Filosofía en español 
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Tomo segundo Carta XI

Examen de Milagros

1. Muy Señor mío: La nota que Vmd. me impone, y que yo estoy muy lejos de merecer, de ser nimiamente incrédulo en materia de milagros, me muestra, que Vmd. declina al extremo opuesto; esto es, de la nimia credulidad. Convengo con Vmd. en que la nimia incredulidad, en orden a milagros, es perjudicial a la Religión; y para mí es sospechoso en ella el que padece es vicio, sin que baste a justificarse el decir, que cree los que están revelados en la Sagrada Escritura. Acaso, ni eso cree el que resueltamente niega el asenso a todos los demás; pero el miedo del suplicio, que merece su impiedad, le obliga a ocultarla.

2. ¿Pero no es también perjudicial a la Religión el extremo de la nimia credulidad? Juzgan muchísimos que no, y acaso Vmd. será uno de ellos. Pero ciertamente se engañan. Una de las causas, que mantienen en sus errores a innumerables Sectarios, es el descubrimiento que han hecho de la falsedad de muchos milagros, que publicó como legítimos la imprudente piedad de algunos Católicos; y habiendo hallado en esta materia mucho, que no es verdad, se propasan a creer, que todo es mentira. ¿Quién dudará de la sabiduría, piedad, y religión de aquel gran hombre, y glorioso Mártir de Cristo Thomás Moro? Pues este, como ya advertí en alguna parte, en el Prólogo a su traducción del Diálogo de Luciano, intitulado El incrédulo, haciendo una invectiva vehementísima contra los fingidores [139] de milagros, los trata de enemigos ocultos de la Fe, no por otra razón, que la que llevo expresada. Otras autoridades muy respetables a favor del mismo sentir hallará Vmd. en el Disc. VI. del tercer Tomo del Teatro Crítico. Y allí verá también el medio, que sigo en esta materia, que es creer los milagros, que están bien testificados: dudar de los que no tienen a su favor testimonios muy firmes; y reputar por falsos los que con suficiente examen he averiguado tales.

3. Y debe entender Vmd. que no doy por testimonio suficiente en materia de milagros la voz común de un Pueblo, ni aun de toda una Provincia; porque repetidas experiencias me muestran, que estas opiniones populares comúnmente traen su origen de la inconsideración; de la ignorancia, tal vez del embuste, de sujetos, que por alguno de los tres capítulos, o por todos juntos, no merecen alguna fe. En cuya consecuencia no obliga más al asenso la voz de toda una Provincia, que la de aquel, o de aquellos pocos individuos, de donde dimanó a todos los demás la noticia. Un hombre solo de inviolable veracidad, y perspicacia reflexiva, que, como testigo de vista, me testifique un milagro, hallará en mí más deferencia, que un millón de sujetos, que carecen de estas prendas. Así, aun cuando sólo un San Irenéo asegurase la multitud de milagros, que hacían los Fieles en la primitiva Iglesia, le creería yo, como lo creo, sin la menor perplejidad. Lo mismo digo de los muchos, que refieren como testigos oculares el Venerable Casino, y el Obispo Theodoreto, de los Anacoretas Egipciacos. San Agustín refiere algunos de su tiempo, a que se halló presente. ¿Quién negará el asenso a un San Agustín? Para mí es más fuerte su testimonio sólo, que el del vulgo de tres, o cuatro Provincias; el cual, cuando no flaquee por la parte de la veracidad, flaquea por la de la inteligencia; reputando milagros algunos efectos meramente naturales.

4. De cuatro testigos oculares constaron a [140] San Gregorio el Grande los portentos, que en el libro segundo de los Diálogos refiere de mi Padre San Benito. ¿Me hace fuerza el número de los testigos? No; sino la calidad. Eran cuatro Discípulos del Santo, tratados por el mismo San Gregorio, de los cuales los tres sucedieron al Santo Patriarca, uno inmediatamente en pos de otro, en la Prelacía de Casino. ¡Qué tales serían unos Varones, que en aquella gran oficina de Santos fueron juzgados dignos de ser antepuestos a todo el copioso número de sus hermanos para el gobierno! Ni sería inferior a estos tres el cuarto, llamado Valentiniano, que entre tantos dignísimos fue escogido para Abad del Monasterio Lateranense.

