Filosofía en español 
Filosofía en español

“Suicidio”

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Juan Caramuel, Theologia moralis fundamentalis, Francofurti 1652, pág. 560; Roma 1656, t. 2, pág. 112; Lugduni 1657, pág. 463.

Suicidio y suicida son términos del latín moderno –no figuran en el Index Thomisticus, por ejemplo– introducidos por el filósofo y teólogo español Juan Caramuel (Madrid 1606-Vigevano 1682). Así, en su Theologia moralis fundamentalis (la censura, de Fr. Bernardinus Clanchy, “dedi Pragae in Collegio immaculatae Conceptionis Calendis Iuliis Anno 1651”): Fundamentum LV –De Homicidio, quod quarto [sic] praecepto interdicitur–, “XIII. De Suicidio. MCLXV. Suicida dicitur, qui se ipsum interimit. Est quaestio gravis, An detur casus, in quo aliquis licitè se possit occidere?…” (Francofurti 1652, número 1165, página 560). En la edición de Roma 1656 (número 1628, tomo 2, página 112): Tomus Secundus, Liber Secundus, Fundamentum LV –De Homicidio, quod in quinto praecepto interdicitur–, “Quaestio De Suicidio. MDCXXVIII. Suicida dicitur, qui se ipsum interimit. Est quaestio gravis…”. En la edición de Lugduni 1657 (editio tertia…, número 1628, página 463), &c.

Suicidium es término que tiene el mismo formato que Parricidium y Homicidium –que sí figuran en el Index Thomisticus–, el que había llevado a formar Deicidium a principios del siglo XVII. Juan Caramuel construye una tabla donde cruza los cuatro géneros de personas contra las que se puede delinquir, en la ley natural, con las cuatro acciones proscritas por los mandamientos quinto a octavo, obteniendo dieciséis grupos de pecados, y mostrando la potencia de la lógica interna de la teología católica, que él desarrolla y le lleva al término Suicidium:

Contra DeumAtheismus, qui est quoddam mentale DEIcidiumLuxuria spiritualis & theologica: IdololatriaFuratur honorem Blasphemus: res cultui divino dicatus sacrilegusMentitur DEO perjurus, & qui votum non servat
Contra ParentesParricidiumIncestusContumelia. FurtumMendacium si dicatur Parentibus
Contra Se-ipsumSuicidiumMollities tactibus propriis procurata. BestialitasProdigalitasIgnorantia voluntaria
Contra ProximumHomicidiumFornicatio. Stuprum. Raptus. AdulteriumFurtum. LatrociniumMendacium
(Juan Caramuel, Theologia moralis fundamentalis, Francofurti 1652, página 464; Roma 1656, tomo 2, página 4; Lugduni 1657, pág. 376.)

Doce años después, en el tomo cuarto de su Theologiae Fundamentalis (Lugduni 1664), Juan Caramuel ya dedica todo un epígrafe al “Suicidium”, en el index rerum & verborum, donde colaciona bajo ese rótulo hasta 54 asuntos, entre ellos, por ejemplo: «Gravissimum peccatum est, p. 74, n. 2482, t. 4; An hominem se non posse occidere omnibus notum, p. 74, n. 2483, t. 4; De Samsone. ibid.; De filio Prophetarum. ibid.; Lovaniensium decisio, pagina 66, num. 2418, tom. 4; Lovaniensibus consonant uterque Marchantius, Lessius, Sylvius, Malderus, & publicae Hispanorum Leges, ibid.; An belli teneatur aliquis implorare salutem, p. 111, n. 424, t. 3; Petere salutem, Hispanicè Pedir cuartel, ibid.; Ethnici non omne suicidium laudarunt, p. 52, n. 147, t. 3; Suicidium est peccatum, p. 12, n. 2061, t. 4; Otto Romanorum Imperator se occidit, p. 12, n. 2062, t. 4; An suicidium esse peccatum possit ignorare Philosophus, p. 58, n. 2368, t. 4; An homo sit sui dominus, ibid.»


