Filosofía en español 
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Tomo cuarto Carta III

Preguntó un Caballero al Autor si hallaba algún arbitrio para que un Noble, provocado a desafío, por el motivo de evitar la ofensa de Dios, excusase de aceptarle, sin incurrir la nota de cobarde; y le responde en ésta

1. Muy señor mío: Delicada es la duda que Vmd. me propone, y difícil a la primera vista la decisión. Lo que no admite disputa es, que en el caso propuesto, el Noble desafiado no debe, ni puede aceptar, porque pecaría gravísimamente en hacerlo; lo uno contra sí exponiendo su vida; lo otro contra el prójimo, queriendo, o poniéndose en ocasión próxima de quitársela: y sobre estos dos pecados contra la Ley Natural, añadiría la infracción de la Ley Eclesiástica, que prohibe, así la provocación al duelo, como la aceptación, con pena de Excomunión mayor, y privación de sepultura Eclesiástica; cuya pena se extiende a todos los que de cualquiera modo cooperan, o inducen, y aun a los que concurren simplemente no más que a asistir a este espectáculo, en que se echa de ver con cuanto horror mira la Iglesia este delito. Y aun el Concilio Tridentino (Ses. 25, cap. 19.) añade la pena de perpetua infamia.

2. No obstante todo esto, como el mundo en puntos de honor está imbuido de unas máximas detestables, que le inspiró el común enemigo, y una de ellas es imponer la nota de ignominiosamente cobardes a los que, provocados, no aceptan el duelo; un Noble, temeroso de Dios, y desafiado, se halla constituido en un notable estrecho, pudiendo decir entonces con la casta Susana: [40] Angustiae sunt mihi undique. Si acepta, ofende a Dios gravísimamente; sino, queda reputado entre los hombres por infamemente cobarde. En qué partido debe elegir no hay duda: el que eligió Susana, evitar la ofensa de Dios, arrestando el honor, o abandonándolo al juicio errado de los hombres, diciéndoles con ella: Melius est mihi absque opere incidere in manus vestras, quam peccare in conspectu Dei.

3. Pero esto es arduísimo, y pide para tomar tal resolución una virtud heroica como la de Susana. No hay duda. En la vida de San Francisco de Borja, escrita por el Eminentísimo Cardenal Cienfuegos, se lee, que siendo el Santo Virrey de Cataluña, un gran Caballero (que entonces degeneró de tal) dentro de su propio Palacio, en la prosecución de un empeño muy grosero, empuñó contra él una daga; y el Santo, no sólo sufrió el insulto, mas aun, para evitar mayores daños, cedió de la resistencia que hacía al intento del Caballero, arriesgándose a que muchos, por entonces, lo atribuyesen a cobardía. Pero San Francisco de Borja (aunque entonces no se le añadía aún el San al nombre) ya entonces era San Francisco de Borja; esto es, ya entonces tenía no pocos méritos para que un día le llamasen así, porque fue Santo aun antes de ser Jesuita. Y los actos de virtud heroica no se han de esperar sino en los que son héroes en la virtud.

4. No siéndolo, pues, todos los Nobles (ya nos contentaríamos con una cuarta parte), y no pudiendo por consiguiente esperarse de muchos, que puestos en el conflicto de admitir el desafío, o incurrir la nota de cobardes, hagan a Dios el gran sacrificio de cargar con aquella ignominia por no ofenderle; sería convenientísimo descubrir algún expediente para excusarse del desafío, sin incurrirla. ¿Pero es posible esto? Pienso que sí, y no muy difícil. Voy a exponer a Vmd. mi pensamiento.

5. Parece cierto, que si el Noble desafiado, luego que se niega a la aceptación, voluntariamente se pusiese [41] en otro riesgo de perder la vida, igual al que evita en el desafío, nadie le tendría por cobarde, antes todos juzgarían, que no por falta de valor, sino por otro motivo diferente se había excusado del duelo. Y si el ponerse en el nuevo riesgo fuese sin ofender a Dios, antes en servicio suyo, todos creerían que puramente por no ofenderle no había aceptado el desafío. Creo, pues, que nunca, o rarísima vez le faltará al Noble la ocasión de usar de este arbitrio. Si su Príncipe tiene entre manos una guerra justa, lícita, honestamente podrá alistarse en la Tropa; y alistado ofrecerse a alguno, o algunos lances peligrosos, que su Jefe juzgue necesarios. Si su Príncipe está en paz, puede con su permisión ir a servir a otro, que guerree justamente contra Infieles, o cualquiera otro Príncipe aliado del suyo, por lo menos no enemigo, que se halle en guerra justa, aun con los de su misma Religión. Y en cualquier guerra de estas le sobrarán ocasiones de mostrar su esfuerzo.

