Inauguración de la Caja Nacional del Seguro de Enfermedad
(Madrid, 5 de julio de 1945.)
Excmos. e Iltmos. señores, camaradas: El corazón es en el hombre vital impulso, nido de afán y llama de pasión. Yo quiero que este edificio que hoy se inaugura, espléndida Central del Seguro de Enfermedad, sea su corazón, donde se caldeen los espíritus en trabajo fecundo, se forjen cada día nobles inquietudes de superación y del que parta el ímpetu que lleve a los más retirados lugares de la Patria la precisión de nuestras consignas y el calor de nuestra fe.
Vibra en mí la emocionada alegría de esta hora, en que prendemos el supremo engarce a la magna obra expresión de los más altos postulados de justicia y una de las más ansiadas metas de nuestra falangista ambición. El Centro rector que preste eficacia y nervio, bajo el indeclinable signo de la unidad, a nuestra redentora empresa se hallará desde hoy abierto solamente a la labor y al afán.
Aspiramos a hacer de España una gran familia, con unidad de esfuerzo y calor de hogar, por mandato imperativo de nuestra concepción espiritualista de la vida y por interés del mayor rendimiento del trabajo de cada hombre que sume nuevas energías económicas para la Patria. Únicamente así se podrá llegar a un elevado exponente del nivel de vida en las economías particulares y a una paz fraternal en los espíritus: a la unidad de las clases y de los hombres.
Queremos insistir en que el Seguro de Enfermedad es una de las rutas más firmes para alcanzar esa noble y caliente ambición. Porque no se puede pedir la alegría del trabajo y el orgullo de la Patria al hombre que se siente abandonado en los duros trances de su vida, cuando el zarpazo de la enfermedad hiere su cuerpo y desgarra su hogar, que vive a todas horas bajo la obsesionante pesadilla, bajo la nube gris de un mañana, quizá muy próximo, con dolor y sin pan. Porque para nosotros católicos y falangistas el trabajador presenta cuatro perfiles perfectamente definidos: hombre portador de valores eternos, soldado de nuestra Revolución Nacional, cabeza de familia y productor de riqueza para la Patria.
Como prójimo, hermano nuestro, al ser como nosotros hijo de Dios queremos que, al recoger la justicia de nuestra ley, se vayan disipando las sombrías tristezas de las almas, vacías de ideal, con el sol rabioso y alegre de los supremos valores del espíritu.
Como soldado de la Revolución nos importa su fe, su proselitismo apasionado, ganar para la Patria su ímpetu y su afán.
La protección de la familia, célula y baluarte social, escuela y taller, donde se forman los hombres y se templan los pueblos, constituye para nosotros la más acuciante inquietud. Una pujante prosperidad de la familia, con tan augustos destinos que cumplir, es justicia que piden los mandamientos de Dios y nuestro ansiado amanecer español de paz y de gloria.
Como productor de riqueza para la Patria, aspiramos a reducir sus bajas de trabajo por enfermedad, velar porque, durante ella, no vea mermados los ingresos de su hogar y salvaguardar en todo momento su salud con la eficacia de una intensa actuación sanitaria. Esto dará al trabajador un elevado índice de capacidad física y prestará a su ánimo, sobre el que ya no puede proyectarse la sombra triste de un porvenir incierto, un alegre ahínco para sus jornadas de labor.
Quiero ahora hablar del médico, el Adelantado en la avanzada de acción del Seguro de Enfermedad, al que ha de dar su ciencia, su técnica, su voluntad y su fe. También su voluntad y su fe, porque al lado de la labor inteligente y dinámica del profesional, necesitamos la tensión apasionada, el clima ardiente del hombre abierto a la gran empresa colectiva de justicia y hermandad, que esta hora crucial de la Historia reclama. Necesitamos su ciencia para rescatar los cuerpos al dolor y su corazón para curar las dolencias del espíritu.
Sólo así, con una vasta red de hombres diseminados por la Patria, en unidad de vidas firmes y resueltas, encadenadas a una mística de hermandad, con fanatismo en el quehacer y ardiendo en una misma pasión, podrá lograrse el redentor empeño de dar, en toda la anchura y profundidad del mundo del trabajo, cuerpos a la salud, corazones a la Patria y almas a la eterna justicia de nuestra fe.
Por eso nosotros amamos con pasión nuestra verdad y tenemos una brava intransigencia para el error y la alevosa mentira de las medias verdades. Pero llevamos el espíritu siempre abierto para recoger todas las nobles colaboraciones que puedan prestarnos elementos para cubrir nuestras metas con la seguridad y urgencia que piden su importancia y nuestro anhelo. Queremos elevar al máximum la protección sanitaria del trabajador, pero no intentamos imponer para ello criterios caprichosamente inflexibles.
Existen en España Entidades privadas que, con éxitos brillantes, han venido consagrando sus esfuerzos a este noble fin social. Estas formas de protección nos merecen el mejor acogimiento y el Seguro de Enfermedad estableció conciertos con dichas entidades, que, con nuestro apoyo, vigilancia y control prestan su servicio.
Nuestros labios, cerrados siempre para la lisonja, deben abrirse aquí, en obligado acto de justicia, para poner de manifiesto, no solamente la labor meritoria de muchas de esas Asociaciones Mutuales, sino también su leal espíritu de colaboración para nuestra obra y su inteligente comprensión para cuanto significa limar con una reivindicación justa las aristas de una realidad imperfecta.
Esa colaboración entera y ancha, disciplinada y fiel, prestada por todos, será la garantía de nuestro triunfo; que la gran rémora para el avance en los trabajos fecundos no es solamente la retardataria apatía en la acción de los que se sienten tibios, sino la vanidosa gallardía disgregadora de los que se creen infalibles.
Porque en todas las ofensivas victoriosas debe haber unidad en la acción y calidad en el soldado.
En este amplio frente del Seguro de Enfermedad existe unidad de anhelo de justicia y común objetivo de interés clave de su éxito. Todos cuantos en esta empresa son alma y cerebro, brazos y afán obtendrán sólidos rendimientos económicos y se liberarán de incómodas dependencias, de infortunios presentes e inquietudes futuras. Y no cabe dudar de la calidad de los combatientes: son todos hombres que consagran sus vidas al trabajo, y la suprema jerarquía la forman los que participan física o intelectualmente en la vida del esfuerzo que abrirán el ventanal fulgente del nuevo amanecer de la Patria.
Y nada más. Sino que en esta ruta emprendida quedan a nuestra nave muchas singladuras antes de arribar a ese soñado puerto de la justicia y de la luz, hasta que su quilla reciba la caricia de sus ondas dóciles y puedan beber nuestros ojos el rebrillar esmeralda de sus aguas tranquilas. Pero nuestra alma arde en coraje y fe, y tenemos un Caudillo, bravo capitán para esquivar resacas, correr galernas y abatir corsarios.