Filosofía en español 
Filosofía en español

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Que única la ciencia en el orden intelectual universal y múltiple en el intelectual humano, tiende siempre a la perfección moral y material del hombre

Discurso leído en la Universidad Literaria de Santiago en la solemne inauguración del curso académico de 1875 a 1876, por el Dr. D. Ángel Botana Barbeito, catedrático numerario de obstetricia, enfermedades de la mujer y del niño y sus clínicas.

Impreso de orden de la Universidad
Establecimiento tipográfico de Manuel Mirás y Álvarez
Plazuela de Fuente-Seca, 1 (junto a la Universidad)
Santiago 1875

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Excmo. Sr.

Anunciar el acto en que al público van a abrirse las puertas de la Universidad Compostelana; elevar dignamente mi humilde voz, en este santuario de las luces, al inaugurarse el estudio de los distintos ramos del saber, de modo que los congregados por el deseo de aprenderlos lleguen a gustar el néctar suavísimo de aquella sabiduría que el Omnipotente ha permitido alcanzara, para su felicidad, la más querida de las criaturas en lo visible, es empresa tan superior a mi pequeñez, que gustoso hubiera renunciado a ella, si en vez de propia no fuera ajena la voluntad.

Llamado del retiro al que me llevó la reciente y dolorosísima pérdida de mis buenos padres y ajeno a las tumultuosas sugestiones de la ambición tuve que doblegarme acatando un mandato, por cuyo cumplimiento me veis, en esta solemnidad académica, ocupando un puesto para el que no me reconozco merecedor; que soy el último de vosotros, insignes varones a quiénes la ardua tarea de enseñar está encomendada.

Así contad con que habré de esforzarme por llevar a cumplida cima mi propósito; que mío es ya desde el momento de haberlo aceptado, auxiliando eficazmente a ello el convencimiento que tengo de la ilustrada tolerancia que distingue a este culto auditorio; y por más que sé he de hallar en él la benévola indulgencia, que para mi trabajo demando, no esperéis sea yo quien solicite vuestra atención, porque pedirla a tan escogida concurrencia, equivaldría a suponer faltos de las conveniencias sociales a quiénes conocidamente le dan el tono, y fuera creer capaces de desairarse a sí propios los que saben que no voy a erigirme en maestro ante maestros que gozan de tan merecida y bien sentada fama, sino a hacerme intérprete de este cuerpo docente, demostrando: Que única la ciencia en el orden intelectual universal y múltiple en el intelectual humano, tiende siempre a la perfección moral y material del hombre.

Que el principio de nuestros conocimientos sea considerado como una verdad única de la que las demás se deriven, o como una verdad cuya suposición sea necesaria para adquirir las otras, es evidente que, en el orden de los seres hay uno autor de todos, que es una verdad, la plenitud de verdad, porque Él es el ser por esencia, la plenitud del ser, y de ahí que en el concepto intelectual universal, haya una verdad de la que las demás proceden y cuya unidad de origen para todas las verdades, no solo está en los seres considerados en sí mismos y en sus relaciones, sino en el encadenamiento de las ideas por las que se representan. Más en el orden intelectual humano, es decir en cuanto nos es permitido funcionar con nuestro limitado entendimiento, no llegamos a poseer una verdad de la cual dimanen todas. ¡Vanos son los esfuerzos de profundos pensadores para hallarla!

La imposibilidad es tanta como el que haya una sensación origen de la certeza de las demás; pero aun concedida la hipótesis, las verdades necesarias, que son la base de la ciencia trascendental, no podrían proceder de aquella, porque las sensaciones constituyen hechos contingentes, que, en el orden intelectual, tienen una limitación precisa. Veamos, si no, por qué mecanismo la ciencia única en su origen y múltiple en las aplicaciones desenvuelve los variados y hasta al parecer contrarios principios que encierra, para que cultivándola la humanidad alcance su perfeccionamiento moral y material.

Siendo atributo de la divinidad, la que también impuso a la naturaleza como ley, obrar con el menor esfuerzo el mayor número de hechos posibles: Dios que como principio es único, puesto que la idea de dos envuelve una imperfección en sí misma; Él que es universal y fecundo en sus efectos, porque si estos fueran limitables dejara de ser el principio de todos ellos; Dios que es el ser por excelencia perfecto, es como principio único, e infinito en los efectos al modo que lo son su doctrina y su ley, que para el cristianismo es de amor, como para la naturaleza es de atracción. Él al sacar del caos la universal armonía de todos los seres que se ofrecen a la investigación científica dotados de propiedades tan grandes y potentes como vitales y fecundantes, permitió que el sistema del universo ya en el orden intelectual y psicológico, ya en el material y físico se sostenga y perpetúe en lo universal como en lo particular, en las masas como en los átomos, en las especies como en los individuos, y en el espíritu como en la materia por esa fuerza a ellos inherente que necesaria y recíprocamente los dirige a buscarse, aproximarse y hasta a unirse.

