Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo quinto Carta IV

Cuál debe ser la devoción del Pecador con María Santísima, para fundar en su amoroso patrocinio; la esperanza de la eterna felicidad doctrina, que se debe extender a la devoción con otros cualesquiera Santos.
Se advierte, que esta Carta es relativa a la XXIII del Tomo IV, posterior a ella, y dirigida al mismo Sujeto

§. I

1. Muy Señor mío. Persuadido ya Vmd. por lo que le escribí en la antecedente, a lo mucho que peligra la salvación de quien, viviendo estragadamente, retarda por largo espacio de tiempo la penitencia, alega ahora, para representarme muy minorado, respecto de su persona, ese peligro, la confianza, que tiene puesta en la Reina de los Ángeles por la devoción, que profesa a esta Soberana Señora. No me expresa Vmd a qué prácticas se extiende, o qué especies de obsequios comprehende esa devoción. Acaso se reducirá a rezar diariamente el Rosario, o la corona. Pero sea esa práctica la que fuere, resueltamente afirmo, que entretanto que Vmd. no mejora algo de vida, siempre está pendiente el riesgo y muy grande ciertamente, mucho, mucho.

2. Y para que Vmd. se entere de esta verdad, le remito al libro, que con el título de El Devoto de María, escribió el piísimo, doctísimo, y discretísimo Padre Pablo Séñeri. El volumen es corto; así con poquísima fatiga podrá Vmd. leerle todo; y siendo poquísima la [153] fatiga, podrá resultarle de ella una grande utilidad. Mas para el intento, con que escribo ésta, me bastará, que Vmd. lea unicamente la introducción, que es negocio de un cuarto de hora, y en la cual este Venerable Autor muestra, que hay dos especies de devoción de nuestra Señora, una verdadera, otra falsa: señalando los caracteres de una, y otra, para inferir, que en la verdadera pueden fundar muy bien su confianza los pecadores, pero de ningún modo en la falsa.

3. Define la verdadera devoción de María, arreglándose a la definición, que dio Santo Tomás de la devoción en general: Una pronta voluntad de ejecutar todo lo que redunda en gloria, y agrado de esta Señora. Ahora bien, Señor mio. ¿Reconoce Vmd. esta definición en la devoción, que profesa a María Santísima? ¿Hay en el corazón de Vmd. esta disposición, para ejecutar prontamente cuanto sea de su agrado? ¿Bastará para verificarla, el rezar diariamente el rosario, o la Corona; ayunar los Sábados; dar una u otra limosna en honor suyo? Ya se ve que la definición pide mucho más. ¿No es del agrado de esta Señora, no pertenece a su honra, y gloria el no ofender a su Santísimo Hijo, antes servirle, y amarle? ¿No dista tanto de esto, cuanto dista el Cielo de la Tierra; y aún podré decir, cuanto dista del Empíreo del Infierno, estar ofendiéndole con repetidos delitos, sin tratar de arrepentirse, y pedir seriamente perdón de ellos?

4. Mas convendré ya en que no es menester tanto para que sea verdadera la devoción. Ni parece, que la definición propuesta, tomada en el rigor de la letra, sea adaptable a toda verdadera devoción de María, sí solo a la perfecta; bajando de la cual alguno, o algunos grados, no por será falsa, sino tibia, y tanto más tibia, cuanto más decline de aquel punto de perfección. Una cosa es hablar de la devoción absolutamente, o en general, otra tomada respectivamente a nuestra Señora, a tal Santo, a tal Santuario, a tal Misterio. En el primer sentido pide, o se constituye, como dice Santo Tomás [154] (2. quaest. 82, art. 1), por aquella prontitud de ánimo a ejecutar cuanto pertenece al obsequio de Dios. Así, no se llama Devoto un hombre, solo porque se abstiene de pecar gravemente, o porque vive solo, como se suele decir, Cristianamente. La denominación de Devoto, tomada absolutamente, significa, no solo una vida como quiera ajustada, sino una virtud algo fervorosa.

