Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo quinto Discurso primero

Persuasión al Amor de Dios,
fundada en un principio de la más sublime Metafísica, y que es juntamente un altísimo dogma Teológico, revelado en la Sagrada Escritura

1. Cuando Dios trató de hacer a Moisés Plenipotenciario suyo para el gran negocio de libertar a su Pueblo de la opresión, que padecía debajo de la tiránica dominación de los Egipcios: Señor le replicó Moisés, si me preguntaren, ¿quién me dio esta comisión, o qué nombre, qué carácter tiene, qué respuesta les daré? Yo soy el que soy, le respondió Dios: Esto dirás a los hijos de Israel: El que es, me envió a vosotros. Ego sum qui sum: sic dices filiis Israel: Qui est, misit me ad vos. ¡Oh enigma divino!, ¡Oh sentencia de una inmensa profundidad!, ¡Oh Océano, cuyas márgenes ignora toda criada inteligencia! ¿Pero cómo ha de hallárselas, si no las tiene? En estas pocas, pero supremamente misteriosas palabras, está contenido aquel, que llamo principio de la más sublime Metafísica, y altísimo dogma Teológico, revelado en la Sagrada Escritura.

2. Aquel, que es, me envió a vosotros. En esta cláusula está la verdadera definición de Dios. A quien pregunte quién es Dios, la respuesta legítima, y aún única, es: Aquel que es. Así se definió Dios a sí mismo; y ¿quién podría definir a Dios, sino el mismo Dios? No es esta definición [2] conforme a las reglas de la Dialéctica, que nos dan en las Escuelas. Sería indigna de Dios, si se sujetase a esas reglas. Fue Autor de ellas Aristóteles, y era el ingenio de Aristóteles, aunque grande para de tejas abajo, muy poca cosa para fundar reglas, que pudiesen subir tan arriba. Es de esencia de la definición Aristotélica la composición de género, y diferencia. Y lo primero, repugna en Dios toda composición, por la suma simplicidad de su ser. Lo segundo, repugna género, porque éste es un concepto de potencialidad, por consiguiente de imperfección, totalmente ajeno a la infinita actualidad, y perfección del ser Divino. Lo tercero, tampoco cabe diferencia propiamente tal en Dios, porque como Ente infinito, es preciso comprehenda en sí mismo toda la amplitud del ser (esto es ser con propiedad Ente infinito); y así no puede considerarse propiamente diverso, o como disgregado de algún otro ente.

3. En lo que acabo de decir, apunto la doctrina, con que se puede explicar, cuanto cabe en nuestra limitadísima capacidad, aquella definición, que Dios por medio de Moisés, dio de sí mismo a los Israelitas, y Egipcios: y por medio de la Sagrada Historia del Éxodo, a todos los que leemos aquel Divino Libro.

4. Sí. El que es. Esa es la definición de Dios. Pero dirasme: ¿Cómo puede ser esa la definición de la Deidad, si no hay cosa alguna, de quien no se pueda afirmar lo mismo? El hombre es, el bruto es, la planta es, el Cielo es, la tierra es, &c. ¡Oh, que eso es no percibir el concepto de aquella Soberana sentencia! Hay una gran diversidad, o una suma distancia de afirmar que una cosa es, a afirmar que el ser sin contracción, u determinación a alguna especie, o género es su constitutivo adecuado, o expresa su verdadera noción. Lo primero se puede afirmar en todo ente criado. Lo segundo sólo del Ente infinito; porque lo mismo es explicarle por el ser sin determinación, o contracción alguna, que concederle un ser universalísimo, un ser ilimitado, un ser, que carece de toda [3] margen, orilla, o término. Esto es lo que los Teólogos Escolásticos con gran propiedad llaman plenitud del ser, plenitudo essendi, y que se puede apreciar como un excelente comentario literal del texto, qui est misit me ad vos.

5. Como, según el axioma filosófico, opposita iuxta se posita magis elucescunt, dos extremos opuestos dan un concepto más claro de sí mismos, comparando uno con otro, que considerados cada uno por sí solo separadamente: comparando el Ente infinito con el finito, el Criador con la criatura, me prometo ilustrar, o aclarar más la altísima idea del Divino Ser, que nos sugiere la definición suya, que Dios comunicó a su amado Siervo Moisés. Pero descendiendo de aquel extremo a éste, volviendo los ojos del Criador a la criatura, de aquella altura a este abatimiento, ¿qué veo acá abajo? Nada veo, o lo que veo es nada. Y no se piense, que este es un hipérbole poético: es una realidad filosófica, y teológica.

6. Asientan los Astrónomos, que si Dios colocase un hombre en el Planeta Saturno, que es el más elevado de todos, y de allí quisiese mirar la tierra, volviendo los ojos a esta parte, donde está situado el globo, que habitamos, nada vería. Dista Saturno de nosotros más de trescientos millones de leguas; y siendo evidencia de la Optica, que los objetos tanto menores aparecen, cuanto a mayor distancia se miran, se sigue que la apariencia de la tierra, para quien la mirase desde aquella altura, sería mínima, sería ninguna. Lo propio sucede a quien de la contemplación del Criador vuelve los ojos hacia la criatura. ¿Qué ve en esta? Nada; aún con más razón, que el que mirase la Tierra desde Saturno, porque dista infinitamente más el Criador de la criatura, que Saturno de la tierra.

7. Nada ciertamente se puede decir que es la pequeñez de la criatura, comparada con la grandeza del Criador. Pero aún considerada en sí misma, y prescindiendo de toda comparación, o respecto, ya que no sea absolutamente nada, se puede con toda propiedad afirmar, que es un casi nada. Esta noción da de su materia primera [4] la Escuela Peripatética, rebajándola a tal pequeñez, que no duda pronunciar que es un casi nada, prope nihil. Esto dicho de la materia primera, como tal, o por razón de tal, puede admitirse sólo como un hipérbole filosófico; pues ella realmente tan ente es, tan obra del Criador, tan extraída de la nada es por la Omnipotencia, como el Cielo, la tierra, los hombres, y los Angeles. Así lo siento con mi Escuela Benedictina contra los que apocan esta desvalida substancia incompleta, hasta negarle lo que llaman acto entitativo; para lo cual, el apoyo que hallan en Aristóteles (II. Metaph. Cap. 2.) acaso no es tan seguro como piensan.

