En Valladolid
(Valladolid, 4 de marzo de 1943.)
Camaradas: Nueve años después de aquel 4 de marzo, la Falange existe y combate, pero los cuatro primeros capitanes, muertos a tiros –primera jerarquía de los muertos–, ya no pueden darnos la consigna viva de su palabra. Su ausencia nos marca la actitud y nos garantiza el triunfo. Porque cuando un Movimiento sella su sinceridad con la verdad mejor –la de que sus Jefes formen en vanguardia para morir– nadie puede entender de límites en el sacrificio y en la decisión, y cuando es con sangre de sus fundadores como se rubrica una mística, es casi infalible su victoria. La trágica sombra de sus cuerpos no puede ser por eso desaliento en nuestras escuadras, sino acicate para seguir y seguridad de llegar.
En la Falange sólo se ama, se recuerda y se sirve a los que cayeron por ella, con la disciplina a su fe, el saludo a su presencia y la plegaria por su alma; todos nuestros panegíricos les sobran, y la acción eficaz en la línea que nos trazaron es la mejor ofrenda. Por eso contra el peligro de la nostalgia pasiva, del sentimentalismo y de la inacción, que se quiere encubrir con palabras doloridas, tenemos, por ellos, que gritar ásperamente nuestros alertas.
Porque la Falange no puede adormecerse en un misticismo contemplativo, encerrado en sí mismo, en una negativa amargura de examinar la dificultad de los presentes; es unidad abierta de acción y de conquista destinada a avanzar en un frente de objetivos reales. No es un estandarte que podemos entretenernos en bordar con demasiados primores, en torno del cual vayamos a estar siempre cantando himnos y haciendo guardias de honor; es una bandera de guerra que tenemos obligación de ir clavando día a día un poco más allá en tierra enemiga, sin avergonzarnos de sus desgarraduras gloriosas. Y si todo lo que implica acción eficaz es el mejor estilo, sacar para nuestra lucha las consecuencias prácticas que se deducen de la comparación de dos fechas, es buen servicio para este aniversario.
Antes de nada queremos afirmar resueltamente, contra todas las añoranzas hijas de romanticismos blandos, contra el tópico de los pasados mejores, que este 4 de marzo encuentra a nuestras escuadras más cerca de los verdaderos objetivos revolucionarios, que estos nueve años de dura brega no han sido perdidos.
Porque hay tres etapas perfectamente definidas en toda transformación revolucionaria. En la primera los Fundadores conciben, perfilan y propagan la doctrina, crean una comunión de creyentes, una unidad de soldados, una fuerza eficaz para imponer un futuro determinado a un presente enemigo. En la segunda esa fuerza se encauza hacia un objetivo previo esencial: la conquista del Estado. La última es de realización plena, de llevar a la práctica, sin otros obstáculos que los que la viabilidad de la concepción presente, las nuevas formas y los nuevos sentidos.
En la Revolución Española el 4 de marzo de 1934 es la primera etapa. Este 4 de marzo de 1943 nos sorprende en pleno combate por la conquista del Estado, y la consideración de esta verdad tan sencilla puede ayudar a explicar muchas cosas. Porque con circunstancias y con objetivos diferentes la lucha ha de presentar forzosamente caracteres distintos.
La tensión de los primeros grupos escogidos no permanece intacta, la apasionada exteriorización de su fervor desciende, el aluvión de los nuevos colaboradores necesarios ablanda los estilos, la misión sin peligro, sin heroísmo aparente, no afila los espíritus. El corazón prendido al sentimiento de cada instante se rebela, pero la inteligencia nos dice que estamos más cerca de la victoria. Este razonamiento es inútil para la mentalidad de un luchador de barricada, pero es que el luchador de barricada exclusivamente, como el realizador intelectual de la última etapa, sólo son parcialmente revolucionarios. Para uno tiene siempre más importancia clavar una bandera en una torre que nacionalizar la Banca, luchar violentamente por la revolución que hacerla; para el otro los obstáculos físicos son infranqueables, y ambos son perfectamente ineficaces fuera del servicio a que su temperamento les predispone.
Contra todas estas maneras parciales de entender la Falange, hace falta insistir en que, en cada instante, el acercamiento práctico a nuestras metas doctrinales define la eficacia del Servicio y la calidad combativa de los hombres.
