaviano es modesto, y recatado, sobre otras muchas excelentes cualidades: su hija Julia escandaliza a Roma con sus desenvolturas. Cicerón, por cualquiera parte que se mire, es un genio elevadísimo: su hijo (sólo en el nombre parecido a su padre) es torpe, estúpido, y sin otra habilidad que la de beber mucho vino. Quinto Hortensio compite a Cicerón en la elocuencia, en la habilidad política, y en el celo por la patria: su hijo se desvía tanto de sus huellas, que está a peligro de ser desheredado; y siendo tan malo el hijo, aún sale peor el nieto. Septimio Severo, a la reserva de su nimio rigor, es un Príncipe, cumplido; su hijo Antonino Caracalla, ni merece ser Príncipe, ni ser hombre. Al prudente, y sabio Marco Aurelio sucede el brutal y desenfrenado Cómmodo: al glorioso Constantino el indigno Constancio: al magnánimo Teodosio los apocados Arcadio, y Honorio. Empero querer hacer regla general sobre estos, y otros ejemplos es dar mucho viento a la pluma.

14. Lo que con certeza se puede asegurar es, que el parentesco en la sangre no induce parentesco en las costumbres. Esta verdad se prueba invenciblemente con la desemejanza que frecuentemente ocurre entre hermanos. Si los hijos de un padre fueran semejantes a él, fueran también semejantes entre sí. ¿Cómo, pues, a cada paso se observan tan diversos? Uno es esforzado, otro tímido: uno liberal, otro avariento: uno ingenioso, otro rudo: uno travieso, otro reportado: y así en todo lo demás.

§. III

15. De esta alternación de defectos, y virtudes en una misma sangre, nos da un ilustre ejemplo la familia Antonia, famosa en la antigua Roma. Marco [32] Antonio, llamado el Orador, se puede decir que fue quien levantó esta Casa; pues si bien que la familia Antonio ya era conocida en los primeros siglos de Roma, se había dividido en dos ramas: la una, que se llamaba Patricia, y se extinguió: la otra Plebeya (aunque se ignora por qué accidente había perdido su esplendor antiguo) de la cual nació Marco Antonio. Este, siendo de extracción humilde, por sus raras y excelentes cualidades fue elevado a los primeros cargos de la República, y los ejerció gloriosamente. Pero dos hijos que tuvo, Marco Antonio llamado el Cretico, y Cayo Antonio, degeneraron enteramente de las virtudes de su gran padre, hombres sin virtud, sin conducta, sin valor. A Marco Antonio el Cretico sucedió Marco Antonio del Triumvir, en quien se aumentaron los vicios de su padre, aunque heredó parte del valor del abuelo, pues fue buen Soldado, y no mal político, pero glotón, borracho, y lascivo; y este último defecto le hizo sacrificar su fortuna, y su vida a la hermosura de la deshonesta Cleopatra. De tan mal padre nació una admirable hija, la sabia, bella, púdica, prudente, y valerosa Antonia. Esta gran mujer (que fue sin duda en su tiempo el mayor ornamento de Roma) tuvo dos hijos, y una hija, que discreparon tanto en genios, y costumbres, como si fuese la sangre, y la educación extremamente diversa. El mayor, que fue Germánico, salió un Príncipe cabalísimo, discreto, dulce, generoso, valiente, moderado: Claudio, que después fue Emperador, desdijo tanto, a causa de su estupidez, del hermano, y de la madre, que ésta solía decir, que su hijo Claudio era un monstruo, que la naturaleza había empezado a hacer hombre, y no había acabado. Livilla, hermana de los dos, fue otra especie de monstruo, pues la convencieron de adúltera, y homicida de su marido. Más la semejanza, que hasta ahora se observó entre los individuos de esta familia, siendo tan grande, se puede decir levísima en comparación de la que hubo entre Germánico, y su hijo Calígula. El padre fue las [33] delicias de Roma; el hijo el horror del mundo. Aquel un complejo hermoso de virtudes, y gracia; este un epílogo de abominaciones: en fin tal, que de él se dijo, que la naturaleza le había producido a fin de mostrar hasta donde podía avanzarse el hombre por el camino de la perversidad. He puesto a los ojos la insigne desigualdad de la familia Antonia, para que se vea que el influjo, ó ejemplo de los padres es mal fiador para conjeturar cuales serán los hijos. Si se hiciese la misma análisis de otras familias, se hallaría la misma desigualdad con corta diferencia.

