Filosofía en español 
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Tomo tercero Carta XIX

Paralelo de Luis XIV, Rey de Francia, y Pedro el Primero, Zar, o Emperador de la Rusia

1. Muy Señor mío: Discurro, que la lectura del Paralelo, que hice de Carlos XII, Rey de Suecia, con Alejandro Magno, movió a Vmd. a solicitar otro semejante de los dos famosos Príncipes, que poco ha reinaron, Luis XIV en la Francia, y Pedro el Primero en la Rusia: en que suponiendo Vmd. que ambos merecieron el epíteto de Grandes, que les da la Fama, duda quien entre los dos se deba reputar mayor, en caso de no ser perfectamente iguales.

2. Ya sobre este punto escribió algo el Espectador Inglés, o Sócrates moderno (uso de la voz Espectador nueva [201] en el Castellano, por no hallar en nuestro idioma otra enteramente equivalente a la Latina Spectator) en el Disc. 1 del Tomo 3. Pero sobre que el Paralelo, que hizo este amenísimo Autor, es demasiadamente ceñido, le hallo algo vicioso, porque no disimula en él el desafecto reinante en su Nación hacia el Monarca Francés. Cuanto a la substancia, convengo con él en la preferencia que da al Moscovita; y aun juzgo, que esta preferencia estriba en unas insignes ventajas.

3. Pedro Alexovitz, Emperador de la Rusia, si se atiende al complejo de calidades, y acciones por donde comúnmente el Mundo califica de Grandes a los Príncipes, fue no sólo uno de los mayores, que tuvo el Mundo, pero tan sobresaliente aun en esta misma elevada clase, que apenas se hallará otro, que se le deba preferir. Con advertencia he ceñido el mérito del elogio al dictamen común del Mundo; porque supongo, que no se puede decir absolutamente Príncipe excelente el que no posee todas aquellas Virtudes Morales, que exige un imperio razonable. A uno, que en presencia de Agesilao, Rey de Esparta, ponderaba el gran poder del Rey de Persia, replicó con generosa indignación Agesilao: No es mayor Rey que yo, quien no es más justo que yo. Más oportuno fuera el apotegma, si la magnificencia, con que el otro hablaba del Rey de Persia, fuese relativa a otra grandeza, que a la de su vasto imperio. Pero no es ésta la regla de que usa el Mundo para medir la estatura de los Reyes. Sea un Alejandro, lascivo, intemperante, ebrio, cruel a tiempos, y siempre usurpador; como posea en un grado eminente las Virtudes Militares, y en sus empresas corresponda su fortuna a su valor, será de todos los siglos apellidado Alejandro el Grande.

4. Es verdad, que aun de aquellos que no son muy escrupulosos en la definición del Heroísmo, son muchos los que no reconocen por Héroes a los que poseen aquellas virtudes, si están manchados con tantos vicios. Si hablásemos con toda propriedad, no concediéramos la alta prerrogativa de Héroe a quien habitualmente padezca algún grave [202] defecto Moral. Pero el Idioma de los políticos moderados, y aun de plumas bastantemente religiosas, no pide tanto; antes están regularmente convenidos en practicar con los Príncipes ilustres un género de condescendencia benigna, en orden a algunos vicios, especialmente el de la ambición, y otro hacia quien es muy resbalizada la libertad de los Soberanos, como se contengan dentro de ciertas márgenes.

5. Bien necesitan de esta Indulgencia los dos Príncipes, cuya preferencia se cuestiona, porque ninguno de ellos fue Santo. Uno, y otro tuvieron no leves vicios. La ambición, y la incontinencia fueron comunes a entrambos, y la ambición en entrambos acompañada de la mala fe. Explicóla, el Moscovita en la invasión de la Livonia, violando con frívolos pretextos los tratados, que habían, desde que la había conquistado Gustavo Adolfo asegurado aquel País a la Suecia, y engañando con promesas de Paz por medio de su Embajador en Estocolmo, al mismo tiempo que estaba disponiendo la guerra. El Monarca Francés, dicen muchos Autores, pecó tanto en esta materia, que la relación de sus infracciones de tratados con los Príncipes vecinos, coloreadas con falaces apariencias, casi vendría a ser una historia completa de su vida política. Pero debo añadir, que aunque lo publicaron así en España, Italia, Inglaterra, y Alemania, lo publicaron cuando eran enemigas de la Francia; y así, hasta saber si hay Autores Franceses verídicos, que convengan en ello, suspenderé el asenso.