5. Otros muchos milagros de Santos, o los milagros de otros muchos Santos, constan de tan fuertes testimonios, que sólo una insigne, y damnable temeridad puede influir el disenso a ellos. Generalmente son acreedores a nuestra fe los que se relacionan en las Bulas de Canonización, por la exquisita diligencia, con que la Iglesia procede en el examen, y calificación de ellos.

6. Ni por ser grande el número de milagros, que se refieren de algún Santo, les dificultaré el asenso, como los vea legítimamente testificados. Por regla general sigo el dictamen de San Gregorio el Grande, que después que la Religión Christiana se expandió por el Orbe, el número de milagros se fue minorando mucho, respecto de la copia de los que había en los primeros siglos de la era Christiana. Pero esto no quita, que en los siglos posteriores, por sus altos fines, quiera Dios una, u otra vez ostentar espléndida su Omnipotencia, tomando por instrumento algún grande Siervo suyo, como, pongo por ejemplo, hizo con mi Padre San Bernardo, cuya multitud de curaciones milagrosas se cuenta por centenares; pero unos constan por la deposición de tales testigos, que sería una insigne temeridad negarse a su aseveración.

7. Pregúntame Vmd. si he visto alguno, o algunos milagros, de cuya verdad tenga entera certeza, y me [141] conjura fuertemente, sobre que a esta pregunta le responda con toda lisura, como si yo necesitase de tales conjuros para decir libremente lo que siento. Sí señor. Digo, que a vueltas de muchos, que he averiguado falsos, y tal cual, en que he quedado dudoso, uno he visto, de cuya realidad tengo toda evidencia, y es el que voy a referir.

8. Hay en nuestro Monasterio de San Salvador de Lerez, sito en el Arzobispado de Santiago, y distante un cuarto de legua de la Villa de Pontevedra, una pequeña Imagen de mi Padre San Benito, colocada en su Altar, a quien profesa singular devoción, y especialísima fe toda la gente de aquella comarca. Si V. md. viviese en aquella tierra, oiría, como yo lo oí, innumerables prodigios, atribuidos al Santo Patriarca, como efectos de la devoción, que hay con aquella Imagen. En efecto, cuanto les sucede bien, después de implorar por aquel órgano el auxilio divino, atribuyen a la intercesión del Santo; como si sin ella, y por mero influjo de las causas naturales no se pudiese convalecer de muchas enfermedades, lograr partos felices, conseguir el fin deseado en varias negociaciones, &c.

9. Es verdad, que entre esta multitud de casos oí a personas verídicas algunos pocos, cuyas circunstancias los inferían preternaturales. Pero ya lo he dicho más de una vez: son rarísimos los sujetos, cuya veracidad no flaquee en materia de prodigios, especialmente en cuanto a las circunstancias de los hechos, en quienes fácilmente se quita, y se pone, de modo que se ajusten al intento del que los refiere. Así sólo referiré como cierto un milagro, de que yo, estando estudiando Artes en aquel Colegio, fui testigo, y en que no cupo ilusión, o engaño.

10. Estábamos todos los Condiscípulos a una hora de recreación en un pequeño campo, que hay delante de la Iglesia del Monasterio, de los cuales algunos se divertían en el juego de bolos. Sucedió, que habiendo salido [142] de la Iglesia de hacer oración una pobre mujer plebeya, que llevaba un tierno hijuelo en los brazos, bajaba por una escalera, por donde se desciende de aquel campo al camino público, que va a Pontevedra. Cerraba el espacio del juego la misma escalera, cuyo primer escalón se elevaba algo sobre la superficie del campo, sirviendo de término a las bolas del juego, porque tal era su dirección. Al tiempo que la mujer bajaba, un Condiscípulo mío, de grandes fuerzas(Fr. Juan de Bellisca, hijo de la Casa de Carrión), disparó con toda su pujanza una bola, la cual llegando al escalón por parte algo inclinada, y resbaladiza, voló con mucha elevación sobre la escalera, y cayó sobre el niño, que llevaba la mujer en los brazos, dejándole, no sé si muerto, o desmayado. En realidad, así a mí, como a todos los demás Condiscípulos, se nos representó perfecto cadáver, y tal le juzgamos entonces. A tan sensible golpe, la mujer llena de lágrimas volvió presurosa a la Iglesia, y al Altar del Santo a implorar su intercesión para la restitución de su hijo. No se hizo mucho de rogar el gran Patriarca, porque a muy breve rato vimos salir la mujer con su niño en los brazos, y éste, no sólo recobrado enteramente, pero aun (lo que se debe notar) con semblante festivo, y risueño.