Ahora bien, la confianza que el hombre cifra en la suma perfección de la divinidad que adora no solo ensancha y fortalece la amplitud y temple de su espíritu, sino que, inspirándose en aquella fuente inagotable de gracia y de sabiduría, crece con la fe su esperanza, como se dilata con la ciencia su entendimiento. Es así como éste cultivando las verdaderas nociones de lo infinito llega a poseer la que le es dable de las causas, y únicamente así es como el ser finito por su origen induce los fenómenos y leyes de la naturaleza dando a todos los actos del entendimiento la forma de los hechos naturales. Con lo que los principios del razonamiento y del arte no vienen a ser otra cosa que meros derivados de la infinita inteligencia. ¡Ley psicológica admirable de unidad que revela el origen divino del espíritu humano!

En donde este sacrosanto vínculo se ostenta incesantemente activo es en el sentido interno, en el sentido moral; que sin más que hallarse libre el alma del personal y egoísta interés, no solo basta para darle nociones de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, como de lo bello y de lo deforme, sino que llamándole, por oculto talismán, a la reminiscencia de todas sus acciones, esté en apartada soledad o en bullicioso paraje le evoca tanto los torturadores remordimientos de sus crímenes como los dulces y embriagadores transportes de sus buenas obras. ¡Desventura y felicidad habidas sobre la tierra en donde no hallamos dolor ni placer con quiénes compararlas!

El hombre, pues, por principios de razón y de conciencia tiene que ser religioso y moral. Cifrando la verdadera gloria en horizontes a donde no alcanzan los goces de la materia, llega con su ilustrada inteligencia a gustar de aquellas verdades que, como el manjar científico más exquisito, satisfacen su avivado deseo de saber y a la vez estimulan al entendimiento para inquirir otras nuevas.

Si descendemos a fijarnos ya en los fenómenos y leyes físico-químicas peculiares de la materia, tenemos que la atracción esa poderosa fuerza merced a la que giran en torno del inmenso disco de calor y de luz como centro, los variados globos que en el sistema planetario admiramos, cual la por cuya virtud aparecen fijos y movibles esos innumerables luminares que embellecen las serenas noches de nuestro planeta, y la atracción que une íntimamente a las microscópicas moléculas hasta llegar por ella a constituir el número prodigioso de cuerpos que pueblan el universo, y que en estados y formas siempre determinadas se nos presentan, es fuerza única también; es la que como la anterior parece que por amor se ejerce en la tendencia recíproca de las masas a inconmensurables distancias, y por contacto en las moleculares.

Finalmente, las múltiples cuanto misteriosas generaciones de los seres organizados que cumplen la ley de sucesión en la especie al faltar el individuo; así como en éste la íntima y necesaria unión entre los agentes inmateriales y los elementos constitutivos de su organización, evidenciando están lo unísono de aquel supremo mandato.

Tal es el sistema que podemos llamar divino, porque establecido por el mismo Dios como regulador de los actos del hombre y de toda la naturaleza, dijo a aquel por boca de su Mesías “Amad” cual a ésta “que por la atracción existiera;” y he aquí el origen que tienen para la humanidad los salutíferos, preceptos de amor que debe cumplir. Más estos fueran inapreciables si convenientemente ilustrado el entendimiento no se dirigiera a conocer, en cuánto le es dable, los atributos de aquellos seres que forman los términos de todas nuestras relaciones, afectivas e intelectuales: sirviendo también para que, vigorizándose el espíritu con el hábito de obrar el bien, la razón adquiera las condiciones de criterio no falaz en la investigación de la verdad científica; y ved ahí de qué modo los bellos conceptos de religión moral y ciencia tienen, en sus fines, un término común venturoso, que satisface todas nuestras aspiraciones: la suma perfección moral y material, que es ley entre Dios y el hombre. Veréis igualmente, después de hecho un breve análisis del mecanismo por el que las ramas de la ciencia precisan ser cultivadas, como aparecen progresando todas en estrecha e íntima conexión, las psicológicas y morales cual las físicas y naturales, y que, prestándose auxilio recíproco, filosóficamente reclaman sean reducidas a sistema las verdades que encierran. ¡Admirable destello de aquel elevado origen que descubriremos en el campo de la política, de la teología, de la medicina, del derecho, de la física, de la química, de la historia natural, de todas las letras y artes, en fin, a que el hombre se dedica! Así aprovecho esta ocasión para encarecer la más acrisolada y paternal solicitud en bien de la enseñanza, que estando a nuestros desvelos confiada, no puede, sin la oficial protección, llegar a constituir el frondoso árbol de la ciencia, a cuya sombra la humanidad obtenga el término posible en sus verdaderos progresos.

