Filosofía en español 
Filosofía en español


Onésimo

(Diario Libertad, de Valladolid, 13 de junio de 1941.)


Onésimo es en la Falange el hombre sin preocupación de superficie, todo hondura y entraña. Hechura de Castilla, al fin, donde los caminos son rectos, la tierra es dócil a los largos surcos y no se presta a emboscadas en la pelea. Onésimo va siempre derecho al fondo de las cosas, busca en el trabajo la eficacia sencilla y se bate de frente.

Gran despreciativo de la elucubración y la nebulosidad, vivió en una persecución constante de realidades y murió en la tarde más luminosa y más heroica de julio.

Enamorado de la acción, nuestro homenaje para él, huyendo de blandos sentimentalismos de un instante, sólo puede consistir en la incorporación firme de nuestras vidas a la disciplina de sus órdenes, que tienen vigor de presencia en sus palabras, en sus obras y en el banderín de combate de su ejemplo.

La palabra de Onésimo, desnuda y penetrante como una bayoneta, tiene la profética milagrosa de servir siempre la necesidad de cada día, acaso por esa facultad de otear del buen castellano, acostumbrado a la llanura, donde se ven siempre los obstáculos desde lejos.

Y para la inquietud de esta hora tenemos una consigna suya.

Porque a nosotros, que queremos la Revolución y luchamos por ella, nos marca el mejor camino su pensamiento: «Hay que hacer la Revolución; para ello hay que transformar a los españoles hasta entrar en su raíz; hay que hacerlo realizando en el alma de los nuestros una transformación grande, honda, y apartarla del espíritu español actual, perdido, escéptico, desengañado, entre el cual nos movemos ahora.»

Ningún hito más certero que el de estas palabras; hablamos mucho de Revolución, sin acordarnos que la Revolución ha de empezar en nosotros mismos, y que para llegar a la Revolución Nacional-Sindicalista de las cosas es necesario pasar por la Revolución Nacional-Sindicalista de las almas. Porque hemos perdido el perfil místico del viejo escuadrista y vivimos todos un poco del recuerdo de aquellos días en que éramos mejores. Olvidamos que los servicios de ayer no pueden ser jamás en la Falange justificación de las debilidades de hoy, y de esta íntima conciencia de nuestra culpa nace un complejo de estériles rebeldías pasivas, de desazón espiritual, de descontento irrazonado, que tiene mucho del amargor y de la desesperación de los ángeles sin alas.

Acaso sea la primera consecuencia de todas las postguerras un desinflamiento moral, reacción lógica a la tensión suprema mantenida en el choque, y acaso también el paso prematuro de la oposición al mando enerve y predisponga a la rutina hasta a las organizaciones de ideal más ardiente, forjado en la persecución, que endurece y curte, como todos los dolores; pero no tenemos el derecho de buscar este tipo demasiado humano de explicación a nuestras actitudes cuando nos apremia y nos fuerza la contemplación demasiado santa de tantas cruces de madera, de tantas vidas rotas y de tantas banderas desgarradas.

La ruta trazada por Onésimo, maestro y capitán, es una lección y una orden. Sólo una minoría resuelta a reavivar en sí misma la hoguera de su fe puede ser instrumento eficaz de Revolución. Es el espíritu y el pensamiento del hombre el que cincela los nuevos perfiles de los Estados, y nunca la organización más acabada, sin cimientos de ideal, puede conducir a otra cosa que a una fría y artificiosa víspera de derrumbamiento.

Pero aún hay otra gran enseñanza en la vida de Onésimo que rebosa actualidad, y es aquella de que nos habla cuando dice que «sólo la disciplina de los jóvenes es capaz de redimir a los pueblos». La disciplina, imperativo en nuestra manera de ser, fue la gran lección de su conducta; la disciplina hasta el sacrificio, en aras de la unidad –ejemplo para tantos–, de la tentación del caudillaje. «Cada uno de nosotros ha de estar dispuesto a callar y a renunciar para ocupar el puesto en que mejor sirva a la Falange Española de las J. O. N. S.».

He aquí una condición necesaria de toda actuación eficaz: la disciplina, armamento primordial de los ejércitos predestinados a la victoria. Sin ella, serán todos nuestros entusiasmos inútiles y todos nuestros esfuerzos baldíos. Sólo el estilo militar, seco y tajante, que nos hizo ser, sirve para llevar a cabo las grandes empresas, y sólo la unidad de mando, impuesta y acatada con íntimo fervor, es capaz de apartarnos del desaliento.

Estamos de vuelta de las frases complicadas y de las palabras que quieren ser bonitas, de ver gastar toda nuestra pólvora en salvas, y nos duele contemplar el loco empeño de los que quieren ganar batallas con cartuchos de fogueo.

El avance decisivo sólo puede ser misión de las silenciosas y disciplinadas banderas de camaradas anónimos que en el áspero trabajo de cada día, desentendidos de todo lo que no sea ansia de superación en el cumplimiento de su exclusiva tarea, llevan en la paz las mismas camisas azules desvaídas por las intemperies de la guerra.

Onésimo, al llevar a la Falange Española el ímpetu de las Juntas de Ofensiva, subrayó en la nueva organización determinadas consignas comunes.

Y estas dos de que hablamos: mejoramiento de nosotros mismos y disciplina, acaso fueron de las más características.

No cabría imaginar mayor traición que escuchar indiferentes el grito caliente de su llamada a lo concreto y a lo eficiente. Si no logramos ser los mejores, no tenemos derecho a desear un estado de cosas que sólo sería un reflejo de nuestro extravío interior. Si llegamos a serlo, poco conseguiríamos sin disciplina.

Este es el principio; éste es el umbral. Lo demás es perderse en un mar de opiniones, de iniciativas y de promesas, y ya él nos dijo que «no hubiere más para nosotros un partido que no hiciere más que prometer».

Por eso, en estos momentos en que su silueta se agiganta y su recuerdo se clava como una flecha desprendida del haz en el pensamiento de España, por obra y gracia de un renacimiento que, como todos los renacimientos, es esencialmente retorno a la pureza primitiva, a lo clásico y a lo elemental, Onésimo, como José Antonio, nuestros caídos más presentes, nos piden, no la ñoña sensiblería del lirismo, sino la falangista decisión de servicio del «a tus órdenes».

 
(Diario Libertad, de Valladolid, 13 de junio de 1941.)