Estamos hoy en plena lucha por la conquista del Estado, y a ella debe enderezarse toda nuestra energía y toda nuestra actividad. De aquí que en este 4 de marzo nos sea necesario fijar concretamente objetivos, demasiado lejanos ayer, para desviar la atención de los ya rebasados. Porque el servicio de las consignas de nuestros Ausentes no puede ser la estática repetición de sus avances, sino su continuación por el camino que nos ordenaron seguir. Porque ellos dieron un paso al frente no vamos nosotros a estar dando eternamente el mismo paso sin movernos de sitio. No es el movimiento en sí mismo, sino el avance que representa, lo que tenemos que imitar. Sobre la esencia misma de la Falange que oímos de sus labios, los falangistas no tenemos nada que discutir; sobre la unidad espiritual que crearon no tenemos nada que modificar; sobre la doctrina, el estilo y los símbolos no tenemos nada que remover. Pero sobre las realizaciones concretas de la teoría tenemos una orden suya que cumplir: la de ejecutarlas.
Entendido así el presente, nuestra inmediata tarea es la de conquistar el Estado, dentro del cual ya tenemos magníficas posiciones, pero en el cual tenemos necesidad de ganar aún muchos reductos importantes. Viejas concepciones se atrincheran detrás de las dificultades actuales de todo orden que entorpecen nuestra marcha. Ahora bien: ¿cómo debe entenderse la conquista del Estado? Conquistar el Estado no significa, para nosotros, llenar de hombres nuestros los despachos oficiales. No significa ir encadenando al Estado con una red de organismos paralelos del Movimiento.
En sí mismos estos dos hechos no significan el menor avance, porque en el primer caso nuestros hombres podrían ser en realidad más conquistados que conquistadores, y en el segundo sólo conseguiríamos crear una dualidad de burocracias, ninguno de cuyos elementos podría desarrollar actividades eficaces entretenidos en un rozamiento permanente. Lograr verdaderamente un objetivo en la conquista del Estado es sencillamente conseguir que un organismo del Estado liberal se transforme en un organismo del Estado Nacional-Sindicalista, con su estilo, con su espíritu, con obediencia a sus directrices teóricas y con servicio exacto de las órdenes concretas que para hacer realidad aquellas directrices recibe de los mandos nacional-sindicalistas. Comprenderéis que ésta no puede ser labor de un día; que no sirve de nada irrumpir alegremente en terrenos nuevos, en un afán infantil de conquistas simbólicas, porque nuestro emblema no debe presidir los despachos cuando nuestro espíritu no puede informar las leyes. Permitir avances en la superficie es un sistema bueno para desacreditar un Movimiento, una vieja trampa para hundirlo. Debemos estar un poco de vuelta de la ingenuidad y preferir que los barcos naveguen bajo otra bandera cuando nosotros no llevamos el timón.
Nuestra tarea es preparar hombres capaces de servir en la práctica la gran transformación y trazar ya concretamente los planes que ha de ordenarse llevar a cabo a esos hombres o que ha de obligarse ejecutar a otros. Perfilar organismos estatales nuevos cuando los existentes sean tan contrarios en su sentido o en su estructura a nuestra concepción que la modificación no nos baste.
En 1943 no se puede decir ya que vamos a hacer la Revolución, que queremos conquistar el Estado; hay que decir: en este determinado sector de esa conquista en que combatimos, conforme a este plan de operaciones, este Organismo concreto queda sometido a nuestro dominio y desde hoy comienza sus actividades, que son sustantiva o adjetivamente revolucionarias; apoyados en ellas lograremos que un nuevo Órgano estatal sirva a plazo fijo las orientaciones que los mandos nacional-sindicalistas marquen, y por sí mismo será capaz de llevar a cabo realidades falangistas.
Este es el sistema eficaz de lucha, ésta es la misión de hoy, y lo demás es perder el tiempo y la paciencia en una persecución de abstracciones teóricas, en un intento desesperado de apresar pompas de jabón.