1766 «Avisan de Moscou, que un Caballero distinguido, después de haber hecho su Testamento en sana salud, aunque el uso de su razón estaba agonizando, se ha degollado por su mano, hallándose en un Banquete a que había convidado a sus parientes y amigos. No sabemos si por este medio quiso dar pruebas de su fanático heroísmo, o pretendió libertar de acusaciones a sus domésticos, en caso de asesinarse ocultamente. Más disculpable sería este motivo que el primero, porque el Suicidio nunca dejará de ser una locura grande por más que sus dementados Apologistas lo defiendan.» (Mercurio histórico y político, mes de agosto de 1766, Imprenta de la Gaceta, Madrid 1766, págs. 346-347.)

1772 «Acaba de ofrecernos la Ciudad de Nápoles un extraño ejemplo de suicidio. El que le ha cometido era muchos años ha Dependiente de un Tribunal de Justicia; persona muy arreglada de costumbres, que siempre había merecido la confianza de sus Jefes, y la estimación de sus amigos. Gozaba suficiente renta, sin que se sepa haya tenido motivo de disgusto por asuntos de intereses. Nadie conoció en él aquellas pasiones violentas y arrebatadas que alteran a menudo el genio y los humores; antes bien se le tenía por hombre muy sereno, acreditándose de tal en el sosiego con que tomó la resolución de quitarse la vida. Ignoramos las causas que le movieron ello, pues no las dejó dichas; y solo se sabe que un corto rato antes de morir no había manifestado la menor inquietud, y que en una mesa de su cuarto se encontró escrito de su puño un papel concebido en estos términos: “Es axioma incontestable de Derecho que un hombre que no está ya sujeto a la potestad paterna, puede disponer de su persona. Yo me hallo en este caso; y teniendo acción para usar de mi libertad, ninguna es en mi opinión más apreciable que la de poder darme la muerte. Encargo a mi heredero que pague mis deudas, y me despido de él para siempre.” Apenas escribió estas palabras se arrojó a la calle desde una ventana muy alta, y se estrelló la cabeza contra el empedrado. Este hombre había tenido un hermano, que también murió desgraciadamente, aunque por una casualidad; pues pasando por una plaza, se desprendió del techo de un edificio una pesada piedra que alcanzó a darle en la cabeza.» (Mercurio histórico y político, mes de mayo de 1772, Imprenta Real de la Gaceta, Madrid 1772, págs. 21-22.)

«En el Capítulo de Roma del Mercurio anterior dejamos citado un ejemplo de suicidio, acaecido en el Reino más meridional de Italia; y aquí daremos noticia de otra fatalidad semejante, sucedida en un paraje tan septentrional como Christianssund; en prueba de que aquella perjudicial demencia, que se creía propia de la Nación Británica, extiende su contagio, ya a los climas templados del Mediterráneo, ya a las frías regiones próximas al Báltico. Un Oficial del cuerpo de Artillería, que estaba de guarnición en Christianssund, se quitó la vida días pasados. Aseguran que tomó esta resolución porque le negaban la licencia de casarse, infiriéndose que se hallaba violentamente apasionado de la que pretendía por esposa; bien que no habla de cosa alusiva a su boda en un papel que dejó escrito a sus compañeros antes de darse el golpe mortal. Así decía su contenido: “Voy a emprender un largo viaje que no me permite pagar a Vms. mis deudas, porque parto muy de prisa. Las gentes formarán varios juicios de la determinación que tomo. Vms. que son mis acreedores, me acusarán de que he intentado hacer bancarrota: los Jueces y sus aliados no dejarán de encomendarme a todas las furias infernales: otros dirán que he perdido el seso, y que solo el despecho me puede haber obligado a obrar así. Lo que hay en esto yo me lo sé mejor que nadie. Veo que no me tiene cuenta vivir, y quiero mirar por mi conveniencia, y salir de trabajos. Muero sin flaqueza: ya les llegará a Vms. su turno. Deseo que los que se burlen de mí, reciban la muerte con tanta firmeza como yo. A Dios. Soy Amigo de Vms. hasta morir, y más allá si es posible.”» (Mercurio histórico y político, junio de 1772, Imprenta Real de la Gaceta, Madrid 1772, págs. 246-247.)