6. La incontinencia en Luis XIV, sobre escandalosa por pública, casi fue un pecado de por vida. Y en ella fue de especialísima nota la monstruosa torpeza de despojar al Conde de Montespan de su legítima esposa, para que sirvese muchos años a su lascivia. No hallo en las Historias, que leí del Zar Pedro, que sus desórdenes en esta materia pasasen de la juventud; y aun se dice, que en los diez años, que mediaron desde el repudio de la primera mujer, hasta su casamiento con la segunda, no tuvo comercio con mujer alguna. Pero a toda su vida transcendió la mancha [203] de repudiar, y cerrar en un Monasterio a su mujer la Princesa Eudoxia, y casarse con otra, viviendo ella, sin que precediese de parte de esta otra culpa, que quejarse de las infidelidades del Zar: pues aunque no falta Autor, que la creyó indiciada de adulterio, fue rebatido por otros mejor informados; y como dice el Anónimo Escritor de la vida del Zar, impresa en Amsterdam el año de 1742, toda la Rusia está plenamente persuadida de su inocencia.

7. Demás de estos vicios, comunes a los dos Monarcas, otros tres se atribuyen al Rusiano, de que no adoleció el Francés. El primero, la intemperancia en orden al vino, y licores fuertes. El segundo, dejarse arrebatar de la ira, tal vez por levísimas causas. El tercero, la crueldad.

8. Los dos primeros capítulos son ciertos. Pero se rebaja mucho de su fealdad con dos consideraciones: La primera, que esos vicios eran en gran parte influidos por la bárbara educación que tuvo: La segunda, que hacía no leves esfuerzos por vencer una, y otra pasión, especialmente la de la ira; y aun se lastimaba amargamente de la gran dificultad, que hallaba en reprimirla; de modo que, según el Autor poco ha citado, muchas veces al revenir de sus raptos se le oyó prorrumpir en esta, u otras semejantes exclamaciones: Yo reformo a mis Vasallos, y no puedo reformarme a mí mismo: maldito temperamento, funesta educación, que no puedo vencer por más reflexiones, y propósitos que hago.

9. Lo de los conatos del Zar, para vencer su pasión por el vino, y licores fuertes, afirma el Historiador Inglés Burnet, que trató al Zar en Londres. Pero es más probable, que nunca la venció.

10. El capítulo de crueldad es el en que yo no puedo convenir absolutamente. Es verdad, que Pedro ejecutó muchos, y severísimos castigos, pero muy merecidos de repetidas sediciones, cuyo asunto era despojarle, no sólo de la corona, mas también de la vida. A que se añadió, [204] que los Rusianos, gente entonces bárbara, feroz, y dura, sólo podían ser contenidos, proporcionando el rigor a su ferocidad.

11. Fuera de esto, hallo en la Historia de este Príncipe muchos actos de singular clemencia. A su hermana la Princesa Sofía, que fue autora de las repetidas conspiraciones contra la vida del Zar, no dio más castigo que clausura de un Monasterio. Y al Príncipe Galicin, instrumento principal de aquella Princesa, no más que el destierro a la Siberia. A los Cosacos rebeldes, que haciéndose del partido del Rey de Suecia, tomaron las armas contra él, sólo castigó desarmándolos. En la batalla de Fraustadt el General Sueco Renschid, Capitán insigne, pero cruel, hizo degollar a sangre fría a seis mil Rusianos rendidos. Podía el Zar, por el derecho de represalia, ejecutar lo proprio con muchos prisioneros Suecos que tenía, y a todos dejó con la vida.

12. En general con los prisioneros de guerra era, no sólo benigno, y dulce, mas aun noblemente generoso. Esto mostró en varias ocasiones. A los prisioneros de la batalla de Pultava, en que fue enteramente derrotado el Rey de Suecia, después de concederles graciosamente unas condiciones, mucho más ventajosas, que las que en la infeliz situación, en que se hallaban, podían esperar, trató con la mayor humanidad del Mundo. Para cuya demostración copiaré aquí las palabras del Autor de las Memorias del Reinado de Pedro el Grande, (B. Yyvan Nestesuranoi) impresas en Amsterdam el año de 1740.