Comenzando el examen, que a grandes rasgos me propongo llevar a cabo, por la vida del estado; de esa colectividad unida por el sentimiento de asociación impreso en el hombre con el de la autoridad, veremos que aquel en donde la ciencia es menospreciada ni consigue su florecimiento ni pierde ciertos caracteres de abyección.

Como el objeto de la sana política, de la ciencia en que precisa basarse el arte de gobernar, y cuyas instituciones deben ser el sólido cimiento para el edificio social, exige en primer término la constitución del estado y luego su conservación y cultura, es necesario que como legítimo gobernante el poder constituido se proponga civilizarle, asentando el orden sobre aquellos fundamentales principios, que siendo por su origen y rectos fines justos e imperecederos, llegan a hacerse venerandos. Arreglar los negocios públicos conforme a las necesidades de los gobernados, velar por la observancia y cumplimiento de las leyes que dictadas por el criterio de la equidad tienen el carácter de buenas; atender al servicio tanto de las grandes como de las pequeñas poblaciones con aquellas disposiciones que mejor armonicen las condiciones de los asociados con su unidad política; cuidar, en una palabra, porque el estado llegue a tal prosperidad, que grande en sí mismo sea de los demás respetado y aun temido, es proporcionarle su bienestar.

Un pueblo bárbaro por vigoroso que parezca ni hubo de ser feliz ni largo tiempo considerado. La ferocidad consecuencia necesaria de aquella condición crea unos hábitos y mantiene otros que son incompatibles con la felicidad; y si no comparándole con los cultos, ved como aquel presa de continuas y apenas interrumpidas disensiones no sabe terminarlas más que por el criterio de sus brutales instintos o el de sus terribles y sanguinarias venganzas y como unas veces excitado por la insaciable codicia se entrega al pillaje, y otras adormecido por la muelle y voluptuosa holganza permanece frío espectador de la cultura de sus vecinos. En uno y otro caso sujetos casi siempre al yugo opresor de un tirano, terminan su existencia sin haber apenas disfrutado del concierto con las demás naciones, ya fraccionándose su heterogénea colectivilidad en otras tantas autonomías, que naciendo raquíticas no llegan a la virilidad, ya siendo absorbidos y sojuzgados por hábiles conquistadores.

Cuadro es este que en sus tintas guarda perfecta armonía con el que forman el hombre salvaje y el habitante de civilizadas comarcas. Aquel indiferente a la honra, duro en las formas e incontrastable a todo vaivén permanece inmoble en la yerta mentecatez que le distingue, mientras que el otro ávido por la gloria y la opulencia o meramente estimulado por frívolo y pueril deseo se hace infatigable por alcanzarlos.

De ahí que en la ardua tarea de civilizar a un pueblo es forzoso impulsar la vida activa del hombre y favorecer cuantas vías a su primera instrucción convengan, según las edades y condiciones respectivas; que ninguna de ellas hay, no estando enfermo el entendimiento, refractaría al cultivo de las letras, de las ciencias o de las artes. Hay superior a las demás, una que no debe desperdiciarse, la de la infancia, en la que, apenas desprendidos del materno seno y cuando al pisar aun con insegura planta balbuceamos los primeros sonidos, tanto es el encanto que hallamos en los acentos y caricias paternales que, si con ellas recibimos las nociones de la bondad, de la virtud y de la justicia, labran en el alma un bello timbre que más tarde llegará a constituir el fructífero germen de nuestra felicidad.

Poner al alcance de todos los individuos o al menos del mayor número cuantos establecimientos, desde las primarias hasta las especiales escuelas y desde los Institutos hasta las Universidades, son necesarios para que la enseñanza teórica y práctica, dada con el mejor personal y material, llegue a formar una juventud ilustrada, es atender a una de las más apremiantes necesidades sociales; máxime si en la administración de ramo tan importante presiden, como ya debe suponerse, aquellas disposiciones gubernativas en cuyo cumplimiento se conciertan la justicia y el orden con los mayores progresos.