11. No pretendo yo que esto fuese resurrección. Pero es por lo menos evidente, que fue curación milagrosa del daño que causó el golpe; pues aun cuando de él no resultase fractura, o dislocación notable (lo que es algo difícil concebir), sí sólo contusión, la cual no pudo menos de ser bien fuerte, respecto de que privó de sentido al niño, el dolor de ella debía durar mucho tiempo; lo cual ciertamente no sucedió, como testificó el rostro festivo, y risueño del infante.

12. Señor mío, en cuanto he visto, oído, y observado en todo el discurso de mi vida, sólo del milagro, que acabo de referir, puedo deponer con toda certeza. Y creeré fácilmente, que lo que he dicho de los milagros [143] atribuidos a la Imagen de San Benito de Lerez, se puede aplicar a otras muchas Imágenes acreditadas de milagrosas; esto es, que para cada milagro cierto, hay seis, u ocho dudosos, y setenta, u ochenta falsos.

13. Esto siento, esto publico con libertad christiana, digan lo que quisieren los indiscretos multiplicadores de milagros, contra quienes, con ardiente, y sabio celo, declama el docto Romano Paulo Zaquías (Quaest. Medic. Legal. lib. 4. tit. 1. quaest. 4. num. 5.) con palabras tan oportunas a mi intento, que no puedo menos de copiarlas aquí, traducidas del Idioma Latino al Castellano: Pronuncio, dice, que se debe aborrecer con acervísimo odio la vana, insulsa, y fútil piedad de aquellos, que por su crasa ignorancia juzgan impiedad no aceptar, y creer los milagros, que ellos hayan soñado, y canonizan por verdaderos; llegando a tratar de sospechosos de herejía a los que hacen de ellos la irrisión debida, y los rechazan como futiles, y vanos, ignorando estos miserables, que hacen injuria a las verdades Católicas los que pretenden confirmarlas con embustes, y milagros falsos, cuando aquellas se hayan apoyadas con tantos prodigios verdaderos, ejecutados por Cristo nuestro bien, por los Apóstoles, y por otros Siervos de Dios.

14. Quisiera yo que esta doctrina se hiciese presente a todos los Fieles, porque es sumamente necesaria: la doctrina, digo, de que es injuriosa a la Fe Católica, y por este capítulo reo de pecado mortal cualquiera que finge milagros, o afirma como verdaderos aquellos, de cuya verdad no está suficientemente enterado. Esto está fuera de toda controversia entre los doctos. Pero el vulgo ignorante vive en tan opuesta persuasión, que juzga interesar la gloria de Dios, y de sus Santos, creyendo en esta materia con ligereza, y afirmando con tenacidad.

15. La sagrada virtud de la Religión, conducida en la Nave de la Iglesia, navega entre dos escollos opuestos: uno es de la impiedad, otro el de la superstición. En cualquiera de los dos que tropiece, padecerá [144] funestísimo naufragio. Así es menester llevar la Religión por un medio igualmente distante de uno, y otro. Mas para este justo régimen se debe tener presente una advertencia de suma importancia, y es, que la Religión concretada al vulgo, nada, o casi nada peligra hacia el primer escollo; y al contrario peligra infinito hacia el segundo. El Pueblo instruido desde la infancia en lo que debe creer, nunca se descamina por sí mismo hacia la impiedad; o por lo menos este riesgo es muy remoto. Por sí mismo digo, lo cual no quita que pueda ser reducido por la sugestión de Maestros impíos; y así basta apartarle éstos pra evitarle aquel peligro. Mas al contrario, es tan resbaladizo hacia el escollo de la superstición, que para que no se estrelle en él, se necesita una extrema vigilancia de parte de los que rigen la nave.

