Monita Secreta
o Instrucciones Reservadas de la Compañía de Jesús

Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
<<<  >>>

Capítulo VII

Cómo debe entretenerse a las viudas, y disponer de sus bienes.

1.Que se insista incesantemente en que continúen en su devoción y buenas obras, de suerte que no se pase semana sin que reduzcan sus gastos superfluos, en honor de Jesús y de la Virgen, o del santo de su devoción, dándolo a los pobres, o para ornamento de la iglesia, hasta que se las despoje enteramente de las primicias o de las ollas de Egipto.

2. Si además de mostrar afección general, continúan siendo liberales con nuestra Sociedad, déseles parte en todos los méritos de esta con indulgencias del Provincial, y hasta del General, si son damas de elevada categoría.

Si han hecho voto de castidad, hacer que lo renueven dos veces al año, concediéndoles ese día un honesto recreo con los nuestros.

Hay que visitarlas con frecuencia, entreteniéndolas agradablemente, y regocijándolas con historias espirituales y chanzonetas, según la inclinación de cada una. [294]

5. No se las debe tratar con mucho rigor en la confesión, por no aburrirlas, a menos que se tema perder su favor, que otros hayan ganado.

Esto hay que juzgarlo con mucho discernimiento, vista la inconstancia de las mujeres.

6. Impídaseles diestramente que visiten otras iglesias, y que asistan a fiestas religiosas, principalmente a las de los frailes, repitiéndoles con frecuencia, que todas las indulgencias concedidas a otras órdenes están acumuladas en nuestra Sociedad.

7. Si están obligadas a vestir de luto, conviene concederles que se ajusten bien, que tengan buen aspecto, y que sientan a un tiempo algo de espiritual y de mundano, a fin de que no crean que están dirigidas por un hombre enteramente espiritual. En fin, con tal que no haya peligro de inconstancia por su parte, si son siempre fieles y liberales para la Sociedad, que se les conceda, con moderación y sin escándalo, lo que pidan para satisfacer la sensualidad.

8. Hay que llevar a casa de las viudas muchachas honradas, y nacidas de parientes ricos y nobles, para que se vayan acostumbrando a nuestra dirección y manera de vivir, procurándoles una aya escogida por el confesor de la familia, y someterlas a todas las censuras y a todas las costumbres de la Sociedad. Las que no quieran someterse se devolverán a sus parientes o a las personas que las trajeron, presentándolas como extravagantes y de mal carácter.

9. No deberá cuidarse menos su salud y [295] su recreo que la salvación de sus almas; por esto, si se quejan de sufrir indisposiciones, se les prohibirán los ayunos, los cilicios las disciplinas corporales, y hasta el ir a la iglesia; pero se las gobernará en la casa con secreto y precaución. Hay que dejarlas entrar en el jardín y en el colegio, a condición de que sea secretamente, permitiéndoles recrearse con los que más les agraden.

10. A fin de que una viuda disponga de sus rentas a favor de la Sociedad, le propondrán la perfección del estado de los santos varones que, habiendo renunciado al mundo, a sus familias y bienes, se han consagrado al servicio de Dios, con gran resignación y gozo, explicándoles con este objeto lo que dice nuestra Constitución, y el examen de la Sociedad, referente a la renuncia de todas las cosas humanas. Muéstreseles el ejemplo de las viudas, que, en poco tiempo, han llegado así a ser santas, y hágaseles esperar que serán canonizadas si perseveran hasta el fin, haciéndoles ver que nuestra influencia con el Papa no les faltará.

11. Es preciso infundir profundamente en su espíritu, que si quieren gozar del más perfecto reposo de su conciencia, deben seguir sin murmurar, sin aburrirse ni sentir repugnancia interior, tanto en las cosas temporales como en las espirituales, la dirección de su confesor, destinado particularmente por Dios para dirigirlas.

12. Hay que instruirlas también oportunamente, en que, si la limosna que hacen a los eclesiásticos, y sobre todo a los religiosos [296] de vida ejemplar, es conveniente, no deben hacerla sin aprobación de su confesor.

13. Los confesores tendrán el mayor cuidado en que esta clase de viudas, sus penitentes, no visiten a otros religiosos bajo ningún pretexto, ni que se familiarizan con ellos. Para impedirlo elogiarán la Sociedad, como más excelente que las otras, más útil en la Iglesia, de más autoridad cerca del Papa y de todos los príncipes, perfectísima en sí misma, porque despide a los que son perjudiciales y poco escrupulosos, y porque en ella no se admite ni espuma ni hez, cosas que tanto abundan entre los frailes, que suelen ser ignorantes, perezosos, glotones y negligentes, en lo referente a su salvación.

14. Los confesores deben proponerles y persuadirlas a que paguen pensiones ordinarias, y tributos todos los años, para ayudar a sostener los colegios y casas de profesos, sobre todo la casa de Roma... y que no olviden los ornamentos de los templos, la cera, el vino, &c., necesarios para decir misa.

15. Si una viuda no da todos sus bienes en vida a la Sociedad, debe buscarse ocasión, sobre todo cuando esté enferma o tenga la vida en peligro, para hacerle presente la pobreza de nuestros colegios, y los muchos que están por fundar, induciéndola con dulzura, pero con fuerza, a hacer estos gastos, sobre los que fundará su gloria eterna.

16. Lo mismo hay que hacer con los príncipes y otros bienhechores. Se les debe persuadir a que hagan fundaciones perpetuas en este mundo, para que Dios les conceda la [297] gloria eterna en el otro. Si algunos malévolos alegan el ejemplo de Jesucristo, que no tuvo donde reposar la cabeza, y quieren que la Compañía de Jesús sea también muy pobre, hay que demostrar a todos, hasta hacerlo penetrar en su espíritu, que la Iglesia de Dios al presente, ha cambiado, llegando a ser una monarquía, que debe sostenerse por la autoridad y gran poder contra sus enemigos, que son poderosos, puesto que ella fue la piedrecilla partida, y es ya la grandísima montaña, predicha por el Profeta.

17. Muéstrese con frecuencia a las que se han dedicado a hacer limosnas y a decorar las iglesias, que la soberana perfección consiste en que, despojándose del amor de las cosas terrestres, entren en posesión de Jesucristo y de sus compañeros.

18. Como hay menos que esperar de las viudas que educan sus hijos para el mundo, procurar que los dediquen a la Iglesia.


filosofia.org Proyecto Filosofía en español
filosofia.org

© 2000 España
Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 293-297