En la inauguración de viviendas protegidas para pescadores en Cimadevilla (Gijón)
(Gijón, 21 de octubre de 1941.)
Camaradas: Como hemos roto con las antiguas fórmulas, no queremos hacer de este acto, que inicia la construcción de unas viviendas pescadoras, coyuntura para recoger plácemes ni motivo para una manifestación más del artificioso y frío formulismo oficial. Solamente nos interesa decir unas cuantas cosas sencillas. Pocas palabras sobre la significación del acto de hoy, que va a darnos pie para referimos a algo más importante; es nada más y nada menos que el comienzo de un poco de lo mucho que es necesario hacer. Queremos y hemos de conseguir la España Una, Grande y Libre. Necesitamos una España alegre. El Instituto Nacional de la Vivienda es el instrumento del Estado Nacional-Sindicalista para la realización de uno de los postulados del Fuero del Trabajo: el mejoramiento del hogar familiar. En la campaña iniciada por el Instituto Nacional de la Vivienda, los 22.000 proyectos definitivos terminados, subastados o en tramitación, y los 30.000 anteproyectos aprobados, que representan una suma aproximada de 400.000.000 de pesetas, son sólo un preludio que habla a todos demasiado alto de la preocupación nacional-sindicalista por el hogar, al que consideramos unidad natural de convivencia. Hoy comenzamos unas obras y dentro del menor tiempo posible habrá unos cuantos hombres de mar que encuentren lugar de descanso acogedor al retorno del trabajo y del riesgo. Tenemos seguridad en el fervor falangista y en la capacidad de los mandos que dirigen el Organismo propulsor de esta Obra. Y de esto, nada más.
Nos duele echar las campanas al vuelo y dar mayores proporciones a las cosas con artificiosas bullangas, cuando tanto nos falta por hacer. Y ahora, camaradas, quiero deciros que nos alegra hablar en Asturias, en la rebelde Asturias, porque el espíritu dolorido y el hosco silencio de tantos vencidos es para nosotros no sabemos si una preocupación o una esperanza. No se trata de halagar a nadie. Es precisamente la conciencia de nuestra fuerza, la seguridad de que la más pequeña rebeldía encontraría nuestros golpes tan certeros y tan impacientes como ayer, la que nos permite, la que nos obliga a hablar así. Pero tenemos el presentimiento, casi la convicción, de que acaso bastantes a quienes su manera de pensar revolucionaria les llevó equivocadamente a pelear cara a cara con nosotros, pueden ser fieles aliados nuestros en la última etapa del combate por la Revolución, y en cambio, a muchos que nos consideraron solamente como las bayonetas defensoras de sus privilegios no les interese apoyarnos. Esa morbosa complacencia de atormentarse, hurgando en los malos recuerdos y abriendo fosos infranqueables entre los espíritus, ni es falangista ni es revolucionaria. Para avanzar de prisa, camaradas, hay que mirar siempre adelante, y es traición esa estática postura rencorosa y pequeña que pretende anquilosar las actuaciones y encastillar eterna y tozudamente a los españoles en los dos bandos de la guerra. Hoy es absolutamente necesario, si no queremos malograr un movimiento revolucionario eficaz, incorporar al anhelo nacional-sindicalista, al destino de la Patria, a todos los que sean capaces de comprendernos. No entendemos de recovecos ni de medias palabras. El problema es fácil de fijar, si lo queremos exponer lisa y llanamente. Tenemos pendiente una revolución en serio. Hay muchos a quienes debe interesar y muchos a los que interesa evitarla, y las dos trincheras de la guerra acaso nos sirvan para encuadrar esta vez a los mismos hombres.
Meditad esto despacio y sabed que quien supo llevarnos ayer a la victoria está, como siempre, con nosotros. Creemos honradamente, camaradas, que éste es el verdadero sentido y la clara postura falangista; que es necesario que se griten hoy aquí, en el Gijón de la postguerra, las palabras de José Antonio a raíz de la revolución de Asturias de 1934 –llenas de una alentadora seguridad profética–, para que tantos centinelas de la ortodoxia como le han salido a la Falange no se rasguen las vestiduras: «No nos importa que se absuelva a los mineros asturianos enardecidos, porque sabemos que su ímpetu revolucionario puede encauzarse en la Revolución nacional española.» Acaso sean la consigna mejor en estos momentos estas palabras que a tantos interesaría silenciar.
En la vida política de los pueblos pocas veces se presentan situaciones idénticas, porque las mayores analogías desaparecen por virtud de una sola nueva circunstancia, que puede pasar desapercibida; pero estamos seguros que esta lección de José Antonio marca exactamente la reacción de nuestro modo de ser ante un problema que vuelve a resucitar, ante una realidad con la que de nuevo tenemos que enfrentarnos.
Hemos hablado poco, pero hemos dicho lo suficiente. Que entiendan los que quieran entender y que mediten los que deban meditar. En la gran ofensiva social no necesitamos ayuda, ni siquiera de quienes han de aprovecharse del fruto de la victoria, aunque tenemos la obligación de abrirles los ojos para que vean claro en el destino de la Patria y en el sentido de la Falange. Y si nosotros hacemos nuestra la consigna legionaria de no interrogar sobre su pasado al camarada que se bate bravamente, no nos importa que nos regateen apoyos. Si Dios lo quiere así, marcharemos solos en la vanguardia silenciosa de la Revolución, clavando día a día nuestra bandera un poco más allá, en esa promesa caliente de la tierra de nadie.
¡Viva Franco! ¡Arriba España!