§. IV

16. No ignoro el argumento, que se puede hacer a favor de la opinión vulgar. Diráseme que las costumbres por lo común siguen al genio, y el genio al temperamento. Como, pues, el temperamento se comunica de padres a hijos, por lo cual vemos heredarse algunas enfermedades, es consiguiente que medianamente se comuniquen genio y costumbres.

17. Empero este argumento flaquea por muchas partes. Lo primero, porque la comixtión de los dos sexos, inexcusable en la generación, suele hacer que en los hijos resulte un temperamento tercero, desemejante al del padre y al de la madre. Lo segundo, porque no es de creer que la materia seminal sea en todas sus partes homogénea; y a éste principio pienso se debe atribuir principalmente la notable desemejanza que hay entre algunos hermanos. Lo tercero, porque en el temperamento influyen muchos principios diferentes: la accidental disposición de los padres al tiempo de la generación, los varios afectos de la madre durante la formación del feto, las alteraciones de la atmósfera en ese mismo período, el alimento de la infancia, y otras muchas cosas.

18. De aquí colijo que es en sumo grado falible, y carece de toda probabilidad aquel pronóstico vulgar de la breve ó larga vida de los hijos, en atención a lo mucho, [34] ó poco que vivieron los padres: porque por todos los principios señalados puede, ó viciarse, o corregirse el temperamento de los padres en los hijos; y así se ven cada día hijos sanos de padres enfermos, e hijos enfermos de padres sanos. Es verdad que hay algunas dolencias, las cuales tienen el carácter de hereditarias; lo cual juzgo que depende de que el vicio que las origina, es común a toda la materia seminal. Pero esto es propio de muy pocas enfermedades, y ni aún de esas es tan propio, que no falsee muchas veces. Mi padre fue gotoso, y ni yo lo soy, ni alguno de mis hermanos lo es.

{(a) Mis Padres, y mis cuatro Abuelos todos fueron de corta vida. Con todo yo (gracias a nuestro Señor) voy, cuando escribo esto, pasando de sesenta y dos a sesenta y tres años, sin notable decadencia en las fuerzas corporales.

2. Diránme, que uno, u otro accidente no prueba que por lo común no se verifique que a la breve ó larga vida de los padres corresponde la de los hijos. Contra esta respuesta están las razones con que en el citado número y en el antecedente probamos que aquella regla carece de todo fundamento en buena filosofía. Pero vaya para mayor abundamiento otra experiencia a que no se puede responder con que es accidente, porque comprende a todos los individuos de una especie. Los mulos, que son hijos de burro y yegua, son de más larga vida que el padre y la madre.}

19. Añado, que aún cuando se admita alguna comunicación de genio y costumbres de padres a hijos, esto nada favorece a la nobleza antigua, que computa muy distante su origen. La razón es, porque como en cada generación hay alteración sensible bastante para introducir alguna desemejanza respecto del progenitor inmediato, en el cúmulo de muchas viene a ser la desemejanza tan grande, como si no hubiese algún parentesco. ¿Qué esperanza, pues, puede tener de heredar algo de la generosidad de sus ilustres progenitores el que mira remoto por el espacio de algunos siglos aquel ó aquellos Héroes, de quienes se derivó todo el lustre a su casa? Cuantos más abuelos intermedios cuente, tantos más grados [35] de aquel generoso influjo se quita. En cada generación se fue perdiendo algo; y siendo muchas, llega a perderse todo. Es de creer que los Tespiades, o hijos que tuvo Hércules en las hijas de Tespis, heredasen algo de la fuerza de su padre: a los hijos de los Tespiades ya llegaría más cercenada la robustez del abuelo, y los descendientes de éstos, pasados uno y dos siglos, no serían más fuertes que los demás hombres.