8. Mas nótese, que en la proposición de que la materia primera es un casi nada, prope nihil, hablo de la materia primera, como tal, o por razón de tal. Pero si se habla de la materia primera, como ente criado, y en razón de tal, siento, que no hiperbólicamente, sino con toda propiedad filosófica, se puede afirmar, que es un prope nihil. Ella tan ente es como todos los demás entes criados. Pero ella, y todos los demás entes criados no son más que un prope nihil, un casi nada.

9. Si a algunos pareciere extraña, o disonante esta proposición, les intimo, que la misma puntualmente se halla en la Sagrada Escritura. Omnes gentes quasi non sint, sic sunt coram eo, & quasi nihilum, & inane reputatae sunt ei, dice el Profeta Isaías, cap. 40. Vean aquí literalísimamente en este quasi nihilum aquel casi nada, o prope nihil, que yo extiendo de la materia primera a todos los demás entes criados. Si a todas las gentes, a todos los hombres reputa, o reconoce Dios por una casi nada, ¿qué otro concepto se puede hacer de todas las demás criaturas?

10. Mas como no hay texto, por claro que sea, cuyo testimonio no se pueda eludir con voluntarias interpretaciones, esta misma verdad del casi nada, que atribuyo a toda criatura, se probará con una delicada, y juntamente sólida metafísica. Señálese entre todos los entes criados el individuo que se quiera, y sea, v.gr. Pedro. ¿Qué es Pedro? [5] Es un tal hombre determinado, y nada más. ¿Qué quiere decir esto? Que tiene una partícula minutísima de ser, sumergida en una infinidad de nadas, o carencias. Es un minutísimo ser, y un infinito nada. Tiene de nada todo lo que le falta, y lo que le falta es infinito; porque le falta el ser de todos los demás entes, no sólo existentes, sino posibles, cuya colección excede a todo número imaginable.

11. Todo esto, que falta a la criatura, tiene el Criador. La criatura es nada, o casi nada; el Criador es todo. La criatura es una infinidad de carencias; el Criador una infinidad de entidades. Todo lo que tiene de entidad la criatura, es perfección. Así no es imperfecta por lo que tiene, sino por lo que le falta. Y como a Dios no falta alguna perfección posible, tampoco falta alguna entidad posible. Es un ente infinito, y no lo sería, si careciese de alguna porción, la más pequeña de todo lo que es entidad.

12. En el Catecismo del Padre Gaspar Astete, por quien se enseña la Doctrina Cristiana a los niños a la pregunta: ¿Quién es Dios nuestro Señor? se responde, que es una cosa la más excelente, y admirable, que se puede decir, ni pensar. Esta respuesta, en el lenguaje regular de que usamos, común a doctos, e indoctos, es verdadera, y nos insinúa bastantemente el concepto, que debemos formar de la Divinidad. Mas hablando en rigor filosófico, y teológico, se puede decir, que Dios no es una cosa, sino todas las cosas: no la cosa más excelente, sino la excelencia de todas.

13. Este es lenguaje de Santo Thomas, el cual en la primera parte, quest. 4. art. 2. adoptando una proposición, extraída del libro de Divinis Nominibus, atribuido a S. Dionisio Areopagita, asienta, que de Dios no se ha de decir que es esto, y no es aquello, antes es todas las cosas: Deus non quidem hoc est, hoc autem non est, sed omnia est.

14. Esta grande máxima de que Dios es no una, u otra, sino todas las cosas, explica, y prueba el Santo Doctor [6] en el mismo artículo; y la explicación, tanto es más clara, como asímismo tanto más eficaz la prueba, cuanto consiste en una Filosofía llana, y sencilla. Pregunta Santo Thomás en aquel artículo, ¿si Dios contiene en sí mismo las perfecciones de todas las cosas? An in Deo sint perfectiones omnium rerum? La respuesta es afirmativa, y la prueba es, que de todas las cosas es Dios causa primera, y universal: luego lo es de todas sus perfecciones, y por consiguiente todas las precontiene en sí mismo; porque ningún agente puede dar lo que no tiene.

15. Con esto me veo ya en el término hacia donde he empezado a caminar desde el principio de este Discurso. Si en Dios están, sin faltar alguna, las perfecciones de todas las criaturas; luego cuanto hay de bueno en estas, se halla en Dios. Esta proposición, no sólo es consecuencia de aquella, mas aún idénticamente la misma. Lo propio digo de esta otra consecuencia inmediata a la expresada: luego en Dios se halla cuanto tienen de amable las criaturas; pues siendo objeto necesario del amor el bien, los términos bueno, y amable, no sólo son convertible, mas aún sinónimos.

16. Supuesto esto como evidente, ¿qué puede amar el hombre en las criaturas, que no halle en Dios? Cuanto pueda amar en ellas, es preciso que tenga algo de amable, o bueno; y cuanto es amable, o bueno está contenido en Dios. Extienda los ojos por todo el mundo, examine atentamente qué es lo que en esa colección más le enamora: ¿podrá negar, que eso mismo que más le roba el afecto, le vino de Dios, y por consiguiente, que toda perfección, que constituye amable a sus ojos ese objeto, es una parte de las innumerables de que se compone la infinita excelencia de la Deidad? Ame, pues, a Dios, ya que en él encuentra cuanto es amable en el mundo.

