Filosofía en español 
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Tomo tercero Carta XXVI

Respuesta al Rmo. P. M. Fr. Raimundo Pascual en asunto de la doctrina de Raimundo Lulio

1. Muy Señor mío: Recibí la de Vmd. juntamente con el Libro, que la acompañaba, del P. M. Cisterciense Mallorquín, en defensa de su Raimundo Lulio. Y porque Vmd. solicita saber qué siento del Autor, y de la Obra, pasé luego a reconocerle, para que necesité muy poco tiempo; porque la Obra no es larga, y el Autor se explica con claridad, y despejo. Esto es lo primero que de él puedo decir. Y lo segundo, y principal, que si tomara otra mejor causa entre manos, tiene Pluma para manejarla tan bien como el que mejor. ¿Mas en defensa de Lulio qué puede hacer el hombre de más habilidad?

2. En cuanto a la Obra, como no instituyo Libro, sino Carta, no pienso seguir al Autor Cisterciense paso a paso, sino reducir a dos puntos capitales el asunto, porque a dos puntos capitales se reduce la Obra del Cisterciense. El primero es, descartar, como indignos de fe en la materia, los Autores contrarios a Lulio: Y el segundo, ponderar la excelencia del Arte Luliana. Veré, pues, lo primero, con qué justicia se hace sospechosa la fe de aquellos Autores; y lo segundo, examinaré los méritos del Arte Luliana.

3. El primer descartado en esta causa soy yo, por no haber visto el Arte de Lulio, como he confesado yo mismo. ¿Pues qué? ¿No se puede hacer juicio prudente de la utilidad, o inutilidad del Arte de Lulio, sin verla, únicamente por el testimonio de Autores graves, y desapasionados [273] que la vieron? ¿La fe humana no tiene lugar en esto, como en otras muchas cosas? Alegué los testimonios de diez Autores, todos graves, todos muy doctos, todos Críticos distinguidos, todos libres de toda sospecha de mala fe, y que hablan del Arte de Lulio, como testigos de vista. Con muchos menos, y de menos autoridad pronuncia el Tribunal más recto la sentencia contra el reo en materias gravísimas; y sería la más extraña impertinencia del mundo acusar a ese Tribunal de injusto, porque no vio por sus ojos el delito.

4. Bien conoció la fuerza de este argumento el Autor Cisterciense, y que por consiguiente era menester para eludir su fuerza, tachar los testigos que produzco a mi favor. En efecto lo intenta; pero con inútiles esfuerzos, porque todo se reduce a decir, que los Autores, que alego, vieron sólo superficialmente, y sin hacer el debido examen el Arte de Lulio. Digo, que todo se reduce a decirlo, porque no da de ello la más leve prueba; ni para decirlo tuvo otro motivo, que ser sus desposiciones opuestas a su intento. El lo dijo: pero creo que sin esperanza de que ningún hombre de razón se lo creyese. Porque en efecto, ¿quién le podrá creer, que unos Autores graves, doctos, algunos entre ellos Críticos famosos, y de alta reputación en la República Literaria procediesen tan imprudentemente, tan temerariamente, que sin el debido examen profiriesen sentencias tan acerbas contra el Arte de Lulio, cuales son las que he exhibido en la Carta trece de mi segundo Tomo Epistolar? Así el creerlo, como el decirlo, sería, y es una grave injuria contra el merecido crédito de aquellos Autores.

5. Pero el de Wadingo es el que más padece en ella. Conoció muy bien el docto Cisterciense, que el testimonio de Wadingo, atendidas todas las circunstancias, era el que más perjudicaba a su causa; porque sobre la opinión de Autor fidelísimo, sincerísimo, doctísimo, que generalmente obtiene en la República Literaria, se añade la notable circunstancia de haber sido Religioso Franciscano, a [274] quien por consiguiente sólo la fuerza de la verdad podía impeler a declararse contra Lulio.

7. La fuerza, que al testimonio de Wadingo da esta circunstancia, pretende debilitar el docto Cisterciense: ¿Pero con qué? Con una reflexión general, y vaga, que va a Dios, ya dicha, y nada significa. Salga (dice Disert. 2, num. 61.) salga, que ya es hora al Teatro el célebre Analista Wadingo, quien por ser Franciscano se tiene por testigo fuera de toda excepción, (aquí entra la reflexión vaga que he dicho) como si entre sujetos de una misma profesión no cupieran emulaciones, inadvertencias, preocupaciones, &c.

7. Esto es hablar, nada más. Y perdóneme el docto Cisterciense, si le digo, que la voz emulaciones está aquí muy fuera de su lugar. ¿Por qué capítulo, o motivo podía Wadingo ser émulo de Lulio? Floreció éste cerca de tres siglos y medio antes que aquel; y aun más distantes que en el tiempo lo estuvieron de toda concurrencia, que pudiese ocasionar emulación de uno a otro. ¿Qué tenía Wadingo que partir con Lulio? ¿Pudo estorbar éste a aquel, u disputarle los honores de su Orden? ¿Pudo ponerle algún óbice a la gran fama de insigne Escritor, y hombre doctísimo, que tan justamente adquirió en el mundo: o a otra alguna cosa, capaz de lisonjear el deseo de Wadingo? Añado, que este Escritor fue un Religioso muy ejemplar, y por consiguiente muy exento de toda sospecha de emulación, que le hiciese faltar a la verdad. Leí algunos años ha su vida impresa al principio de sus Anales, y me acuerdo de haber hallado en ella, que su Religión le encargó la reforma de algunos Conventos, que habían decaído algo de su antigua observancia: comisión, que en ninguna Orden se da, sino a sujetos de muy distinguida virtud. Por consiguiente se le hace muy grave injuria en atribuirle una emulación viciosa, indigna, no sólo de un gran Religioso, mas aun de todo hombre honrado. ¡Pero, oh fragilidad humana! A estas extremidades lleva el tesón de defender una mala causa.