1773 «La manía, o por decir mejor, el furor del suicidio se va introduciendo en los Países Austriacos. Un Oficial de la Guarnición de Praga se ha quitado la vida últimamente de un pistoletazo, después de haber escrito una carta a su dama, encomendándose a sus oraciones.» (Mercurio histórico y político, marzo de 1773, Imprenta Real de la Gaceta, Madrid 1773, pág. 224.)

1774 «Ahora indicaremos la otra, que niega Rousseau, y es, el que también enseña esta Filosofía a que los nacidos y criados se maten. Aquí solo enunciaremos lo que baste para preludio a las Disertaciones del Suicidio y Regicidio, que hemos puesto por finales de los libros segundo y tercero.» (CXLVI: Después de impedir que nazcan, procura la Pseudofilosofía que se maten los nacidos.) «Por otra razón más viril ha detestado la Filosofía el suicidio, y todo homicidio arbitrario. Se tuvo esto siempre, y debe ser así, por una bajeza de ánimo: ninguno tomó estas sangrientas deliberaciones, que no fuese por una fuga vil y miserable, de las desgracias que le perseguían, o por no poder sufrir a un enemigo o vecino, que le era molesto.» (CXLVII: Doctrina de la Filosofía contra el Suicidio.) «Los muchos que anuncian las noticias públicas, son unos pocos de los que realmente se experimentan; pero el gobierno ha tomado en algunos Reinos la providencia de que se callen, por hacer menos estupenda y escandalosa esta barbarie.» (CL: Suceden hoy más Suicidios en la Europa por estas lecciones.) (Fernando de Ceballos, La Falsa Filosofía, o el Ateísmo, Deísmo, Materialismo, y demás nuevas Sectas convencidas de crimen de Estado, Madrid 1774.)

1776 «Hasta ahora habían dejado los Rusos a los Individuos de otras Naciones el feroz valor de deshacerse de su existencia, sin envidiar a los Ingleses la firmeza con que se echan un lazo, los Alemanes la seriedad y flema con que suelen tomar un veneno, ni a los Franceses la prontitud con que, por medio de una pistola, se levantan el cráneo, desde que se han hecho partidarios de la Anglo-manía. El suicidio, que acaba de cometer en Moscou el célebre Kositzki, es uno de los primeros excesos de esta especie que se han visto en la Nación; y el motivo que lo ha ocasionado es muy difícil de adivinar, si se reflexiona que el difunto ha sido siempre hombre muy cuerdo, benéfico, y de pasiones muy moderadas, y se hallaba colmado de honras, favorecido de la fortuna, casado con una Señora muy hermosa y virtuosa, que le había traído en dote 40.000 rublos, y le había dado cuatro hijos, con los cuales y su amable compañía hacía feliz a aquel buen Ciudadano. El Sr. Kositzki había sido educado en las Escuelas de la Academia de Petersburgo, y su aplicación le había granjeado el ser recibido Académico de aquel Cuerpo con una buena pensión. La Emperatriz, que sabe recompensar los talentos y el celo de los vasallos que se hacen útiles, le había confiado los empleos de Consejero de Estado, y de Secretario suyo con seis mil rublos de sueldo, a más de haberle concedido la entrada al cuarto de su Augusta Soberana, de cuya prerrogativa no se valió jamás sino para beneficio de algunos Ciudadanos. Hace algún tiempo que el Sr. Kositzki pidió y obtuvo, aunque con dificultad, licencia para retirarse de la Corte con pretexto de querer vivir en un retiro el resto de sus días; pero la verdad era, que se hallaba dominado de la melancolía sin conocerlo, y creyendo solamente que le acomodaba más la vida tranquila, y sedentaria. El día 7 de Enero de este año se puso en la cama, a la hora acostumbrada, con su esposa; pero levantándose cuando vio que estaba dormida, se hizo 40 heridas en el pecho con una navaja de cortar plumas, con la cual se abrió también el vientre, y después se volvió a la cama, y sufrió sin dar el menor suspiro todo el mal que acababa de hacerse. Madama Kositzki, a quien despertó la sangre que la mojaba, se levantó con precipitación, y viéndose ensangrentada pidió socorro. Los más hábiles Cirujanos (según su costumbre cuando les llaman de las casas de gentes ricas) volaron al primer aviso, y declararon que todos los socorros de su arte serían inútiles, y que solo se debían emplear los de la Religión. Los Popes acudieron con la misma prontitud que los Cirujanos y el enfermo se confesó, comulgó sin quejarse ni una sola vez, sin que se pudiese saber de él la causa de haberse tratado con tanta crueldad.» (Mercurio histórico y político, junio de 1776, Imprenta Real de la Gaceta, Madrid 1776, págs. 198-200.)