17. Pero aún es poquísimo lo que he dicho. Es constante que como Dios hizo este mundo, pudo hacer otro mucho más perfecto en el todo, y en sus partes, de mucho [7] mayor magnificencia, compuesto de mucho más nobles, y hermosas criaturas. Y, por muy perfecto que hiciese ese otro mundo, es igualmente constante, que podría criar otro, y otro, y otro, que hiciese grandes ventajas a aquel en perfección, y hermosura. Digo que es constante uno, y otro; pues aunque hubo uno, o otro Teólogo, que dijeron que Dios dio a este mundo cuanta perfección era posible, sentando que en todas sus Obras está precisado, sino con necesidad física, o metafísica, por lo menos con necesidad moral, a hacer lo mejor que puede, siendo su común explicación, que en sus producciones está determinado ad optimun; que por eso a los Sectarios de ésta opinión llaman Optimistas; dicha opinión es de una cortísima probabilidad extrínseca porque son muy pocos, y de no grandes créditos los Autores, que la sostienen; y la probabilidad intrínseca, cuanto yo alcanzo, es ninguna; porque son ineluctables los argumentos que la combaten. Y aunque el famoso Varón de Leibnitz se empeñó en darle algún aire, no ha muchos años, tan desairada quedó en las Escuelas Teológicas, como su Sistema de las Monades en las Filosóficas.

18. Sobre cuyo asunto se debe advertir, que el argumento a priori con que se prueba que Dios podría criar otro mundo mejor que éste, prueba asimismo, que por más, y más perfecto que hiciese este otro mundo posible, siempre podría obrar otro, que excediese a éste, y después otro, y otro, siempre con ventajas sobre los antecedentes; de modo, que nunca podría llegar el caso de producir un mundo tan excelente, que no pudiese ser excedido de otro. Este argumento se toma de la Omnipotencia Divina, la cual es infinita, no sólo extensivè, mas también intensivè. Es infinita extensivè, porque cualquier número de criaturas, que produzca, podrá siempre producir más, y más. Y es infinita intensivè, porque por más, y más perfectas que sean esas criaturas, podrá siempre producir otras más excelentes.

19. De aquí se sigue, que el hombre, no sólo halla [8] en Dios cuanto se le representa amable en las criaturas, pero aún infinitamente más; porque su imaginación sólo se extiende hacia los bienes, que conoce existentes; pues sólo de estos tiene idea; por consiguiente, dentro de estos límites queda encerrado su apetito: Nihil volitum, quin praecognitum: Su ambición, y su codicia no pasan de aquellos honores, puestos, y riquezas, que se ofrecieron a su vista, o de que tiene noticia por el oído. Para el deleite de los sentidos, y potencias sólo pone la mira en los objetos, de que los mismos sentidos, y potencias le han informado. Pero siendo cierto, que son posibles otros mundos más perfectos, que el que vemos, compuestos de mucho más nobles, y excelentes criaturas, es consiguiente que esa mayor perfección, toda esa mayor nobleza, y excelencia, se halla en Dios, sea por continencia formal o eminencial (dejando la explicación de estos términos a los Teólogos, que para el presente intento no es necesaria). Luego tiene el hombre en Dios, no sólo cuanto apetece, pero mucho más, o eso mismo que apetece, infinitamente mejorado.

20. Y no de que Dios pueda hacer otros mundos mejores que este, se infiere que este sea bueno, y muy bueno, cuando lo contrario es expreso en la Escritura: Vidit Deus cuncta, quae fecerat, & erant valde bona. Este es bueno, y muy bueno; pero Dios le podría fabricar incomparablemente mejor. Y si se me pregunta, ¿cómo podría ser esta mejoría? respondo, que de dos maneras. La primera, mejorando los individuos, sin criar otras especies. La segunda criando otras especies mejores, o por sí solas, o agregándolas a las demás, de que compuso nuestro mundo.

21. La mejoría de los individuos es fácil de concebir; porque, ¿qué dificultad podría hallar el Criador en formarlos en formarlos dentro de cada especie más sanos, más hermosos, más fuertes; ni a los que son por su naturaleza perecederos, hacerlos más consistentes, u de mayor duración? Dentro de nuestro mundo vemos, que los individuos de unas mismas [9] especies en algunas Regiones, en orden a las partidas expresadas, hacen grandes ventajas a los de otra. Pudo Dios, pues, mejorarlos todos en todas partes, dando a todos, no sólo aquel grado de perfección en que vemos constituidos los más excelentes, mas aún otro muy superior.

22. Lo mismo que de los individuos, digo de las especies. ¿Qué repugnancia hay en que Dios criase, si esa fuese su voluntad, mejores especies de animales, de vejetables, minerales, ni que en el Cielo colocase Astros de más hermosa luz, de más benigno influjo, &c.? Acaso harán algunos reparo en la especie racional, pareciéndoles que no es posible otro todo compuesto de cuerpo, y espíritu distinto del humano. Pero este sería un dictamen destruido de todo fundamento. ¿Qué repugnancia se puede imaginar, en que en las ideas divinas haya millares y millares de compuestos de espíritu, y materia de especies diversas, y más nobles que la humana? De parte del cuerpo puede haber varios modos de organización mucho más bien dispuesta, y más cómoda para las operaciones mentales, que la nuestra. Del mismo modo pueden contenerse en las Ideas divinas millares y millares de almas racionales diversas en especie, como hay en las Inteligencias Angélicas tantas especies diversas, especialmente según la doctrina de Santo Tomás, que a cada individuo constituye de especie diferente.

23. ¿Y podríamos llamar animales racionales a esos compuestos de alma, y cuerpo distintos de nosotros? ¿Por qué no? Podríamos llamarlos tales, porque realmente lo serían. Serían animales, porque serían sensibles; y serían racionales, porque serían inteligentes, o discursivos; pero así su sensibilidad, como su racionalidad sería distinta en especie de la nuestra. Pero por lo que mira a la sensibilidad, me imagino que Dios podría dar a esos más nobles animales otros sentidos, y de percepción más alta, que los nuestros, con los cuales verosímilmente podrían enterarse de todas las virtudes, y cualidades de cualesquiera otros cuerpos, cuando nuestros sentidos sólo nos [10] representan aquellas pocas, que están contenidas dentro de la limitadísima esfera objetiva de cada uno. En orden a la racionalidad, fácil es concebir en ella una superioridad a la eminencia de su sensibilidad, como que fuesen informados sus entendimientos de más claros, y luminosos principios, a cuyo más dilatado uso contribuiría, ya su mayor perspicacia nativa, ya la mayor copia, y mayor perfección de especies intelectuales, que podría fabricar sobre el informe de aquellas más notables potencias sensitivas.

