Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso IX

Eclipses

1. Dos argumentos nos hace aquí el Sr. Mañer, a fin de probar el pernicioso influjo de los Eclipses. El primero es la experiencia del estrago que hizo un Eclipse de Sol en la Provincia de Venezuela, donde no sólo se perdieron las mieses aquel año; mas también los quince siguientes; y al fin, desesperando de que la tierra convaleciese de tan fatal dolencia, abandonaron los naturales su cultivo. Que proviniese este daño del Eclipse, lo prueba, porque no hubo otras causas a qué atribuirse. ¡Defectuosísima prueba! Porque ¿qué Filosofía alcanza a averiguar todas las causas, que pueden influir en el destrozo de las mieses? ¿Quién sabe si se suscitó entonces alguna fermentación subterránea, que alterase la constitución de la tierra? ¿O si sopló de otra parte alguna aura maligna contraria a la fecundidad del País?

2. Si le preguntamos al Sr. Mañer, ¿por qué en otras tierras no hizo el Eclipse el mismo daño? de esta objeción ya se hace cargo, y responde, que no podemos saber las disposiciones con que en aquella ocasión se hallaba aquella tierra, para haberse introducido en ella la referida calamidad. Y yo repongo, que tampoco puede saber el Sr. Mañer si esas disposiciones eran tales, que fuesen, no sólo disposiciones, sino causas bastantes a inducir por sí mismas aquella calamidad, sin ayuda, o influjo del Eclipse. Fuera de que esta solución enteramente arruina los pronósticos, que por los Eclipses hacen los Astrólogos: pues éstos no saben, ni pueden saber qué disposiciones tendrá la tierra al tiempo del Eclipse.

3. El segundo argumento funda en la frialdad de la [44] atmósfera, ocasionada de la falta del calor del Sol. Si la frialdad de la atmósfera fuese tanta como la del argumento, no dudo que haría mucho daño. Pero aquélla es tan remisa, que no hay habitación tanto cuando recogida, que no esté más fresca, cuando alumbra el Sol, que el ambiente externo, cuando el Sol está eclipsado. Con que si aquella frescura no daña, menos dañará estotra. Asimismo cualquiera viento Septentrional refresca más la atmósfera, que ningún Eclipse. Si aquél no produce esos malos efectos, soplando tres días, ¿por qué los ha de causar el Eclipse durando tres horas? Cierto, que estando yo, no ha mucho tiempo, conversando con algunos de mis compañeros sobre esta misma cuestión de si dañan, o no los Eclipses, me opusieron el gran bochorno, que habían experimentado durante un Eclipse de Sol, creyendo que del Eclipse había dimanado el calor, y que por medio de él podía dañar el Eclipse. Y aunque no dudo se engañaban en el discurso, era constante el hecho; con el cual no es compatible la frialdad de la atmósfera, que nos asegura el Sr. Mañer, siempre que el Sol está eclipsado. En fin, aun cuando sea así, por eso mismo será el Eclipse muchas veces provechoso; pues muchas veces el mismo calor daña a racionales, brutos, y plantas. ¡Cuánto convendría entonces un Eclipse portátil para refrigerar la atmósfera!


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 43-44.}