Eloy Bullón Fernández (1879-1957)
El alma de los brutos ante los filósofos españoles (1897)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2001
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Capítulo VII

El siglo XIX

Sumario. Jaime Balmes. – El hombre superior hasta en el orden sensible al animal. – En el animal hay algo incorporeo, pero no es espiritual. – La suerte de las almas. – Soluciones posibles. – El P. Cuevas. – Los brutos no son meros autómatas ni están dotados de razón. – Doctrinas de los PP. Mendive, Urraburu y González.

Esta doctrina de Villalpando y Eximeno fue también la enseñada a principios del presente siglo por casi todos nuestros escritores y muy principalmente por el incomparable filósofo de Vich D. Jaime Balmes.

Este insigne publicista rechaza por absurda y opuesta al sentido común la teoría de Gómez Pereira, y lejos de suscribir la doctrina de los que conceden [102] inteligencia a los brutos, asegura que éstos son muy inferiores al hombre, aun en el orden puramente sensitivo {41}. Ahora bien: según el filósofo de Vich, la materia no puede sentir; y como los brutos sienten, forzosamente hemos de admitir en ellos un principio inmaterial. De que este principio sea inmaterial no se sigue en opinion de Balmes que sea espiritual, porque lo inmaterial dice tan sólo negación de materia y no una sustancia inteligente y libre como es el espíritu. Sin embargo, aun cuando la naturaleza íntima de este principio vital nos es desconocida, podemos afirmar que es algo superior al orden corpóreo, algo medio entre la materia y el espíritu, una fuerza, en fin, de las muchas que vivifican la naturaleza.

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El ingenio agudo y penetrante del filósofo catalán no se podía contentar con estas investigaciones, antes va más allá [103] y pregunta: ¿Cuál es la suerte que espera a esas almas, después de destruida la organización que animaban, puesto que son simples y no pueden perecer por corrupción? ¿Qué se hace de ellas después de esta vida? Esta pregunta la habían hecho ya otros filósofos, pero ninguno había podido resolverla satisfactoriamente. El humano saber tiene sus límites, y es en vano que el hombre, por sabio que sea, intente traspasarlos; el hombre en esa situación es semejante al Tántalo de la Mitología, que quiere acercar el agua a los labios, pero no puede.

Balmes dio aquí dos soluciones: «Si hay una sustancia, dice {42}, destinada a un objeto, cesando éste, ¿no podría aniquilarse? No veo que esto repugne a la bondad ni a la sabiduría de Dios. No sería, por tanto, contrario a la sana filosofía afirmar que las almas de los brutos se auiquilan». «Pero supongamos, añade, que no se quiere recurrir al aniquilamiento: ¿hay algún inconveniente en que continúen [104] existiendo? Si le hay, no le alcanzo. ¿Para qué servirían? No lo sé, pero es lícito conjeturar que, absorbidas de nuevo en el piélago de la naturaleza, no serían inútiles. ¿Quién nos ha dicho que la fuerza vital que reside en el bruto no ha de tener ningún objeto en destruyéndose la organización que anirnaba?... ¿Quién nos ha dicho que en los arcanos de la naturaleza no obran las fuerzas vitales en sentidos muy diferentes, muy varios, y que los efectos de su actividad no se presentan en maneras muy diferentes, según las circunstancias en que se encuentran, todo con arreglo al plan establecido por la sabiduría infinita?»

Hasta aquí son palabras de Balmes, que, demuestran bien a las claras la elevación y profundidad de pensamiento que cabía en su alma, ávida de saber, atrevida en sus opiniones, y harto desconfiada de la autoridad de ningún filósofo, por grande que fuera. Ciertamente que su teoría en este punto no pasa de meras conjeturas, pero conjeturas dignas de su claro talento; y es sin duda alguna más grande el [105] filósofo de Vich cuando, con la vacilación y desconfianza propias del sabio que conoce su pequeñez, transcribe las líneas que anteceden, que los Gómez Pereira y Vallés cuando con rotundas afirmaciones exponen teorías bastante menos plausibles.

