Filosofía en español 
Filosofía en español


José Antonio, conductor de juventudes

(Diario ABC, 20 de noviembre de 1942.)


Se oculta a muchos, de entre las condiciones esenciales de los conductores de hombres, una de las que revisten primordial importancia: la sensibilidad.

Cuando nos imaginamos el arquetipo de los Mesías nacionales, capaces de hacer sentir a las muchedumbres el yugo de su sugestión, creamos un super-hombre parcial hipertrofiado en la inteligencia y en la energía; una especie de semi-dios cuya potencialidad anímica personal es capaz de doblegar a golpes de cimitarra la trayectoria de su pueblo. Allá por las últimas lejanías de la historia acaso esta teoría simplista de la fuerza individual –de las grandes frentes y las mandíbulas cuadradas– haya tenido confirmación en rudimentarios y limitados núcleos humanos; pero en el estadio actual de la civilización sólo puede estimarse como un expediente para novelar biografías.

Por el contrario, la primera condición de los conductores de Patrias reside en la sensibilidad; porque es quien acierta más exactamente con la estrofa presentida, en la música y en la letra, quien únicamente puede convencer de que la entonen a los hombres. Quien interpreta con más facilidad la expresión pura y entera de una verdad oscurecida entre la polvareda de las ambiciones humanas y partida en los desgarrones de la escisión. Entiéndase bien; la verdad del instante presentida, no conocida, ni deseada; el camino que conviene a todos seguir, no el anhelo común que con frecuencia es un falso espejismo. Porque el conductor no es un mero receptor de opiniones y de pensamientos de su pueblo, no es una urna humana obediente al mandato de las mayorías; es por el contrario un descubridor del objetivo verdadero, de la palabra clave desconocida por ellas mismas, pero a la que infaliblemente han de responder por la razón suprema de su verdad. Por primera vez, entre el griterío de los equivocados y de los engañadores, el pueblo, peregrino sin rumbo, vuelve la cabeza porque siente que le llaman por su nombre. Es el santo y seña olvidado de una noche de guardia que el centinela vuelve a recordar cuando lo escucha.

Esta sensibilidad, esta intuición de la verdad, sin la cual puede haber hombres verdugos pero no hombres guías de sus Patrias, es la característica más acusada en la silueta de conductor de juventudes de José Antonio. Él fue capaz de dar forma y expresión a un sentido español oscurecido para todos a lo largo de cansadas jornadas de desorientación espiritual. También aquí es saber obedecer la primera exigencia para poder mandar y la humildad la primera condición de la jefatura. Porque él no marcó un rumbo caprichoso a sus hombres, no dislocó a su personal arbitrio la forma adivinada; la sirvió primero fielmente ciñéndose a la exactitud de sus perfiles y la hizo después servir a los demás. Por la humildad de ese servicio despreció la soberbia del creador y fue capaz de construir el camino que había de conducirnos al final. Por eso cuantos con buena o mala fe cultivan el anecdotario íntimo de su mesianismo personal, entendiéndolo exclusivamente como clave de su victoria, empequeñecen la magnífica grandeza de su figura, rodilla en tierra sobre la historia española y en pie sobre la mezquindad de las soberbias.

Fue el capitán vidente que nos comprendió cuando nosotros mismos no nos comprendíamos; por eso nosotros le entendimos a él desde su primer grito y seguimos entendiéndolo después del último. Las juventudes más rebeldes se disciplinaron a la fuerza irrebatible de una verdad que a un tiempo (por él) conocieron y amaron.

El que José Antonio fuese, primero que nada, conductor de juventudes es sólo una consecuencia desprendida del motivo que hemos fijado como determinante de su fuerza. Porque cuando se adivinan en la carta del espíritu los nortes verdaderos, son precisamente quienes poseen mayor capacidad de adivinación, quienes tienen menos acorchada por los choques de la vida su sensibilidad para captarlos, los primeros en apreciar y confirmar por sí mismos la exactitud del descubrimiento; como a la estrella oscurecida que se nos apunta como garantía de nuestro rumbo la localiza primero una pupila joven menos cansada de mirar. Quienes no llevaban a la espalda el lastre de pasadas desilusiones y de presentes intereses acudieron antes a una llamada intuida como definitiva para el porvenir de su Patria y de su fe.

La figura de José Antonio presenta materialmente todas las demás características inherentes a su calidad excepcional entre los conductores de hombres; pero ni la inteligencia, ni el valor, ni la energía, ni sus dotes privilegiadas de mando deben oscurecer la jerarquía de su sensibilidad y de su sacrificio en servir los objetivos que ella le hizo posible vislumbrar. De aquí exclusivamente arranca para nosotros la permanencia de su inmortalidad y de su gloria y la confianza en la victoria de su idea. Porque si se comienza una batalla sin más motivo que la fuerza persuasiva de una individualidad poderosa, a cuya voluntad de sugestión no somos capaces de resistir, su ausencia rompe instantáneamente la forzada disciplina que nos obligaba a batirnos. Pero cuando el conductor ha mostrado a sus hombres el camino de la salvación, la caravana continúa marchando, por él, sobre todos los obstáculos y él marida y vive presente en su jerarquía más allá de la muerte.

Está aquí la clave del mágico poder de José Antonio sobre las juventudes más nobles de la Patria, el porqué de su milagroso proselitismo y la razón de la supervivencia de su mandato, no sólo entre los primeros escuadristas sino entre muchos españoles de buena voluntad que no le conocieron en vida.

Erguido en medio de la cerrazón y el enarcamiento del odio y del interés, su brazo en alto nos señala un final y nos vuelve a la continuidad de un destino español rota en la confusión que hicieron vivir a la Patria muchas batallas perdidas. Es un gesto de mando que todavía nos conduce y nos guía, disciplinando a su orden nuestra acción. Ningún corazón español puede permanecer insensible al influjo de su lejanía presente si no tiene una costra endurecida de mala pasión y de egoísmo.

En el actual crucero de la historia España está marcada con el signo de conductora de patrias porque sólo ella puede marcar al mundo, perdido en una ceguera de materialismo y de sangre, el rumbo, seguro del espíritu. Por eso la figura de José Antonio, artífice de esta nuestra capacidad actual de orientación, porque él nos hizo volver sobre nosotros mismos y encontrarnos, escapa a la limitación de conducir una juventud y a la gloria de orientar una Patria, para enfrentarse de cara con el mundo desde su barricada española.

 
(Diario ABC, 20 de noviembre de 1942.)