16. De aquí vienen tantas prácticas supersticiosas: de aquí la veneración de muchas falsas, o por lo menos dudosas reliquias: de aquí la preconización de immensa multitud de milagros. Y esta tercera especie de superstición es la menos remediable de todas por dos principios. Uno, el que alguno de los mismos, que pudieran, y debieran desengañar al Pueblo, le fomentan (ellos saben el motivo) en su vana creencia. Otro, que los que dotados de mejores luces conocen cuanto importa depurar de vanas credulidades, que son como lunares suyos, la hermosura de la Religión, rara vez se atreven a oponerse a los caprichos del ciego vulgo, que protegido de algunos, que no parecen vulgo, no duda de insultarlos como poco afectos a la Católica piedad, o tibios en la Fe, que es de lo que se lamenta Paulo Zaquías, citado arriba.

17. Pero a mí jamás me intimidarán tan insensatas cavilaciones. Seguro de mi conciencia en cuanto a esta parte, diré mi sentir siempre que lo pida la oportunidad; a cuyo intento me apropiaré las palabras, con que el mismo Autor explica su generosa resolución de ponerse siempre de parte de la verdad, despreciando los vanos [145] clamores de la rudeza popular: ¿An patiendum est in Catholica Religione, quemquam decipi? Non profecto; neque id unquam Sancta Mater Ecclesia permisit, ac permissura est, sed supinam, ac maxime fatuam (nec enim malitiosam dicere in animo est) horum ignorantiam coercuit, ac coercitura est semper. Obstrepant ergo quantum libuerit contra nos, qui interdum eorum inscitiam ridemus: veritatem enim non ipsi Deo Optimo Maximo acceptissimam detegemus, eorum latratus, ac strepitus negligentes (ubi supra).

Dios guarde a Vmd. &c.

Corolario a la carta antecedente

18. Para hacer más seguro concepto, cuando se trata de averiguar la realidad, o suposición de algún milagro, me ha parecido proponer aquí algunas advertencias, que sujeto a la censura de los discretos, y sabios lectores.

19. En la duda de si algún efecto es natural, o sobrenatural, no se ha de hacer algún aprecio de lo que opinan los ignorantes, siendo esta materia únicamente del resorte de los doctos.

20. Ni basta que los doctos lo sean meramente en Teología: porque el que un efecto sea milagroso, consiste en que supere enteramente las fuerzas de la naturaleza; y este discernimiento pende de la Filosofía, a quien pertenece examinar a dónde llega la actividad de las causas naturales.

21. Es totalmente inútil a este intento la Filosofía sistemática, o teórica, que sea la Aristotélica, que la Platónica, Cartesiana, Newtoniana, &c. Sólo el conocimiento de la experimental es quien manifiesta la fuerza, y esfera de actividad de los agentes naturales.

22. Debajo del nombre de Filosofía experimental se debe entender comprehendida para este discernimiento una grande, y muy extendida noticia de la Historia [146] Natural, sin la cual muchos efectos naturales fácilmente se aprehenderán como milagrosos. El que ignora cuán varia es la naturaleza en la configuración de las piedras, creerá milagrosa la formación de cualquier piedra, cuya figura sea alusiva a alguna Historia Sagrada. El que ignora, que el lino del Amianto es incombustible, aceptará de un embustero un trapo hecho de esa materia, viéndole respetado del fuego, como trozo de la túnica de algún gran Siervo de Dios. El que ignora, que hay causas naturales, que preservan tal vez de corrupción los cadáveres, tendrá por milagrosa, y por indicio fijo de santidad la incorrupción de cualquier cadáver. El que ignora la operación química, con que de dos licores fríos mezclados se suscita una viva llama, al momento creerá al que dijere que esto lo hace por milagro, si al mismo tiempo invoca la intercesión de algún Santo, como que es para este efecto, &c.