24. Pero siendo esto así, va por el suelo la definición Aristotélica del hombre por el concepto de animal racional; pues verificándose la misma de esotros inteligentes animales posibles, distintos específicamente del hombre, la falta el requisito esencial de no convenir a otros mas que al definido. Bien. ¿Y qué importará que vaya por el suelo aquella definición? En el Tomo III del Teatro Crítico, Disc. IX, probé muy de intento, que estos animales, que llamamos brutos, son propiamente discursivos, o racionales, aunque de una racionalidad de inferior clase a la del hombre, sin que hasta ahora hayan reclamado los Aristotélicos contra el asunto de aquel Discurso; y de él se infiere sin duda, que el concepto de animal racional conviene también a los brutos. Luego para que ese concepto fuese definitivo del hombre, sería preciso añadirle algo, que en alguna manera señalase aquel determinado grado de perfección específica, en que la racionalidad del hombre excede a la de los brutos; lo cual hasta ahora no hizo Aristóteles, ni acaso alguno de su Escuela, porque ninguno de ella pensó en conceder alguna racionalidad a los brutos.

25. Mas suponiendo racionalidad en los brutos, como ya la supongo, no es difícil señalar distintivo entre ésta, y la del hombre. En efecto, en el citado Disc. IX del tercer Tomo del Teatro, núm. 48, señalé dos, o tres distintivos esenciales, que juzgo muy suficientes.

26. El caso es, que ni aún con eso tenemos definición [11] del hombre, que pueda darse por valedera. La razón es, porque los distintivos, que yo he señalado (y lo mismo digo de otro cualquiera, que de nuevo se discurra), son bastantes para discernir la especie de racionalidad, que constituye al hombre, de esotra racionalidad inferior común a los brutos. ¿Pero cómo podrá algún Filósofo, ni toda la humana Filosofía concentrada en un sujeto, caracterizar la racionalidad del hombre, de modo que no convenga, o sea idéntica con la racionalidad de alguna de esotras especies posibles, de que no tenemos la más leve idea?

27. De modo, que la convención de los Filósofos en definir al hombre animal racional, no se fundó en algún principio filosófico, sino en mera experiencia, nada reflexionada. Quiero decir, extendiendo los ojos por todas las substancias existentes, no hallaron otro animal inteligente sino el hombre, y de aquí se condujeron a pensar, que el concepto de animal inteligente era su constitutivo específico, bastante a discernirle esencialmente de lo que no es hombre. Del mismo modo que si Dios no hubiera querido criar más que una especie bruta, v.g. el caballo, como en ese caso los Filósofos no verían otro animal irracional mas que el caballo, se determinarían a definirle por el preciso concepto de animal irracional. Sin embargo, esta definición en tal caso sería muy defectuosa; y si lo sería entonces, también lo es ahora; porque las definiciones no miran las cosas como contraídas al estado de existencia, sino precisivamente de él, como meramente no repugnantes, o colocadas en aquel estado, que llaman los Lógicos y Metafísicos secundum se.

28. De lo dicho se sigue, que los dos conceptos de animal racional, o hablando con más precisión, y propiedad, de animal inteligente, y animal bruto, no deben reputarse específicos, sino genéricos. La segunda parte de esta proporción se hace patente en tantas especies (muchas entre sí diversísimas) que están contenidas debajo de la razón común de animal bruto. [12]

29. La primera, aunque no demostrada por la experiencia, creo eficazmente persuadida por la razón. Ya porque el filosófico paralelismo de los dos conceptos animal inteligente, y animal bruto manifiesta su recíproca oposición; y como contrariorum eadem est ratio, si el segundo es genérico, también debe serlo el primero. Ya porque, bien lejos de haber alguna razón para negar la posibilidad de almas racionales específicamente diversas, y más perfectas unas que otras, hay razón poderosísima para concederla. Esta razón es, porque a Dios debemos conceder actividad para hacer todo aquello en que no hay contradicción o repugnancia. Este es derecho esencial de la Omnipotencia. Ni la voz Omnipotencia significa otra cosa. Yo por mí protesto, que de cualquiera nueva especie, o género de ente, que me ocurra a la imaginación, para decidir sobre su posibilidad, o imposibilidad, me preguntaré a mí mismo, si hallo alguna repugnancia metafísica en la existencia de tal ente; y no hallándola, resolveré que es posible. Este es un homenaje intelectual, que el hombre debe rendir a la Omnipotencia; porque negar al ente la potencia pasiva para existir, es negar a Dios la potencia activa para producirle; lo que es manifiesta injusticia, entretanto que no se puede alegar la excepción de la repugnancia de parte del efecto.

30. Así yo creo poder firmar con toda seguridad, que no hay, ni habrá Filósofo en el mundo, que señale capítulo alguno, por donde implique contradicción otro compuesto de cuerpo, y alma racional, específicamente distinto del hombre. Porque ¿cómo podrá nadie averiguar que en la inmensa colección de las criaturas posibles no hay almas de superior grado de perfección a la humana? Mayormente no ignorándose, que en las Inteligencias Angélicas no hay una sola, sino muchas especies diversas, y que sobre esas puede Dios criar otras más perfectas que todas las existentes.

31. Si bajamos la consideración de esas substancias espirituales a las corpóreas de este mundo visible, ¿en qué [13] clase de criaturas corpóreas pondremos los ojos, que no le veamos repartida en varias especies? La clase, o género animal ¿cuántos millares nos presenta? ¿Cuántas el género vegetable? ¿Cuántas el mineral? ¿Cuántas el celeste, o sidéreo? ¿Qué multitud de Astros, que sólo la comprehensión de Dios puede abarcar, qui numerat multitudinem stellarum, & omnibus eis nomina vocat?

