Filosofía en español 
Filosofía en español


En guardia

(Diario Libertad, de Valladolid, 3 de noviembre de 1942.)


En el aniversario del camarada Ruiz de la Hermosa.
¡Presente!

Por ese sentido de disciplina y de ascetismo que afila las actitudes y los afanes, despojándolos de toda hinchazón, la Falange, que propugnó la necesidad de las vidas penosas, defendió el estilo de las muertes alegres. La vida más difícil y la muerte más fácil. Por eso, en la conmemoración de nuestros veteranos de la Guardia Eterna no puede ser decoración el lirismo melancólico de los cipreses ni la sensiblería dolorida de las lamentaciones. Es entre banderas y entre espadas donde debemos sentirlos presentes y vigilantes, a la cabeza de nuestras formaciones, como una vanguardia de iluminados. Su ausencia no puede ser para nosotros justificación de miradas atrás, porque no quedaron inmóviles sobre el lugar de su sacrificio y su espíritu vivo nos precede y nos alienta para seguir. Con el camarada que cayó en el combate tenemos, como falangistas, el deber de rezar por su alma y de batirnos por su fe.

Porque es necesario meditar la significación especial de su heroísmo, por encima de muchas equiparaciones convencionales.

Como sobre la vida, hay sobre la muerte una serie de tópicos viejos que amparados en el respeto natural que la rodea de un velo sombrío y temeroso, mantienen una serie de concepciones falsas. La muerte, lejos de ser la gran niveladora, es la gran diferenciadora, porque de ella arrancan para nosotros las diferencias definitivas, eternas, en la situación de los hombres. Pero no es este pretendido igualitarismo el que nos interesa combatir, sino el que equipara el valor de todos los últimos sacrificios. Se puede morir sin ser mártir y sin ser héroe, y hay en el martirio y en el heroísmo de cada vida rota una jerarquía graduada, que no puede borrar la aparente igualdad material del sacrificio. La Falange tiene en sus hojas de servicio muchas muertes heroicas que, como la del camarada a quien recordamos hoy, por las especiales circunstancias que en ellas concurren, pasarán a la posteridad con la aureola gloriosa de los símbolos. Y es de la calidad preciosa de estos sacrificios, que han hecho buena una mística de acción, de donde arranca ese sentido heroico de la Falange y esa fuerza moral que nos asegura su existencia y su victoria contra todas las ofensivas.

Cuando tantos que después despertaron demasiado dormían aún, una juventud combatida encarnizadamente desde todos los terrenos se clavó en medio de la calle para batirse voluntariamente por una Patria –no olvidemos esto–, por una idea que libertase a su Patria.

Aunque la Falange no hubiese revalidado con muchos miles de vidas en los frentes de batalla sus primeros choques, la gloria de iniciar la pelea no hubiera podido arrebatársela nadie. En el sacrificio, como en todos los valores supremos, interesa más la calidad que las cantidades de cifras. Para el espíritu español, adormecido, pero en potencia de los mayores heroísmos, el gesto de estos primeros guerrilleros fue el grito que lo hizo despertar, y es ésta la primera razón de su trascendencia y de su gloria. Ellos abrieron, al cerrar sus existencias voluntariamente, una nueva etapa en la Patria y un nuevo estilo en la vida.

Si no queremos hacer escarnio de su memoria, nuestro primer deber es velar vigilantes para impedir la esterilidad de sus sacrificios. Es la vieja actitud a que nos obliga la consigna, que no nos es dado abandonar jamás, ni siquiera después de la última victoria. Por ellos, contra todo y contra todos, en guardia. Contra la cobardía del espíritu y de la carne. Contra todos los que nos quieren tentar y contra todos los que se preparan a herirnos. Contra la comodidad de las posturas anfibias que nos incitan a rehuir el combate con el gran sofisma de las tácticas. Contra la debilidad que se desalienta por la dificultad del avance y quiere jugar la victoria a la carta ruin de su pataleo caprichoso. En guardia para acertar el momento eficaz de quemar nuestras vidas. En guardia contra la deslealtad y la ambición. Contra la frívola podredumbre materialista que nos cerca. Contra el gran pecado de la bandería, en el que vive la traición de los ángeles rebeldes. Contra la tentación del oro que quema las manos y contra el peligro de la vida que hiela los afectos. Contra la doblez de los amigos aparentes que maquinan nuestra perdición, y contra la pequeñez vengativa de ensañarse con el enemigo en derrota. Contra la indisciplina nacida de nuestra maldad y cultivada desde fuera. Contra el cansancio y la pereza, contra la tentación de las retiradas. Contra la duda y contra el recelo. Contra los sembradores del rencor. Contra la falsificación de nuestra verdad y la mutilación de nuestra fe. Contra nosotros mismos, sobre nosotros mismos, ¡en guardia! Sin olvidar que ante las cruces de nuestros camaradas mejores, la única consigna que sirve es la de combatir y rezar.

¡Viva Franco! ¡Arriba España!

 
(Diario Libertad, de Valladolid, 3 de noviembre de 1942.)