Contra el tópico de los tiempos difíciles, los tiempos difíciles son éstos. Porque disolver una manifestación, asaltar un Centro o esperar la muerte con la sonrisa en los labios, es cosa fácil para una organización de idealistas combativos. Conservar el espíritu, la moral y la disciplina cuando estruendosamente se sigue un camino a la vista de todos; vencer el propio egoísmo en horas inquietas en que la cercanía de la muerte predispone poco a pensar en la vida; excederse en el cumplimiento del servicio cuando se forma entre hombres elegidos por una selección natural de sacrificio y de riesgo, no es muy difícil. Lo difícil es persistir en esa línea de perfección en el servicio, sin aureolas heroicas, cuando los avances no se perciben y el camino por el que nos conducen se ignora; cuando estamos viviendo la baja temperatura espiritual que sucede a todas las guerras, como reacción infalible a la suprema tensión del choque; cuando la estabilidad de la situación nos induce a preocuparnos esencialmente de nuestras vidas. Cuando el mando fácil nos tienta la ambición. En todas las revoluciones esta etapa ha sido siempre la más peligrosa, pero nunca la menos eficaz. Para rebasarla es preciso el máximo rendimiento en todos los órdenes, pero esencialmente la máxima forma en la moral y en la disciplina de nuestros cuadros. La situación está planteada, sin embargo, muy favorablemente para nosotros. Fijaos lo que representa que, en un intento de transformación del Estado, sea el propio Jefe del Estado quien dirija nuestra ofensiva. Acaso como premio a tantos sacrificios la mano de Dios haya querido ayudarnos eligiendo el Caudillo para aquella Jefatura, donde hubiera podido poner otro hombre que no nos comprendiera. Él tiene en sus manos la fe y la disciplina de los hombres que llevó a combatir por una Patria más justa, y nos conduce, como antes a la victoria, en la verdadera línea de la eficacia. Esto es lo que debe interesarnos y lo que debe alentarnos en el camino. Cuantos se pagan exclusivamente de lo accidental, sólo han encontrado una manera encubierta de torpedear la revolución verdadera; cuantos cultivan esa manera teatral de santones en éxtasis no aportan un ápice a su triunfo, y todas las posturitas rebeldes están demasiado vistas, para que puedan servir de otra cosa que de medida de ambiciones mediocres. Por lo demás, son connaturales a todos los Movimientos revolucionarios, y cuando éstos están predestinados al éxito saben barrerlos a tiempo o encuadrarlos en su disciplina sin demasiadas contemplaciones. Estamos hablando en Valladolid, una de las J. O. N. S. de más tradición combativa de la Falange y de más fino sentido de la ortodoxia. Por eso estimamos innecesario insistir mucho sobre estos extremos. En la Falange se obedece sin necesidad de explicaciones, y en esta empresa de la conquista del Estado no sólo sería falta de estilo, sino falta de sentido común que el último escuadrista tuviera que saber el porqué de las decisiones del mando o tuviese necesidad de dar su opinión cuando no se le pregunta. Se escucha, se obedece y se calla, y todas las energías individuales se encauzan íntegras en el servicio concreto que a cada cual se le asigna.
Pero dentro de esta línea de avance actual, hay un sector que tiene una importancia decisiva a la larga de todo el ciclo revolucionario y que constituye una de las claves de la victoria: la conquista de las muchedumbres trabajadoras para nuestra fe. Aquí mismo se dijo, y es ésta de las consignas permanentes, que «nuestro Movimiento se asfixiaría si no lograse el calor y la temperatura de las masas». Porque se abusa mucho de esa verdad de las minorías selectas. La minoría selecta es eficaz en cuanto es capaz por sí misma de crear un clima apasionado en las muchedumbres, en cuanto es capaz de encauzarlas y de dirigirlas por los caminos nuevos; pero la minoría selecta desconectada de la emoción revolucionaria de los pueblos no es capaz de llevar a cabo transformaciones enteras, que rebasan el ámbito de lo material, aislado e impotente en su frialdad artificiosa; esto aunque sea depositaría de la verdad. Por eso precisamente aquí, en Valladolid, donde nos conocemos todos, donde aún están frescas en las esquinas las huellas de cada pelea, queremos dirigir un llamamiento a los trabajadores y hacerles entender de una vez la verdadera significación del Alzamiento. Porque en aquellas madrugadas ardientes de julio en que visteis partir largas caravanas de camiones con banderas rojas y negras, acaso pensaseis muchos de vosotros que su victoria representaba vuestra esclavitud y entendieseis nuestros gritos de justicia como engañosos ardides de combate. Pero cuando el triunfo de las armas nos hubiera permitido arrojar las máscaras, el hecho de persistir en nuestra decisión, nuestra lucha actual por la misma justicia que vitoreamos cuando fuimos a morir merecen vuestra meditación y vuestro