Monita Secreta
o Instrucciones Reservadas de la Compañía de Jesús

Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo VI

De la manera de conquistar a las viudas ricas.

1. Que se escojan para ello padres avanzados en años, que sean de complexión viva y de agradable conversación. Que visiten a esas viudas, y que tan luego como vean en ellas algún afecto hacia la Sociedad, que les ofrezcan las obras, y que les hagan presentes los méritos de la Institución. Y si las aceptaren y visitaren nuestras iglesias, que se les provea de un confesor que las dirija bien, con el objeto de conservarlas en el estado de viudez, hablándoles de sus ventajas y ponderándoles la felicidad que tendrán; prometiéndoles como cierto y hasta respondiéndoles [291] de que así merecían la bienaventuranza, y se librarán de las penas del purgatorio.

2. Que el confesor haga de manera, que se entretengan en adornar una capilla o un oratorio en su casa, en el que puedan entregarse a meditaciones u otros ejercicios espirituales, a fin de que se alejen de la conversación y de las visitas de los que las puedan buscar; y a pesar de que tengan un capellán, que los nuestros no dejen de ir a decirles misa, y particularmente a consolarlas, procurando dominar al capellán.

3. Hay que cambiar con prudencia e insensiblemente lo que concierne a la dirección de la casa, de modo que se atienda a la persona, al sitio, a sus aficiones, y a su devoción.

4. Aunque poco a poco, hay que alejar a los domésticos que no estén en buenas relaciones con la Sociedad, y recomendar para remplazarlos a gentes que dependan o que quieran depender de los nuestros, para que nos informen de lo que pase en la familia.

5. El confesor no debe tener más objeto que inducir a la viuda a seguir en todo su consejo, y le debe demostrar, cuando haya ocasión, que esta obediencia es la condición única de su perfección espiritual.

6. Debe aconsejarle el uso frecuente de los Sacramentos, sobre todo el de la penitencia, en que ella descubrirá sus más secretos pensamientos, y sus tentaciones, con mucha libertad. Deberá comulgar con frecuencia, e ir a escuchar a su confesor, para lo que debe invitársela, prometiéndole oraciones [292] particulares. También se hará que recite las letanías, y que haga examen de conciencia.

7. Una confesión general reiterada, aunque antes la hiciera con otro, no servirá poco para conocer bien sus inclinaciones.

8. Se le mostrarán todas las ventajas del estado de viudez, y las incomodidades del matrimonio: los peligros en que se metería, y principalmente los que la conciernen.

9. Puede también proponérsele de cuando en cuando, con destreza, uniones a las que se sepa que siente repugnancia; y si se cree que hay alguna que le agrada debe representársele que es persona de malas costumbres, a fin de que sienta disgusto por las segundas nupcias.

Cuando haya seguridad de que está dispuesta a conservar la viudez, debe recomendársele la vida espiritual, pero no la religiosa, cuyas incomodidades habrá que mostrarle.

El confesor hará de suerte, que haga pronto voto de castidad por dos o tres años al menos, a fin de que cierre por completo la puerta a las segundas nupcias; hecho esto, debe impedírsele el trato con hombres, y que no goce ni con sus parientes ni con sus amigos, so pretexto de unirla a Dios más estrechamente. Respecto a los eclesiásticos que visiten a la viuda o que ella visite, si no se les puede excluir a todos, debe tratarse de que los reciba por recomendación de los nuestros, o por los que de éstos dependen.

Si llegara este caso, deberá inclinarse suavemente a la viuda, a que haga buenas obras, [293] y sobre todo limosnas aunque siempre bajo la dirección de su padre espiritual; porque importa que se aproveche discretamente el talento espiritual: las limosnas mal empleadas suelen ser causa de diversos pecados, o los alimentan, de suerte que saca de ellas poco fruto.


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Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 290-293