Necesario es también crear y sostener en el estado los hábitos de piedad, de urbanidad y de cultura que tanto enaltecen a su verdadera civilización. Conviene para ello dar vigorosa vida a cuantos benéficos establecimientos sugiere la caridad cristiana; proteger, honrando debidamente a sus ministros y dando esplendor y pompa al culto y a sus ceremonias, la verdadera religión del estado, que es de todos el más preciado vínculo para fortificar los lazos de unidad en los que la profesan; reprimir los abusos en las públicas costumbres castigando con mano fuerte la licencia y la crápula; hacer, por fin, que la moralidad y la decencia presidan siempre en los espectáculos, diversiones y fiestas populares; y si de estas hubiese alguna patriótica conmemorativa, se ha de procurar no decaiga nunca ese culto que se la tributa, porque con él se acrisolan los levantados sentimientos de su independencia, quizá algún día lavada en torrentes de sangre heroica y generosa.

Así es como se introduce, arraiga y conserva la verdadera y sólida civilización, que es la única que puede dar por la ciencia y como su más sazonado fruto aquella perfecta armonía entre las funciones de los diversos poderes públicos y el buen uso en los derechos de los gobernados y por la cual llegan a disfrutar las naciones los venturosos días de paz y de prosperidad que se registran en sus anales.

Por eso, hablando de la cosa pública, decía ya Cicerón “Nada enseñan los filósofos conforme con la justicia y con la probidad que no hubiesen puesto en práctica y confirmado en sus costumbres los que prescriben los derechos de la República” y aun añade: “¿De dónde viene la piedad? ¿De quienes la religión? ¿De dónde el derecho de gentes y la legislación misma que se llama derecho civil? ¿De dónde provienen la justicia, la fe y la equidad? ¿De dónde nacen el sentimiento del pudor, la continencia, el horror a la infamia, la ambición de la gloria y de la estimación? ¿De dónde la fortaleza en los trabajos y en los peligros? De aquellos que después de haberse inoculado con la educación tan benéficos principios, los han robustecido con el ejemplo y los consagraron en las leyes que han dictado.” ¡Legítima aspiración por la que claman tantos y tantos pueblos como vemos agitarse unas veces en simples conmociones y otras en titánicas lides, que siempre destructoras ya detienen el progresivo curso de su prosperidad, ya aniquilan ésta!

De igual modo que la filosofía ha servido y eficazmente contribuye al progreso de las ciencias morales y políticas, así es poderoso auxiliar en las de la fe, porque inquiriendo, discutiendo y ordenando de un modo científico sus dogmas, especialmente sistematizando por medio de la Teología las doctrinas de la revelación y de la tradición, da a esta rama del saber su organismo científico y pone en perfecta concordancia las grandes verdades bíblicas con las psicológicas y las físico-naturales; hasta tal punto que hace inútiles los valladares que entre aquella y éstas se habían levantado en pasadas épocas. Sin embargo como aún hay algunos mal avenidos con ese dulce consorcio, que creen es precisamente en el campo de la filosofía en el que pueden aguzar sus dardos contra nuestro dogma, justificada se halla la necesidad de que la educación académica esté basada en la sana filosofía, y el que a nuestras Universidades volviera la enseñanza de aquella facultad suprimida; que es para la juventud estudiosa lid científica siempre grata la que tiene amistosa cuando se le ofrece comunicación fácil y recíproca en esta edad de los afectos.

Al hablaros ahora de las ciencias médicas seré tan lacónico como lo exige el cariño singular que les profeso. Ellas como creación expresa del Altísimo, hijas de la sabiduría, amigas de la humanidad, ayudadoras de su naturaleza y conservadoras de su salud, simbolizan en las ciencias la investigación de los fenómenos y leyes de la vida en sus múltiples y misteriosas manifestaciones y en las artes el amor moral más acendrado. Como en su vastísimo concepto científico abarcan por una parte las ciencias morales y psicológicas y por otra las naturales, físicas y químicas, ved cuan necesario es que en su cultivo y enseñanza no se escatimen cuantos medios se precisan; y como para el digno ejercicio de su compleja profesión se requiere que, aquellos a quienes quede encomendada la doliente humanidad, tengan las dotes de suficiencia que tan caros intereses reclaman, ved también la necesidad de que en las enseñanzas clínicas se abran clases para las especialidades de que hoy por desgracia carecemos.

