Filosofía en español 
Filosofía en español


En Radio Nacional de España

(Madrid, 18 de julio de 1945.)

Trabajadores empresarios y obreros, camaradas: Nuestro vivir es poco propicio para la meditación. Nos sentimos arrastrados por esa inundación que llena el mundo de dinamismo febril, algunas veces creador, en ocasiones desbordado, intrascendente o estéril y no hallamos en esa vorágine, coyuntura de calma para el espíritu, ni un remanso de paz ni de quietud.

Hoy día del Alzamiento, Fiesta del Trabajo, debemos buscar un recodo de sosiego para la meditación, porque es esta una de las horas más trascendentales de la Historia. El loco vaivén de la aguja que marca los rumbos a los pueblos señala con sus oscilaciones desorbitadas, como presagio de conmociones y eco de catástrofe, el ocaso de un ayer. Al soplo asolador de la tragedia de Europa, quedó la tierra aventada por huracanes de fuego, los campos desolados como ríos de lava petrificada en las vertientes de un volcán, pueblos y fábricas en llamas y bajo las garras de la desesperación, llamas de infierno en las almas. Y los caminos que hoy se presentan a la Humanidad son trochas abiertas entre peñascos removidos para herir nuestros pies y matorrales de selva tenebrosa para que se extravíen nuestros pasos.

Para completar este cuadro apocalíptico, asoma por Oriente un credo bárbaro y triste, con su tara de eterna esclavitud, su mística letal y sus inquietudes morbosas, que intenta uncir al mundo atormentado al yugo de su dominio, hacerle sangrar bajo el hierro de su tiranía y quemar en hogueras satánicas o pudrir en hervideros de gusanos veinte siglos de civilización y de fe. Con el falaz señuelo de su liberación quiere encadenar a las muchedumbres enloquecidas por los mordiscos del dolor, el ansia de justicia y hambres de pan. Pero nosotros, como españoles, la más gallarda aristocracia del género humano, no sabemos hincarnos de rodillas como los dromedarios para recibir en nuestras espaldas la carga infamante de los nuevos negreros. Y como católicos, ansiamos que sea la ley de Cristo la que presida el galopar de las almas hacia claros horizontes de nuevos destinos.

Ambicionamos para España, bajo el signo de esa justicia eterna, en un estadio nuevo de civilización, la paz y la libertad de los hombres. Pero para ello tenemos que aplastar con nuestra clara verdad de justicieros la vil mentira de los embaucadores, logrando realidades efectivas, tangibles, jurídicas y humanas en el derecho y en la vida, en las ideas y en las gentes; transformar este orden social sombrío y paganizado en un nuevo orden de justicia y de luz, que encarne en su alma y en sus Instituciones el sentido espiritual de la vida, el sentido cristiano de la justicia y el sentido nacional de la Patria.

Nosotros tenemos que demostrar al mundo materialista y agrio, del máximo rendimiento y de la superproducción y al mundo rencoroso de los oprimidos, que prescindiendo de tantas filantropías descarriadas, huérfanas de amor, y de tantas utopías sangrientas de libertad social, este gran movimiento de emancipación que pide esta hora histórica, puede y debe canalizarse serenamente por los fecundos cauces del espíritu y de la comprensión.

Hay que organizar la vida del trabajo haciendo solidaria la prosperidad de todos los que de él viven. Deben llegar al trabajador las oscilaciones favorables de los rendimientos que su brazo contribuye a crear, como participación que pide la justicia, como acicate para su dura labor y apretado lazo de solidaridad española.

Sólo así, clavados en un interés y en una fe, desterrada la amargura de las vidas y el rencor de las almas, pueden formar hermanadas todas las fuerzas productoras, rescatadas al amor y a la alegría de España.

Tras esas metas avanza nuestro afán, por etapas y con toda la forzada lentitud que exige nuestra débil economía, convaleciente de dos guerras, pero con marcha decidida y firme, forzando siempre aunque las drizas tiemblen y las vergas crujan, hacia ese norte de nuestro codicioso empeño en el que en un bloque de bienestar colectivo y armonía social, se centren las vidas, los pensamientos y las voluntades de la Patria. Porque si solamente logramos una red de protección y un nivel más holgado para las vidas trabajadoras, manteniendo la entraña de este viejo Régimen, trocaríamos una situación de penuria por una realidad más apetecible, pero no desaparecerían del suelo español las odiosas sombras de muchas injusticias que cortan la leal confraternidad de los hombres.

Yo quiero que meditéis y os vayáis preparando para los profundos cambios que debe traer el futuro. Porque yo os digo que sin ellos, si esa marcha que mantenemos hoy para alcanzarlos no continúa hasta hacer vida entera la entera letra de nuestra doctrina, que nadie espere paz ni prosperidad, que nadie pida fe ni alegría, porque no habrá más que amargura y rencor en una Patria triste, pequeña y dividida.

Por eso firmes todos a la orden de Franco que intenta la aventura más urgente y más gloriosa de España, en una disciplina, en un combate, por una bandera, por una fe.

¡Viva Franco! ¡Arriba España!

 
(Madrid, 18 de julio de 1945.)