32. Esta multitud de especies existentes naturalmente conduce el entendimiento a concebir otra multitud mucho mayor de los posibles. Querer reducir estas a algún número determinado, por grande que sea, no sólo sería un capricho desnudo de todo fundamento, mas una temeridad muy injuriosa a la Omnipotencia; porque limitar el número de las especies posibles, viene a ser lo mismo, que señalar al Poder Divino algunos límites: supuesto que Dios puede hacer cuanto no implica contradicción, tiene un derecho incontestable para que concedamos posible todo aquello en que no la descubrimos. ¿Y cómo, o por dónde podrá toda humana Filosofía demostrar alguna repugnancia en la posibilidad de otras muchas especies distintas de todas las existentes dentro de cualesquiera géneros, ni en qué Dios pueda producir otras mejores, y mejores sin término alguno? Yo, no sólo sin repugnancia, mas aún con gran complacencia imagino en la inmensa región de los posibles, así como dentro del género racional, otros compuestos de cuerpo, y alma mucho más racionales que el hombre: dentro del género bruto otras bestias de mucho mayor hermosura, docilidad, fortaleza, y por consiguiente de mayor utilidad para el servicio de los racionales, que todas las existentes.

33. Lo mismo digo de otras especies posibles dentro de todos los demás géneros. ¿Qué dificultad puede embarazar al infinitamente poderoso, para producir otros vegetables de mucha mayor gallardía, fecundos de frutos más dulces y más salutíferos, yerbas mucho más medicinales, metales de mucho más bello aspecto que la plata, y el oro, piedras más recreativas de la vista que [14] los más costosos diamantes? Es cierto que el carbunclo, aquella piedra, que se dice arroja de noche un golpe de luz de grande extensión, hasta ahora como existente, no es más que una preciosidad imaginaria; ¿pero quién se atreverá a negarle la realidad como posible? A esta semejanza es fácil imaginar en todos los géneros especies de infinitamente superior valor a las que Dios crió hasta ahora; y cuantas se imaginen, en cuya esencia no se divise alguna repugnancia, se deben admitir como posibles; de modo, que al negarles la posibilidad por mero arbitrio nuestro, es hacer cierta especie de usurpación al dominio de la Omnipotencia, a quien se debe adjudicar, a lo menos como provisionalmente (digámoslo así) cuanto ocurre a nuestra imaginativa, entretanto que no apareciere en el objeto contradicción alguna.

34. Los hombres son unos animales reflexivos; mas por la mayor parte es cortísimo el uso, que hacen de esta facultad. Respecto de los objetos materiales apenas extienden la vista intelectual a más que alcanza la corpórea. Los habitadores de las Islas Marianas, antes de su descubrimiento por los Europeos, no tenían algún uso, o conocimiento del fuego. Cuando en la entrada de Magallanes vieron aplicarle a algunas casas, y consumir sus materias, hicieron juicio de que el fuego era un animal, que se alimentaba de leños. No habían visto fuego, pero habían visto animales, que mordían, y se alimentaban de lo que destrozaban; y como no tenían experiencia de cosa alguna, que se consumiese, sino mediante esa operación, atribuyendo la misma al fuego, le imaginaron tan viviente como los animales, que conocían. Estoy persuadido a que si hubiese en el mundo una Región, que enteramente careciese de peces, y aves, la primera vez que arribase a ella alguno de otra cualquiera Región donde los hay, y diese noticia de ellos, no sería creído de los habitadores de aquella desociada tierra, representándoseles repugnante que hubiese unos animales capaces de estar sepultados en el agua, sin ser [15] sofocados, y otros que pudiesen mantenerse en el aire, y hacer largas peregrinaciones por este elemento.

35. El estado de la posibilidad es un espacio inmenso, del cual el entendimiento humano no ve, sino una cortísima porción, fuera de la cual no se le representa más que un amplísimo vacío de todo ser, o sólo ocupado de estas vanas fantasmas, que llamamos entes de razón. Hay no obstante en esto bastante diferencia de hombre a hombre. Los de más penetración, como a la luz débil de un crepúsculo, alcanzan a mayor porción de ese inmenso vacío, y fuera de ella nada ven directamente; mas por reflexión ven, que de ese mismo nada puede Dios hacer infinitas cosas, como de aquella nada, que había en este espacio, que hoy ocupa el mundo, hizo todos los entes de que éste se compone. Y como para hacer algo de la nada, es evidentemente necesario un poder infinito, en ese amplísimo nada, relativamente a un poder infinito, ven también por reflexión infinitas especies de posibles, distintas de todas existentes, no sólo mejores que éstas, mas también mejores, y mejores sin término alguno más respecto de otras, aún dentro del mismo género: porque si en la mejoría, o ventaja respectiva de unas a otras hubiese algún término, ese mismo sería término del Divino Poder, lo cual repugna a un poder infinito.

36. Replicarame acaso alguno, que esa mejoría sin término de las especies posibles dentro del mismo género es imposible. La razón es, porque comparando las especies de dos géneros de desigual perfección, si las del género inferior fuesen creciendo, o aventajándose unas a otras indefinidamente, las más perfectas del género inferior llegarían a igualar, y aún a superar las menos perfectas del superior; lo cual es imposible, porque nunca, v.gr. una especie puramente vegetable, por perfecta que sea, puede llegar a igualar la más imperfecta del género viviente sensible, como ni alguna especie de animal racional, por más y más que aventajase a la humana, llegaría a igualar la intelectualidad de la ínfima especie angélica.[16]

37. Respondo, que dentro de cada clase, orden, o género de entes puede crecer la perfección indefinidamente, sin que los entes colocados en un orden inferior salgan, o asciendan de él al superior. Puede Dios, pongo por ejemplo, producir mejores especies de vegetables, que cuantos hasta ahora produjo, y sobre estos otros mejores, y mejores, sin exceder jamás los términos de lo posible; mas no por eso algún vegetable ascenderá al orden del viviente sensible. Asimismo podrá Dios criar brutos de mejor instinto, más industria, y sagacidad, que todos los que conocemos; pero por más que esa industria, y sagacidad crezca, siempre se contendrá dentro de la esfera de los objetos materiales. Lo mismo digo de la intelectualidad del animal racional respecto de la intelectualidad de los puros Espíritus Angélicos.