5. Pero la devoción, tomada en el segundo sentido, solo significa una afición particular a tal Santo, a tal Misterio, y aun a tal sagrada Imagen, la cual puede subsistir en quien no viva muy arregladamente. Y es cierto, que esta es la mente del Padre Señeri, por cuanto da por buena, y útil la devoción, que tienen con nuestra Señora, aun aquellos que viven con alguna relajación, o inciden en algunas culpas graves. Y no sería la devoción de estos buena, ni útil, si fuese falsa. Devoción falsa es hipocresía, vicio farisaico, y tan detestable a los ojos de Dios, que no se halla otro en el Evangelio, contra quien Cristo Señor nuestro declamase con más energía.

6. Ciertamente la protección, y piedad de María Señora nuestra no se limita a los ajustados, también se extiende a los viciosos: que por eso la llama la Iglesia en su Letanía: Refugio de los Pecadores. Así muy bien pueden éstos, practicando su devoción, fiar en su patrocinio. ¿Pero qué pecadores son los que pueden vivir en esta esperanza? Aquí entra la distinción, que hace el Padre Señeri, y que yo quisiera, que Vmd. tuviera muy presente.

§. II

7. Algunos (dice el Venerable Jesuíta) son pecadores, y quieren proseguir siendo pecadores; añadiendo, sobre el mal de sus llagas, la obstinación en no cuidar de curarlas. Otros son pecadores, pero quisieran hacerse justos; y por eso suspiran por hallar algún piadoso Samaritano, que derrame bálsamo sobre sus heridas; esto es, tienen alguna voluntad de dejar su mal estado, aunque remisa. De estos segundos (dice) pueden fundar alguna [155] esperanza de la devoción, que tienen, aunque muy imperfecta. Pero (añade) los otros pecadores obstinados, que no admiten en su corazón en pensamiento de rendirse a la penitencia, nada tienen que fundar en su devoción, porque es una devoción falsa: Ni deben contarse (dice) entre los devotos de la Virgen María, antes si entre sus enemigos; porque aunque pretenden también honrarla; es con el ánimo de proseguir, entretanto, lo más que puedan en ofender a su Hijo.

8. Por la narración, que se me hizo, del modo de obrar, y hablar de Vmd. no puedo determinar a punto fijo a cual de las dos clases, que distingue el Padre Séñeri, pertenece su persona. Acaso ni a una, ni a otra; porque a la verdad, entre las dos hay bastante distancia para colocar en el intervalo, no solo uno, mas algunos medios de grados diferentes. De una vida relajada, pero interpolada con repetidos deseos sinceros, aunque remisos, de salir de ese mal estado, al total abandono de las Leyes con cierta especie de insensibilidad, hay un espacio bastante largo. Y me inclino a que dentro de los términos de ese espacio tiene su habitación la conciencia de Vmd. pero más cerca del segundo término, que del primero.

9. Es indubitable, que Vmd. no pertenece a la clase de aquellos pecadores, que quieren, aunque tibiamente, salir de su mal estado. No desea Vmd. ni eficaz, ni remisamente enmendarse. O cuando más, aunque desea por ahora la enmienda, no desea enmienda por ahora. Quien delibera retardala, resuelve no tenerla. Por lo menos la rehusa de presente, cierta, esperándola en lo venidero, dudosa. Sí, señor, dudosa, y muy dudosa. Sí, señor, dudosa, y tan dudosa, que cuanto más se retarda, tanto más va creciendo el peligro de que no llegue jamás el caso de lograrla.