Si en la ciencia de lo justo y de lo injusto es en la que nuestros hábiles jurisconsultos habrán de hallar las nociones indispensables para trazar, conforme a los preceptos de la equidad y recto criterio, las relaciones políticas, civiles, administrativas y penales de los ciudadanos, fuera, en mi sentir, de alta importancia y de suma trascendencia que al estudio de tan variadas instituciones acompañara el de aquellas nociones antropológicas que nos hacen comprender, hasta qué punto los actos del hombre son hijos de su libertad, o de estados morbosos en que pierde este atributo de su racionalidad: así como, previo el concepto de los vínculos de la familia, en la que simbolizan el hombre el poder, la mujer el afecto y el hijo su tierno lazo, se aprecian debidamente cuántas circunstancias son necesarias para que los sociales sean prósperos y duraderos; que si son bien conocidos los móviles del corazón humano por el legislador cuando posee la ciencia del derecho, las disposiciones que formule habrán necesariamente de ser previsoras y justas en sus prácticas aplicaciones. En donde sube de punto la utilidad de aquel eficaz auxiliar, es tratándose de las cuestiones del sistema penitenciario, cuya resolución, cuando es dictada solamente por el criterio del derecho, no puede prometerse, como uno de los más grandes fines, el que sean devueltos a la sociedad, en vez de miembros gangrenados por los crímenes, los regenerados y reconstituidos en los que pudiéramos llamar filantrópicos asilos, toda vez que en ellos podrían los malvados trocarse en hombres idóneos para sus elevados fines.

Creer que las ciencias valen poco y hasta pueden perjudicar para la guerra, porque débiles y meticulosas huyen del marcial estrépito; siendo por esto conveniente posponer sus enseñanzas a los bélicos aprestos, es olvidar que así como aquellas humanas lides, cual otros tantos incendios, se inician muchas veces en la maquiavélica política de algún gabinete que cual chispa incendiaria los provoca, así también se resuelven y terminan más que por las fuerzas materiales, equilibradas con las modernas invenciones, por las intelectuales. Fuera parte de que el arte de la guerra hubiera quedado reducido a un ciego empirismo, cual lo está en los pueblos salvajes, si con el cultivo de las ciencias físico-matemáticas y químicas no llegara a tener enseñanzas facultativas que le son tan necesarias.

Al registrar los numerosos episodios de las antiguas como de las modernas, hallamos que, debido a las letras y a las ciencias, en los períodos de su mayor florecimiento, fue el que llegaran a verse soldados en la categoría de sus héroes y caudillos. Que un Néstor por su sabiduría más que por el valor personal contribuyó a la conquista de Troya, como la elocuencia suplió en Tirteo con ventaja a su cojera; cuáles Pericles, Temístocles y Epaminondas en Grecia y Escipión, Fabricio y Marcelo en Roma, alcanzaron, por lo esclarecido de su ilustración días de gloria. Hoy son muchos y de todos bien conocidos los que en esta como en las demás naciones recogen laureles en los campos de batalla del regazo de Minerva; tanto que interminable fuera la sola tarea de enumerarlos. Baste como una prueba más de la importancia que el cultivo de las letras y de las ciencias tiene en la suerte de las armas, ver que en todos tiempos los vencedores prohíben, bajo severísimas penas, en los vencidos toda suerte de estudios y literaturas nacionales, temiendo que por ellas recobren su humillado prestigio.

Continuando el somero trabajo de inquirir la alianza mutua y el auxilio recíproco que se prestan los diversos ramos del saber, terminaré ya con el de algunos de los que me restan, porque discurrir por todos fuera abusar de vuestra indulgencia; y veréis que así en la teoría como en la práctica de las profesiones que de ellos se derivan, dejan de lograr su aspiración cuantos se dediquen a ejercerlas faltos de las fundamentales luces en que apoyarse y de los objetos necesarios para adquirir la propia experiencia.

Tan cierto es que, así en el terreno especulativo como en el práctico, son las verdades científicas fuentes de incalculables aplicaciones, que a las formuladas por el gran Newton debemos el comprender la forma esferoidal de nuestro planeta; como a la calculada potencia que favorecen las palancas, ruedas y poleas, cuanto de ellas hábilmente utiliza la mecánica; como a las propiedades y leyes del aire y de la luz, del calor y de la electricidad evidenciadas por el físico y el químico en sus gabinetes, corresponden esos instrumentos atrevidos y poderosos unos, delicados y en extremo sutiles otros con los que pueden hacerse ulteriores adelantos ya explorando en la inmensa bóveda celeste, ya en la profundidad de los mares, e ya en el campo del microscopio; lo propio que son debidos a aquellos esos rapidísimos conductores, que del uno al otro continente ora llevan la palabra ora nos trasportan en cómodos vehículos; y por fin como a la luz de la ciencia de las cantidades determinadas e indeterminadas y la de los espacios y ecuaciones surgen los conocimientos necesarios para que desde la agricultura hasta las manufacturas de efímera moda tengan las bellas artes y las industrias fabriles todos los conocimientos que le son necesarios para que sus productos rivalicen en perfección. He aquí indicado algo de lo mucho que debemos a las ciencias físico matemáticas.

