A los ex combatientes de la Vieja Guardia
(Madrid, 1942.)
Avanzada
Entre nosotros los exordios no son de rigor ni siquiera de estilo. El «Cara al Sol» empieza sin rodeos ordenando la actitud en que debe hallarnos la muerte. Lo que no sea palabra sustantiva, eficaz, es palabra perdida. El prólogo es un adjetivo del libro, y por eso nos sobra; la consigna es una avanzada de la acción, y por eso nos sirve. De todas ellas, la más eficaz es la dirigida al hombre más apto para combatir. Y para nosotros el triángulo ofensivo más sólido en que se puede apoyar la Revolución Nacional-Sindicalista está formado por los verdaderos luchadores de la calle, de la trinchera y del trabajo. Se equivocan quienes crean que con otras ayudas es como más urgentemente llegará la victoria; porque no es con minorías blandas en la fe, sino con unidades tensas en la pasión como se avanza. Por eso a su símbolo, el trabajador ex combatiente de la Vieja Guardia, va dedicada esta avanzada de consignas.
Disciplina
El trabajador ex combatiente de la Vieja Guardia debe ser exclusivamente la vanguardia en la perfección del servicio y en la tenacidad y pureza del espíritu. En la Falange no puede haber castas y la veteranía no da privilegios. La disciplina es su primera virtud y su primer deber. Su medida nos da la calidad de su temperamento de combatiente por la Revolución. Ciegamente se cumplen las órdenes del Jefe inmediato, sin discutirlas ni examinarlas. Si se duda de un Jefe, se le obedece lo mismo. Si se comprueba su traición, se le desenmascara. Pero el término medio de la desobediencia y de la indisciplina pasiva no existe entre nosotros. La murmuración y la crítica son defectos femeninos. No hay que dejarse moldear por el ambiente blandengue en que vivimos. La opinión de los soldados no puede importar a los Jefes. La misión específica de éstos es mandar, dirigir, no en el sentido que quiera cada individualidad, cada minoría, ni siquiera la mayoría, sino en el sentido que ellos determinen como el mejor. A los demás les toca combatir, obedecer y callar.
Combate
Siempre dispuestos a la acción, esperando la orden de poner en juego la vida. Siempre combatiendo en la acción concreta de su servicio. En el puesto que se señala. Sin iniciativas que puedan estropear otros objetivos de la lucha. Sin meternos en lo que no nos llaman. Hay un margen entre el servicio concreto y la prohibición, en el que se puede y se debe combatir: la lucha personal de ayuda a las consignas generales de la doctrina y del mando. Se corta violentamente una murmuración o una calumnia contra la Falange o sus Jefes. Se da parte de actividades enemigas vigiladas. Se reacciona contra la insidia y el desaliento. Se ganan personalmente hombres eficaces para nuestra fe. Se aviva el fuego de la idea en conversaciones con otros camaradas. Se orienta a los descarriados y se escupe en la cara a los agentes de la bandería y de la disgregación. Se ayuda al camarada en peligro o en dificultad. Debe ser el interés y el servicio de la Falange el que marque la trayectoria de cada vida. Y no al contrario. La vida oficial y privada deben ser un combate constante por la idea.
Camaradería
Hay que resucitar la tónica de los viejos tiempos. Rápidos en la fidelidad a la llamada de la Falange. Al camarada hay que ayudarle prácticamente en su servicio, en su dificultad, en su vida. Nos hemos dedicado demasiado a la teorización, a lo abstracto. Hay que vivir un poco más en la realidad práctica. Sabed que se habla enternecedoramente de camaradas derrotados por la estrechez desde los mostradores de los “cabarets” caros. Esta compasión es mentira y sarcasmo. El trabajador ex combatiente de la Vieja Guardia debe ser ejemplo de la camaradería en que vivió. Una camisa azul o una insignia de Falange deben en cualquier situación romper el hielo entre dos hombres. En la calle, en un local, en el trabajo, en cualquier sitio, no se puede dejar solo a un camarada que se encuentra en dificultad o en lucha, tenga o no tenga razón; si la tiene, para ayudarle; si no la tiene, para no hacer a la Falange solidaria de su actitud.