10. Funda Vmd. su confianza en el patrocinio de la Virgen, que negocia por medio de su devoción. Pero quisiera saber, qué concepto tiene Vmd. hecho de la piedad de esa Reina, y Madre nuestra. No se duda de que [156] su clemencia es muy grande. ¿Pero la juzga tan clemente, que sea tan incapaz de enojo con aquellos pecadores, que sin pensar en la enmienda, están repitiendo ofensas sobre ofensas a su Santísimo Hijo? Éste sería un grande error. Y para hacérselo a Vmd. palpable, le haré otra pregunta. De dos afectos, que brillan en María, el de amor hacia su Divino Hijo, y el de misericordia hacia los pecadores, ¿cuál piensa que prevalecerá en su afectuosísimo corazón? Ello es cierto, que en aquel Místico Cielo, cuyas Estrellas son todas las Virtudes, es imposible a la razón humana medir la altura de cada una. Aun la eminencia de estotras Estrellas del Cielo material es totalmente incomprensible a los Astrónomos. ¿Qué será de las de esotro mucho más elevado Cielo?

11. Sin embargo, si consideramos, que, de parte de Cristo, hay un mérito infinito, para ser amado de su Madre, y de parte de los pecadores, en el estado de pecado mortal, ningún mérito, para la clemencia de esta Señora: si consideramos también, que aunque se apellida Madre nuestra, su Maternidad, respecto de Cristo, sobre ser infinitamente más propia, la da una prerrogativa infinitamente más estimable; parece no se puede dudar, que el afecto de amor a su Divino Hijo prevalece en su alma con ventaja inmensa a su clemencia, respecto de los pecadores.

12. Si esto es así, ¿qué espera Vmd.? A proporción que se ama más el ofendido, crece en el amante el enojo contra el ofensor. Vmd. es el ofensor, María la amante, Cristo el amado, y ofendido. Conciba, pues, Vmd. propicia a sí mismo, cuanta quiera, la clemencia de María: siempre quedará muy lejos de ponerse en equilibrio esa clemencia con aquel amor. Si el enojo, pues contra el ofensor se mide por el amor del ofendido, es consiguiente, que ha de preponderar con grande exceso el enojo de María con Vmd. sobre su clemencia. A que se puede añadir, que el amor de María a su Hijo no puede admitir disminución alguna; y el enojo con el pecador [157] rebelde va creciendo, al paso que va creciendo el número de sus pecados, y alargándose su impenitencia. S. Pablo (Epist. ad Rom. cap. 20) dice, que el pecador impenitente va atesorando irá; esto es, aumentándola más, y más en la justicia del Señor. Luego asimismo va aumentando más, y más la indignación en el corazón de la Señora, no obstante su tal cual devoción en ella.

13. ¿Qué remedio habrá, pues, Señor mío, para desenojar a esta Soberana Reina? Yo no veo sino uno, que es desenojar a su Hijo, dándole debida satisfacción de las injurias, que le ha hecho. No, no hay pensar que haya otro.

14. No ignoro, Señor mío, que andan escritas ciertas revelaciones de pecadores muy depravados, que por una levísima práctica de devoción con la Virgen se salvaron, puestos ya en la última extremidad. Y tengo especie de haber leído de un insigne malhechor, a quien, por rezar diariamente no más que una Ave María, se le alargó milagrosamente la vida, para darle lugar a hacer una buena confesión. ¿Pero serán verdaderas esas revelaciones, o los hechos, que en ellas se enuncian? Doy que lo sean. ¿Qué adelanta Vmd. en eso? ¿Si se perdieron cien millones de pecadores endurecidos, no obstante su parvidad de materia de devoción (que rarísimo hay, que no la tenga), qué confianza, o seguridad pueden inspirar a Vmd. cuatro, o seis asesinos, adúlteros, o ladrones de profesión, que por ella se hayan salvado en los últimos momentos de la vida? El Padre Maffeo, y otros Historiadores refieren, que un Oficial Portugués (Jacobo Botello) por adelantar una noticia grata a su Rey, del Puerto de Diu, en la India Oriental, se arrojó en una pequeña Barca a surcar los inmensos Mares, que hay de allí a Lisboa, lo que logró por una extraordinarísima felicidad. Pero por orden del Rey se quemó la Barca, como pretendiendo con esa demostración borrar la memoria de aquella temeridad; o por lo menos representar ésta ignominiosa, para quitar el influjo el mal ejemplo. [158]