La química descubriendo por el análisis la íntima naturaleza de la materia y las relaciones de sus formas simples entre sí y con el calórico, constituye una de las ramas auxiliares más eficaces en el cultivo de las ciencias de los hechos en general y de las médicas en particular; así como componiendo por la síntesis productos que rivalizan con los de la naturaleza suministra a multitud de industrias esas materias sin las que muchas ni nacido hubieran.

El conocimiento de las propiedades, hábitos y funciones de los seres organizados, lo propio que el de las peculiares a los inorgánicos, que proporcionan las ciencias naturales sirve para que el hombre tenga abundante abastecimiento de sustancias alimenticias y de primeras materias con las que, y a medio de toscas o de delicadas industrias, subviene a las necesidades de la vida; y hasta la observación atenta de ciertas funciones locomotrices en muchos seres de la escala zoológica fue inspiración primera para las construcciones navales y aerostáticas.

Ved de qué modo tantas industrias y profesiones como las que se derivan de los ramos del saber que hemos examinado, para ser ejercidas dignamente por el hombre en cumplimiento de la ineludible ley del trabajo reclaman aquel auxilio científico de todas y especialmente el de las físico-matemáticas, químicas y naturales, que con justicia pueden ser consideradas como sus amigas predilectas en las diversas condiciones de la vida, ora proporcionándole los artículos indispensables para ella, ora ofreciéndole con los mejores materiales las reglas para su más conveniente aplicación. Importancia tanta para el bienestar material de la humanidad escusa más encarecimiento a fin de que la enseñanza de todas ellas tenga de darse al modo que mejor armonice las variadísimas aplicaciones prácticas con la necesidad de que su instrucción se extienda al número mayor posible de individuos, porque si este es también el que en nuestras sociedades forma las clases dichas desheredadas justo es proporcionarle elementos tan necesarios para que sobresaliendo en las artes y oficios a que hayan de dedicarse, cada cual en la profesión respectiva eleve su propia conciencia en lo más que ilustrada vale.

Cierto estoy se habrá advertido como es que afirmando son las ciencias físico-químico naturales indispensables para el bienestar material del hombre, nada digo de su utilidad moral. Posible es que ante una omisión no tenida al tratar de los demás ramos del saber, haya quien piense si yo seré uno de los que creen que el cultivo de ellas es, cuando menos, peligroso para la juventud; o bien que ofuscándose su entendimiento pretenda haber sorprendido a la naturaleza formatriz por medio de delicadas operaciones analíticas y sintéticas, y así que nada haya tan funesto para aquellas imaginaciones juveniles como el dedicarse a ciencias que capaces de engendrar la duda llevan a la incredulidad religiosa.

Pues no, señores, tan lejos me hallo de opinar como esos apocados espíritus, que fuera hacer traición a una de mis más íntimas convicciones si no manifestara la que tengo de que cuanto más se inquiere acerca de los maravillosos fenómenos que son objeto de aquellas científicas investigaciones y a medida que nuestro entendimiento los aprecia al través del claro prisma de la filosofía cristiana, parece que un fuego de divino soplo, que rapidísimo circula del cerebro al corazón, inflama nuestra alma en sentimientos de tan puro afecto y humilde reconocimiento hacia el Supremo Hacedor, que ¿por qué no decirlo? creo no hay como las ciencias naturales físicas y químicas, ramas del saber que tan dulcemente se enlacen con las de la fe; siendo tanto así, que sin que deje de deplorar ciertos alardes de incredulidad, poco edificantes siempre y máxime viviendo entre piadosas gentes, en ellos casi nunca veo la genuina expresión de ateas convicciones: más que otra cosa me parecen simples manifestaciones de cierta arrogante vanidad en que rebosa el corazón humano cuando en la edad florida de la vida está como aprisionado por un organismo tan vigoroso que todo en él refleja fuerza y actividad. ¿Y cómo no suceder eso si vemos que lejos de empequeñecer a nuestro entendimiento lo dilata el confesar sinceramente que hay en el orden de la naturaleza misterios incomprensibles sin la antorcha de la fe? En esa aparente oscuridad científica de que están rodeados y en la vaga incertidumbre con que nuestra razón los aprecia hay un no sé qué de sublime que nos cautiva; y es que todo aquello que nos llama a dulce contemplación dentro de nuestro espíritu nos engrandece y nos eleva, porque despegándonos del suelo nos recuerda nuestro alto origen y nos anuncia para el alma el destino que le está reservado.