§. V

20. Aquí concluyera yo este Discurso, si sólo los Nobles hubiesen de leerle. Más como mi intento sea curar en los Nobles la vanidad, sin eximir los humildes de la veneración, es preciso ocurrir al inconveniente que por esta parte puede resultar; pues aunque es justo que la nobleza no se engría, es debido que la plebe la respete.

21. Por fuertes que sean las razones que hasta ahora hemos alegado contra el valor de la nobleza, no puede negarse que la autoridad que la favorece, tiene más fuerza que todos nuestros argumentos. Cuantas Naciones cultas y bien disciplinadas tiene el Mundo estiman esta prerrogativa: lo que es poco menos que un consentimiento general de todos los hombres; y una opinión universal, ó sale de la esfera de opinión, ó aunque no salga, debe prevalecer contra todo lo que no es evidencia.

22. La vanidad (dice la famosa Magdalena Escudery en el tom. 4. de su Cyro) que se saca solamente de los progenitores, no es bien fundada; mas con todo, esta ilustre quimera que tan dulcemente lisonjea el corazón de todos los hombres, está tan universalmente establecida en todo el Mundo, que no puede menos de hacerse consideración de ella. Es cierto que en muchas cosas el uso común nos arrastra contra la razón; pero en otras la misma razón manda seguir el uso común, y este es el caso en que estamos.

23. Es verdad que me queda la duda de si esta estimación común de la nobleza le ha venido por sí misma, ó por un adjunto suyo, que es el poder. Comúnmente [36] los nobles son ricos, y puede dudarse si el culto que presta el Mundo a este ídolo que se llama Nobleza, se introdujo por la representación que tiene, ó por el oro de que consta. Lo que se ve es, que los nobles que decaen en el poder, al mismo paso decaen en la estimación; y aunque siempre les queda alguna, ¿quién sabe si ésta depende del oculto influjo de su generosa estirpe, ó del hábito común que en nosotros reside de apreciarla? Puede ser también, que el noble reducido de la opulencia a la mendiguez, sólo se venere como reliquia del ídolo que se adoró antes.

24. Por este motivo es preciso buscar fundamento más sólido para asegurar a la nobleza la estimación que goza; y le hay sin duda en la razón, aun prescindiendo de toda autoridad. Es máxima constante en la Etica, que a toda excelencia se debe algún honor: habiendo, pues, ya el consentimiento de los hombres, ya la estimación de los Príncipes, ya los privilegios que les conceden las leyes, colocado a los nobles en cierto grado de superioridad respecto de los que no lo son, se debe reputar la nobleza por un género de excelencia, a quien por consiguiente se debe el obsequio del honor.

25. Donde se debe advertir, que esta deuda no se estorba por la incertidumbre que puede haber en orden al origen de los que tenemos por nobles. La razón es, porque la común existimación basta para colocarlos en aquel grado de superioridad, y no podemos pedir mayor examen de su descendencia para venerarlos, que las leyes piden para favorecerlos. Raro hombre hay que tenga certeza física de quien es su padre, sin que esto obste a la indispensable obligación de reverenciar a aquel que la común existimación es tenido por tal.