1781 «Admirablemente aplicados están estos principios en la Ley, que me ha dado motivo a hacer estas reflexiones. A la verdad es un delito el suicidio para el que tenemos tan pocos, tan débiles incentivos, o por mejor decir, a que la naturaleza misma puso dentro de nosotros tan fuertes estorbos, que es ciertamente muy poco lo que se necesita para contenerlo. El tedio de la vida, a no causar un desorden en el cerebro tal, que quite enteramente la imputabilidad a las acciones, no puedo persuadirme a que induzca a nadie a matarse, si no le ayuda la esperanza de una cierta especie de falsa gloria, tal vez aunque rarísima más apetecida que una vida infeliz. De hecho, si examinamos con atención todos los suicidios que leemos en las historias, y aun también los mismos que hemos visto en nuestros días, y que no pueden atribuirse a una demencia formal, o a la creencia de algún falso dogma, que haga mirarle como un medio seguro de conseguir una mayor felicidad; hallaremos en esta ambición de gloria póstuma su principal causa.» (“Discurso vigésimo”, El Censor, Madrid, jueves 21 de junio de 1781.)

1784 «Ejercicios literarios del colegio de la Encarnación de PP. Agustinos Calzados. El día 1.º de este mes el P. Fr. Gaspar Pérez, presidido del P. Fr. Pedro Centeno, Regente de Sagrada Teología, tuvo un Acto mayor, sobre la doctrina del precepto de la Caridad en 24 Aserciones, cuyos puntos principales fueron los siguientes: La Caridad es la más noble de las virtudes, engendra verdadera amistad entre Dios el hombre. Las almas encendidas en amor de Dios gozan algunas veces de un estado de perfecta quietud; pero diametralmente opuesto al que enseñaba Miguel Molinos. El precepto de la Caridad nos obliga, no solo respecto a los padres, hermanos, hijos y parientes, sino también a amar a los pobres, socorriéndolos con limosnas siempre que no tengan otro modo de subsistir. También nos prohíbe el suicidio; y así son injustos los elogios que por esta causa se han hecho de Decio, Catón, Lucrecia y otros Gentiles suicidas. Saúl y Rasias el viejo no son excusables de suicidio; pero sí Sansón, Eleazaro y las Santas Vírgenes que inspiradas del Espíritu Santo se dieron la muerte. Es lícito al cristiano pelear en guerra justa pero es detestable y justamente prohibido el desafío o duelo. No es lícito quitar la vida en defensa del honor de las riquezas ni de la virginidad. Nunca fue lícito en el fuero de la conciencia al marido matar su consorte cogida en adulterio, ni hacer copia de ella a otro por miedo de la muerte. No puede el Juez sentenciar a muerte al inocente, aunque los testigos le comprueben reo. La mujer que después de concebir se hiciere abortar, será rea de homicidio. La que con bebidas o medicinas se hace estéril, o impide de otra suerte la generación, es rea de otros tantos homicidios, cuantos hijos podía dar a luz.» (Memorial literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid correspondiente al mes de diciembre de 1784, En la Imprenta Real, págs. 47-48.)

