A la Falange de Jaén
(Jaén, mayo de 1942.)
En nombre y representación del secretario general del Movimiento os dirijo la palabra. Camaradas: Trescientas centurias de Camisas Azules formadas aquí son el resultado de diez años de lucha. Están con nosotros las juventudes mejores de la Patria; contra toda la canallesca campaña de descrédito del enemigo, que tantas veces, en nuestra ingenuidad, secundamos nosotros, la Falange constituye hoy la única y la mayor esperanza, porque encuadra el grupo más fuerte, más resuelto y mejor que desde hace muchos siglos ha tenido España.
Dentro y fuera hay muchos que no ignoran esta realidad, y toda la ofensiva desencadenada contra nosotros, oídlo bien, no tiene otra razón de ser que la tentativa de apartar una vez más a la Patria de su destino de gloria.
Es necesario que se pierda la nueva oportunidad, más clara y más inminente que ninguna, lograda a precio de tanta sangre, y para ello es preciso destruir esa fuerza joven que amenaza ya demasiado seriamente muchos intereses y muchas tranquilidades incompatibles con la grandeza de la Patria.
Su triunfo puede echar por tierra viejos planes elaborados a base de la mediocridad española. La consigna es inutilizar por todos los medios esa legión de hombres, única fuerza capaz de hacer saltar la cadena, pacientemente tejida en la sombra de todas las logias del mundo, para maniatar a España, la gran odiada, la gran enemiga. Ayer precisamente, 2 de mayo, fue el aniversario de una fecha en que se vertió mucha sangre de precursores nuestros en esta empresa de la libertad de la Patria. En aquella guerra logró el enemigo de siempre hacer estéril el triunfo de las armas, y en la paz de aquella victoria perdida se olvidó el sacrificio de los que murieron bajo las banderas de la libertad española.
Muchos años más tarde, otro grupo español vio claro en el camino de la Patria, y todo su heroísmo no fue bastante a darle la victoria contra la canalla liberal española protegida por toda la masonería europea. Esta es la tercera vez en siglo y medio que estamos frente al mismo enemigo, y es a nosotros a quienes ha encontrado en primera línea; a nosotros, que no entendemos de transigencias en la paz ni de abrazos en la guerra.
Nada más y nada menos que por eso se ataca a la Falange en todos los sectores y por todos los medios, a la desesperada. Y lo más doloroso es la facilidad con que en esta labor se encuentran colaboradores. Estamos ya cansados de aguantar esa ceguedad cerril que tantos españoles, de cuya honrada buena fe no hemos querido dudar aún, que son en la práctica los mejores aliados de un enemigo a quien teóricamente presumen de combatir. Estamos viendo todos los días cómo impunemente se trabaja con ellos contra nosotros y contra todo el orden de cosas forzoso que las circunstancias nos imponen. Porque se va al oído del trabajador empresario español y se le dice que la Falange es una banda de revolucionarios que no tenemos nada que perder, que propugnamos una teoría social de tipo marxista, cuya implantación sería la bancarrota económica del país y la destrucción de toda riqueza y de toda iniciativa; y se le dice al trabajador obrero español que somos la tapadera del capitalismo, que somos los esbirros de las grandes Empresas, que es mentira nuestra Revolución; y al sacerdote, que queremos entronizar en el Estado la irreligiosidad, que venimos a educar las nuevas generaciones en la indiferencia religiosa y en el paganismo; y se va al militar y se le dice que somos antimilitaristas, que vamos a la creación de milicias poderosas para enfrentarnos con el Ejército.
Y nos parece que va siendo ya demasiada ingenuidad la de los que pacientemente, uno y otro día, se hacen eco de tanta calumnia; la de los que, teniendo tanto tiempo para escuchar al enemigo de todos, no encuentra dos minutos para leer los puntos de la Falange y juzgar por sí mismos de nuestro pensamiento (en lo social, en lo económico, en lo religioso y en lo militar).
