Filosofía en español 
Filosofía en español


XV

La Gloriosa.– El 29 de Septiembre.– Primera Junta revolucionaria.– Asalto del Parque.– Segunda Junta revolucionaria.– Los decretos.– En Palacio.– La reina pasa la frontera.– En Pau.

Mientras que el estado de Madrid y las perplejidades del Consejo de generales alarmaban a los vecinos de la ex corte, Moreno Benítez había hecho repartir profusamente un impreso titulado Suplemento al Boletín de la Revolución, donde se daba cuenta de lo ocurrido en Alcolea y se proclamaba el triunfo del movimiento; se supo que el general Concha se disponía a salir para San Sebastián, a las once de la mañana –esto pasaba el 29 de Septiembre– y que había dirigido un telegrama a los capitanes generales, que decía poco más o menos:

«V. E. podrá obrar como lo crea conveniente, atendiendo al estado general de la Nación y al particular de esos distritos.»

Estas noticias determinaron que precisamente en casa de D. Juan Moreno Benítez se formara la primera Junta revolucionaria con D. José Olózaga, D. Nicolás María Rivero, D. Laureano Figuerola, D. Ignacio Rojo Arias, D. Francisco Romero Robledo, D. Estanislao Figueras, D. Mauricio López Roberts, D. Juan Álvarez de Lorenzana, García López, y no recuerdo si algún otro. Cuando principiaba a conocerse el nombramiento de esta Junta, apareció en la Gaceta Oficial la alocución de D. Manuel de la Concha, capitán general de Castilla la Nueva, en la que traspiraba la seguridad de la victoria revolucionaria; se supo que el mismo D. Manuel de la Concha había puesto un telegrama a San Sebastián, que decía entre otras cosas: «Que sabiendo que S. M. aguardaba el resultado de la batalla del 28 para salir de España, y como este resultado no había sido favorable a su causa, prestaría un gran servicio a la cosa pública avisando, por telegrama cifrado, el momento en que S. M. hubiera realizado su viaje»; corrió de boca en boca la noticia de que en casa del general Ros de Olano se habían reunido Jovellar, Sanz, Mackenna, Iriarte, Serrano del Castillo, Pieltaín, Soria Santacruz, Ballesteros y otros generales que simpatizaban con el movimiento; y con celeridad vertiginosa se conoció el nombramiento de Ros de Olano para la capitanía general de Madrid, para cuyo cargo le indicó el mismo D. Manuel de la Concha.

A las once de la mañana del día 29 estalló en Madrid el movimiento revolucionario; las calles aparecieron cuajadas de gente; grupos, algunos con banderas negras y encarnadas –que por cierto en los primeros momentos sembraron el terror– daban mueras a los Borbones y vivas a la libertad, a Serrano, a Prim y a Topete; se ordenó que las tropas permanecieran encerradas en los cuarteles; el pueblo entró en el Ministerio de la Gobernación, que entonces se llamaba el Principal, y se asomó a los balcones tremolando banderas; la guardia entregó las armas; todos pidieron fusiles; un grupo de paisanos dio libertad a los presos políticos que había en San Francisco, entre los que estaba D. Amable Escalante, y unos cuantos se acercaron a éste y, ciñéndole un fajín, le proclamaron general «en nombre del pueblo soberano».

Patriotas y no patriotas colgaron sus casas sin que nadie lo mandara, se derribaron las coronas reales de los sitios públicos; se acribilló a balazos el letrero que decía: «calle de los Reyes;» Pucheta y Caramés dirigieron dos grupos que prestaron utilísimo servicio a la conservación del orden, puesto que, colocado uno en la Casa Consistorial y otro en el Gobierno civil, impidieron que los invadiesen las turbas; D. Telesforo Montejo y Robledo tuvo un rasgo de ingenio; a los que acudieron al Ayuntamiento y se preparaban a algo gordo, al verse rechazados por las fuerzas que mandaban Pucheta y Caramés, les habló desde el balcón del Ayuntamiento, dirigiéndoles palabras patrióticas y arrojoles un retrato de la ex reina –esta frase estaba muy de moda– «para que se cebaran en aquel lienzo;» y con efecto, se fueron a quemarlo a la plaza de la Armería. El mismo Amable Escalante creó otra Junta revolucionaria con sus amigos, de la que se hizo presidente, estableciéndose en el Principal; D. Pascual Madoz fue nombrado gobernador de Madrid; Ros de Olano, que era capitán general, recorrió a pie las calles dando vivas al pueblo y a la Revolución y haciendo esfuerzos poderosos para conservar la disciplina del ejército y evitar atropellos; D. José de la Concha, que no pudo llegar a tomar el tren, porque no encontró en la estación quien le obedeciera, se retiró con Bérriz a una casa del barrio de Arguelles; a las dos de la tarde aparecieron muchos pasquines en las esquinas, que decían: «Pueblo: acude por armas al Parque, cuyas puertas están abiertas.» Miles de personas se dirigieron al citado Parque, penetraron en él, se apoderaron de las armas, y como no cabían en el edificio todos los que aspiraban a entrar, los que ya estaban dentro, desde los balcones, arrojaban fusiles a la calle, algunos con la bayoneta puesta, lo que ocasionó muchos heridos; y el espectáculo subió de punto y tomó un carácter trágico cuando, a consecuencia de haberse inflamado una caja de pólvora, hubo una explosión, de la que resultaron muchos y graves heridos, ascendiendo el número a 190; hubo por la noche otra explosión en el Parque, y desde que el pueblo se apoderó de las armas, el movimiento tomó un carácter muy distinto: hombres, chicos y aun mujeres iban por la calle con fusiles de aguja, cuyo manejo desconocían; por todas partes resonaban tiros, que se disparaban sin intención o por descuido, pero que causaban muchas desgracias; el mismo 29 por la tarde fue invadido el Palacio Real, donde no se cometió exceso de ninguna especie, en términos que los que penetraron en el real Alcázar y pudieron llevarse lo que hubieran querido, tuvieron aquella noche que pedir un jornal de seis reales en calidad de patriotas, porque no tenían qué comer. Moreno Benítez logró disolver la Junta que había formado Escalante, que ingresó en la otra Junta revolucionaria que presidía D. Nicolás María Rivero y el mismo D. Amable, y de la que entraron a formar parte, además de las personas citadas más arriba, Ríos Portilla, Carrascón, Vega Armijo, Azara, Sorní, Paredes, Chao, Pallarés, Fernández de las Cuevas, Ortiz de Pinedo, Moreno, Labrador, Morayta, Muñiz, Ramos Calderón, Carratalá, Navarro Rodrigo, Orense y algún otro.