38. Y aunque concedamos que en ese incremento interminable de perfección de los entes de un orden inferior éstos se irán acercando siempre más, y más a la perfección de los entes de orden superior, no por eso se infiere, que llegue jamás el caso de igualarlos, o colocarse dentro de su esfera. Para lo cual nos presentan los Matemáticos un símil de insigne analogía con el caso de nuestro asunto en aquellas líneas geométricas, que llaman asímptomas, las cuales, prolongándose cuanto se quiera, sucesivamente se van acercando más, y más una a otra, sin que por eso pueda jamás llegar el caso de tocarse. Y aunque nuestra imaginación no halla modos de acomodarse a este Teorema, su verdad se convence con la rigurosa demostración Matemática, como se puede ver en el tercer tomo del Teatro Crítico, Discurso 7, Paradoja I.

39. Otro símil en la cantidad discreta, o numérica, la cual puede crecer infinitamente dentro de su línea, sin introducirse en la esfera de la cantidad continua. Otro en la misma cantidad continua, la cual puede aumentarse sin término en longitud, sin adquirir latitud, ni profundidad. [17]

40. Y la razón de todo es, porque cada género, u orden de cosas, considerada en el estado de posibilidad, tiene una amplitud interminable, en la cual puede extenderse infinita, o indefinidamente, sin tocar en la esfera de otro orden superior.

41. De todo lo que hemos filosofado hasta aquí se sigue en primer lugar, que pudo Dios hacer otro, y otros mundos infinitamente mejores que este que habitamos; lo cual no se ha de entender, como que pudo hacer alguno, o algunos infinitamente perfectos; porque perfección infinita repugna en todo otro, que en Dios; sino como que en cualquiera otro mundo, que produjese, por más, y más perfección que le diese, pudo siempre producir otro más perfecto; esto es, compuesto de más hermosas, y nobles especies en todos los tres órdenes de criaturas, puramente materiales, mixtas de materia, y espíritu, y totalmente inmateriales.

42. Ni esto se opone a aquella sentencia con que se concluye el capítulo primero del Génesis: Vidit Deus cuncta quae fecerat, & erant valde bona. Es así, que cuantas cosas hizo Dios, son buenas, y muy buenas; pero esto no quita que pueda hacer otras mejores, y muy mejores; pues eso sería caer en la repugnancia de constituir límites a un poder infinito: tropiezo, que, a mi parecer, no repararon bastante algunos Escritores, acaso más píos, que doctos, que empeñados en el asunto de ponderar los aciertos de la Divina Providencia, se avanzaron a decir, que cuantas cosas Dios hizo están hechas del mejor modo posible; de suerte, que, formadas de otro cualquiera modo, no serían tan buenas.

43. Llamo a estos Autores más píos, que doctos, porque su opinión recae derechamente en la absurda de los Optimistas, mal vista de la mayor, y más sana parte de los Filósofos, y Teólogos; o, por mejor decir, es la misma, sin diferencia alguna. Juzgan los Autores, que la siguen, que exaltan con ella la Divina providencia, y todo lo que hacen no es más que dar a este atributo una excelencia [18] imaginaria, pensionada con un detrimento real de la libertad. Dios es Omnipotente, pero supremamente libre en el uso de este atributo. Del concepto esencial de la Omnipotencia es, que así en el todo, como en las partes, puede hacer obras más, y más perfectas sin término alguno. Y del concepto esencial de la suprema libertad es, que esté a su arbitrio producirlas en tal, o tal grado de mayor, o menor perfección.

44. De lo que hemos filosofado arriba se sigue en segundo lugar, que todas esas perfecciones posibles de otras criaturas, y otros mundos, en cierto modo son en Dios real, y actualmente existentes. Si en Dios no fuesen actualmente existentes, en las criaturas no serían posibles, sino imposibles; porque la regla de que ninguna causa puede dar a sus efectos la perfección, que en sí misma actualmente no contiene, o formal, o eminencialmente, es universalísima, y se verifica en la primera causa, como en las segundas, en la increada, como en las criadas.

45. Síguese en tercer lugar aquel utilísimo desengaño del hombre, al cual se ordena todo este discurso, que es un monstruoso error suyo fijar la afición en algún objeto criado, por amable, o halagüeño que se le represente. Esto no sólo por el principio teológico, de que siendo únicamente Dios su último fin, fijando su amor en la criatura, sea la que se fuere, comete la depravación horrible de robar a Dios esta prerrogativa para colocarla en la criatura; mas también por el principio metafísico, de que cuanta bondad o amabilidad se halla en las criaturas existentes, o puede hallarse en todas las posibles, entera y totalmente está reconcentrada en Dios con la mayor perfección imaginable. Lleve el hombre su imaginación a donde quiera: extienda, si puede, los ojos del alma por la interminable circunferencia de todo lo criado, y criable; no verá en todo ese amplísimo ámbito cosa amable, aún respectivamente a sus particulares inclinaciones, cuya amabilidad, o bondad, que le constituye amable, no se encuentra en aquel bien, que es fuente de todo bien, o es en sí [19] mismo la plenitud de la bondad.

46. Preveo, casi con entera certeza, que la universalidad de esta máxima no será admitida sin una considerable excepción por algunos entendimientos, cuya débil luz nativa está sepultada en la crasitud de la materia; porque dirán éstos, que estando dividida la razón común del bien en las tres clases de honesto, útil, y delectable, aunque es indubitable que los dos primeros adecuadísimamente, y según su totalidad se hallan en Dios, parece no se puede afirmar lo mismo del tercero, porque hay muchos objetos gratos, cuya delectabilidad sólo se puede percibir mediante el uso, que de ellos hacen los sentidos, o facultades corpóreas; por consiguiente es totalmente forastera de un espíritu purísimo, cual es Dios, y mucho más la de aquellos objetos, en quienes lo delectable está íntimamente unido con lo torpe.

47. Pero esa pretendida, excepción ni es admirable en buena Filosofía, ni en buena Teología; la razón es clara, porque la cualidad (o llámese como se llamare), que constituye delectable cualquiera objeto criado, es cierta realidad, alguna cosa positiva, que participa sin duda la razón común del ente; no es negación, o privación: luego debe su existencia a aquel, que es causa universalísima de todo ente, por consiguiente en esa causa universalísima debe estar contenido, o formal, o eminencialmente, lo que constituye a cualquier objeto criable delectable.