1786 «Rasgo moral sobre el suicidio. Detente suicida, detente: ¡quieres tú, darte la muerte! Cuando ella viene por su paso natural, es apacible, los resortes se descomponen gradualmente, y se cae en la noche del sepulcro como en un sueño letárgico; ¿pero sabes tú los dolores que la acompañan cuando es violenta? Me responderás: esto es negocio de un instante. Te engañas. Esa bala, penetrando tu cráneo, ha de romper las membranas que cubren tu cerebro: la dilaceración de esas membranas, te causará crueles convulsiones: en lo que te parezca un instante puedes sufrir tormentos, cuya duración no puedes calcular. Si el tiempo no es para nosotros más que una serie de ideas, o de sensaciones, el dolor que las acumula en un instante espantoso, prolonga esta duración por la multitud de sensaciones dolorosas, y la rapidez de la circulación de los espíritus animales que padecen, puede igualar en un minuto el discurso de muchas horas. Puedes sufrir en un tiempo, que te parece corto, todos los tormentos que pueden afligir una vida entera. ¡Ah! ¿Y por qué es esa precipitación? Deja obrar a la naturaleza. Figúrate que estás enfermo, y que cuando todo se muda alrededor de nosotros, empieza a venir la salud. Espera: tu valor no es cuerdo. Yo no percibo la necesidad de que te quites la vida, cuando la paciencia puede desvanecer tus ideas melancólicas. El motivo de tan grande sacrificio es vago. ¿Por qué renuncias a la esperanza? Considérate como en una enajenación de espíritu; porque no hay relación alguna entre la muerte, que te destruye, y el acaso que puede salvarte. Lo futuro es desconocido para nosotros: los suicidas tienen una impaciencia grosera, y se matan en el momento en que podrían hacerse muy felices: tienen pues un aire de locura, de precipitación, de ansiosos sedientos del reposo, y cierta debilidad; porque el suicida no sabe combatir, y se rinde al infortunio: le falta el heroísmo. Parece que no ha tenido una vida racional, y que no ha apoyado su conducta sobre una basa fundamental. Su moral ciertamente es poca, e incierta. La idea pues de darse la muerte, es una fiebre del alma, un mal violento, y es preciso tratar al suicida como un insensato. El suicida no tiene otra esperanza que el aniquilamiento; porque si cree en un Dios, debe permanecer sumiso a la férula del infortunio, y adorar el orden establecido por la Majestad Divina. Se olvida de que recibió la vida con la condición de sufrir y de esperar. Por otra parte, si alguna vez el hombre inocente ha buscado la muerte como menos mal, las más veces la han hecho los culpables un asilo contra el día de la claridad, de la justicia, y el momento de la venganza.» (Correo de los Ciegos de Madrid, del martes 7 de noviembre de 1786, nº 9, pág. 34.)

1788 «París. Efectos de la melancolía. El invierno es saludable a unos y muy perjudicial a otros, dijo Hipócrates; lo mismo puede decirse del verano. En efecto, la experiencia prueba todos los días que los primeros meses de la estación más rigorosa son sumamente contrarios a los melancólicos; que las causas más leves renuevan sus accesos y que los hacen más violentos, ya sea que la vista de una atmosfera nebulosa les entristezca, ya porque una vida más sedentaria debilite las funciones de la economía animal; ya finalmente porque el tránsito alternativo del calor al frío aumente la sensibilidad de los órganos interiores. […] La cuestión que nos hemos propuesto naturalmente nos conduce a examinar las causas del suicidio tan frecuente en los meses de Noviembre y Diciembre. Pero este punto delicado de moral sobre el cual los filósofos no han hablado sino de un modo muy vago porque carecían de las luces de la medicina, merece que se trate con más extensión y lo haremos en otra ocasión, ilustrando la materia con hechos bien observados.» (Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa, lunes 4 febrero 1788, nº 93, págs. 143-144.)