8. Mas ya el Cisterciense da a conocer bastantemente lo [275] mucho que desconfió de este motivo de recusación, pues declinando al extremo opuesto, procura figurar a Wadingo favorable en parte a Lulio. Para este efecto, después de admirar mi inadvertencia, por no haber notado la contradicción, que hay en Wadingo sobre el asunto, dice, que esta contradicción está entre las palabras que trasladé de Wadingo, y las que omití, contenidas dentro del mismo pasaje, en aquella parte donde interpuse los puntillos; esto es, entre las palabras per tot saecula latere, y las abstinendum itaque. Yo no sé si tácitamente pretende acusar esta omisión mía de falta de buena fe, o que el Lector, aunque él no lo expresa, lo entienda así. En todo caso, por si fuese menester indemnizarme sobre este artículo, digo, que yo en esto no hice más, que lo que ordinariamente ejecutan los que citan pasajes largos de otros Autores; que cuando alguna porción, envuelta en las demás de su contenido, no les hace al caso, por evitar la prolijidad omiten esa porción, substituyendo por ella los puntillos, para que el Lector entienda, que allí se omite algo del pasaje.

9. Cuanto a la contradicción, que el Cisterciense pretende hay en el pasaje de Wadingo, digo, que no hallo tal contradicción. Las palabras omitidas adonde puse los puntillos (que tampoco el Cisterciense las propone íntegramente; antes bien no sólo en una, mas aun en dos partes las trunca), son como se siguen.

10. Revelationes certe Scientiarum a Deo fiunt ad Fidei incrementum, vel Ecclesiae fulcimentum, quae ab hac non vidimus hucusque prodiise. Dixerim itaque, nec totam, nec praecipuam aliquam doctrinae partem a Deo inmediate infusam; sed mirabiliter & coelitus fortasse, illuminatum intellectum hominis rudis, & literarum expertis, ut tot & tanta, quae eius superabant captum, ampliori & singulari ultra alios capacitate comprehenderit. Mirum etenim, & supra naturam videtur hominem Idiotam tot & tan varia argumenta tractasse, ac quali quali methodo confinxisse. Certe nec ipse (ut aliqui ei imponunt) aliquando dixit universam suam Scientiam infusam esse; sed Artem dumtaxat generalem [276] sibi Dominum in monte ostendisse, & hanc dono spirituali a Deo datam, non quod ipsam Artem immediate Deus dictaverit, sed quod dono quodam spirituali intelectum illuminaverit & excitaverit ad eandem compaginandam: in qua etiam errores irrepere potuisse agnoscit eosdemque humiliter, ut infra dicemus, exponit corrigendos Sacrosanctae Matris Ecclesiae censurae, sed, & ipse eandem haud semel correxit & immutavit. Abstinendum igitur, &c.

11. Para ver si hay contradicción en este pasaje de Wadingo se ha de distinguir lo primero lo que afirma de lo que duda. Lo que afirma es, que Dios no infundió a Lulio inmediatamente, ni toda su doctrina, ni lo principal de ella. Lo que duda es, si tuvo ilustración mediata; esto es, si Dios con una luz como genérica le ilustró el entendimiento, de modo, que le hizo capaz de tratar con tal cual método tantos asuntos diferentes, lo que no pudiera hacer sin esa luz un hombre Idiota, cual era Lulio. Digo, que esto lo duda, porque cuanto dice sobre este punto, todo va debajo de aquel quizá (fortase). Pero añado, que aunque afirmase lo que duda, ninguna contradicción habría entre esto, y la desestimación que antes, y después de esto muestra hacer de la doctrina de Lulio. La razón es clara, porque esa iluminación no se extendió a más, que a darle a Lulio más capacidad para tratar aquellas materias, que la que el mismo Lulio sin ella, y sin estudio alguno tuviera. ¿Pero ese exceso de capacidad, sobre la de un mero Idiota, basta por ventura para hacer recomendable su doctrina? Es claro que no; porque pudo saber lo que no sabe un mero Idiota, siendo muy poco lo que supo.

12. Lo segundo se ha de distinguir lo que Wadingo dice del Arte de Lulio, de lo que refiere que dijo de ella el mismo Lulio. Lo que él sintió del Arte está explicado en otros pasajes, que yo cité. Pero en aquella parte que omití, y a quien substituí los puntillos, sólo dice lo que de ella refiere el mismo Lulio, como se ve claro desde aquellas palabras certe nec ipse; y aquí es donde echo menos la buena fe del Cisterciense, que truncando el pasaje de [277] Wadingo, dejó fuera aquellas líneas donde se expresa, que lo que en él se dice del Arte de Lulio, que Dios con algún don especial le iluminó para formarla, es afirmado por el mismo Lulio, y no por Wadingo. Todo lo contrario quiere dar a entender el Cisterciense para salvar la contradicción en que pretende cayó Wadingo, y desautorizar con esto su Crítica.

13. Es cierto, que Lulio dijo, que Dios le iluminó para formar su Arte. ¿Pero estamos obligados ni Wadingo, ni yo a creerlo? No por cierto: así