26. Esta deuda de veneración a la nobleza se debe entender reservando en todo caso a la virtud el lugar que le toca; la cual, según doctrina constante de Aristóteles, y Santo Tomás, es mucho más digna de honor que la nobleza. Por tanto mucho más se debe honrar [37] (aún con este honor extrínseco, y civil, que es del que hablan aquellos dos grandes Maestros de la Etica) al plebeyo virtuoso, que al noble que carece de virtud. Nuestro Cardenal Aguirre, explicando al Filósofo en el capítulo tercero del libro cuarto de los Eticos, añade, que el noble vicioso es indigno de todo honor y respeto. A cuyo dictamen me conformo, porque es consiguiente a una máxima del Angélico Doctor, el cual {(a) 2. 2. quaest. 145. art. 1} habiendo dicho, que el honor, propia y principalmente sólo se debe a la virtud, asienta, que otras cualidades excelentes inferiores a ella, como son nobleza, riqueza, y poder, sólo son honorables en cuanto conducen, ó coadyuvan al ejercicio de la virtud: Alia verò, quae sunt infra virtutem, honorantur in quantum coadjuvant ad opera virtutis: sicut nobilitas, potentia, & divitiae. Si la nobleza, pues, no coadyuva a la virtud, antes fomentando la vanidad, ó alimentando la soberbia, ó prestando su sufragio para otros vicios la estorba, se constituye totalmente indigna de respeto.

§. VI

27. ¿Pero cómo conciliaremos lo que arriba dijimos contra la nobleza, con lo que acabamos de alegar a favor suyo? Fácilmente; diciendo, que ésta prerrogativa no es laudable, pero es honorable. Los argumentos antes propuestos la impugnan la laudabilidad; los de ahora la afirman la honorabilidad. Esta es una distinción que señala Aristóteles entre la virtud, y todas las demás excelencias que ilustran a los hombres. La virtud, dice, es laudable; la riqueza, la nobleza, el poder ninguna alabanza merecen, pero son acreedores al honor. De modo, que en la nobleza no hay motivo alguno para que el noble se jacte; pero le hay para que el humilde, ó el que es menos noble le reverencie. Con esta distinción [38] todo se compone bien, y se la asegura a la nobleza la estimación, sin fomentarla la vanidad.

§. VII

28. El asunto de este discurso, especialmente por lo que hemos dicho en los párrafos segundo, tercero, y cuarto, nos conduce oportunamente a desterrar un error vulgarísimo. Tan encaprichado está el Mundo del oculto influjo de la sangre, que quieren que los hijos, en fuerza de él, hereden de los padres, no sólo aquellas pasiones que dependen del temperamento, más aún la propensión a la religión de sus mayores. Aún no ha parado aquí, pues la plebe extiende este influjo a la leche de que se alimentan los niños en la infancia; acreditando esta máxima ridícula con tal cual experimento incierto ó fabuloso; como de alguno, que siendo adulto judaizó por haberle dado leche una ama Judía.

29. Ningún error más ajeno de toda verosimilitud. Si se habla de la Religión verdadera, no sólo el ascenso que presta el entendimiento a sus dogmas, mas también la pía afección que de parte de la voluntad precede aquel asenso, es sobrenatural: por consiguiente no puede, según buena Teología, ni la sangre, ni el alimento, ni otra cosa natural tener conexión alguna, ni con el asenso, ni con la pía afección. Esta toda es obra de la Divina Gracia, para quien no hay ni aún disposición remota en toda la esfera de la naturaleza; y sólo se pueden admitir disposiciones naturales negativas, que únicamente concurren removiendo impedimentos, como el buen entendimiento, y buena índole. Pero estas buenas disposiciones, en los que las gozan, no dependen de que sus padres hayan profesado la Religión verdadera. Si fuese así, todos los Católicos tendrían buen entendimiento, y buen natural.

30. El asenso a las Religiones falsas no tiene duda que es absolutamente natural, pues no puede ser sobrenatural el error. Con todo es cierto, que no depende en manera alguna del temperamento, ni de la organización, que [39] es en lo que pueden influir, ó la semilla paterna, ó el alimento de la infancia. La razón es, porque el dar asenso a un error depende de representación objetiva, la cual en diversos temperamentos y organizaciones puede ser una misma, y en temperamentos y organizaciones semejantes, diversa. ¿Qué dicha tiene, que en el gran Pueblo de Constantinopla hay innumerables hombres desemejantes en estas y otras disposiciones naturales? Sin embargo, todos creen los mismos errores.