23. Como también al contrario; puede suceder, que por creerse como verdaderas algunas fabulosas maravillas de la naturaleza, que se leen en varios Naturalistas, se repute natural alguna, que es efecto milagroso. Por este camino han pretendido los Herejes eludir el constante prodigio de la Sangre de San Genaro, atribuyendo unos su milagrosa liquidación al decrépito vejestorio de quiméricas simpatías entre la sangre, y cabeza del Santo: otros ya a la sangre de la cabra silvestre, ya a la cal viva, en quienes, contra lo que muestra claramente la experiencia, han querido fingir virtud disolutiva de la sangre cuajada. A este modo, los que están persuadidos a la fábula de que hay una hierba, que con su contacto rompe los hierros más gruesos (llámanla unos la hierba del Pico, otros la dan otros nombres), si sucediese que Dios, por librar algún Siervo suyo injustamente detenido en las prisiones, milagrosamente las rompiese, lo atribuirían al uso de aquella hierba. Materia es esta, en que por una, y otra parte, por falta de un buen conocimiento de la Historia Natural, se pueden cometer errores. [147]

24. Aunque la razón, con que apruebo, que a los Filósofos, y no meros Teólogos se debe fiar el examen de si un efecto es milagroso, o no, es concluyente, me parecer confirmarla con la práctica de Roma, la cual en esta parte es inconclusa en las causas de Canonización. He notado, y es muy de notar, que nuestro Santísimo Padre Benedicto XIV, en su grande Obra de Beatificatione, & Canonizatione Servorum Dei, tratando en muchas partes de si tal efecto es milagroso, o no, nunca cita Teólogos, sino Filósofos, y Filósofos por la mayor parte, que no estudiaron palabra de Teología, alegando como Autores legítimos para esta prueba aun a Filósofos Herejes. V. g. prueba, que algunos ciegos a nativitate pueden adquirir la vista sin milagro, removiendo, o la naturaleza, o el arte, algún impedimento con que nacieron: lo prueba, digo, con los Autores de las Transacciones Anglicanas, que son Herejes. Prueba con la autoridad de Roberto Boyle, Hereje, que el hombre no puede naturalmente vivir mucho tiempo sin aire. Para discernir cuál especie de claudicación es curable naturalmente cita a Etmulero, Hereje: cita a Thomas Bartholino, Hereje, en prueba de que los esplendores de la cara, y cuerpo de los Santos, aunque milagrosos, no son criados inmediatamente por Dios; sino producidos por causas naturales, que Dios aplica. Prueba con la autoridad del Canciller Bacón de Verulamio, Hereje, que por algunas causas naturales se pueden conservar los cuerpos mucho tiempo incorruptos. Omito otras muchas alegaciones semejantes. Ninguno de estos fue Teólogo, ni podían ser propriamente Teólogos, siendo Herejes.

25. Es menester también, adonde puede haber recelo de ficción, una grande penetración nativa, un genio muy reflexivo, una observación muy atenta sobre todas las circunstancias, que acompañan el hecho, para averiguar, si hay embuste, o impostura. ¡Oh, buen Dios, y cuánto he visto de esto! ¡Y cuántas veces sucedió [148] engañar una miserable mujercilla a todo un gran Pueblo! Es verdad, que no es necesaria para esto mucha agudeza, porque los mismos, que habían de resistir el embuste, se ponen de parte del error con el falso pretexto de piedad.

26. Lo que sobre todo pide una extrema circunspección, es el investigar, si en la prueba experimental del milagro hay algún juego de manos ilusorio de tantos como puede haber. No bastan para esto los cien ojos de Argos. Son menester muchos más. Bien sé yo dónde fueron engañados muchos con un juego de manos facilísimo, o casi de ninguna sutileza, y creyeron un milagro, que no había.