Silencio
El hombre de acción habla poco. Fuera la palabrería, la amenaza y las videncias teóricas. Desconfiad de cuantos berrean a escondidas la necesidad de heroicidades y gestos a los que parecen estar dispuestos y fijaos bien si no cultivan así una propia personalidad fracasada y cobarde. Usad la palabra solamente cuando en sí misma represente acción. Para convencer, para hacer proselitismo de la idea. Para acallar argumentos enemigos. Para propagar una consigna o una versión que se ordene difundir. De consideraciones estériles sobre las situaciones se prescinde. De opiniones personales sobre órdenes o medidas no se habla. El propio servicio no se comenta; se cumple. Esta lucha tiene algo de frente invisible en que los hombres en la acción son números. Ni una sola palabra inútil: Silencio.
Tacto de codos
Aquí nadie puede pensar en individualismos. Donde encontréis un idealista y un fanático de la idea, estableced un vínculo de relación inmediatamente. Entre nosotros hay muchos hombres que han perdido la fe. Todos los que sabemos que la victoria ha de ser nuestra tenemos que formar un frente de una trabazón indestructible. Una red de hombres diseminados por la Patria, unidos, vigilantes, alerta, impasibles y silenciosos en las horas malas y en las buenas, sólo pendientes de alcanzar la meta final revolucionaria. No hay fuerza física capaz de destruir una idea cuya fe es la razón de muchas vidas unidas y resueltas.
Unidad
Las grandes traiciones de esta hora son la desunión y las intrigas disgregadoras. Vivimos horas de vida o muerte para la victoria definitiva. Todos esos grupitos capitaneados por ambiciosos fracasados, descontentos de su postergación, han existido en todos los Movimientos como el nuestro; pero han sido barridos a tiempo. Todo aquel que propugne una persona de la Falange frente a otra, en vez de la idea, única de la Falange frente a todas, es un traidor vendido al enemigo o al arribismo. No se está con este o aquel Jefe; se está con el interés supremo y único de la Falange. Aquí nadie representa nada por sí, por su historia, ni por su capacidad, sino por la jerarquía del servicio que desempeña. Estamos cansados de la propaganda unipersonal de tantos ambiciosos, de tantas capillitas que ven en la elevación de un hombre su propio interés, su propia ambición satisfecha. En la dura lucha que nos espera acaso muchos de quienes hoy nos mandan han de ir pereciendo en cada acción, y no tenemos derecho a crear otro mito que el de la Falange y el de la disciplina. No toleréis las propagandas personales. No toleréis los ataques personales. Todos alerta contra las ambiciones y los intereses desencadenados. Para que tengáis fuerza, convicción y agudeza al cortar las campañas ruines de los que atentan a nuestra unidad, comprobad si el interés personal de quien os habla está vinculado al triunfo o a la derrota del personalismo que propugna o que combate. Distinguiréis así al idealista desorientado del traidor.
Eficacia
Siempre presente la primera meta de la Revolución, la conquista del Estado. Sin la plena conquista del Estado no se hace ninguna Revolución. Lo que nos aleje o nos acerque a conseguirla es derrota o avance. En un Estado con tantos sectores y tan importantes enemigos, intentar imponer de golpe nuestro control revolucionario sería infantil. Es en la acción concreta, en las conquistas prácticas de la Revolución donde tenemos que batirnos esencialmente. Estamos entregados a los grititos histéricos, a los desfiles artificiales, a los puritanismos de detalle, mientras muy pocos se preocupan de la blandura y de la transigencia con que aguantamos las injusticias sociales y los frenajes a la verdadera obra concreta revolucionaria. Nos sobran nerviosismos apremiantes en lo accidental. Hay que ayudar a quienes combaten por la conquista de las vanguardias trabajadoras. Dar pan. Dar fe. Dar aliento. Todo ese espíritu gastado inútilmente en discutir problemas superficiales y en imponer puntos de vista propios, hay que volcarlo en la silenciosa ofensiva social. Es la Revolución real la que nos interesa. La nacionalización de la Banca, la justicia a rajatabla en lo social, las leyes, las órdenes concretas, las ventajas reales. Vuestro mejor servicio es ser agitadores de la Revolución Nacional-Sindicalista en la mina, en el mar, en la fábrica o en el campo. Nunca defendiendo realidades indefendibles. Mostrando resueltamente que no son nuestra verdad, que no son nuestra fe, que no son nuestra meta. Clavad en el pensamiento de todos vuestros compañeros que estamos luchando por una Patria diferente. Que de nada de aquello en lo que quieren ver la mano de la Falange tiene ella la culpa. Que es su interés y su deber seguirnos y ayudarnos contra