Enrique Suñer Ordoñez Los intelectuales y la tragedia española

Capítulo II

Sumario: La Junta para Ampliación de Estudios. – Relaciones culturales extranjeras. – Habilidades del Secretario. – El sistema de becas y pensiones: efectos de captación. – La Residencia de Estudiantes.

La Junta para Ampliación de Estudios fue una de las fundamentales bases de la influencia institucionista, aunque de evolución un tanto lenta. La mano que guió siempre, hasta el final, dicha Junta, fue la de su primer secretario, Castillejo. Cuando, transcurridos muchos años de acción inmediata, directa, sobre ella, la traspasó a otra persona, el espíritu de específica naturaleza estaba bien arraigado en los colaboradores. El timón que se soltaba podía confiarse ya a otro piloto; pues no había temor alguno de que la nave encallase ni variase de rumbo: tan seguras eran las cartas marítimas de navegación, tan expertos los tripulantes, formados en el curso de más de veinticinco años de tenaz propaganda, como conocidas y tranquilas eran las aguas, las costas, los vigilantes, en fin, todos los elementos que intervenían en el éxito de esta labor. Por eso, [22] entonces el iniciador pudo dejar la dirección de la Junta, para enfocar sus actividades por otros derroteros, y particularmente por el de las «Relaciones culturales» con el Extranjero. Claramente se ve el propósito del «guía». Con la «Ampliación de Estudios» conquistaban el territorio interior; con las «Relaciones culturales», la fuerza internacional. No era suficiente el formar una masa dentro del país, obediente a las normas de la masonería; era, además, indispensable la producción de un ambiente exterior favorable a los elementos protegidos y conquistados por la Institución, dentro de España: por eso fundó nuevas organizaciones dentro de la Junta y aprovechó más tarde otras situadas fuera de ella. La Junta de Ampliación de Estudios enviaba constantemente pensionados al Extranjero con todas las apariencias de la legalidad. Los solicitantes eran sometidos a informe de personas calificadas, a veces extrañas al organismo. En la mayoría de las ocasiones, los informantes, si eran desafectos a la Institución, no lograban ver satisfechos sus juicios con la elección del candidato propuesto. Mil recursos, estrictamente legales, permitían al Secretario maniobrar a su antojo. De vez en tarde era pensionado alguno de los antiinstitucionistas. Esto se hacía con la misma finalidad que ha quedado expuesta en el primer capítulo al referirme a la aceptación para el trabajo de personas no afectas, pero cuya vigilancia las hacía inofensivas. El envío de alguno que otro pensionado de la «acera de enfrente» no solía [23] perturbar los propósitos de los dirigentes. En algún caso, hasta era capaz esta determinación de conquistarlos total o parcialmente; por lo menos, de quitarles algunos motivos de animadversión. La ventaja principal de esta habilísima conducta consistía en suprimir los argumentos de la opinión pública, contrarios a la integridad, justicia y corrección en los procedimientos. Como entre las personas pertenecientes a la Junta –salvo en la época de la Dictadura de Primo de Rivera– había una gran mayoría de «amigos», el éxito del reclutamiento de los elementos afines estaba asegurado. Aun en la época del inolvidable General, me consta que miembros elegidos como vocales, tal vez alguno en el que más se confiara por su ideología para sanear o impedir la nefasta obra, claudicó al poco tiempo, convencido –o haciéndose el convencido– de la rectitud de los procedimientos que se seguían. Cierto malicioso pensó que este asentimiento a las habilidades del Secretario tenía su explicación en el temor de perder en el futuro un pingüe cargo, de posible separación ministerial, cuando las influencias gubernamentales hubieran sido contrarias. De este modo pudo el astuto agente tantas veces mencionado sortear las dificultades de los «siete años dictatoriales», gracias al conocimiento profundo de la psicología de los hombres, de la excesiva prudencia de éstos para evitar los perjuicios, o de la cándida incomprensión de los lazos tendidos por el aventajado taumaturgo. [24]

El resultado de estas andanzas fue que, al lado de unos pocos jóvenes de buena fe, que no variaron de sentimientos ni de creencias, la Junta mandó al Extranjero una nube de partidarios, muchos de los cuales, después del beneficio logrado y de la pedantería adquirida durante su estancia –o estancias– en países extranjeros, ingresaban como neófitos, o ejerciendo el papel de comparsas, en los recintos de la Institución, por la puerta de las pensiones y de las becas. Lo más sensible de todo este sistema ha sido que la consecución de los propósitos fundacionales, de naturaleza esencialmente partidista, se ha logrado con el dinero del Estado; que los enemigos de la Patria, de la Religión, de la independencia ciudadana, han visto realizado su triunfo, vigorizada su empresa maléfica, a expensas del dinero de los contribuyentes, perjudicados en sus ideologías. Esto era lo mismo que alimentar, alojar, defender al enemigo que nos privará de la vida y de la hacienda{1}.