27. Donde hay alguna multitud interesada en la fama del milagro, o milagros, es necesario una grande circunspección antes de prestar el asenso. Por regla general los habitadores de cualquier territorio, donde hay alguna Imagen celebrada por milagrosa, o Santuario, de quien se decanta algún continuado prodigio, se interesan ardientemente en fomentar su crédito, ya por contemplarlo como gloria del País, ya porque siempre de la concurrencia de los devotos forasteros les resulta algún emolumento. Los paisanos lo esparcen a otras tierras, como testigos oculares, y últimamente se autoriza en las plumas de varios Escritores; los cuales, para dar el prodigio a la estampa, se consideran bien fundados en la fama común; lo que yo en ninguna manera condeno. Ni apruebo tampoco, que sobre esto, sin motivo particular, y grave, se armen disputas ruidosas. Sólo pretendo, que cuando ocurra motivo suficiente para el examen, ni se acepte como prueba bastante la voz común, ni se consideren los interesados como testigos irreprochables, ni a los Escritores se tribute más respeto, que el que merece su buena fe. Un ejemplo tenemos insigne, y reciente, que acredita esta precaución.

28. En toda la Europa estaba extendida la fama de la perfecta incorrupción del cuerpo de Santa Cathalina de [149] Bolonia, cuando se empezó a tratar de la Canonización de esta Santa. Varios Escritores clásicos la acreditaban entre ellos Fortunio Leceto, en quien concurría la poderosa circunstancia de haber estudiado en Bolonia, donde se conserva el tesoro de aquel adorable cuerpo. Sin embargo, cuando para el efecto de la Canonización se hubo de llegar al examen ocular del prodigio, en que intervinieron tres famosos Médicos, entre ellos el célebre Marcelo Malpighio, no se halló más que aquella incorrupción imperfecta, que puede provenir de causas naturales. Testifica la verdad de este hecho nuestro Santísimo Padre Benedicto XIV, que al presente reina, en su grande obra de Beatificatione, & Canonizatione Servorum Dei, Tomo 4. I. part. cap. 30. Pero este desengaño no estorbó la Canonización, porque para ella se hallaron por otra parte los milagros, que eran suficientes, bien verificados. Supongo que los Boloñeses, por la gloria de su Patria, esparcieron aquella voz, y de ellos se derivó a todo el Mundo.

29. No dudo, que habrá algunos, que por un piadoso, pero mal fundado temor, no lleven bien, que haya hecho públicas estas advertencias, y noticias, especialmente en lengua vulgar. Éstos son aquellos, que erradamente conciben el complejo de nuestro Católicos Dogmas como un cuerpo delicado, a quien para su conservación, es menester tratara con mil melindrosas precauciones; o el edificio de la Iglesia, como una fábrica tan débil, que el soplo de cualquier viento pueda desmoronar alguna pieza suya. Preocupados de tan siniestra aprehensión, pretenden que se deje tranquilo al vulgo en algunos errores conformes a su indiscreta piedad, de miedo que el desengaño entibie en lo substancial su Católico celo. ¡Oh, qué temor tan vano, y tan mal concebido! Esto es imaginar la conservación de la verdad, como pendiente de la substancia del error. Tanto más sólida será en los Pueblos la Fe, cuanto más desnuda de toda vana aprehensión. Tanto más sano alimento [150] dará a la piedad el grano de la doctrina, cuanto más depurado del polvo, y de la paja. La multitud de milagros falsos, o dudosos, que se preconizan de algunos Santuarios, llama mucho la gente a las Romerías; mas no por eso observan mejor los mandamientos; antes vemos, cuánto, y cuán frecuente es el abuso, que se hace de las Romerías. El error nunca puede ser buen cimiento para la devoción. Cuanto se funda en él va sobre falso. Y en fin, él por sí mismo, aun prescindiendo de los inconvenientes que tiene, merece ser impugnado; mucho más el error que se mezcla en materias Sagradas. Aquí viene lo de Paulo Zaquías: ¿An patiendum est in Catholica Religione quemquam decipi? Non profecto, nec id unquam Sancta Mater Ecclesia permisit, ac permissura est.

Nuestro Señor guarde a Vmd. &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo segundo (1745). Texto según la edición de Madrid 1773 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 138-150.}