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Al parecer, Jaime Balmes conceptúa posible la metempsícosis respecto de las almas de los brutos; pero hay una distancia inmensa entre esta metempsícosis, tal como Balmes la considera, y aquella grosera trasmigración que admitían los pitagóricos y maniqueos. Como la doctrina del filósofo catalán podía parecer algo atrevida, Balmes escribió al final del segundo tomo de la Filosofía fundamental una erudita nota en la que prueba, aduciondo testimonios, que el Doctor Angélico Santo Tórnás de Aquino, había ya enseñado que el alma de los animales era no sólo incorpórea o inmaterial, sino también absolutamente indivisible e [106] inextensa, de suerte que la división no podía convenirle ni per se ni per accidens.

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Después de los esfuerzos de gigante y de las obras inmortales del famoso pensador de Vich, la filosofía esencialmente cristiana adquirió en nuestro suelo gran desarrollo, encontrando en el docto Arboli, García Luna, Francisco Cárdenas, Donoso Cortés, Martín Mateos y otros muchos, excelentes expositores, en las diversas ramas que comprende.

Por lo que hace al asunto que motiva estas líneas, merece especial y honorífica mención el sabio jesuita José Fernández Cuevas, benemérito de la ciencia patria, por haber sido el primero que, no contento con exponer en el transcurso de sus Rudimentos de Filosofía, las doctrinas más originales de nuestros filósofos, añadió al fin de su Historia de la Filosofía un breve pero precioso compendio de nuestra gloriosa e ignorada historia filosófica. [107]

El P. Cuevas refiere en su Cosmología {43} las diversas opiniones que acerca de los brutos se han enseñado, exponiendo, sobre todo, muy detalladamente el sistema de Gómez Pereira, cuya Antoniana Margarita tenía muy leída. Demuestra después en diferentes proposiciones que los brutos no son meros autómatas, ni tampoco seres dotados de razón, y termina, probando que los animales están dotados de sensibilidad y que obran a impulsos del instinto, es decir, de una inclinación natural y espontánea que les determina a realizar sus actos. Respecto de la naturaleza y destino de sus almas, el P. Fernández Cuevas sigue a la letra la opinión de Balmes, filósofo a quien [108] estimaba tanto, que con frecuencia trascribe sus palabras y rara vez se aparta de sus doctrinas.

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A los Rudimentos del citado padre Cuevas han seguido en España otros libros de Filosofía, latinos casi todos y no menos dignos de estudio. Tales son, entre otros, las obras del insigne cardenal Zeferino González, de Orti y Lara, del P. Mendive, de Sucona y Vallés, Azcárate, González Serrano, Giner de los Ríos, Ginebra, P. María, y últimamente las lnstitutiones philosophicae del ilustre jesuita Juan José Urraburu, verdadero monumento erigido en el siglo XIX a la ciencia de Aristóteles y Platón. Estos escritores sostienen, en su mayor parte, la teoría escolástica.

Así, tanto el P. Mendive como el padre Urraburu y el cardenal Zeferino González defienden que los brutos tienen sensibilidad y carecen de razón y que su alma es una forma sustancial de orden [109] superior al corpóreo, pero divisible y perecedera.

El docto P. Urraburu trata extensamente cuanto a los brutos se refiere en el primer tomo de la Psicología, haciendo en él una brillante refutación del darwinismo y transformismo en todas sus fases y formas. Esta parte de la Psicología ha sido recientemente traducida al castellano por otro padre de la Compañía de Jesús, y es un magnífico tratado, lleno de erudición y abundoso en profundas reflexiones que agotan la materia.


{41} Filosofía elemental.Psicología.

{42} Filosofía fundamental, lib. II, cap. II.

{43} Philosophiae rudimenta ad usum academicae juventutis opera et studio P. Joseph Fernández Cuevas. S. I. praesbiteri. Matriti. Apud Eusebium Aguado. MDICLVI.-Esta obra del P. Cuevas pareció algún tanto aventurada en varias de sus proposiciones y el Dr. D Juan Trinch publicó en Santiago (1860 una Impugnación contra ella, calificando de erroneas y casi heréticas algunas de sus doctrinas. Sin embargo, las razones del Dr. Trinch carecen de fundamento, siendo la prueba más clara de ello que el libro del P. Cuevas ha servido, y aún creo que sirve, de texto en varios Seminanos conciliares.


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Eloy Bullón Fernández | El alma de los brutos
Madrid 1897, páginas 101-109