Filosofía en español 
Filosofía en español


Catolicismo y Falange

(El Ferrol del Caudillo, diciembre de 1941.)


Justifica mis palabras la colocación de la primera piedra de una iglesia humilde, y acaso ningún momento más oportuno para hablar de lo religioso en la Falange, «el otro modo entero de entender la vida». En esto, como en todo, es preciso hablar claro y fuerte para evitar confusionismos, que tantos, amigos y enemigos, están interesados en originar. La filosofía falangista, camaradas, es la filosofía de la acción. Repugna la sutileza ineficaz del intelectual puro, propensa a la heterodoxia y a la contemplación. En la concepción recia y simple de la vida y de la muerte radica nuestra fuerza, y para nosotros la frívola complacencia de divertir el espíritu, complicando la doctrina, es negativa y decadente. Ya José Antonio advirtió que los grandes embalses no se hicieron para organizar regatas.

De aquí que hayamos mirado siempre con recelo tantas sabias, tantas rebuscadas posturas que, sobre todo en lo religioso, atribuyen a la Falange comentaristas espontáneos; en ellas se asientan, generalmente, sobre una filigrana de razonamientos, conclusiones abstractas e infecundas.

Quizá exista en este punto, como en ningún otro, una desorientación que el sectarismo de unos y el mal entendido celo de otros han contribuido a mantener.

Pero es muy clara y muy abierta la posición del nacional-sindicalismo en lo religioso para no poder, en pocas palabras, deshacer las interpretaciones torcidas. Tal vez se tache de elemental y primitiva esta afición a simplificar los problemas, a exponer lisa y llanamente los puntos de vista, pero para nosotros el mayor peligro de las doctrinas heroicas es apartarse de la sencillez.

Y no se olvide que hablamos en su propio lenguaje a una generación de españoles educados en la sobriedad y en la pelea.

La cuestión religiosa, camaradas, no constituye excepción para nosotros. Presentes están las palabras de nuestros ausentes para que el que quiera entender entienda. José Antonio nos dijo que «el Imperio español es la unidad histórica, física, espiritual y teológica», y unidad espiritual y teológica española es el catolicismo. Ramiro dio a las J. O. N. S. de combate su grito de «¡Arriba los valores hispánicos!», y entre ellos forma en primera vanguardia nuestro espíritu religioso y misionero. Onésimo escribió, hasta con su propia vida, la doctrina más intransigente, y en último extremo ahí está la rotunda afirmación del punto 25: «La Falange incorpora el sentido católico, de gloriosa tradición y predominante en España, a la reconstrucción nacional.»

Y es, camaradas, que, antes que nada espiritualista, la manera de ser de la Falange es menos acabada cuando hay ausencia o negación de lo religioso, que es la primera dimensión del espíritu.

Nada significa que, admirando el misticismo contemplativo, prefiramos para nosotros la acción que, en lo religioso como en todo lo demás, nos atrae por educación y por temperamento. Nada prueba en contrario el que abominemos de los mercaderes del templo, que encubren su mercancía con una piedad insincera, porque al combatirlos no estamos frente a la religión, sino contra ellos, ya que el catolicismo, camaradas –y son palabras de José Antonio–, es la religión de los humildes y de los perseguidos, capaz de negar al César su divinidad y hasta su dignidad sacerdotal.

Lo que sucedió fue que en la España sin nervio y sin coraje anterior al 18 de julio, todos los valores supremos perdieron en los hombres la firmeza de sus perfiles. De aquí aquella hipócrita y pequeña piedad sin obras, aquella quiebra íntima, no del catolicismo, sino de algunos católicos, tan subrayada por el enemigo, que hizo explicables, hay que decirlo todo, los avances de la descristianización en las muchedumbres españolas.

Hoy, que luchamos por la superación de todos los valores espirituales de la Patria, por la revolución en todos los órdenes de la vida, que es muchas veces un retorno al espacio y al tiempo en que los dejamos más firmes, la Falange admira en lo religioso el catolicismo hondo, practicante y heroico de los capitanes de Lepanto.

Y si es cierto que muchos fríos seudocatólicos pudieron vivir negando a Dios y a la Patria, yo he visto morir a mi lado muchos camisas azules creyentes en la batalla por la Revolución y por la Fe.

Os he hablado así aun a sabiendas de que pueden no seros gratas mis palabras, porque entiendo que la primera condición para hacerse comprendes es no disfrazar los sentimientos.

He querido hacer estas consideraciones para que veáis con claridad la equivocación de proyectar sobre una religión cuyas máximas, si os tomáis el trabajo de examinarlas, sólo pueden produciros admiración, el odio explicable que despertaron en vosotros quienes la aprovecharon como parapeto, sin practicarla ni sentirla.

Y gracias a Dios que una voz valiente y más autorizada que la mía ha sabido recientemente desenmascarar a estas alimañas, tan dañinas para la Religión como para la Patria.