La estancia de jóvenes en el Extranjero, cuando no poseen en su anterior formación un arraigado sentimiento cristiano, una preparación cultural o social, costumbres no tartufescas, mas de sólida moralidad, indefectiblemente lleva, por la libertad de que se goza y el incentivo de los placeres sensuales, a una relajación de los hábitos familiares, a [25] una disminución de la disciplina de la conciencia, a un rebajamiento de la fe religiosa. Claro está que, al expresar estos juicios, hago la salvedad de que no los refiero a todos, ni tal vez a la inmensa mayoría; aunque razones existen para admitir un predominio de los pensionados a los cuales cabe imputar los anteriores defectos.

Las consecuencias prácticas de estos puntos de vista, nacidos de la observación y del análisis crítico, son que, conforme aumentaba el volumen de los becarios y de los pensionados, crecía el de los indiferentes en materia religiosa y el de los perturbadores del orden y del Estado, los cuales iban a beber, para sus realizaciones anarquizantes, en las turbias fuentes de los superhombres directores del movimiento en favor de nuevos y más «civilizados» sistemas sociales.

A pesar del tan decantado interés por el funcionamiento de las Pensiones en el Extranjero, del conocimiento de las organizaciones pedagógicas de fuera de España, no pensaron nunca los fundadores de la Junta en aplicar un sistema de vigilancia de los jóvenes pensionados, en el cual, con una razonable libertad, se impidieran los desórdenes posibles en las edades de los enviados; un método en el que no se perdiese el amor a la Nación, y donde la convivencia con dignos compatriotas mantuviese este sagrado sentimiento. Para lograr este efecto hubiese bastado copiar lo ya hecho por nuestro propio país, bajo la gloriosa bandera nacional y el [26] santo patrocinio de la Religión católica, en el colegio de San Clemente, de Bolonia. Si era preciso modificar, corregir o perfeccionar la organización ya existente, ¡haberlo hecho en buen hora! Si se querían tomar otros modelos más fáciles, ahí se tenía el sistema japonés, con el alquiler de edificios corrientes, cuyas habitaciones se dan en ventajosas condiciones a honorables familias del país extranjero, en las cuales se colocan los pensionados japoneses uno por uno; esto es, aislados dentro de cada hogar, para el mejor aprendizaje del idioma; pero con la obligación de reunirse para la comida de la noche en el piso inferior, donde la cocina, criados y ambiente son los del Japón. Todo esto era preferible al abandono de la juventud en país extranjero, con los peligros consiguientes al mismo, algunos de los cuales he señalado en anteriores párrafos.

Tal necesidad de vigilancia patriótica, antianarquizante, ¿se oponía a las ideas de libertad de los organizadores de la Junta? ¿Es que la vida alocada, propia de la juventud sin freno, favorecía el relajamiento de los vínculos religiosos, y permitía, por causa misma del desorden moral, la «conversión» al revés hacia las doctrinas y las prácticas institucionistas? Si el pensamiento nunca existió tan agudamente intencionado en la realidad, los resultados fueron como si el plan hubiese sido el que expongo.

Como prueba de la verdad de estos asertos, citaré la opinión de D. Francisco de Asís Caballero, [27] Cónsul general de España en Munich, quien, después de haber estado luengos años en Alemania, donde realizó casi toda su carrera, decía que, salvo muy contadas excepciones, nuestros pensionados en Alemania hacían una vida muy distante de la que convenía a los futuros intereses del país. Es decir, que el Estado español gastaba inútilmente la mayor parte del dinero destinado a sostener intelectuales en el Extranjero.

Por eso, nuestro famoso comediógrafo Vital Aza, con la aguda perspicacia de los verdaderos artistas, supo exponer en su graciosa obra Francfort la vida de uno de estos pensionados.