1805 Marcos de Santa Teresa, Compendio moral salmaticense, Pamplona 1805: Tratado XVI. Del quinto precepto del Decálogo. Cap. único. Del homicidio. Punto VII. Del suicidio, y mutilación propia. Punto VIII. Del suicidio indirecto.

1817 «Suicidio. s. m. El acto de quitarse uno a sí mismo la vida.» (Diccionario de la Academia de la Lengua, quinta edición, 1817:819.)

1822 «Suicidio. s. m. El acto y el efecto del que se quita a sí mismo la vida.» «Suicida. s. c. El que se quita a sí mismo la vida.» (Diccionario de la Academia de la Lengua, sexta edición, 1822:776.)

1844 «No puede pintarse el suicidio con un colorido mas halagüeño en unos tiempos en que tan frecuente se ha hecho esta demencia, y en que hasta los escolares de rudimentos empiezan a componer versos y aun echan a volar algún drama. ¡Buen modo por cierto de inspirarles la virtud y la religión! ¡representarles el suicidio como la poesía más sublime y el medio más expedito de subir al cielo! Será al cielo de los poetas románticos.» ([Juan Villaseñor], “Cuentos filosóficos de Mr. de Balzac”, La Censura, Madrid, julio de 1844, año I, nº 1, págs. 6-7.)

1852 «Suicidio. m. El acto y efecto del que se quita a sí mismo la vida. Sui ipsius homicidium.» «Suicida. c. El que se quita a sí mismo la vida. Se ipsum interficiens.» «Suicidarse. r. Quitarse violenta y voluntariamente la vida.» (Diccionario de la Academia de la Lengua, décima edición, 1852:653.)

1855 «La cuestión del suicidio ha ocupado a una gran porción de plumas elocuentes. Desde Platón, Séneca y Marco Aurelio, hasta el autor de Las cartas de Saint-Preux, una multitud de ingenios filosóficos, sin hablar del profesor sueco Robeck, han tomado sucesivamente como texto de examen este motivo inagotable de controversias. Después de todo lo que se ha hablado en pro y en contra en las interminables disertaciones a que ha dado lugar el suicidio, ¿no es ya evidente que esta es una cuestión de foro interno?…» (“Suicidio”, Enciclopedia moderna, Establecimiento de Mellado, Madrid 1855, tomo 32, columnas 738-770.)

1874 Carlos Sommervogel SJ, “El suicidio en el siglo XIX”, Revista Europea, Madrid, 1 noviembre 1874, nº 36, págs. 25-29.

«La revista francesa La Nature copia del periódico inglés del mismo título una ligera reseña del suicidio de un alacrán, a la cual atribuye un interés particular; pero en España el hecho es tan frecuente en las comarcas meridionales donde existen alacranes, que sólo constituye una observación curiosa.» (“Boletín de Ciencias y Artes”, Revista Europea, Madrid, 27 diciembre 1874, nº 44, págs. 292-296.)

1881 «Un perro suicida con premeditación. Con motivo de la Exposición canina que tiene lugar actualmente en París, con bien escaso éxito por cierto, no hay periódico que no nos hable de perros, y esta interesante especie, símbolo de la fidelidad, tiene hoy el privilegio de dar materia a toda suerte de divagaciones y a no pocas anécdotas, más o menos inverosímiles. Entre ellas he leído una que merece citarse por su magnitud. Trátase de la historia dramática de un perro que se suicidó por amor. Habiendo perdido a sus dueños, resolvió ahogarse, y para conseguirlo atóse las patas con unas ramas de mimbre, a fin de que éstas le impidiesen nadar, y se tiró al río. “Los incrédulos –añade el escritor que nos cuenta tan verídica historia– dirán tal vez que es una invención.” Sin duda refiriéndose a esta aventura, que debe ser antigua, Enrique Heine –que no pecaba de crédulo–exclamaba un día: –Los perros no son ya tan fieles como antes; pero huelen mal como siempre.» (X. X., Correspondencia parisiense, La Moda Elegante, periódico de señoras y señoritas / periódico de las familias, Madrid, 22 de junio de 1881, año XL, núm. 23, pág. 183.)

