En la Fábrica Segarra, de Vall de Uxó
(Vall de Uxó, 1.º de agosto de 1942.)
Trabajadores, camaradas: Es un servicio para nosotros alegre este de entregar la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo a una Empresa que ha sabido cumplir ejemplarmente su deber social.
Presentes debieran estar para avergonzarse cuantos se escandalizan de la dureza de nuestras palabras, porque no buscan su prosperidad en el camino del trabajo, sino en la facilidad ventajista de la injusticia. Empresas como ésta no temen las revoluciones justas, ni pueden darse por aludidas cuando se señala al gran capitalismo judío, esquilmador de las economías indefensas, como el primer enemigo de la Patria libre. La Empresa, como elemento de la producción, tiene para nosotros la misma consideración que la técnica y el trabajo; sometida a la misma disciplina y acreedora a la misma defensa contra lo injusto. Sólo en turbias cabezas malintencionadas cabe achacarnos a nosotros –para quienes la Patria después de Dios es la primera fe– la insensata tentativa de llevarla al desastre económico con palos de ciego a hombres que sirven honradamente su prosperidad. No es así como está planteada la lucha. Son ellos, los trabajadores-empresarios y obreros, quienes forman frente con nosotros contra lo que llamaba José Antonio el bolchevismo de los privilegiados, contra la frivolidad demasiado inútil o contra la especulación demasiado provechosa, de aquellos para quienes el egoísmo y el interés son el primer hito de la conducta. Librar a la Patria de esos poderíos que, al margen de la disciplina estatal, aniquilan cuando conviene al alza de sus rendimientos exorbitantes economías más favorables a la prosperidad colectiva, con la única razón de su fuerza, ha sido, es y será una de las primeras metas de la Revolución Nacional-Sindicalista.
Sabemos que ésta es empresa difícil; la más peligrosa encrucijada que ha de tomar la Revolución. Por eso precisamente aquí, ante vosotros, hemos querido insistir en viejos puntos de vista. Hace falta fijar los objetivos y estar dispuestos para el choque final. Haceros ver a vosotros, empresarios españoles, para quienes la lucha económica no es un ansia de rapiña bandolera, asentada sobre la opresión de vuestros colaboradores y reñida con el interés de la Patria, que no queremos consideraros en esta partida como enemigos nuestros, ni siquiera como espectadores, sino como aliados. Vuestro deber y vuestro interés os fuerzan a la misma postura: al lado de la Revolución. Está enterrada para siempre, bajo muchos sacrificios, la mezquina concepción marxista de las clases. En la Patria renacida, que hemos comprado tan cara, el trabajo –en todas sus formas– es el imperativo definidor de las jerarquías sociales y el trabajo presidido por la disciplina de un Estado resuelto a no dejar torcer la justicia, es la más fuerte razón de unidad entre los hombres educados en su servicio. Este es el camino de la unidad, de la grandeza y de la libertad españolas. Estamos en tiempos en que ya no decide la categoría de los pueblos la genialidad de sus improvisaciones; en que hasta la guerra tiene que apoyar su moral de victoria en una fría tabla de fórmulas y números. En la escala de los valores eficaces está más arriba el trabajo constante que el destello y la capacidad de organización que la capacidad de aventura. Todos los hombres a los que el trabajo hermana forman, ahora más que nunca, el núcleo decisivo de los pueblos que no quieren ser comparsas en la historia, que no están dispuestos a andar sus caminos de rodillas. De aquí la gran significación que concedemos y la gran esperanza que para nosotros representan conductas como la que hoy premia el Estado Nacional-Sindicalista, que responde en la realidad a la mejor teoría del patriotismo.
¡Viva Franco! ¡Arriba España!