La mujer ante el amor y frente a la vida. Teorías, sistemas y opiniones de feminófilos, antifeministas y feminófobos
Primera parte ❦ Capítulo VIII
La atrabiliaria concepción schopenhaueriana del amor
I. Acerba crítica de la misma por Federico Paulsen
La Deutsche-Amerikanische Revue publicó, años ha, un artículo del insigne filósofo Federico Paulsen, acerca de la evolución del amor. Dice el gran pensador que después del siglo XVI se observa un fenómeno notable: empiezan a presentarse escritores que ya no hablan del amor con la vibrante pasión de los antiguos artistas y filósofos griegos y latinos. En Francia, Chamfort, Diderot y Condillac; en Alemania, Humboldt; en Inglaterra, Broen y otros, descubrieron aspectos tétricos y alguno de ellos lo definió como “una ironía de la naturaleza, indigno de las alabanzas que le habían sido prodigadas”.
Pero es preciso llegar a Arturo Schopenhauer, el rapsoda de los dolores humanos, para encontrar la primera teoría metafísica del amor. Según el misógino de Francfort, el amor no es otra cosa que el medio poderoso empleado por la fuerza arcana del Universo para perpetuar la existencia. En esta manifestación, la fuerza asume la forma del Genio de la Especie que suscita la llama vibrante del amor en dos seres, despertando en ellos una atracción recíproca y estrechándolos en las mallas de su red, realiza su objeto: perpetuar la vida. De manera que en el éxtasis voluptuoso de dos amantes, no debe verse más cosa que el soplo maléfico de ese Genio, que recurre a los atractivos de la Belleza y a la fascinación de los sentidos para estrechar en sus tupidas redes a los dos amantes, convertidos en autómatas por esa fuerza ignota, antorcha de la vida.
Para demostrar la exactitud de su doctrina, Arturo Schopenhauer aduce muchos argumentos; entre ellos la indiferencia, mejor dicho, fastidio o malestar que suele seguir a la unión sexual. Signo evidente, según él, de que ya han realizado la misión que les confió el Genio de la Especie, la de dar vida a un nuevo ser.
Toda la doctrina del gran teorizante de Dantzig, a juicio de Paulsen, está condensada en una frase memorable: “si la Humanidad pudiese reproducirse intelectualmente, se asistiría a un espectáculo grandioso; se vería a todos los sabios de la tierra invitando a los millones de infelices mortales que dejasen de perpetuar la especie, porque la vida no vale la pena de ser vivida, puesto que en ella todos los placeres son negativos y sólo el Dolor es positivo”. El atrabiliario filósofo decía que “le jeu ne vaut pas la chandelle”.
Esta metafísica schopenhaueriana del amor, añade Paulsen, objeto de innúmeras burlas cuando fue publicada, ha ganado y sigue ganando mucho terreno. Los neomalthusianos de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos la acogen con entusiasmo; en el Japón un notable filósofo la tradujo hace unos diez{1} años y fue acogida con general alborozo; lo cual no debe extrañar teniendo en cuenta que el concepto fundamental de la filosofía de Schopenhauer, es budhista, en el verdadero sentido de la palabra.
Paulsen combate con energía y argumentos irrebatibles la “macabra concepción schopenhaueriana del amor”. Dice que según algunas cartas del gran filósofo, que habían permanecido inéditas hasta hace poco, esta concepción puede considerarse como el producto de un pesimismo intelectual que le inducía a pasar todos los afectos, incluso el amor, por el crisol de un análisis implacable y feroz.
En sus disecciones despiadadas anatomizaba y despedazaba de un modo tan rudo los elementos del amor, que llegaba a desfigurarlo de manera que pareciese deforme lo que es hermoso. Schopenhauer –dice Paulsen– fue una inteligencia sin corazón. Cogido en el engranaje de la filosofía budhista, dedujo de ella, con rigor inflexible, los corolarios más pesimistas respecto al amor.
II. El criterio evolutivo y sincrético
Termina Paulsen, afirmando que el amor ha sufrido distintas evoluciones en el transcurso de los tiempos. El amor grosero de la época prehistórica se ha perfeccionado hasta llegar al amor caballeresco de la época de los torneos y al amor moderno, tejido de afectos, deferencias y respetos hacia la mujer. Y siguiendo su evolución pasará por una nueva fase que lo hará más noble, espiritualizándose cada vez más, hasta llegar al mayor límite posible de complejidad y delicadeza y ternura.
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{1} Paulsen escribía esto en 1907.