15. Aún más temerario es, que aquel intrépido Navegante, cualquiera que, engolfado en el infiel piélago del vicio, fia, fundado en la estrecha tabla de una levísima devoción de María (que es tanto más estrecha la tabla, cuanto la devoción es más leve), arribar al Puerto de la Patria Celestial. Así, yo no sé si convendría, a imitación de lo que se practicó en Lisboa con la Barca de Botello, borrar en algunos Libros la memoria estampada en ellos de uno, u otro arrojado venturoso, que se salvó a beneficio de esa angosta tabla; porque el ejemplo de dos, o tres felices, induciendo una necia confianza en muchos millones de individuos, no haga a muchos millones de individuos enteramente desdichados. Por lo menos, cuando se propongan tales ejemplos en los libros, o en los Púlpitos, convendrá mezclar algún correctivo, rebajando, a favor de un saludable medio, lo que se pone de más en una peligrosa confianza.

16. Supongo, que los que preconizan los mencionados ejemplos, lo hacen con la piadosa mira de extender más, y más entre los Fieles la devoción con la Reina de los Ángeles. Pero yo no sé si esto en el efecto más la minora, que la promueve. Es para mí sumamente verosímil, que aun entre los que viven muy entregados a los vicios, los más rezan diariamente aquella colección de Pater noster, y Oraciones Angélicas, que llamamos Rosario, o Corona, por ser tan común, por lo menos dentro de España, la educación en esta santa práctica. ¿Qué sucederá si estos leen, u oyen predicar, que alguno, o algunos estragadísimos pecadores se salvaron por haber rezado dos, o tres Ave Marías cada día, o haber dado muy de tarde en tarde una cortísima limosna en honor de María, Señora nuestra? Que quedarán muy satisfechos, de que con su Rosario, o Corona tienen mérito de sobra para asegurar la protección de esta Señora; y así, no solo, no añadirán a la devoción acostumbrada, mas aún hay el riesgo de que algunos cercenen de ella, como superabundante. [159]

§. III

17. Predíquese, pues, como utilísima la devoción de María; pero no se ponga, digámoslo así, al boratillo, figurando, que su favor seguramente se obtiene con el presente en las más leve menudencia. Antes al contrario se ha de persuadir, que a proporción de la mayor, o menor cantidad, y valor de los obsequios, se deben concebir mayores, o menores esperanzas de lograr su protección. En que es bien tener presente, que no hay acción virtuosa, o moralmente honesta, en que no pueda ejercerse esta utilísima devoción, introduciendo por motivo de dicha acción, este respecto; v. gr. el ayuno, la limosna, cualquiera mortificación voluntaria, cualquiera obra de caridad o misericordia en beneficio del prójimo, cualquiera esfuerzo dirigido a vencer alguna pasión viciosa.

18. Esta última especie de obsequio recomienda el Padre Señeri, como de especial eficacia para lograr la amorosa protección de esta Señora, para cuya comprobación refiere un suceso muy edificante, copiado del Espejo Historial de Vicencio Belovacense; a que yo añadiré otro perfectamente, semejante cuya noticia debo al Abad Fleury, en su Historia Eclesiástica, tom. 24 lib. 119.

