Filosofía en español 
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Tomo quinto Carta XI

Sobre la Ciencia Médica de los Chinos

1. Señor mío: Dos meses ha plus minsuve, recibí la de Vmd. en que me nota lo que en el Tomo 9 del Teatro Crítico escribí de la Ciencia Médica de los Chinos, [262] como inconsecuencia, o contradicción de lo que sobre el mismo asunto había escrito en el segundo. Y hallándome ya en estado de responder a Vmd. empiezo diciendo, que no conozco inconsecuencia, o contradicción alguna en lo que Vmd. apunta de los dos lugares; sí solo, que en el segundo me explico más, o doy una exposición más adecuada de mi dictamen, que la que había dado en el primero. Y Vmd. tenía muy a mano un suficientísimo motivo para entenderlo así; el cual es ver, que cuando escribí el segundo, estaba presente en mi memoria lo que había escrito en el primero; siendo aquel, según lo literal del contexto, un aditamento, o complemento del primero. Yo confieso, que no tengo privilegio alguno de evitar todo género de contradicciones, o inconsecuencias; como ni le han gozado otros Escritores de mayor comprensión, y más fiel memoria, que la mía. Pero tengo derecho a que nadie entienda, que voluntariamente niego en una parte, lo que he afirmado en otra; lo cual sucedería, si al tiempo de contradecirme, tuviese presentes en la memoria uno, y otro extremo de la contradicción.

2. Mas ya que Vmd. con lo que ahora me escribe, me ofrece la ocasión de explicarme de nuevo sobre el mismo asunto, le confesaré llanamente, que el concepto, que la presente, por nuevas reflexiones, tengo formado de la Medicina de los Chinos, es muy inferior al que he expresado, así en el segundo, como en el noveno tomo del Teatro Crítico.

3. Cuanto a la Teórica de dicha Medicina, según nos la expone el Padre Du-Halde en el tercer tomo de su Historia de la China, pag. 379, y siguientes, parece una cosa tan sin pies, ni cabeza, que solo me atreveré a definirla, diciendo, que es una colección de sueños extravagantes, un tejido de quimeras Filosóficas, expresadas con locuciones entusiásticas, acomodadas para alucinar ignorantes, y que nada significan a los inteligentes. Allá han imaginado unos canales, o conductos en el cuerpo humano, que ni en los Chinos, ni hombre alguno ha visto: [263] unas correspondencias armónicas de tal, o tal parte del cuerpo, con tal, o tal elemento, tal, o tal cuerpo metálico; y asimismo unas correlaciones oficiosas de unas partes con otras, que contradicen igualmente a la Física, que a la Experiencia.

4. Lo único, en que parece convienen con los Físicos Europeos, o hablan como ellos, es en la esencial conducencia del húmedo radical, y calor nativo para la conservación de la vida: pero las particularidades, que añaden sobre uno, y otro, son mero parto de una imaginación aventurera.

5. Pongo por ejemplo. Señalan seis miembros principales, donde reside el húmedo radical: tres en el lado izquierdo: esto es, el corazón, el hígado, y uno de los riñones: tres en el derecho, los pulmones, el bazo, y el otro riñón. Asimismo las entrañas, donde colocan el calor vital, son seis: tres al lado izquierdo; los pequeños intestinos, o el pericardio; la bolsa de la hiel, y los uréteres. Tres al derecho; esto es, los grandes intestinos, el estómago, y la tercera parte del cuerpo; qui potest capere capiat, que yo en esta distribución no hago más, que traducir literalmente al Padre Du-Halde.

6. ¿Y qué diré de su pericia Anatómica? ¿Pero es poco lo que ya dije? En la relación, que acabo de hacer, de la distribución del húmedo radical, y calor nativo, se ve lo primero, que parece confunden los pequeños intestinos con el pericardio; el cual , ni es intestino grande, ni pequeño, sino una membrana espesa, que circunda el corazón. Se ve lo segundo, que trastornando el sitio de dos principales entrañas, colocan el bazo en el lado diestro, y el hígado en el siniestro: error, que apenas se hallará en alguno de nuestros rústicos.