Pero no paran aquí las cosas, camaradas, porque se viene a nosotros mismos y se nos pretende convencer de que todo está perdido, de que es inútil continuar luchando; se nos dice que a lograr la Patria por la que nos batimos no se llegará ya nunca, y que nuestro deber es rasgarnos las vestiduras y marcharnos a nuestras casas tranquilamente para no ser cómplices de un estado de cosas que significaría una traición a los muertos. Como si la gran tragedia de la Patria hubiese sido una competición deportiva en la que después de la derrota cada uno puede volver a su vida. Como si un falangista español no tuviese el deber de jugar y perder esa vida el mismo día de la definitiva derrota de la Falange y de la Patria.
Y contra toda esa ofensiva maravillosamente organizada, en la que muchos de los nuestros inconscientemente colaboran, que no deja libre de sus ataques ningún sector, ningún hombre ni ninguna institución, fijaos cuál será la enorme fuerza moral de nuestra verdad falangista, que por un instinto que se rebela contra todos los razonamientos mejor urdidos, los mejores núcleos de españoles están cada vez más firmemente con nosotros. Queremos hacer ver claro en la necesidad de batirnos como hombres acostumbrados a no desalentarse jamás en esta batalla rastrera y peligrosa; convencer a todos de que en ella sería la peor de las tácticas entregarnos al estéril comadreo y a la lamentación por la insatisfacción de nuestra impaciencia.
Tenemos que ser más fanáticos que nunca, fanáticos en la seguridad de nuestra victoria, fanáticos de nuestra verdad, de nuestros hombres y de nuestra fuerza, porque ya nos dijo José Antonio «que toda gran política se apoya en el alumbramiento de una gran fe»; pero lo que no podemos hacer es cruzarnos de brazos confiadamente, esperando el milagro. Sólo la acción, la lucha, las obras, hacen buena la fe. Lo contrario es, hasta en lo teológico, una herejía extranjera.
Porque, camaradas, parece imposible que haya todavía muchos falangistas que no se dan cuenta de que se está librando el más difícil de los combates por la existencia misma de la Falange. Parece increíble que haga falta señalar hasta dónde llega nuestro frente y de dónde vienen los tiros, como a reclutas bisoños, a tantos viejos camaradas avezados desde la primera hora a adivinar con experiencia de guerrilleros el peligro de la emboscada.
Estamos viviendo una realidad engañosa que puede llevarnos a un despertar trágico, y hay muchos que se entregan alegremente a la tarea de disgregar nuestras propias fuerzas, demasiado seguros de la victoria. Y ese camino sólo nos conduciría a hacer de la Falange un pintoresco Ejército manejado por el mando contrario. Un Ejército en que cada soldado vuelve su combatividad contra sus compañeros de trinchera y abandona su puesto frente al enemigo creyéndole impotente, cuando está más fuerte que nunca preparando el último golpe. Dice un viejo adagio español que en la confianza está el peligro; alerta, camaradas, contra esa clase de confianza. Es necesario volver a encontrar el estilo del vivir ardiente de las viejas escuadras, que vuelvan en todos nosotros a renacer el coraje y la disciplina de antaño. La capacidad para encajar los golpes y para devolverlos. Aquí nadie tiene que opinar por sí. Estamos entregados a un individualismo liberal de sabihondos y definidores, y cada uno se cree con suficiente autoridad para discutir las órdenes, las personas y las conductas. Cada hombre tiene su formulita para arreglar las cuestiones, y antes de cumplir una consigna del mando nos hemos acostumbrado a confrontarla con nuestro propio criterio personal, aun a sabiendas de que no tenemos el menor dato para juzgar sobre su conveniencia. Y cuando se está riñendo la más dura pelea por conseguir un objetivo esencial de nuestro Movimiento nos encontramos a unos cuantos hombres, que debieran estar en sus puestos de servicio, entregados al abandono y al desaliento por una adversidad sin trascendencia.