Así que es tan necesaria la sobriedad al entendimiento para sus adelantos como al cuerpo para su salud. Con razón decía nuestro Balmes que no hay sabiduría sin prudencia ni filosofía sin cordura. Existe en el fondo de nuestra alma, como queda consignado, una luz divina que con admirable acierto nos conduce si no nos obstinamos en apagarla, sus vívidos resplandores, siempre que queremos, nos guían y si llegamos a tocar el límite de la ciencia nos le muestra y en claros caracteres nos enseña trazada la palabra “basta”. No vayamos pues más allá: quien así lo dispone es el Autor de todos los seres; el que estableció las leyes porque se gobiernan el espíritu y la materia, y el único que en su esencia infinita contiene la última razón de todo.

Sin embargo, siendo en nuestros días el error panteísta el que, bajo distintas formas, aspira a infiltrarse al través de la filosofía, veamos de qué modo se ofrece en el idealismo subjetivo de Fichte, en el de Schelling y Hegel y en el ontologismo cosmológico de Krausse; porque aun cuando los límites de este trabajo no me permitan otra cosa que exponer los principios que proclaman, de alguna utilidad considero es advertir a nuestra juventud escolar en donde se halla ese funesto escollo.

Fichte, afirmando gratuitamente y sin pruebas, que no hay más ser real ni otro principio de todas las cosas que el yo puro, que se da a sí propio la existencia y que a la vez, por la absoluta e infinita actividad de que goza, da origen al no yo o al mundo exterior; pasa de un ser infinito a un ser finito y da al entendimiento por verdad un hecho que se halla en contradicción con lo que la razón y la experiencia enseñan; así como la errónea noción de que todos los seres que pueblan el universo son meras ilusiones fenomenales sin realidad objetiva, conduce a un escepticismo desesperante.

Schelling y Hegel al asegurar que todos los seres proceden respectivamente del absoluto y de la idea, crean la doctrina de la identidad real y sustancial del espíritu y del cuerpo, de la nada y del ser, de lo finito y de lo infinito, de Dios y del mundo. Afirman también que por medio de una intuición inmediata podemos conocer el ser absoluto y divino. Doctrina es esta tan contradictoria con el testimonio de nuestra experiencia interna como funestísima, porque, destruyendo la noción cristiana de Dios, lleva al más torpe ateísmo práctico; y lo es igualmente en el terreno especulativo y filosófico al considerar que Dios, como una evolución parcial del absoluto y de la idea, pasa por diferentes transformaciones hasta constituir un Dios personal completo y explícito. En fin, destruye la idea de la libertad humana por creer que todas las realidades se hallan sujetas a una ciega y fatal necesidad y conduce al escepticismo su afirmación de que solo una realidad aparente es la de los seres finitos.

Por último, para Krausse hay un yo abstracto indeterminado y ontológico muy semejante al yo puro de Fichte. Dice que este yo indeterminado se transforma por medio de la reflexión en determinado o sea en el yo que siente, piensa y quiere sin que se altere su esencia: que por la intuición inmediata (y aquí piensa como Schelling y Hegel) resulta el yo principio y origen de toda ciencia cuyo término es la visión del ser, Dios; y que en el trascendentalismo de aquella este ser es pensado como absoluto e infinito con tres grandes manifestaciones el espíritu, la naturaleza y la humanidad. De lo que deduce es la naturaleza humana una parte de la esencia eterna de Dios.

De esta ligerísima reseña se desprende que el dogma proclamado por las principales sectas del moderno panteísmo converge en la identificación real y sustancial de Dios y del mundo; y que este error filosófico hijo de un grosero materialismo al ser erigido en criterio para la investigación de la verdad, conduce necesariamente más allá de las incertidumbres de la duda al entendimiento que en el cultivo de las ciencias regula la educación, la política, la creencia religiosa, la legislación, la civilización, en fin, de toda sociedad constituida.

Si a tanta distancia llega la maléfica influencia de una doctrina capaz de destruir el dique que a las humanas pasiones opone la sana moral: si en la satisfacción material de ellas es en donde halla nuestra juventud los soporíferos atractivos que enervan y languidecen tanto el físico vigor como el intelectual; y si decayendo éste decrece el nivel de las adquisiciones para su inteligencia. ¿Cómo no encarecer, guiado por la solicitud que esta toga simboliza, la necesidad en que hoy se halla de armarse con la verdadera filosofía contra las asechanzas de la falsa ciencia? ¿Y cómo no asegurarle que, afirmándose la adolescencia en la fuerza de aquella verdad, no solamente aviva en su alma la digna emulación por los hechos esclarecidos, sino que neutraliza los desordenados apetitos en que hierve aquella edad fogosa?