48. Para cuya inteligencia, en beneficio de los que no son Teólogos Escolásticos, advertiré de paso, que éstos distinguen dos clases de perfecciones: unas que llaman simples, o simpliciter simples; otras que apellidan mixtas. Las primeras son las que en su concepto formal, y preciso nada envuelven de imperfección. Las segundas, en cuya perfección está envuelta alguna imperfección, u defecto. Las primeras se contienen en Dios formalmente; las segundas sólo eminencialmente. ¿Y qué es contener eminencialmente? No todos lo explican de un modo. Quieren algunos, que la continencia eminencial no sea otra cosa [20] que la actividad o virtud ventajosa, con que Dios puede producir efectos, que tengan aquella perfección; a quienes impugna bien el Eximio Doctor (disp. 30. Metaphys. sect. I. num. 10.), porque esa actividad, o virtud es un predicado relativo al efecto, el cual supone necesariamente alguna perfección absoluta, por razón de la cual conviene dicha actividad. Otros explican la continencia eminencial de una perfección por la continencia de otra perfección equivalente a aquella en virtud. Pero esta explicación es diminuta, porque la prerrogativa de eminencial significa más que equivalencia. Paréceme mejor la explicación del citado Eximio Doctor, el cual constituye la continencia eminencial de una perfección en la continencia formal de otra perfección de orden superior, en quien reside toda la virtud de la inferior separada, o como purificada de sus defectos.

49. Dos ejemplos harán esto bien perceptible. El primero, es perfección de la criatura racional la facultad discursiva; pero en esta perfección se envuelve la imperfección de la indigencia de principios, para conocer los consiguientes. Así en Dios no hay discurso; pero hay una perfección muy superior, no sólo equivalente, pero con infinito exceso supervalente (permítaseme esta nueva voz, por la propiedad que tiene para la materia); supervalente, digo, al discurso, que es aquella simplicísima intuición, con que indivisamente conoce en sí mismo (u, diré mejor, en su misma esencia) principios, y consiguientes. Y esta intuición simplicísima es una continencia eminencial de la facultad discursiva.

50. El segundo ejemplo. La potencia activa locomotiva de sí mismo en una perfección del viviente sensible, con que éste puede buscar lo que le conviene, y huir lo que le daña. Pero esta perfección está esencialmente conexa con su mutabilidad, o movilidad pasiva, que notoriamente es imperfección. ¿Hay en Dios esta potencia activa locomotiva de sí mismo? Formalmente no, porque repugna la movilidad pasiva a quien esencialmente por [21] razón de su inmensidad está en todas partes. Pero en esa misma inmensidad está la continencia eminencial de la potencia locomotiva de sí mismo; porque ocupar actualmente todo el lugar es, no sólo equivalente, mas infinitamente supervalente a la facultad de ocupar sucesivamente este aquel, y el otro lugar.

51. Al mismo modo en el bien infinito, aunque bien infinitamente delectable, no hay aquella delectabilidad que nuestros sentidos perciben en varios objetos corpóreos. No hay el grato olor de las flores, el sabor de los manjares exquisitos, la apacible vista de los jardines, la armonía de los más suaves conciertos, la pompa de los espectáculos, &c. No hay, digo, esa delectabilidad formalmente; pero la hay eminencialment; esto es, contenida en la ventajosísima supervalencia de otra delectabilidad de orden muy superior, que gozarán en la Patria los que se aplicaren a merecerla en este destierro; y de que, aún en este destierro, gozan preciosos gajes algunas almas de sobreexcediente mérito en aquellos dulcísimos éxtasis, con que tal vez los regala la divina bondad.

52. Cuanto he escrito en este Discurso, no es más que un limitadísimo comento de aquel gran texto: Ego sum qui sum... qui est misit me ad vos. Limitadísimo comento le llamo, y el mismo nombre le daría, aún cuando llenase sobre el propio asunto muchas resmas. Del Poeta Simónides, de quien dejaron escrito los Antiguos, que era prontísimo, y sutilísimo en responder a cuanto le preguntaban, se lee, que habiéndole mandado Gelón, Rey de Sicilia, explicar qué cosa es la Divinidad, o naturaleza de Dios, pidió el término de un día para responder. Acabado aquel término, pidió la prorrogación de él por otros dos días: pasados éstos, pidió otros cuatro: después de los cuatro, ocho; y duplicando siempre de este modo la prorrogación del término, nunca llegó el caso de dar respuesta alguna, o sólo dio por respuesta la confesión de su ignorancia. Pero esta misma confesión de su ignorancia, envuelta en la petición continuada de mayores, y mayores [22] plazos, me representa que Simónides tenía un concepto más sublime, y aún me atreveré a decir más claro, o menos obscuro, que cuantos explicaron en sus Escritos todos los Filósofos del Paganismo, aún comprehendiendo los Aristóteles, los Platones, y los Tulios.

53. Usando de esta noticia a mi propósito, digo, que si hallándome yo en mi mayor robustez, me ordenase, quien tuviese autoridad para ello, hacer un Comentario a aquel brevísimo Texto, pediría para formarle, lo primero el plazo de cuatro años, luego de doce, luego de veinte, luego hasta el fin de mi vida. O, mirándolo mejor, ningún plazo pediría, pues a mediana reflexión que hiciese, vería que la dificultad era muy superior a mis fuerzas, porque en la concisión, más que lacónica, de aquellas dos monosílabas qui est, reconozco una misteriosa, profundidad interminable, que totalmente absorbe mi corto entendimiento; una fecundidad de ideas sublimes, que si por una parte algo me ilumina, es mucho más lo que por otra me asombra, y me confunde. Finalmente el que es es todo lo que es, es el Ser de todos los entes, por consiguiente es la bondad de todos los bienes. ¿Qué bien puede amar el hombre, que no halle en Dios?