6. Pero doy que no haya guerra alguna en que pueda lícitamente mostrarle; otro arbitrio le queda, y es el mejor de todos. No pienso que haya Reino alguno, que en una parte, u otra no sea infestado de ladrones. En España hasta ahora nunca han faltado, y verosímilmente tampoco faltarán en adelante. Puede, pues, el Noble ir a ofrecerse al Magistrado para perseguirlos en aquella parte que los haya, que en verdad, que tanto peligro hay de perder la vida en esta ocupación, como en un duelo: y un servicio tan importante a la República es juntamente un gran servicio a Dios: de modo, que el que perdiese la vida en un encuentro con ladrones, obrando con el buen celo que la materia pide; y suponiendo que le halle la muerte en gracia de Dios, se puede decir que en alguna manera sería mártir de la virtud de la Justicia. Si es hombre de familia, ya veo que le ocasionará algún daño con el gasto que hará en la hacienda, pero la compensará en otro tanto de honra. Y finalmente, todo ese sacrificio merecen Dios en primer lugar, y en segundo su Honor. [42]

7. Añado, que pueden excusar este nuevo peligro de la vida los que hayan antecedentemente servido a la Patria en la guerra, y acreditado en ella su valor; pues adquirida esta buena opinión, nadie atribuirá a flaqueza de ánimo su denegación al desafío. Y podrá responder al papel de provocación con este, u otro semejante: Señor mío, yo por amar, y estimar mucho a mi Rey he empuñado varias veces la espada contra sus enemigos. Y por el mismo motivo estoy resuelto a no matar alguno de sus Vasallos. Si Vmd. me imitare en uno, y otro, aunque ahora es muy honrado, lo será más de aquí adelante.

8. Algunos se han excusado del duelo con alguna sentencia, u dicho airoso, y por ello han sido celebrados. Antígono, según Plutarco, respondió a Pirro, Rey de Epiro, que le había desafiado, que si estaba cansado de vivir por otros caminos podía buscar la muerte; y según el mismo Autor, la propia respuesta dio el Emperador Augusto a Marco Antonio en ocasión semejante.

9. Celebré también la que dio en mis días un hombre de bien al que le había desafiado, en estos términos: Señor mío, en teniendo yo tanta cólera como Vmd. tiene ahora, aceptaré el desafío: procuraré hacerla, y entonces le avisaré. Asimismo me pareció muy bien lo que no ha muchos años dijo un Administrador de Rentas Reales en París, hombre chistoso. Le habían desafiado, y se hizo zonzo. Unos amigos suyos se lo improperaron, a los cuales él respondió: Señores míos, Dios reparte el valor como quiere: a mí me dio poco, o ninguno: ¿qué culpa tengo yo de eso? Celebrose en París el chiste, y creo que quedó más bien puesto en la opinión de los hombres de entendimiento, que el provocante.

10. Sin embargo en todo acontecimiento, el que hubiere ofendido a otro y dádole motivo justo de queja, le debe en conciencia satisfacción proporcionada a la gravedad de la ofensa.

11. Por eso, lo más conveniente, más seguro, y más conforme a la conciencia, y al honor, es precaver tales [43] rompimientos, evitando toda ofensa del prójimo. Mi tío Don García de Puga, hermano de mi madre, no andaba ordinariamente con espada, y sólo se la ponía cuando alguna razón política, u de urbanidad le precisaba a ello. Habiéndolo notado el Señor Don Diego Rós de Medrano, Obispo de Orense a la sazón, le preguntó ¿por qué no traía espada como los demás hombres de bien? Illmo. Señor, le respondió mi tío, porque viviendo bien, es excusada la espada a la cinta. Sentencia, que habiendo caído en gracia a aquel ejemplarísimo Prelado, celebró, y repitió después muchas veces.

12. Varios Autores observaron, que aunque Griegos, y Romanos fueron las Naciones más valientes, y juntamente las más pundorosas del mundo, no se halla en las Historias, que entre ellos haya habido duelo, u desafío por queja de particulares, por grave que fuese; sí sólo por la causa pública entre sujetos de Países enemigos. Temístocles, uno de los hombres más valientes que tuvo la Grecia, habiendo Euribiades, General de los Lacedemonios, irritado contra él, porque se oponía a su dictamen sobre el modo de defenderse de los Persas, empuñado el bastón para herirle, bajando la cabeza, le dijo: Descarga el golpe, pero óyeme después. Esta magnánima paciencia de Temístocles salvó la Grecia. Oyóle Euribiades; y convencido de las razones de Temístocles, cedió a su dictamen, y los Persas fueron repelidos. Agripa, el mejor, y más valeroso Capitán que tuvo Augusto, sufrió serenamente, que Marco, hijo de Cicerón, hijo indigno de tal padre, en un convite le arrojase un vaso a la cara. Así Temístocles, como Agripa, quedaron acreditados en las Historias por dos de los grandes hombres que tuvo la antigüedad.