13. «La suerte de tantos infelices le hizo (al Zar) una impresión muy sensible, y más de una vez desaprobó la conducta de un Príncipe, (el Rey de Suecia) que de esta manera sacrificaba a su ambición tantos fieles Vasallos, de quienes debía ser Padre, y Conservador. Concedió generosamente la libertad a todos los Generales, y Oficiales; y por dar a los Soldados rasos señales sensibles de su compasión, hizo distribuir a estos miserables más de quince mil ducados. El día siguiente convidó a su [205] mesa a todos los Generales Suecos; y habiéndose informado con aquella afabilidad, que le era tan natural, de el Felt-Mariscal Renschild, a qué número llegaba el Ejército Sueco antes de la batalla; y sabido de él, que contendríanm diez y nueve mil Suecos, y de diez a once mil Cosacos, le dijo: ¿Cómo es posible, que un Príncipe tan prudente como el Rey de Suecia, se haya aventurado con un puñado de gente en un País incógnito, y tan desdichado como éste? Habiéndole respondido Renschild, que ellos no habían sido consultados siempre para las operaciones, sí sólo que como fieles Vasallos habían servido siempre sin contradicción a su Rey: Esta fidelidad agradó tanto a su Majestad Zarina, que quitándose la espada, que tenía a la cinta, se la dio al Conde Renschild, pidiéndole que la conservase, como prenda de la estimación que hacía de su persona, por ser tan fiel a su Rey. No mostró menos bondad con el Conde Piper; y para que todos los prisioneros clásicos fuesen asistidos de todo lo necesario, los distribuyó por huéspedes a sus Generales. El Conde Renschild tocó al Conde Scheremereff; el Conde Piper al Conde de Coloiukin; el Príncipe de Wirtemberg al Príncipe Menzikoff; el General Stakelberg al General Rone, y así de los demás.»

14. Es verdad, que no fue después consiguiente en este proceder humano con los prisioneros de Pultava, los cuales relegó a la Siberia: y de los dos primeros Generales Renschild, y Lovenhaut, el segundo vivió misérrimamente aprisionado en Moscovia, donde últimamente murió: infelicidad que comprehendió también al Conde Piper, primer Ministro del Sueco. Acaso esos dos Próceres le darían después algún motivo especial de resentimiento, Renschild fue canjeado.

15. Al Comandante de la Flota Sueca Erenschiold, de cuyo valor fue testigo en la batalla de Alandt, luego que le hizo prisionero, regaló con un vestido rico; y después de elogiarle altamente delante de todos sus Oficiales, le ofreció su amistad para siempre. [206]

16. El proceder que tuvo en la toma de Nerva fue digno del más noble Héroe. Obstinado el Sueco Gobernador en no rendirse, entraron los Rusianos la Plaza por asalto. Ordenó al punto el Zar a sus Oficiales, que impidiesen toda violencia sobre los habitadores; mas no pudiendo éstos contener a los Soldados, que furiosos robaban, violaban, y mataban cuanto veían, acudió el Zar por sí mismo al remedio; y corriendo de calle en calle, arrancaba las mujeres, y los niños de las manos de los Rusianos, amenazaba a éstos con los más severos castigos para que se detuviesen, ayudando al imperio de su voz el terror de su espada, pues con ella mató más de cincuenta de los que halló más obstinados en proseguir las violencias. En fin, atajado el desorden, haciendo juntar en la casa de Ayuntamiento los principales Ciudadanos, entró él; y poniendo su espada toda bañada en sangre sobre una mesa, les dijo estas palabras: No es sangre de los Ciudadanos de Nerva la de que está teñido este acero, sino la de muchos Rusianos, que he sacrificado a vuestra conservación. Depositada está hoy la espada en aquel sitio, ostentándose como monumento precioso de la humanidad de aquel Monarca; y sería justo, que en las paredes de todos los Edificios públicos de Nerva, se escribiese con caracteres de oro todo el hecho.

17. He expuesto a Vmd. los vicios de los dos Monarcas, en que no siendo grande la desigualdad, se hallará menor, o ninguna, si se atiende a dos circunstancias, que disculpan en parte los del Moscovita, y gravan los del Francés: la educación, y la Religión.

18. La educación del Moscovita, como ya se insinuó, fue perversa; y nadie ignora cuánto la calidad de la educación influye en todo el resto de la vida. Toda Religión llena de errores, cual es la que profesaba el Zar, turba mucho la vista intelectual en orden a la mortalidad. Ni una, ni otra disculpa se puede alegar a favor de Luis XIV. Su educación fue bella debajo del gobierno del Marqués de Villeroy, hombre bueno, y hábil, y a la vista de su Madre Ana de Austria, de quien dice el Historiador Mr. Larrey, [207] que todos los Escritores concuerdan en darla el bello elogio de la mejor Reina del Mundo. Profesó siempre la Religión Católica Romana, cuyas santas máximas no podían menos de darle continuamente en rostro con sus relajaciones. Así no tenía otro recurso para hacerlas menos intolerables, que el general de todos los viciosos, la fragilidad humana.