7. Pero nada descubre más las desatinadas ideas de los Médicos Chinos en la Anatomía, y aun los enormes embustes, puedo añadir, que tal vez publican sobre esta materia, que un suceso, que el Padre Parennin, Misionero Jesuíta de la China, refiere en una Carta, escrita al [264] célebre Mons. de Mairán, de la Academia Real de las Ciencias. Esta Carta se halla en el tomo 21 de las Cartas Edificantes, y Curiosas, y es su fecha de Pekín, día 11 de Agosto del año 1730. El caso es como se sigue.

8. Padecía cierto afecto morboso de los ojos la Emperatriz, Abuela del Emperador Canghi. Aunque fueron llamados a consulta varios Médicos, ninguno pudo acertar con la curación: sólo uno de ellos dijo haber oído, que la hiel del Elefante era un remedio excelente para las enfermedades de los ojos. Al punto se pronunció, y ejecutó sentencia de muerte en uno del establo Imperial. Pero hecha la disección, por más que se registró aquella parte de las entrañas, donde generalmente se juzga estar contenida la hiel, no apareció la hiel, ni la vejiga. Nueva confusión. Empezaron algunos a dudar, si esta entraña faltaba en todos los Elefantes, lo que se despreció como quimera. Fueron interrogados sobre un suceso tan inopinado un gran número de Doctores, pero tanto sabían éstos, como aquellos; esto es, nada unos, y otros. Divulgada la noticia por Pekín, ya apareció finalmente cierto Bachiller (así le califica el Misionero): el cual, perfectamente satisfecho de su profunda Ciencia Anatómica, dijo a todos aquellos Doctores, que ciertamente el Elefante tenía hiel, como otros brutos; pero no en el mismo sitio que ellos, ni en parte alguna determinada en todo el discurso del año; antes andaba vagante, colocándose en cuatro distintos miembros, en las cuatro distintas estaciones.

9. Esta tan extraordinaria noticia Anatómica debía el Bachiller a un Autor Chino, llamado Suhuien; el cual dice, que la hiel del Elefante no reside en el hígado, sino que muda de habitación en cada distinta estación del año: de modo, que en la Primavera está en la pierna izquierda delantera; en el Estío pasa a la derecha correspondiente: en el Otoño, se coloca en la pierna siniestra posterior; y en el Invierno en la derecha. ¿Quién tal creyera? [265] O mejor, ¿quién tal creerá? Yo por mí digo lo de Horacio.

...Credat Iudaeus apella
Non ego...

10. Todo esto no es más que una mera invención de los Chinos, a quienes se antoja hacer creer el ridículo cuento de esta extraña andariega al Padre Parennin; el cual, bien lejos de hallarse presente al suceso, ni aun estaba en la China en el tiempo al cual se adapta; y según su misma relación, precedió cuarenta años al de la fecha de su Carta.

11. La verdad es, que ni los Doctores, ni el Bachiller, podrían hallar la vejiga de la hiel, ni en las piernas, ni en el hígado, o en otra parte alguna del Elefante, porque enteramente carece de ella este bruto: verdad, que ya ha veinte siglos alcanzó Aristóteles, pues en el lib. 2 de Historia Animalium, cap. 15, dice: Elephanto etiam iecur sine felle; aunque añade, que cortando el hígado del Elefante por aquella parte, a la cual en otros animales está adherente la vejiga de la hiel, fluye algo de humor semejante al de la hiel.

12. Pero lo que puede quitar toda duda en esta materia, es lo que se refiere en el tercer tomo de la Historia de la Academia Real de las Ciencias, de Mons. Du-Halde, pag. 101, y siguientes. El año de 1681 murió en Versalles un Elefante, que el Rey de Portugal había enviado al de Francia. Hicieron su disección con la mayor exctitud algunos de los mas sabios Anatómicos Parisienses; y por más que la buscaron, en ninguna parte del cuerpo hallaron la hiel. En el mismo tomo, pag. 130, se añade, que poco tiempo después se hizo disección de otro Elefante en Inglaterra, al cual tampoco hallaron la cuestionda vejiga.