Naturalmente que el análisis crítico no he de llevarlo al terreno de las exageraciones. No pretendo que nuestros jóvenes expatriados con fines culturales, observen una vida monástica, ni tampoco he de aspirar a un excesivo rigor, ni he de dejar de comprender la poca importancia de ciertas «escapadas juveniles»; pero una cosa es el pecado venial, y otra la pérdida del tiempo, de la salud y del dinero, dado este último por el contribuyente para elevados y progresivos perfeccionamientos culturales.

Dejemos el tema, quizás inagotable, de la Junta para Ampliación de Estudios, y ocupémonos ahora de la «Residencia de Estudiantes».

La diferencia en los efectos «estratégicos» y «tácticos», entre la primera y la segunda, es la misma, a mi juicio, que la existente entre una [28] propaganda doctrinal, oral o escrita, y un reclutamiento de personas para los efectos prácticos de acción.

El atractivo hacia la «Institución», descompuesta e incorporada en todos sus organismos, de la juventud intelectual, perceptora de una protección para becas pensiones y, más adelante, puestos oficiales ambicionados, con sueldos o gratificaciones, se manifestaba por la muchedumbre de pretendientes a plazas en la «Residencia de Estudiantes». Al hablar de esta última, me refiero principalmente a la de varones, con edificio propio, situado en los Altos del Hipódromo –con lo cual no quiero significar que la de señoritas no tenga también un marcado valor para el examen de la causa nacional–.

En este edificio se disfrutaba de una verdadera comodidad de vida: amplias habitaciones, buenos recursos higiénicos, sana comida y conveniente libertad, por un precio de estancia con el cual era imposible, fuera de este local, obtener tamaños beneficios, gracias todo ello a la ayuda económica del Estado. Esto hubiese resultado plausible si en ese sitio no se hubiese hecho una propaganda tendenciosa hacia los fines de la secta.

En primer término, hay que advertir que, a la entrada «espiritual» de la Residencia estaba un buen y experto cancerbero, encargado, como los hábiles legos-porteros de los conventos, de cernir y seleccionar el material humano que llegaba con el deseo de adquirir un puesto.

¡Cuántas facilidades encontraban los [29] recomendados por los «amigos» de la Institución, y qué dificultades los procedentes de otros sectores alejados de ésta! Yo fui testigo personal, directo, de los obstáculos que se ponían para el ingreso de los sospechosos de cualidades refractarias a la conversión. Claro que, en este aspecto, como en todos los demás, la Dirección obraba dando de vez en cuando notas oportunistas de imparcialidad, vivos alegatos para todos los tiempos de la ecuanimidad y rectitud de los procedimientos seguidos.

Un elemento, tal vez el más importante, de sugestión atea y revolucionaria de la Institución, era el ejemplo de las personalidades de óptima representación de estas ideas instaladas en la Residencia, donde convivían y se relacionaban con los estudiantes. Allí pasaban temporadas, en invierno como en verano, los más conspicuos representantes de la doctrina, quienes, con sus conversaciones íntimas y, sobre todo, con su vida, iban convirtiendo a la causa a todos aquellos neófitos. Que algunos resultarían inconquistables, no ofrece duda; pero tampoco la ofrece el resultado eficaz de estos hábiles manejos.

Los efectos de la obra, al cabo de unos años de existencia, no se hicieron esperar. La Residencia era un cuartel albergador de milicias devotas a la opinión directora, y «dispuestas a todo» para defender las empresas institucionistas y servirlas con obediencia ciega. Estas esperanzas no tardaron en realizarse, como espero contar en el próximo [30] capítulo, en el que se describirá algún caso típico del «ataque en masa» a organismos del Estado, cuyos representantes, no sometidos a la voluntad sectaria, tuvieron que sufrir las consecuencias de la brutalidad de los «militantes». Cuando llegó este momento, las «maneras suaves», a lo Giner y a lo Castillejo, se trocaron en la expresión propia de las hordas que no reconocen ley ni freno.

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{1} Este procedimiento recuerda la fábula de Samaniego referente al hombre que introdujo una víbora en su seno.

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Enrique Suñer Ordoñez Los intelectuales y la tragedia española
2ª ed., San Sebastián 1938, págs. 21-30