Alerta también, camaradas, contra la gran traición de las banderías y de los personalismos. Entre nosotros nadie significa nada por sí ni por su historia, sino por el servicio que se le confía. El enemigo juega aquí también hábilmente sus cartas; escarba en la ambición, en la envidia y en la tentación del caudillaje, con tenacidad y con destreza inimitables. Abrid bien los ojos, camaradas, y os daréis cuenta de la dura prueba porque estamos pasando; pensad que de salir vencidos o triunfadores depende que la Patria aproveche esta última oportunidad de grandeza o que vuelva a caer en esa modosita pequeñez de horizontes que persigue la comodidad a costa del renunciamiento de la gran misión. Ninguno de nosotros tiene otra cosa que hacer más que entregarse a su servicio y obedecer ciegamente. Todo lo demás es perder el tiempo, la moral y el estilo. Hubo un tiempo en que no se toleraba en la Falange el menor ataque a un camarada, en que la traición encontraba muy pronto la justicia rápida y segura de una mano resuelta. En que había en nuestras escuadras una cohesión, una disciplina y una fe que nos han hecho ser la vanguardia más dura de batir que tiene la Patria a su servicio. Poco importa que seamos los mejores en el pensamiento, si no somos los mejores en la vida. Aprendimos a morir y a matar y presumimos de no haberlo olvidado, pero es tan importante para la victoria final recordar que la suprema fuerza de nuestras banderas radica en la capacidad de sacrificio y de disciplina de cada hombre. Debemos tener los ojos bien fijos en las verdaderas metas y mirar más al frente que a los costados. Sin la previa conquista total del Estado no cabe hacer ninguna Revolución. Y me parece que es hora de que todos os deis cuenta de que tenemos muchas banderas en los Ayuntamientos de los pueblos perdidos, pero que aún no están limpios de enemigos los reductos más importantes. Que todavía en la alta finanza y en el tinglado económico la gran internacional del dinero mantiene indeciso el resultado de la lucha. Pero estad seguros, camaradas, de que el triunfo es siempre de quien lo merece. Tenemos el mejor Jefe, los mejores hombres y la única verdad, y hasta conseguir la Patria Una, Grande y Libre no habrá cuartel para nosotros, porque «nos ha correspondido un destino de guerra en el que hay que dejarse las uñas y la piel sin regateos». No hagáis caso de toda esa caterva de hombrecitos preparados que se pasan la vida buscando el pelo en el huevo y con los cuales no iríamos nunca a ninguna parte. Las grandes empresas no se han llevado nunca a cabo con los tiralíneas, sino con las espadas, y todo eso de que nos faltan hombres es una gran mentira. Porque en todo pueblo con sentido de su soberanía, en todo Estado con conciencia de su fuerza y de su deber, el técnico no tiene nada que opinar ni que discutir sobre un sentido político que se le impone y bajo cuyo signo vigilante trabaja en las realizaciones prácticas, si es necesario a punta de bayoneta. Tenemos lo esencial: el sentido histórico y político del Movimiento, que es lo que dijo José Antonio «que debe estar claro en la cabeza y en el alma de los que manden». Y poco importa que el técnico esté donde esté, que sea azul, rojo o amarillo, si sabe que la infidelidad a una consigna se paga con la única pena que tiene la Patria para la traición. (Esta es la razón de que nadie deba escandalizarse cuando alguno de nosotros habla de que nos sobran técnicos.)
Tenemos todos los técnicos de España, porque por este procedimiento los encontraremos como los han encontrado todos los pueblos con sentido común.
Y nada más, camaradas. En guardia contra el peligro de la disgregación y el desaliento. Es la hora de apretar las escuadras para el asalto definitivo. Cada uno en su puesto obediente a la orden y seguro en la fe. El Caudillo está, como siempre, con nosotros, y nada os importa lo demás. Quien más exactamente cumpla su servicio es el mejor, y está nuestra fuerza en la cohesión de nuestro frente. Si queréis un ejemplo ahí lo tenéis en ese camarada que desfiló a vuestra cabeza. No ha hecho otra cosa que cumplir su servicio. Cada medalla que premia su heroísmo en el combate es un orgullo que todos tenemos que sentir como nuestro. Que el gesto de estos Camisas Azules voluntarios en el servicio de mayor riesgo, que buscaron las avanzadas más trágicas del mundo para gritar el coraje español, sea fe y aliento para nuestras escuadras como es gloria y respeto para nuestras banderas.
¡Viva Franco! ¡Arriba España!