13. Ni el carácter de ella es tan particular del Elefante, que no se haya observado lo mismo en otras algunas especies de animales. Aritóteles, y Plinio atribuyeron esta propiedad al caballo, al asno, al mulo, a la cabra, al ciervo, al jabalí, al camello, y al delfín. El padre [266] Parennin no declara si la vejiga de la hiel se halló en alguna de las piernas del Elefante, ni si hallada, sirvió para la curación de la Emperatriz; pero de una circunstancia, que añade, se puede inferir uno, y otro. Dice, que luego al Bachiller, que descubrió aquel gran secreto Anatómico, sin preceder examen alguno, le elevó al grado de Doctor. Si no se hubiese hallado la hiel donde decía el Bachiller, en vez de conferirle otro grado superior, merecía que le despojasen del que tenía. Y aunque se hallase la hiel, si el hallazgo era inútil para la curación pretendida, no merecía tan honorífica recompensa. Se debe advertir que el Padre Parennin no hace mas que referir sencillamene lo que oyó a algunos Chinos, a quienes no me persuado pudiese dar entero crédito.

14. Siendo tanta la ignorancia de los Chinos en Anatomía, y Medicina Teórica; ¿qué concepto podemos hacer de su Práctica? Varios Autores la ponderan mucho. Y absolutamente no es imposible juntarse con una teórica vanísima una práctica acertada. Algunos discurren, que los Antiguos Médicos, Padres, y Fundadores de la Medicina China, tenían, y enseñaban otra doctrina especulativa, más conforme a la razón, y diversísima de la que ahora se charlatanea en aquel País; mas que esta se fue perdiendo, y olvidando con el tiempo, quedando solo, a favor del continuado uso, la operativa, o mecánica del Arte.

15. No hay en esto repugnancia alguna. Ni yo tampoco la hallo, en que, sin alguna previa colección de principios, por repetidas observaciones, se formase un cuerpo de documentos prácticos, útiles para la curación de parte de las enfermedades, a que está expuesta nuestra naturaleza. Si se habla de los remedios, el descubrimiento, ya que no de todos, de los demás, y acaso también los más útiles, y probables, se debió, no a alguna especulación Física, sino a la casualidad. ¿Qué Filosofía tenían los Americanos, por la cual pudiesen inferir, que la quina era tan saludable contra las fiebres intermitentes, cuando, aún entre nuestros Físicos se duda, cómo obra este medicamento [267] en la expurgación de dichas fiebres? Lo propio de la Hipecacuana contra la disentería; de la Zarzaparrilla, y Palo Santo contra el mal venéreo.

16. ¿Pero podemos dar por cierta la excelencia de la Medicina Práctica de los Chinos, que no pocos Autores preconizan, atribuyéndole grandes ventajas sobre la de los Europeos? No, sino por sumamente dudosa; para lo cual hay muy fuertes motivos.

17. Tenían los Jesuítas de Pekín, a los principios de este siglo, un Coadjutor, llamado el Hermano Rhodes, el cual no era de profesión Médico, sino Boticario. Sucedió, que enfermó el Emperador de unas fuertes palpitaciones de corazón, que puso en gran cuidado a sus Médicos. Estos usaron de su habilidad, hasta donde ella alcanzaba; que debía de ser muy poca, porque la enfermedad fue creciendo hasta el punto de desesperar de la curación. En esta conflicto, ¿qué hicieron los Médicos Chinos? Apelaron al Boticario Rhodes, diciendo al Emperador, que habían oído, que aquel Europeo había hecho algunas excelentes curas, y así eran de sentir, que se recurriese a él. Fue llamado el Hermano Rhodes; el cual, sin más remedio, que la confección de Alkermes, hizo cesar las palpitaciones, y para restaurar sus fuerzas descaidas, por lo que había padecido antes, le sirvió con una porción de vino de Canarias, del que los Jesuítas recibían de Manila para sus Misas. Esto refiere el Padre de Entrecolles, Misionero de la China, en una Carta suya, que se halla en el Tomo 10 de las Edificantes, y curiosas, pag. 119.

18. Pero aún más fuerza hace al propósito lo que el Padre Parennin, ya citado arriba, escribe de otro triunfo señalado, que sobre los Médicos Chinos logró el mismo Hermano Rhodes. Este Religioso, por varios accidentes, se vio precisado a volver a Europa, y aun a detenerse acá mucho tiempo: pasado el cual, haciendo segundo viaje a la China, desde luego que llegó tuvo amplísima ocasión de ejercer su habilidad, no solo con muchos particulares, a quienes no habían podido curar los [268] Médicos Chinos, más aun con el mismo Emperador, a quien libró de un tumor molesto, que padecía sobre el labio superior.