1889 «Los animales, por su naturaleza, son incapaces de tener noción alguna de la muerte; no pueden conocerla como término de la existencia desgraciada, porque ninguna idea tienen de felicidad e infelicidad, que son sentimientos del orden moral, de los cuales la naturaleza animal es absolutamente incapaz. Jamás usamos seriamente estas locuciones que repugnan al sentido común: tal animal es desgraciado o feliz, imbécil o demente; o tiene ingenio. Nada de esto se dice, porque una bestia no tiene ingenio ni sentimiento moral; por consiguiente los animales no pueden resolverse a un acto o a un fin que les es imposible conocer: solo en el hombre existe un principio inteligente y libre, un poder soberano, dueño de la materia y del organismo, el cual por un triste abuso de su libertad y una inconcebible depravación rompe, como un tiesto de arcilla, la más noble y sublime de todas las organizaciones creadas.» (Dr. Lucio, “Suicidio”, Diccionario de ciencias eclesiásticas, Valencia 1889, IX:543-544.)

1895 «Suicidio. Historia. El suicidio ha sido considerado como lícito, y hasta como un acto de virtud y religión en todos los pueblos que han admitido o admiten la doctrina del panteísmo, de la emanación de los seres y de la transmigración de las almas. En China se han visto hasta quinientos individuos discípulos de Confucio, suicidarse de una vez. Los gimnosofistas de oriente y los hierofantes de Egipto enseñaban y practicaban el suicidio. Con arreglo a estas doctrinas, Marco Aurelio y Cleopatra instituyeron una academia de sinapotanúmenos, cuyos miembros estudiaban el arte de matarse mutuamente y de acabar de un modo alegre con la vida. Los celtas llevaban el desprecio de la vida y el furor suicida hasta el último límite. En Grecia era corriente la doctrina del suicidio, y Platón mismo sólo juzgaba censurables a los que se suicidaban sin autorización de los magistrados o sin ser obligados a ello por la adversidad. La misma doctrina enseñaban los epicúreos y los estoicos. En Roma llegó a ser corriente la máxima de que es lícito matarse cuando está uno cansado de vivir: Mori licet cui vivere non plácet. También entre los modernos ha tenido algunos partidarios el suicidio, entre otros Tomás Moro, en su Utopía, y Rousseau, aunque éste último lo condenó unas veces y otras hizo su apología. Ante el tribunal de la verdadera filosofía, el que atenta contra su vida comete un crimen contra Dios, contra sí mismo y contra la sociedad. Excusado es decir que la teología católica condena de un modo terminante el suicidio. Sólo el jansenista Saint Cyrán lo ha aprobado en determinadas circunstancias. La historia y la estadística están de acuerdo para demostrar que el suicidio ha sido siempre consecuencia de los más graves errores del espíritu humano acerca de Dios y su providencia y acerca del hombre y su destino futuro, y tiene frecuentemente por origen los más tristes desórdenes en las costumbres. En todas las estadísticas formadas hasta el día figuran entre las principales causas ocasionales de suicidio la locura, el alcoholismo, las enfermedades, las contrariedades y disgustos, el amor, la miseria, los reveses de fortuna, el cansancio de la vida, &c. También resulta que son más frecuentes los suicidios entre los célibes y los viudos sin hijos.» (Elías Zerolo & al., Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, Garnier Hermanos, París 1895, vol. 2, pág. 815.)

1927 «Tres son las opiniones que acerca del suicidio se sustentan: para unos, el suicida es un ser cuya fortaleza debe admirarse; según otros, es un loco que merece compasión, y, finalmente, según la tercera opinión, es un criminal, cuyo delito debe castigarse con penas severísimas…» (“Suicidio”, Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, Espasa-Calpe, S.A., Bilbao, Madrid, Barcelona 1927, tomo 58, páginas 559-574.)

2019 “Suicidio, suicida, suicidarse”, Análisis diacrónicos sobre los diccionarios de la (Real) Academia de la lengua española.

gbs