Y aquí termino con esta digresión a que me obliga la significación de este acto. Argumentos puramente humanos que pueden emplear los utilitaristas, capaces de considerar medios lo que nosotros estimamos fines, hay en abundancia para justificar, en órdenes menos elevados, la posición de la Falange.

No es el menor de ellos la dificultad de los modernos forjadores de unidades nacionales, imposibilitados para partir de la unidad religiosa como eje de gravitación política.

Y ahora, camaradas, vamos a hablar un poco de lo militar. De lo militar, en cuyo ámbito puede situarse el trabajo, porque el trabajo es la vida, y al final la vida es milicia para nosotros. Hay una consigna, camaradas, que hemos hecho lema de los ex combatientes, escrita y rubricada con su vida por un falangista legionario: «En la guerra, tu sangre; en la paz, tu trabajo.»

En ella se recoge sencillamente la concepción nacional-sindicalista del trabajo, que es, antes que nada, servicio prestado a la Patria. Estamos dispuestos a imponer esta escueta y terminante manera de pensar, a través de la cual, como único prisma, hemos de mirar los problemas presentes.

No queremos entender la artificiosa filosofía liberal, que convierte las cuestiones sociales en un arbitraje untuoso y amable entre las clases, perdido en largas y estériles teorías sobre derechos y obligaciones.

Nos molesta oír hablar de armonizar el capital con el trabajo, porque, como dijo José Antonio, cuando se habla así «lo que se intenta es contribuir a que una minoría insignificante de privilegiados siga viviendo a costa del trabajo de todos, del trabajo de patronos y obreros».

España es una unidad de destino; por ella es nación, y ella es el aglutinante de sus pueblos y de sus clases, y los españoles somos un ejército de hombres, los mejores de la tierra, decididos a dejar hoy, como ayer y como mañana, la huella de nuestra inquietud sobre el mundo.

Cada uno de nosotros tiene marcada su actividad concreta, su labor, su servicio; por eso, para nosotros, el mejoramiento de las condiciones de vida de los camaradas peor situados no es imperativo nacido de la compasión, del temor o de la simpatía, sino de la necesidad de lograr el mayor bienestar de todos como medio para obtener el máximo rendimiento de los cuadros en la gran empresa española. Es la misma preocupación del general por sus soldados, que nada tiene de pagana ni de materialista, porque, en último extremo, se basa en una exigencia de justicia, en el respeto a la espiritualidad íntima de cada hombre.

No nos engañemos; sabemos que para incorporar eficazmente a muchos españoles al destino de la Patria es preciso resolverles su problema de vida. Porque hay en España muchos hombres que no tienen tiempo para mirar arriba, absorbidos por la imperiosa necesidad de bregar duramente abajo para subsistir.

Estamos, además, desde hace mucho tiempo convencidos de la facilidad con que se adormece la acción en el estéril juego de las palabras. Pero creemos conveniente ver las cosas con objetividad y clavarse de cuando en cuando en medio de la calle para gritar las verdades.

No nos interesa el triunfo fácil del instante, conseguido con promesas, ni la simpatía de la masa lograda con carnaza de demagogia; pero creemos necesario decir que hemos visto personalmente cuadros que no sabemos contemplar impasibles. Esta etapa de duros sacrificios hemos de llevarla a cuestas, como una cruz, pero entre todos, y quizá haya demasiados que hurtan el hombro a la carga y demasiados que agonizan bajo su peso. No nos consuela que entre estos últimos haya muchos hombres que se batieron frente a nosotros en la guerra, porque hemos dicho muchas veces a todo el que nos haya querido escuchar, y nunca consideraremos excesiva la insistencia y la repetición de este punto de vista, que es hora ya de enterrar de una vez odios de ayer para no entorpecer labores de hoy.

Que no es justo estigmatizar para siempre muchas frentes trabajadoras cuando tantos verdaderos culpables escaparon, primero al riesgo y después al castigo. Y porque nosotros nos podemos entender mucho mejor con el enemigo que dio la cara en el parapeto que con toda esa turbia caterva de cautos vividores que de uno y otro lado estuvieron a la espera de los acontecimientos para decidir sus conductas.

Entre vosotros hay muchos que saben por qué luchamos; muchos que estuvieron a nuestro lado en el combate. Decid noblemente a los que están contra nosotros que mediten. Tenemos las armas dispuestas y más coraje que nadie para emplearlas inexorablemente; pero tenemos también el corazón y el alma abiertos para comprender justificadas amarguras. Acaso al final la Revolución Nacional-Sindicalista se lleve a cabo con defecciones y apoyos imprevistos, y yo os juro, con el pensamiento en la Patria, en la Falange y en el Caudillo, que a todos los amigos aparentes que nos vendan les pesará traicionarnos, y que ningún español resuelto que ame la justicia se arrepentirá de seguirnos.

Y nada más, camaradas. Roja y negra, dolorida por el recuerdo presente de tantas despedidas heroicas, la bandera de la Revolución estará con nosotros en la hora presentida del último asalto.

¡Viva Franco! ¡Arriba España!

 
(El Ferrol del Caudillo, diciembre de 1941.)