31. A quien no redujeren estas razones, convencerá la experiencia de los Genízaros. Esta Milicia, que es la mejor del Imperio Otomano, y sirve de guardia al Gran Señor, aunque hoy admite en su cuerpo gente de todas Naciones, antes sólo se componía de Cristianos originarios, que en su niñez habían caído en manos de aquellos Bárbaros, ya por presa de guerra, ya por vía de tributo que pagaban al Gran Señor los Cristianos pobres residentes en sus Dominios. Estos Soldados, pues, no obstante ser hijos de Cristianos, y alimentados en la infancia con leche Cristiana, tan finamente profesaban el Mahometismo, como los hijos de los mismos Turcos; y en las guerras contra Cristianos, bien lejos de detenerlos el brazo el oculto influjo de la sangre, y la leche, peleaban, no se si diga con más valor, ó con más furor y rabia que los demás Mahometanos.

32. La misma reflexión se puede hacer en los hijos de los Esclavos que de Africa se conducen a la América para trabajar en las Minas, y en los Ingenios de azúcar; pues aquellos, educados en la Religión Cristiana, viven alejados de todo pensamiento de volver a la idolatría que profesaron sus mayores.

33. Lo que tal vez sucede es, que alguno, que siendo niño fue instruido en Religión distinta de la de sus padres, sabiendo después en edad mayor que estos profesaron otra creencia, se halla movido a seguir sus huellas. Mas esto es claro que no depende de que dentro de las venas tenga alguna semilla de la Religión paterna, [40] sino de que el amor y veneración de sus progenitores le inclina a imitarlos; y yo creo, que por falta de reflexión dejan de ser estos ejemplos más frecuentes: pues a un hombre advertido es natural que le haga más fuerza el ejemplo de los que le dieron el ser, que el de los que le robaron la libertad. Pero tanta es la fuerza de la educación, de la costumbre, y del comercio, que prevalece contra todas las demás atenciones.

§. VIII

34. Aquí es también ocasión de tocar una queja comunísima entre Hidalgos pobres. Dicen estos frecuentemente, que hoy más se estima el dinero que la hidalguía, y más respetado es el rico que el noble. Esta sentencia apenas les sale de la boca, sin que la acompañe un gran gemido, como doliéndose de la corrupción de estos tiempos, que ha alterado el precio de las cosas.

35. Muy engañados viven los que piensan que el Mundo fue, ni será jamás de otro modo. Siempre se hicieron, y siempre se harán más expresiones de amor y respeto al rico de origen humilde, que al pobre de estirpe ilustre. Esto lo lleva de su naturaleza la condición humana. Los hombres, por lo común, no prestan sus obsequios graciosamente, sino a intereses. Procuran complacer a quien los puede, ó favorecer, ó dañar. La nobleza no es cualidad activa; la riqueza sí. El noble por noble, no puede hacer bien, ni mal: el rico tiene en una mano el rayo de Júpiter, y en otra la cornucopia de Amaltea. Preguntáronle a Simónides, cuál era más estimable, la riqueza, ó la sabiduría: Perplejo estoy (respondió) porque veo concurrir muy frecuentes los sabios al cortejo de los poderosos, y no veo que los poderosos cortejan a los sabios. De modo, que ya en aquellos antiguos tiempos rendían homenaje los sabios a los ricos: ¿qué harían los vulgares? El temor, y la esperanza son los dos grandes muelles que mueven el corazón del hombre. El amor desinteresado en muy pocos individuos tiene juego. Hay hoy algunas naciones Idólatras, que adoran a [41] Dios, y al diablo. A Dios, para que los beneficie; al diablo, porque no los dañe. Quien no puede hacer bien, ni mal, no espere adoraciones. El único, y eficacísimo instrumento para beneficiar, ó dañar es el dinero: así los que fueren dueños de él, lo serán también del culto común. El oro es ídolo de los ricos, y los ricos son los ídolos de los pobres. Siempre fue así, y siempre será así.