respeto. No os pedimos otra cosa que atención; bien poco es si se compara con lo que os pidieron los otros. Fuimos a la guerra porque no estábamos conformes con un estado de cosas inmediato antinacional ni con el estado de cosas anterior injusto. Porque queríamos hacer realidad lo que unos fingían de patriotismo y lo que otros mentían de justicia. Y tenemos derecho a que creáis en la sinceridad de nuestra palabra, ahora que ningún interés contrario a vosotros puede obligarnos a gritarla. Demasiado sabéis qué resistencias hemos de rebasar en nuestra empresa y cómo vuestra pasiva actitud de espectadores es la mejor ayuda para el enemigo. No queremos que jueguen en vuestro pensamiento las realidades favorables que podamos lograros, porque en nuestras filas se forma cuando se tiene una convicción y una fe y no sabemos comprar hombres con pan, pero pensad despacio si fuera de la Falange hay para vosotros en la Patria alguna garantía de futuros mejores. Mirad a vuestros compañeros campesinos. Entre ellos hubo muchos que vieron claro desde las primeras horas. Los mejores núcleos de la Falange castellana y nuestras más bravas Banderas de la guerra se nutrieron de trabajadores del campo. Ellos saben cuánto nos queda por hacer para que nuestros emblemas presidan de verdad las anchas besanas de Castilla y comprenden las resistencias de nuestra lucha actual. A ellos también queremos dirigimos para que no pierdan la fe en un mañana justo, pero nos interesa hacer constar que el campo no puede entenderse con un exclusivismo antiunitario que lo desligue de otros sectores de la producción. Podemos tener todos los resortes de la agricultura y sin llevar previamente a cabo la gran transformación total de la economía que implica la plena conquista del Estado, no podremos dar solución al problema de la tierra.
Ese antagonismo de intereses que algunos quieren establecer entre el trabajador industrial y el campesino sólo sirve un intento disgregador encaminado a debilitar nuestra fuerza. Quien mueve el tronco mueve las ramas. Es el nudo central de la economía liberal-capitalista el que hay que desatar para aflojar todas las ligaduras y lo contrario es condenarse a un futuro de esfuerzos divergentes. Porque poco adelantamos con entregar tierras a los campesinos sin dotarles de elementos para cultivarlas, sin garantizarles una protección financiera que sirva sus necesidades iniciales y sus riesgos futuros. Ni sería justo expropiar alegremente a grupos de españoles sin encuadrar en otras esferas de la economía el servicio de su necesidad. El avance sólo puede ser de conjunto y las revoluciones pueden hacerse por etapas, pero nunca a retazos. Porque un Estado constituye un engranaje perfecto que hay que transformar por entero o dejarlo como está. Por eso campesinos y trabajadores tienen un mismo objetivo y un mismo interés: la conquista del Estado, primera premisa de la Revolución económica y social nacional-sindicalista.
Camaradas, este es el verdadero perfil de nuestra lucha actual y estos son los objetivos concretos que tenemos orden y decisión firme de cubrir. Que no distraigan las miradas ni desunan los esfuerzos espejuelos superficiales. Si cada hora tiene su consigna específica para nuestras formaciones, las de la actual son: fe, disciplina y acción: Fe, fanatismo de predestinados al triunfo. Firmes en esa intransigencia de nuestros principios propugnada por el camarada Arrese. Entereza de hombres ante los fracasos parciales. Tenacidad. Habrá que hacer y deshacer; no importa. Si tenemos fe sabremos sonreír ante los golpes y contestarlos con presteza y seguridad. Afuera la crítica; es buena piqueta para derribar pero estorba para construir. Disciplina. De acción, de palabra y de pensamiento. Sea quien sea el Jefe se le obedece y se sirve externamente a rajatabla su jerarquía con estilo militar. Todavía anda por ahí algún cretino rezagado intentando hacer creer en la calumnia del antifalangismo del Ejército. Creo que todos estamos de vuelta de la maniobra y sabemos que en nuestra doctrina pura y en nuestro sentido de la vida forman los militares españoles con más entusiasmo y más fe que muchos pseudo-definidores; pero lo que no se puede exigir a un militar español, a un falangista español, es simpatía por una Falange que careciese de disciplina (ni comprensión para algunos jovencitos soberbios y ambiciosos, casi siempre recién llegados a nuestras filas, sin sentido de la jerarquía ni de la responsabilidad). Cuidado con esto camaradas; la Falange no es una banda de jefecillos, es una milicia disciplinada, antes que nada, al servicio de la Patria. Por cierto que en este problema de lo militar parece que el enemigo ha cambiado de consigna y ahora se nos tacha de militaristas. Si por militarismo se entiende admiración por lo militar e intento de servir en la Falange su sentido de entender la vida, por una vez se nos ataca con la verdad.