19. Estas curas le acreditaron tanto con los Mandarines de Palacio, que después ni para sí, ni para sus domésticos, querían otro Médico, que el Hermano Rhodes. Y añade el Padre Parennin, que frecuentemente oía decir a aquellos señores: ¡Oh cuanta diferencia hay entre este Médico Europeo, y los de nuestra Nación! Éstos mienten osadamente, e igualmente emprenden la curación de las enfermedades, que no conocen, que las que conocen. Si mostramos desconfiar de sus ordenanzas, nos inundan con un diluvio de voces, que no entendemos. Este Europeo, al contrario, habla poco, y hace más de lo que promete, &c.

20. ¿Mas cómo se compone esto con lo que hemos escrito en el Tomo II del Teatro Crítico, de los muchos Autores, que atestiguan la superior habilidad de los Chinos en materia de Medicina?

21. Respondo, que en cuanto al crédito bueno, o malo de los Médicos, sucede en la China lo mismo que en España, o en todo el mundo; esto es, que con la mayor parte de la gente, muchos muy ignorantes, y muy ineptos, pasan por hábiles, y doctos. En ninguna Facultad se yerra tanto el concepto común en orden al mérito de los Profesores, como en la Medicina; lo cual depende, de que en ésta son menos visibles los yerros, y los aciertos, que en todas las demás. Todo el Pueblo puede conocer, sino en todo, en parte, quién es bueno, o mal Sastre: bueno, o mal Zapatero: bueno, o mal Relojero: bueno, o mal Arquitecto: bueno, o mal Astrónomo; porque todo el Pueblo puede ver, si el vestido, y el zapato vienen ajustados: si el reloj señala las horas al tiempo debido: si el edificio amenaza, o no ruina: si el eclipse vino al tiempo, que anunciaba el pronósitico.

22. Aun en aquellas Facultades, en que no se hacen tan patentes los yerros, y los aciertos, se presentan testimonios por donde se puede formar un juicio razonable. [269] Las sentencias de los Jueces muestran cuáles son los Legistas; porque deciden del mérito de los Alegatos, y de la Justicia de las Partes. Donde hay Estudios Teológicos, aun los Estudiantes, que no están muy adelantados, disciernen bastante la mayor, o menor ciencia de los Maestros. Y en general en éstas, y otras algunas Facultades, el crédito mayor, o menor de los Facultativos, desciende al Público de sujetos, que gozan alguna inteligencia de ellas.

23. Solo en la Medicina no hay para el Público regla alguna. Y porque no hay regla alguna, todos quieren hacer regla. De modo, que en esta Facultad son muy pocos los doctos: es bastante el número de los Doctores, e infinito el de los Bachilleres. Siendo la más impenetrable de todas las ciencias naturales, sólo en ella presume todo el mundo tener voto, remitiéndose en todas las demás al dictamen de los que han estudiado algo de ellas. Mas aunque todos hablan con igual satisfacción, no a todos se atribuye igual autoridad. En cualquiera Pueblo, los más distinguidos, o por el puesto, o por el nacimiento, o por la riqueza, son la parte principalísima pra el crédito de los Médicos. Esto sin motivo alguno. Porque realmente en esta materia nada más alcanza el rico, que el pobre, el noble, que el plebeyo.