19. Pasados ya en revista los vicios, que afean a los dos Monarcas, traslademos la consideración a las acciones, o virtudes que los ilustran. Y aquí es donde yo descubro unas grandes ventajas del Rusiano sobre el Francés.

20. No se puede negar, que Luis XIV fue dotado de muchas buenas cualidades: hombre discreto, de juicio sólido, de espíritu constante, bastantemente aplicado al gobierno, de una entereza Regia, mezclada con afabilidad popular, amante de la justicia, en cuanto no obstaba o a su ambición, o a su deleite, estimador del mérito, humano, liberal, propenso a que en el Reino floreciesen las Artes, Ciencias, y Comercio. Mas si estas partidas bastan para constituir un buen Rey, no son suficientes para constituir un gran Rey. Y aun permitiendo, que sean suficientes para constituir un gran Rey, añadiré, que no lo son para constituir un Rey, tal, que merezca adaptársele por renombre el epíteto de Grande; que es muy distinto lo uno de lo otro. No da idea, pongo por ejemplo, tan magnífica de Alejandro, decir, que fue un gran Príncipe, o un gran Guerrero, como llamarle Alejandro el Grande: no da idea tan magnífica del Santo Pontífice Gregorio el Primero decir fue un gran Papa, como nombrarle, y designarle con el distintivo de el Gran Gregorio. Esto segundo pide una grandeza, no como quiera, sino grandeza heróica: es aclamar la excelencia del sujeto con una gran especie de entusiasmo: significa estatura, no sólo superior a las comunes mas enteramente agigantada.

21. Dejando, pues, bastante campo a los Panegiristas de Luis XIV para que se extiendan en sus alabanzas, me contentaré con decir, que este Príncipe en ninguna manera [208] arribó la grandeza del Heroísmo. Porque pregunto: ¿qué acciones proprias de Héroe ejecutó Luis XIV? Ni una hallo en toda su Historia. Confieso, que hizo algunas cosas utilísimas, cuales fueron, sobre todo, la extinción de los duelos, y el destierro de la herejía. Pero ni éstas, y mucho menos otras inferiores a éstas, pendían, de extraordinarios esfuerzos, o de alcances superiores.

22. La herejía estaba enteramente desnuda de fuerzas, cuando fue la revocación del Edicto de Nantes. Los Duelistas no constituían partido, porque no lo eran por profesión; y aun cuando se uniesen, sería en cortísimo número. Así la ejecución de uno, y otro no le costó a Luis XIV más que quererla, y decretarla. De modo, que en las circunstancias, en que entonces estaba la Francia, otro cualquiera Rey, que se aplicase a ello, haría lo mismo. Lo proprio digo de todo lo demás que quieran aplaudir en este Príncipe. Cuando entró en el gobierno, estaba la Francia enteramente pacificada, los disturbios de la minoridad extinguidos. Por recomendación del Cardenal Mazarini vió luego a sus lados dos insignes Ministros, destinados a diferentes asuntos, Juan Baptista Colbert, y Miguel de Tellier, que partían entre sí todos los cuidados grandes de la Corona de Francia. A Colbert se debió cuanto se adelantó entonces la Francia en el Comercio, en la Marina, en Edificios públicos, en Ciencias, y Artes, de que fue amantísimo, y liberalísimo Protector. A Colbert sucedió el Marqués de Louvoix, gran Ministro también, de vastísima capacidad, y suma aplicación; por lo que pudo cumplir con los muchos, y altos empleos que tuvo. Asistiendo a Luis XIV tales Ministros, no le quedaba que hacer, sino autorizar sus ideas para que se ejecutasen.

23. Por lo que mira a las grandes ventajas, que logró en las guerras con los Príncipes vecinos, aquéllas se debieron a los excelentes Generales que tuvo. Y no hay que decir, que él los formase, o en alguna manera concurriese a hacerlos tales, pues a las mayores de todos ellos el Príncipe de Condé, y el Mariscal de Turena, a quienes justísimamente [209] se puede aplicar lo que dijo Virgilio de los dos Escipiones: Duo fulmina belli, hechos los halló, y con la fama ilustre ya cuando empezó a reinar. Los grandes Generales comúnmente dejan buenos discípulos; y así sucedió en la mayor parte del reinado de Luis XIV. Sobre todo, el Duque de Luxemburgo, que fue quien principalmente, después que faltaron aquellos dos Héroes, mantuvo la gloria Militar de la Francia con ilustres, y repetidas victorias, debajo de la conducta del Príncipe de Condé había aprendido el ministerio de la guerra.