su verdadero enemigo que se revuelve todavía fuerte bajo nuestros golpes. No interesa quién manda, sino qué consigue. Las banderas sólo es honroso para nosotros pasearlas sobre cada tierra nueva conquistada en la lucha por la justicia. Con una organización sin unidad, ni disciplina, en la que formen masas arribistas sin espíritu y sin fe, donde una orden tenga muy pocas probabilidades de ser cumplida si no es cómoda y conveniente para el interés personal de quien la recibe, disgregada en banderías para cuyos cabecillas es antes la derrota del rival que el interés de la idea, no hay nada que hacer en las batallas duras. En la fuerza de cohesión y de la calidad de nuestros hombres está el camino para poder hablar fuerte. Todo lo demás, las posturitas individuales, los revolucionarismos irresponsables, las posiciones teóricamente perfectas, sin base en que apoyar sus gestos, constituyen reacciones desconectadas de la marcha real de la Revolución. Son unas veces manifestaciones falsas encaminadas a edificar prestigios personales sobre actitudes fáciles de galería, y otras, decisiones desesperadas con que quieren echarlo todo a rodar hombrecitos que han perdido los nervios. Estamos en una hora en que hacen falta en la Falange cabezas frías y mandos muy duros y resueltos para las escuadras. La Falange no puede ser un partido político oficial de tipo populista. Tiene que servir el viejo perfil heroico y sacrificado que nos hizo ser y de cuya inercia vivimos. Hay que imponer en nuestras filas una disciplina tan dura que voluntariamente se despeguen de nosotros quienes no tengan la fe y el ideal que son precisos para aguantar la incomodidad que representa. La Falange no es un fácil sistema burocrático del que se vive, sino una difícil unidad de combate en la que se forma. Las penas para las faltas al deber y al servicio, para las irregularidades de las conductas privadas, tienen que rebasar en la Falange las escalas penales ordinarias. Todas esas transigencias con camaradas que hacen de su historia y de sus méritos anteriores escudo contra el castigo de sus venalidades o traiciones presentes no pueden continuar. Estamos cansados de tantas leyendas de los que dicen que dijeron y de los que dicen que hicieron, pero que ahora ni dicen ni hacen nada bueno. En el espíritu de todos los buenos camaradas hay un anhelo firme de disciplina y de eficacia: Servidlo.
Intransigencia
Directo, ardiente y combativo se nos ordena el estilo. Apasionada y violentamente irrumpimos en la vida española, y mucha sangre iba a costar echarnos, si no fuera imposible nuestra derrota. Nos llamamos aún Juntas de Ofensiva, y no es resistir, sino atacar, el destino de nuestras escuadras. No somos diplomáticos de salón que bisbisean cautelosamente al oído florituras veladas; somos soldados y hablamos rudamente, a gritos, de trinchera a trinchera. Avergonzarnos del duro perfil de nuestra verdad y vestirlo con ramplones colorines que lo encubran es una cobardía y un engaño. No se puede emplear una palabra cuando se combate y otra cuando se triunfa. No se puede desvaír cuando se llega arriba el color ardiente de una bandera que encuadra la fe de muchos hombres. A nosotros nos corta todas las retiradas la trágica muralla de los que no volvieron; y ese volver atrás en la promesa y en la palabra fue el eterno engaño de las políticas barridas. Es un truco viejo demasiado combatido por nosotros. Y cuando desde fuera la verdad fue clara y el lenguaje noble, no tenemos dentro ningún derecho a modificarlos. No podemos emplear ni la manera de hablar ni la táctica del enemigo; tenemos que forzarle a aprender y seguir las nuestras. Porque no está la unidad en que nos hagamos como él, sino en que él se haga como nosotros. Y castrar nuestros ímpetus y nuestra entera virilidad revolucionaria es un buen sistema para que nos empiecen a entender los otros y a no entender los nuestros. Las Viejas Guardias de la Falange que se batieron en la calle, los ex combatientes que lucharon en las trincheras y los trabajadores que forman con nosotros en la justicia, constituyen nuestras unidades más útiles, y para ellos hay que gritar tan clara y tan fuerte como antes nuestra verdad desnuda.
Este es el camino de la eficacia. Encuadrados en esta disciplina: Por la Patria Una, Grande y Libre. Con la verdad entera, con el lenguaje agresivo, con la unidad apasionada de ayer hemos de ver formados detrás de una bandera como la más resuelta línea de la Revolución a todos los camaradas de las Viejas Guardias, a todos los ex combatientes de la guerra y a todos los trabajadores de la Patria. Para ellos, un saludo brazo en alto de camarada de armas. Y que Dios nos ayude antes y después.
¡FRANCO, FRANCO, FRANCO! ¡ARRIBA ESPAÑA!