19. Carlos Octavo, Rey de Francia, fue un Príncipe dotado de muchas de aquellas prendas, que constituyen un buen Soberano, beningo, afable, liberal, compasivo, muy amante de sus Vasallos, cuyo alivio, y felicidad solicitaba por varios modos. Pero entre estas virtudes se hizo lugar el vicio de una excesiva propensión a aquellos deleites, a que suministra materia el otro sexo; fomentando esta pasión, como es ordinario, la criminosa complacencia de sus Cortesanos: especie de adulación, así como la más vil, la más insinuativa juntamente en la gracia de los poderosos. Sucedió, que estando el Rey en Asti, Ciudad del Piamonte, una tarde, al recogerse a la cuadra de su esposo, halló en ella una hermosa doncella, [160] que puesta de rodillas delante de una Imagen de nuestra Señora, se inundaba en lágrimas, y poblaba el aire de gemidos. Sorprendido el Rey del tierno, y no esperado espectáculo, trató de informarse por la misma doncella de su estado, de la ocasión, o accidente, que le había conducido a aquel sitio; y en fin, cuál era la causa de su angustia.

20. A todo satisfizo la afligida joven. Declaró al Rey, como habiéndola visto un doméstico de Palacio, a quien pareció, que su semblante no desagradaría al dueño a quien servía, informado por otra parte de la estrechez en que vivían sus padres, con promesas de un precio capaz de mejorar su humilde fortuna, había solicitado, y obtenido de ellos, que la entregasen al antojo del Monarca. En cuya consecuencia, contra su voluntad, la habían traído allí, donde viendo aquella Imagen de nuestra Señora, el Cielo le había inspirado el pensamiento de implorar la protección de la Madre de toda pureza, para que la librase del inminente riesgo en que veía su honestidad.

21. Hija mía (dijo a esto el Rey) no permita Dios, que habiendoos acogido a la protección de María, cometa yo la sacrílega insolencia de violar tan soberano asilo. Aseguraos, pues, de que no solo saldrá de aquí intacto vuestro honor, más desde luego dispondré se os entregue dote competente para colocaros en un decente, y honrado matrimonio, lo cual luego se ejecutó. Y sin más dilación empezó el Rey a percibir de María Santísima la más importante, y preciosa recompensa del obsequio, que acababa de hacerla. Fue el caso, que desde aquel lance, muy seriamente trató de reformar su estragado modo de vivir, tomándolo tan de raíz, que en adelante no solo se le notó una total mudanza en las obras, mas aún en las palabras; pues al paso que antes con frecuencia se derramaba en conversaciones poco honestas, después no articulaba voz, o cláusula alguna, que no fuese de piedad, y edificación. Así dice el Autor citado, que generalmente los hombres de buena razón hicieron juicio, de que una conversación [161] tan perfecta, y tan no esperada, especialmente estando aun entonces el Rey en la edad juvenil, se debía originalmente a al Madre de misericordia, que en premio de haber sacrificado tan alagüeña pasión a su respecto, le había con su interseción obtenido de la Majestad Divina copiosas asistencias de la Divina gracia, para una ejemplar, y constante reforma de su vida.

22. Señor mío, he expuesto a Vmd. hasta dónde se puede extender la confianza de nuestra salvación, sobre el fundamento de la Devoción de María, Señora nuestro: lo cual en suma en suma se reduce a las proposiciones siguientes:

23. Primera, toda devoción con María, Señora nuestra, es buena; y por pequeña, o mínima que sea, puede ser útil, y conducente a la consecución del fin, para que fuimos creados.

24. Segunda, será más, o menos útil, según el mayor, o menor fervor de la devoción, la mayor, o menor extensión, o cantidad de los actos en que se ejercita.

25. Tercera, el valor, o mérito de dichos actos, en orden a la aceptación de la Señora, es sumamente desigual, según la desigualdad de los motivos, que influyen en ellos. Los que solo son motivados del interés del patrocinio, son de mucho menor valor que aquellos, en que entra a la parte un amoroso afecto, como estímulo. Y si tal vez el obsequio solo solicita la protección, para en confianza de ese resguardo entregarse con más libertad a los vicios, más merecerá una justa indignación, que una atención benigna.