24. Las Madamas, sobre todo, hacen para el efecto un partido poderosísimo, mayormente casadas; porque por advertido, o discreto, que sea el marido, que quiera éste, que no quiera, la elección de Médico ha de correr por cuenta de ellas. Si algún sujeto de autoridad, a cualquiera de sus Mercedes, o Señorías, quiere persuadir, que su Médico es de los más inhábiles, que hay en el Pueblo, la respuesta con que se sacuden, se reduce a decir: A mi me va bien con él. ¿Y qué significa, bien entendido, el que le va bien con él? Solo significa, el que a cualquiera levísima incomodidad, que padezca, una momentánea pesadez de cabeza, un flatillo de no nada, un cuarto de hora menos de sueño, que otras noches, &c. [270] grita, que se llame D. Pedro (supongo, que este es el nombre del Médico). Viene D. Pedro; ¿y qué hace el señor D. Pedro? Lo que a él se le antoja; porque haga lo que quisiere, como éstas, por lo común, no solo son unas indisposiciones, que apenas merecen el nombre de tales, mas también de cortísima duración; dentro de tres, o cuatro días ya Madama nada siente, creyendo que enteramente debe la mejoría a su Médico. Y a doce, o catorce casitos semejantes, como si esto la hubiese librado de otras tantas enfermedades mortales, es D. Pedro para ella uno de los mayores hombres del mundo. Y Dios le libre al marido de replicarla sobre ello.

25. Pero el crédito de los Médicos Chinos, se me dirá, no proviene de Madamas, ni de sujetos ignorantes, ricos, o pobres, nobles, o plebeyos; sino de los Misioneros de aquel Imperio, los cuales se debes suponer bastante doctos, y hábiles.

26. Respondo lo primero, distinguiendo la proposición incluida en estas últimas palabras: Los Misioneros se deben suponer doctos, y hábiles en la Medicina de las almas, lo concedo: en la Medicina de los cuerpos, lo niego. Esto quiere decir, que los Misioneros saben muy bien todo lo que concierne a su ministerio; lo cual es enteramente inconexo con las noticias conducentes para discernir los buenos, y malos Médicos. Como por acá vemos muy buenos Teólogos, muy buenos Juristas, muy buenos Predicadores, que en el dictamen que forman, en orden a Médicos, y Medicina, van tan descaminados, como las más sencillas Damiselas. Esto lo afirmo con las mayores veras; porque lo he visto, y palapado mil veces.

27. Respondo lo segundo, que los Misioneros, no estan muy unánimes en el informe, que hacen de la habilidad de los Médicos Chinos. Por noticidas, comunicadas de los mismos Misioneros, sabemos su profunda ignorancia en la Anatomía; como también su desatinada teórica Médica. Y por lo que mira a la práctica, por Cartas de los Padres Entrecolles, y Parennin, nos consta, como [271] se vio arriba, que su Boticario Jesuíta, el Hermano Rhodes, sabía más, que todos los Médicos de la Corte Imperial.

28. En cuanto a su particular inteligencia del pulso, están los informes más acordes. Puede ser, que un prolija, y laboriosa observación de muchos años, les haya granjeado en esta parte más luces, que las que han adquirido los Médicos Europeos. Pero siempre se me hace muy difícil lo que nos dicen, que generalmene conocen por el pulso en qué parte del cuerpo sienten algún dolor. Y no estoy lejos de sospechar, que para lograr estos créditos, se sirven del estratagema, que acá también se sabe practican algunos Médicos: esto es, informarse furtivamente de algún doméstico del enfermo; el cual, oyendo sus quejas, percibe dónde le punzan los dolores; y después profieren el conocimiento, que adquirieron por aquel informe, como que es puramente efecto de su gran penetración Médica. Se sabe por muchas noticias seguras, que los Chinos, para aquellas trampuelas, en que se interesa su codicia, es la gente más articiosa, y embustera del mundo.

29. Y lo pero es, que, según testimonio del Padre Charlevoix, no se avergüenzan, resienten en alguna manera, cuando alguno, reconociendo sus embustes, les da en rostro con ellos. Así habla de los Chinos este Autor en el cotejo que hace de ellos con los Japones, de quienes, no obstante la vecindad, discrepan infinito, en le tomo 1 de su Historia del Japón, pag. 127: No solamente esta Nación (la Chinesa) es la más interesada del Orbe; más parece también, que se gloria de ello. El engaño, la usura, el robo, la mentira, no se reputan cualidades infamantes en la China; adonde, si a un Mercader se le sorprende en la maldad de falsificar sus géneros; con gran frescura responde al que se lo nota: Yo te confieso buenamente, amigo que tú tienes más ingenio, que yo. ¿Que más podría decir en el asunto del gran Tacaño? Nuestro Señor guarde a Vmd. &c.



{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 261-271.}