Y acción. Esta no es la hora de proyectar sino de hacer; no de teóricos sino de realizadores; no de lirismos sino de leyes. Se precisa el máximo esfuerzo de todos para mantener una presión constante sobre las líneas que persisten. Un gesto puede hacer un héroe en la guerra; en la paz sólo la constancia en el heroísmo del trabajo. Sin distraer la atención en otras esferas ajenas a nuestro servicio de hoy. Sin que lo que pasa en el mundo reste a nuestra actividad un solo minuto. Serenamente sigamos trabajando en nuestra tarea de adueñarnos del Estado. En lo otro no tenemos nada que decidir, ni siquiera que opinar fuera de seguir ciegamente las consignas del mando. El Caudillo sabe lo que le conviene a la Patria. Si él nos manda pelear nos encontrará tan impacientes como ayer. Si él nos ordena permanecer inmóviles ninguno de nosotros se moverá. Y porque tenemos fe en que su decisión será la mejor, todos firmes en nuestros puestos.
Y una advertencia final. El mayor enemigo del éxito en esta etapa de la revolución es el exclusivismo egoísta. Creemos que debe entenderse la Falange como una unidad con un objetivo esencial en la que deben formar los hombres más eficaces para conseguirlo. No como un coto cerrado de unos pocos sin más misión que cultivar un misticismo revolucionario pasivo o una rebeldía anárquica sin cauce y sin porqué. Existe la tentación, para quienes hemos vivido los primeros tiempos, de considerar la Falange como una cosa nuestra, de mirarla a través de un sentimentalismo personal desligado de las verdaderas metas. La Falange tiene vocación misionera y estilos legionarios y abiertos. Quien viene a nosotros con fe y es eficaz para el avance, nos sirve. Quien nos presenta un montón de certificados con sus servicios de ayer, para justificar su venalidad, su inacción o su indisciplina presentes; nos estorba.
Muchos hombres nos comprenden y sólo esperan para luchar a nuestro lado, en la gran comunidad española falangista, la última prueba de nuestra verdad en realidades y nuestra llamada generosa sin exclusivismos y sin castas. Muchedumbres de hombres esperan pan, justicia y una mano enérgica de camarada que los libere de sus amarguras y de sus rencores y haga formar alegre detrás de una bandera su inquietud española.
Esa es nuestra misión, y si no queremos o no sabemos cumplirla es justo que Dios permita como instrumento de su castigo el retorno de la bestia roja; y entiende que aquel día ninguno de vosotros tendría moral, razón ni fuerza para oponerse a su barbarie.
Si nos entretenemos en el cultivo de los pequeños egoísmos. Si la avaricia inmoviliza nuestras manos con oro. Si la ambición ciega nuestros ojos con poder. Si nuestra voluntad se mueve exclusivamente detrás del triunfo de nuestra propia vida. Si nuestra lucha sólo persigue destacar un personalismo y asegurar su permanencia olvidando que somos solamente una ola de asalto acaso destinada a perecer para que otros avancen.
Si andamos jugando a la política, en un insensato olvido de nuestros deberes esenciales, mientras camaradas nuestros juegan con la muerte.
Si somos tan sordos y tan ciegos que no oímos ni vemos en la hora de justicia que la Patria necesita vivir...
Estad bien seguros que dentro de nueve años nadie vendrá a saludar brazo en alto nuestra memoria, como hoy hacemos con nuestros capitanes presentes, porque habremos sido barridos justamente como traidores.
¡Viva Franco! ¡Arriba España!