26. Cuarta, asimismo hay una suma diferencia, para el efecto de lograr a María por Abogada, entre el pecador, que enteramente se entrega al ímpetu de sus pasiones, y aquel, que interpola con sus fragilidades algunos esfuerzos, aunque por la mayor parte ineficaces, para resistirlas.

27. Ahora, pues, Señor mio, examine Vmd. con atención a estas reglas la calidad, y circunstancias de su devoción, para deducir, si en ella tiene más motivo, para [162] esperar, que en su modo de vivir, para temer. Y finalmente, sea como fuere la devoción de Vmd. debe tener presente, que su seguridad pende unicamente de la observancia de los Divinos Preceptos. Esta es la regla inalterable, que nos dio el Salvador por su misma boca: Si vis ad vitam ingredi, serva mandata. No dijo: Si quieres salvarte, busca en el Cielo intercesores, interésalos con tus ruegos, repite Novenas, visita Santuarios; sino: Si quieres salvarte, observa los mandamientos. Aquello es bueno, pero contingente el fin a que se dirije; esto mejor, y el fin infalible. Y contrayendo esta doctrina general a la Devoción con María Santísima, intimo a Vmd. de parte, y en nombre de esta Señora, que ame, y sirva al Hijo, si pretende ser amado, y favorecido de la Madre.

§. IV

28. Llendo a concluir esta Carta, me ocurrió, que no sería inútil, ni intempestivo extender lo que digo en ella de la Devoción con María Santísima, a la respectiva a otros Santos; pues aunque Vmd. en la suya solo expresa determinadamente su confianza en orden a esta gran Señora, es muy posible, que esta determinación no sea exclusiva, ni implícita, ni explícitamente, de la devoción con todos los demás Bienaventurados; sí solo significativa, de que aquel es el apoyo principalísimo de su esperanza; dejando su debido lugar a la protección de otros Santos, a proporción del mérito, y valimiento de cada uno con la Majestad Divina. Entre quienes, para el efecto de recurrir a su intersección, es verosímil, que Vmd. de alguna preferencia al Santo de su nombre, o al Titular de su Parroquia, o al Protector elegido por su Lugar, o que haya debido el nacimiento a su Provincia; o en fin, a otro, u otros, a quienes Vmd. por este, o aquel motivo, puede profesar algún particular respecto.

29. Es así, Señor mío, que todos los Santos son amigos de Dios, y todos le tienen por amigo. Todos son amantes, y amados de aquella Majestad Suprema. Así, todos [163] pueden ser nuestros útiles intercesores, porque todos son sus válidos. Pero de esta fina amistad, que ejercitan los Santos con aquel Soberano suyo, y nuestro, deduzco yo otro consiguiente, que Vmd. también debe inferir; esto es, que en la devoción con cualquiera de ellos se debe tener presente el mismo aviso, que hice a Vmd. para la devoción con nuestra Señora. Podemos lograr con nuestros cultos, que se interesen a nuestro favor; pero siempre se interesarán más, sin comparación, en la honra, y gloria de Dios. Siendo domésticos, y favorecidos suyos, ¿cómo es posible, que no se indignen contra nosotros, cuando le ofendemos? Así, se debe tener por cierto, que no hay Santo en el Cielo, que aprecie tanto el que adoremos su Imagen, y la cortejemos con Novenas, como el que rindamos la debida obediencia a los Preceptos Divinos. Asimismo es cierto, y aun evidente con la mayor evidencia, que no hay Santo en el Cielo, que no se complazca incomparablemente más en que amemos a Dios, que en que le amemos a él.

30. Ojalá, que, como cuanta Doctrina contiene esta Carta, es muy verdadera, asi haga en el entendimiento, y corazón de Vmd. una impresión muy viva: lo que es justo esperar de la soberana piedad, mediante el influjo de su Divina gracia, cuya continua asistencia deseo a Vmd. con fino afecto. Oviedo, y Mayo de 1756.



{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 152-163.}