Es tan cierto que cuantos pasan lo mejor de su vida trabajando en bien ordenados y útiles estudios ni sienten el tedio melancólico que les hastía, ni la voz engañadora de las Sirenas les cautiva; que con razón decían ya los clásicos poetas: todos los dioses excepto Minerva doblan ante Venus su rodilla; y por eso en tanto navegaban por el litoral de la isla florida cantaban de Jasón y de los Argonautas para que Orfeo con la suavidad de su lira adormeciera a las provocadoras Sirenas.

Aquella isla es la juventud: los que en sus agitados mares navegan, en gran peligro se hallan de estrellarse contra los arrecifes de la vida, si guiándose por los engañosos placeres, se desvían del recto camino; y cuenta que para conjurar tan malhadado riesgo no hay brújula como el melodioso encanto de la ciencia, cuya suavidad hace a los que de ella gustan, que de otra cosa no se curen sino de proseguir el comenzado rumbo hasta lograr, como vellón de oro, la verdadera sabiduría, que unida siempre con la inmortal gloria constituye su felicidad moral y material. La verdad es que el menor placer de los sentidos cede al mayor del entendimiento; y así como el voluptuoso sibarita postrado en la saciedad llega a ser indiferente para los sensuales goces, el morigerado estudioso cuanto más profundiza en el cultivo de las letras y de las ciencias más gratamente se engolfa en su meditación.

Lo que sucede al individuo eso pasa a la colectividad. Todas las ramas del saber así las políticas y teológicas, como las psicológicas y morales, las exactas, físicas, naturales y químicas como las letras y artes todas contribuyen al florecimiento del estado, fortificando y asegurando la tranquila integridad de su territorio con bien ordenadas fuerzas de mar y de tierra; avivando los sentimientos religiosos, para que los morales de ellos derivados sean puros, y enriqueciendo al país con la más decidida protección hacia las industrias agrícola, fabril y comercial que constituyen sus principales nervios.

Y como todas las partes de la asociación política deben estar en perfecta armonía sin chocarse, contrariarse, ni confundirse, es con la ciencia como el hombre de gobierno puede comprender los verdaderos vínculos y relaciones sociales, que le es forzoso conservar entre los ciudadanos para que, cumpliendo cada uno con los deberes adscriptos a su cargo sin perturbaciones, se disfrute del tranquilo bienestar moral y material.

Pues bien, vosotros jóvenes que sois la halagüeña esperanza de la familia y de la patria: vosotros los que desde hoy vais a emprender el arduo estudio de la ciencia, ahí tenéis las indiscutibles ventajas de adquirirla convenientemente: modelos dignísimos que imitar os los ofrecen todos los establecimientos literarios; y como los más recientes del nuestro, ved quiénes aquí y en otras Universidades de España ostentan hoy las nobilísimas insignias del magisterio en justo lauro del triunfo que han sabido alcanzar en el campo de la oposición, tan erizado de escabrosidades, que inaccesibles serían sin aquella eficaz armadura. Nada menos que se trata de vuestra felicidad; de aquella verdadera felicidad que ni se compra con el oro ni satisfaría, si debida al favor, no fuera ennoblecida por el propio trabajo, cuando únicamente se logra a fuerza de desvelos, de ardor, de aplicación y de constancia. Y si no, apelad al testimonio de aquellos que entregados ya, con ventajoso aprovechamiento, al estudio de los diversos ramos del saber, llevan progresivamente acopiado abundante caudal de útiles conocimientos: que testifiquen por propia experiencia como ya sirven a su bienestar; y haciéndoos de ellos participantes con la generosidad propia de corazones juveniles, veréis que yo no exagero.

Y vosotros los que estáis tocando la conclusión de las literarias carreras, que habéis emprendido y vislumbráis ya el halagüeño porvenir que os está reservado: que así vais a alcanzar el anhelado término de vuestros afanes y a conseguir lo que ardientemente habéis apetecido, no naufraguéis, no, al divisar el puerto, que doloroso sería ver malogrado tanto trabajo y tan lisonjeras esperanzas. No olvidéis nunca que los buenos frutos de la ciencia solamente se adquieren con entendimientos guiados por el recto criterio de una sana filosofía; y que a aquellos es a los que únicamente debéis aspirar para que, obteniendo vuestro engrandecimiento moral y material, podáis algún día contribuir eficazmente al bienestar y prosperidad de esta tan trabajada patria.

He dicho.

{Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo de papel impreso de 38 páginas.}