El primer decreto de esta Junta fue crear la Milicia nacional y mandar dos Comisiones con objeto de hacer venir cuanto antes a Madrid a Prim y a Serrano, Comisiones que por cierto salieron en trenes especiales engalanados con coronas de laurel y banderas nacionales y un gran cartelón en la máquina que decía: «¡Abajo los Borbones!… ¡Viva la libertad!» Estas Comisiones las formaban Moreno Benítez, Bernardo García, Ricardo Muñoz, un yerno de Madoz –la yernocracia es tan antigua como la política,– Vega Armijo, Abascal y Figueras.

El día 30, ya las fuerzas ciudadanas tomaron el nombre de «voluntarios de la libertad»; la Junta se dividió en secciones que llamaba «de recepción», «de gobernación», «de hacienda» y «de armamento y defensa», y empezó a legislar publicando un decreto con fecha 29, disponiendo que al día siguiente empezaran los trabajos para colocar en la plaza del Progreso la estatua de Mendizábal.

También hizo algo más: depuso del cargo de rector de la Universidad al marqués de Zafra; mandó que volvieran a sus cátedras Sanz del Río, Castelar, García Blanco, Castro, Salmerón, Valle y Giner de los Ríos; nombró una Comisión que fue a Palacio y que hizo un inventario de los bienes que allí se encerraban; Sorní, Madoz, Ortiz de Pinedo y Labrador constituyeron esta Comisión, y es cosa digna de hacerse notar que, a pesar de haber estado el Palacio veinticuatro horas en poder de lo que algunos llamaban el populacho, no faltó nada; se sellaron las habitaciones y nadie volvió a pensar en el Real Alcázar.

Los días 29 y 30 de Septiembre, Madrid presenció escenas muy desagradables; pero hay que hacer la justicia de decir que en otro país, un pueblo completamente entregado a sí mismo, dueño del poder y de todo lo que le rodeaba, se hubiera lanzado a excesos que, afortunadamente, no han encajado ni encajan en el honrado pueblo madrileño.

No se logró lo que quería el marqués de la Habana, cuando el 27 de Septiembre telegrafiaba al general Novaliches, diciéndole: «La situación de la costa del Mediterráneo es tal, que se hace necesario que mañana obtenga V. E. una victoria.» La Revolución triunfó; los Borbones fueron destronados; la familia real salió de España acompañada del marqués de Roncali, Marfori, otras personas y una escolta del cuerpo de ingenieros que se volvió desde la frontera; Calonge, en Santander, riñó combates por la reina; Gasset, capitán general de Valencia, tuvo que marcharse; el conde de Cheste también se vio obligado a abandonar Barcelona; los últimos ministros de la reina Isabel entraron en Bayona con lo puesto, alguno con sombrero de copa, y en el Chateau de Enrique IV, en Pau, tuvo alojamiento Isabel II, que en aquellos días sólo recibió la visita del general Gasset, el Barón de Cortes, Valero y Soto, que había sido hasta el 1.º de Octubre Ministro de España en Portugal, y que desde Lisboa fue al Havre y del Havre a Pau, y no recuerdo si alguna otra persona, porque no estaban los tiempos para alardes de monarquismo.

También yo fui con mi amo, y como desde Pau marchamos a París, como de lo que allí pasó, desde el 68 hasta el 74, no tengo noticia de que se haya escrito nada, en la próxima crónica he de contar algo, por lo menos curioso, de los trabajos llevados a cabo, primero en el hotel del Pavillon de Rohan y más tarde en el palacio de Castilla.


(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 175-183.)