36. Consuélese no obstante los nobles desatendidos, con que no son sinceros los cultos que reciben los poderosos. Esos inciensos no se exhalan en el fuego del amor, sino en la hoguera de la concupiscencia. Está desmintiendo el pecho cuanto pronuncia el labio. Dóblase en las sumisiones el cuerpo, sin inclinarse el ánimo. No es obra de la naturaleza, sino invención del arte el obsequio. ¿Qué aprecio merecen las adulaciones que articula una lengua esclava vil de interés? No niego que hay poderosos merecedores de su fortuna, y que estos pueden, por el valor intrínseco de sus prendas, ser sincera, y cordialmente cortejados por los hombres de bien. Pero estos son los menos; y la lastima es, que no hay rico alguno a quien la lisonja no haya persuadido que es uno de aquellos pocos.

37. También se debe advertir a los Hidalgos quejosos, que los ricos, por ricos, son en alguna manera acreedores al respeto que se les tributa. La bendición del Señor (dice Salomón en los Proverbios) hace a los hombres ricos. De suerte que la riqueza es don de Dios, y tal don, que según la común existimación del Mundo constituye dignos de honor a los que le gozan. Así lo afirma Santo Tomás. Secundum vulgarem opinionem excellentia divitiarum facit hominem dignum honore {(a) 2. 2. quaest. 45. art. 1}.

La común existimación en esta parte funda derecho; y aún cuando aquel juicio sea errado, será menester esperar a que el Mundo se desengañe para eximirnos de la deuda. Pero ese desengaño no llegará, salvo que Dios con su mano poderosa doble los [42] corazones de los hombres, a estimar únicamente la virtud; y si llegase ese día feliz, también la nobleza caería de la estimación que hoy goza. Cada uno sería estimado de sus obras, y no por las de sus mayores; lo cual sería mucho más útil sin duda a la República. ¡Qué bien servida sería ésta, y qué buenos Ciudadanos tendría, si no hubiese otra senda que la virtud para llegar al logro de la común estimación! Pero hoy que el mérito, y aún la fortuna de un individuo hace gloriosa toda una descendencia, como todos los que suceden en aquella línea se hallan al nacer la veneración pública dentro de casa, son muchos los que se consideran exentos de negociarla por medio de alguna aplicación honrosa.

38. De donde infiero, que lo que más especiosamente se dice a favor de la nobleza, conviene a saber, que es justo premiar en los descendientes la virtud de sus mayores, aunque tiene bello sonido en la teórica, no logra tan buen eco con la práctica. Si sólo la virtud personal se premiase, en una serie de veinte descendientes habría acaso diez, ó doce, que trabajasen para la gloria. Mas si el primero de esos veinte la gana para todos ellos, sólo se utiliza la República en el primero. Aquel la sirvió, y a los demás sirve ella.

§. IX

39. Lo que acabamos de decir no estorba que la nobleza sea preferida para dignidades, puestos, y honores; sí solo que estos se les confieran como premio del mérito de sus ascendientes. No me opongo al hecho, sino al motivo. Antes bien soy de sentir, que para ocupaciones honrosas, la misma utilidad pública (este es el motivo que siempre se ha de tener presente; no el de premiar servicios ajenos, que ya están bastantemente compensados) pide que sea preferido el noble al humilde, no sólo en igualdad de virtud (que eso se debe suponer), mas aún cuando el exceso de aquel a este en nacimiento es grande, y el de este a aquel en virtud es corto. Esto por cuatro razones muy considerables. [43]

40. La primera es evitar la multitud de privilegiados en la República. Si frecuentemente se echa mano de humildes, virtuosos, y hábiles para los puestos, como de la elevación de estos resulta la de su posteridad, dentro de uno, y dos siglos se produce una multitud grande de nobles: lo que es extremamente perjudicial al público, porque a proporción se minoran los que han de servir a las artes mecánicas, y al cultivo de la tierra; minorase también la contribución de los pechos; ó lo que es peor, serán gravados sobre sus fuerzas los que quedan con esa carga.