§. I

54. Bien creo yo, que cualquiera que atentamente leyere cuanto he escrito en este Discurso, se convencerá de la interminable fecundidad de aquella definición de la Naturaleza Divina, de que la misteriosísima proposición Ego sum qui sum es una mina de infinita profundidad, y mina de oro purísimo, de quien, como de principio teológico, se puede extraer inmensa copia de preciosos teoremas. Pero al mismo tiempo veo, que algunos me opondrán, que aunque de ese principio se pueden deducir muchas sublimes verdades, pero mucho menos útiles que sublimes, quiero decir, de muy limitada eficacia para conseguir el fin, que me he propuesto en este Discurso, que es excitar el Amor de Dios en los [23] corazones humanos. Antes bien se puede decir, que la misma sublimidad de esas verdades las defrauda en gran parte la utilidad. Todos confesarán, que cuanto hay de bueno, y amable en las criaturas, se halla en Dios con infinitamente mayor perfección. Mas por eso mismo es un objeto muy desproporcionado a nuestras pasiones. Su nobilísima elevación le aleja infinitamente de la bajeza de ellas. Al paso que la hermosura de los bienes criados, como presente a nuestras potencias, y facultades, está, mediante su proximidad, halagando, y solicitando el apetito para la consecución, y fruición de ellos.

55. Hágome cargo de la objeción. Y confesando desde luego que tiene bastante apariencia de sólida, me prometo sin embargo mostrar, por medio de tres consideraciones, que voy a proponer, y cuya fuerza persuasiva se hará bien perceptible del entendimiento más limitado, que la solidez de la objeción es sólo aparente.

56. La primera consideración es, que aunque en este estado de viadores no podemos gozar de perfecciones divinas, como de los bienes criados, la infalible seguridad, que nos da la fe, de que haciendo de nuestra parte todo lo posible para merecer la fruición del bien infinito, concurriendo para ello nuestro albedrío con los auxilios, que no nos faltarán de la divina gracia; el consuelo que nos da esta firme esperanza, es infinitamente más apreciable, que la posesión de todos los bienes de la tierra, no sólo por el deleite infinitamente mayor, que acompaña la fruición del bien infinito comparado con el que resulta de la posesión de los bienes terrenos, mas también porque aquella fruición es eterna, y ésta de una cortísima duración.

57. La segunda consideración es, que la consecución de los bienes temporales, por más esfuerzos que hagamos para lograrla, siempre es muy incierta. Al contrario la de los bienes eternos, porque la esperanza de ellos se funda en la promesa, o palabra de Dios, que es indefectible. ¡Y cuántos, buscando conveniencias transitorias, no [24] hallaron sino desdichas! ¡Cuántos, procurando remediar la miseria que padecían, dieron en otra mayor miseria! ¡Cuántos, buscando la riqueza por la mercatura, sumergieron la vida, y la hacienda en un naufragio! ¡Cuántos, solicitándola por medio del robo, perecieron en un patíbulo! ¡Cuántos, pensando trepar la escalera por donde se asciende al Trono, vieron en el término del curso, que habían subido por la que conduce al cadalso!

58. La tercera consideración es, que la felicidad que los hombres conciben como inherente a aquella conveniencia temporal a que aspiran, v.g. al puesto alto, a la gruesa hacienda, a la gracia del Príncipe, al matrimonio ilustre, no es mas que una perspectiva falaz, una imagen engañosa, una sofistería del alma, un embuste de la imaginativa. Para tocar en esta materia el desengaño, no hay mas que poner los ojos en los que lograron esos fortunones, o informarse de los que los examinan, y tratan. ¿Tienen acaso esos venturosos, o imaginados tales, muy satisfechos todos sus apetitos? ¿muy en calma todas sus pasiones? ¿en perfecta serenidad los ánimos? ¿la alma rebosando alegría, y gozo a todas horas? Todo lo contrario palpan cuantos los miran de cerca. En ellos hallan las mismas inquietudes, las mismas ansias, las mismas melancolías, los mismos disgustos, las mismas impaciencias, que las que padecen los que viven muchos escalones más abajo.

59. Esto consiste, en que por mucho que suban los hombres, suben con ellos sus pasiones; y no hay pasión, que no sea insaciable; pues aunque comúnmente esta propiedad casi sólo se atribuye a la ambición, y a la avaricia, yo juzgo que no hay pasión alguna que no padezca cierta especie de sed hidrópica, o cierta especie de hambre canina. Aquel héroe de golosos, y regalones, el Romano Marco Apicio, después de consumir inmensas riquezas en procurarse gran copia de exquisitos manjares, y licores, quiso ver qué caudal le restaba, y halló que, reducido a nuestra moneda, y modo de contar, llegaría [25] a cien mil ducados, poco más, o menos. Es muy verosímil que ya entonces Apicio fuese de larga edad, y por consiguiente, que debía hacer el cómputo razonable de que le restaban pocos años de vida, para los cuales en la expresada suma tenía con que regalarse sobradísimamente. Pero (¡quién tal creyera!) viendo reducido a cien mil ducados su caudal, se apoderó de su corazón una tan profunda tristeza, que, según algunos Autores, no pudiendo ya sufrir la vida, se la quitó con un veneno.

60. Otra pasión hay, de quien comúnmente se hace el concepto, que con su propio desahogo, y satisfacción, perdiendo más, y más las fuerzas del sujeto, se va debilitando más, y más cada día. Hablo de la lascivia. Con todo, si se mira bien, se hallará que esta pasión, en los sujetos a quienes domina, es en cierto modo más insaciable que la de la gula, al paso que tiene más objetos a que extenderse, entre quienes al fastidio de los que posee, incesantemente sucede la ansia de otros, a cuya posesión aspira. Hállase el segundo Solimán con su Serrallo lleno de muchas de las mayores hermosuras del Asia, y aún se puede decir del mundo, porque se las contribuyen la Circasia, y la Georgia, que son, según todos los viajeros, que los pisaron, los Países más fértiles de gallardas hembras, que hay en la redondez de la tierra, y de donde robándolas sus propios vecinos, y aún los parientes, las llevan a vender al Gran Señor. Con todo, porque Solimán ha oído que hay una bellísima dama en Italia (la Señora Julia Gonzaga), por esto sólo suspira, de modo, que temerariamente tienta su cautiverio por medio del famoso Corsario Cheredín Barbarroja, héroe propio para tales hazañas, y a éste no faltó mas que la anticipación de un momento solo para lograrlo con una súbita escalada nocturna en el Lugar de Fondi. Quien quisiere más ejemplos en esta materia, hallará llenas de ellos las Historias.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 1-25.}