13. ¡Qué vergüenza para los que tienen el nombre, y profesión de Cristianos, el ver en los Gentiles tales ejemplos de moderación, y tolerancia, que están por la mayor parte tan lejos de imitar, siendo mucho mayor su obligación, por las grandes lecciones que para ello [44] les dejó su Maestro de obra, y de palabra! El Marqués de San Aubin dice, que el duelo de particulares es incógnito a los Turcos, y otras Naciones Orientales: nuevo motivo de rubor para los duelistas Cristianos. En el Diccionario de Trevoux se lee, que esta práctica vino de las Naciones Septentrionales bárbaras, y feroces. Algunos atribuyen particularmente su origen a los Longobardos, Pueblos antiguos de la Germania, que viniendo a establecerse en Italia, y dando con leve inmutación su nombre a aquella parte de ella, llamada Lombardía, comunicaron este bestial uso a aquella Región, y de ella se comunicó a las demás.

14. Entre los Turcos, y aun los Militares de profesión, cuales son los Genízaros, según escribe el bello Historiador de la vida de Carlos Duodécimo, Rey de Suecia, tanto distan de estar dispuestos a los combates pactados, u de concierto entre sí, que aun para precaver los violentos efectos de una ira inopinada, no traen espada u otra arma consigo; y llaman barbarie el uso contrario. Acá lo disculpan unos con que la traen por adorno; ¿pero qué traza tienen de adorno cinco cuartas de acero pendientes al lado? Otros, que para defensa; pero si nadie le trajese, faltaría ese motivo. Otros, en fin, dan por motivo el uso. Este motivo, a la verdad, es suficiente para cada particular de por sí; pero no para que los Legisladores no dispongan lo contrario.

15. El uso de Francia es algo más racional, donde no se permite ceñir la espada sino a los que han servido no sé cuántas Campañas. De este modo viene a ser la espada insignia que declara los servicios hechos a la Patria, lo cual produce un admirable efecto; y es, que por gozar esta honorífica distinción, apenas, o ni apenas hay Noble que no sirva las Campañas necesarias para merecerla. Esto es de suma importancia en un Reino; ya porque cada Noble en la guerra vale lo que uno y medio de los que no lo son; ya porque cuantos más Nobles sirvan, tanto menor número de gente será necesaria [45] arrancar de la Agricultura, y otras Artes mecánicas para la Guerra.

16. Lo peor que tiene el duelo, y por lo que debiera inspirar un grande horror a todo el mundo, no es exponer a la muerte temporal, sino a la muerte eterna. Así el que provoca, como el que acepta el desafío, ya cuando le emprenden, van en pecado mortal. El que cae en él, si la herida es tan ejecutiva, que no dé la tregua necesaria para serenar algo aquella gran conmoción de ánimo, que hay en tales casos, muere ardiendo en ira contra el matador: ¿qué esperanza nos deja de que se salve? No es tan ocasionada a este supremo daño una muerte alevosa, en la cual a veces coge el golpe al que muere en estado de gracia, y éste ignora de qué mano le vino.

17. Por esto convendría mucho que los Príncipes prohibiesen el duelo con severísimas penas, y adonde el abuso fuese grande, las hiciesen aplicar irremisiblemente. En lo cual dio un excelente ejemplo a todos el Rey Luis XIV. Había ya en tiempo de su antecesor la frecuencia de los duelos subido a alto punto, y en el de la menor edad del mismo Rey Luis crecido al último exceso. No sólo había desafíos por levísimas quejas, mas también se desafiaba sólo por ostentar el valor, y la destreza, y sin otro motivo se mataban bellamente. El Autor de las Causas Célebres refiere, que en dicha menor edad de Luis XIV murieron en desafíos trescientos Gentil-Hombres, lo que se debe entender con la restricción del plus minusvè; y es muy verosímil, que a los que hicieron la cuenta se les ocultase parte de ellos. Llegó a tanto la barbarie de algunos, que convinieron en reñir cada uno con un cuchillo en la mano derecha, y la izquierda atada por atrás. Así lo practicaron, según refiere el Marqués de San Aubin, Alejandro Dumas, y Annibal Forbin de la Roche, y ambos quedaron muertos en el campo. Luis XIV impuso a los Duelistas, no sólo la pena de muerte, mas también la de infamia, que para Nobles animosos aun es más eficaz. Nuestro Señor guarde a Vmd. &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 39-45.}