41. La segunda, porque en igualdad de puesto es el noble obedecido con más resignación, prontitud, y gusto de los inferiores, que el de humilde extracción. Esto es de suma importancia en cualquier género de gobierno. ¿Qué turbaciones no ocasiona la repugnancia que los hombres hallan en sufrir la dominación de aquel, a quien ayer vieron con sayal, y hoy ven con púrpura? Unas veces es la obediencia tarda, otras mal ejercitada, otras ninguna. El amor, ó por lo menos la interior condescendencia de los que sirven al que manda, es extremamente necesaria para toda especie de negocios. Muchos bellos proyectos se han desvanecido, porque los instrumentos destinados a la ejecución de los medios, impedidos de oculta ojeriza al superior, deseaban que no tuviesen efecto. A la intolerancia de los súbditos se sigue en el que manda aborrecimiento respecto de ellos; y en llegando a mirarse estos y aquel recíprocamente como enemigos, no hay desorden ni riesgo que no deba considerarse cercano.

42. La tercera, porque es mucho más de temer que sea virtud fingida la del humilde, que la del noble. El vicio de la hipocresía casi está adjudicado a la estrecha fortuna. Los pobres están precisados a ocultar sus defectos morales; y el recurso trivial que tienen para mejorar de suerte es simular virtudes. Por el contrario, la opulencia, y nacimiento ilustre naturalmente dan desahogo al espíritu. Los nobles comúnmente parecen lo que son, porque ni la necesidad ni el temor los precisa a ostentar la virtud que no tienen. [44]

43. La cuarta y última, porque aun dado por cierto que sea virtud verdadera la del humilde, se debe temer que en su exaltación la pierda. Son peligrosos todos los saltos grandes de fortuna. Malos son los de arriba abajo, porque despedazan la honra y la hacienda; pero peores los de abajo arriba, porque comúnmente destruyen el alma. Todo hombre virtuoso, para ser levantado del polvo a la dignidad, había de dar fiadores de su perseverancia. Trasládase el alma a otro clima muy diferente, y muy enfermizo para las costumbres. Muchos tienen en su temperamento sepultadas las semillas de varios vicios, de modo, que se esconden a sus propios ojos, hasta que las hace crecer y brotar la oportunidad de las ocasiones. En raro hombre de baja esfera se nota que sea cruel, y soberbio; en raro pobre el que sea avaro. Aquel, bien lejos de ejercitarlos, ni aún siquiera piensa en unos vicios para quienes no tienen materia. ¿Este como ha de poner la mira en lo supérfluo, entre tanto que le falta parte de lo preciso? Dale a aquel el mando, y a este algo de riqueza, si quieres saber lo que son por esta parte. De hecho, estos tres vicios se han notado frecuentemente en los que fueron elevados de humilde a alta fortuna, aunque antes no diesen muestra alguna, ni de estos, ni de otros.

44. Por estas razones soy de sentir que nunca para la dignidad y empleo honroso sea preferido el humilde al noble; salvo que el exceso de aquel en la virtud sea muy grande. Pero en la Milicia se debe dar excepción a esta regla; porque la pericia y el valor, que son las prendas de suprema importancia en aquel ministerio, ni se pierden con el puesto, ni se contrahacen con la hipocresía. Por otra parte estas dotes, para el respeto y obediencia de los súbditos, suplen bastantemente el resplandor del origen. Y en fin, un gran guerrero resarce a la República con ventajas el daño que le induce plantando una nueva estirpe de Nobles. Conque están removidos todos los cuatro inconvenientes señalados.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo cuarto (1730). Texto según la edición de Madrid 1775 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 26-44.}