Conmemoración del Día del Idioma, Santiago de Cuba 1951

 
Universidad de Oriente

Departamento de Extensión
y Relaciones Culturales
Cuadernos, nº 15

 
Conmemoración
del
Día del Idioma

23 de Abril de 1951

Discurso de presentación
de la Fiesta del Idioma,
por el Dr. Felipe Martínez Arango.

Discurso
«La lengua de Cervantes y la nuestra»;
por el Dr. Juan Chabás.

 
 
 
Santiago de Cuba
1951


Presentación de la Fiesta del Idioma

por el Dr. Felipe Martínez Arango, Director del Departamento
de Extensión y Relaciones Culturales de la Universidad.

«Por el idioma común, puede volverse aún
hermosamente solidario el destino de América.»
Arturo Capdevila.

Sres. miembros del Consejo de la Universidad de Oriente, señores directores y delegados de Centros de Segunda Enseñanza y Enseñanzas Especiales, autoridades, señores profesores y alumnos, señoras y señores:

En esta noche de fiesta y de júbilo la Universidad de Oriente, consciente de su misión cultural, ha convocado al pueblo de Santiago de Cuba para conmemorar, reunidos, el Día del Idioma.

Y esta proyección desde el plano universitario hacia la plaza pública –que auspicia el Departamento a nuestro cargo– es exactamente lo requerido para la celebración cabal de este acto. Y ello no solamente por causas históricas, por no olvidar la Universidad de Oriente la raíz popular del respaldo que, en su día, contribuyó a cimentarla; sino por una razón de tipo estructural: no puede una Universidad, y menos la nuestra, vivir –en algunos aspectos de su actividad– totalmente desasida de las circunstancias sociales que la condicionan, desvinculada de los estratos populares, encerrada a cal y canto en egoísta, pedante o infecundo aislamiento. Labor suya también es captar el latido de la calle, rastrear la estética popular, sentir los problemas del pueblo con sensibilidad de pueblo, e intentar su esclarecimiento, orientar y elaborar las ideas y señalar los caminos que puedan conducir hacia una meta de superación integral, continuamente renovada. [8]

No es ésta faena menor ni estorbo –sino complemento– de la otra tarea académica de la Universidad: la de puertas adentro, abiertas a grupos especializados o que aspiran a serlos, desenvuelta en los planos mas elevados de la cultura por una agrupación selecta –fuerza es que lo sea– que debe integrarse únicamente por quienes posean los más altos valores del intelecto y del espíritu.

Es bueno repetir que, a despecho de apariencias, no son excluyentes entre sí las actividades apuntadas. Acaso constituyan Universidad y pueblo –núcleos de fecunda y deseable simbiosis– los términos de un binomio entrañable. Fórmula salvadora de una sociedad en crisis que debe arribar a un futuro más culto, es decir, más libre, más justo, más feliz, más bello.

Y no es ocasión de poco más o menos –y sí específica ocasión de pueblo– la que nos reúne aquí esta noche. Día del Idioma. Milagro, bello milagro del idioma, es mejor decir. Y debe señalarse de entrada, señoras y señores, antes de proseguir el brevísimo curso de estas palabras de introducción, que urge adoptar una actitud resuelta y beligerante –que no admite dilaciones– en defensa de nuestro idioma, atacado cada día, cada hora, cada minuto, por franco-tiradores, ora agazapados, ora expuestos, desde los mas disímiles y variados ángulos. De esta conjura son factores destacados, entre otros, el snobismo, los complejos, el desconocimiento de nuestro idioma y de nuestra gran tradición histórica y literaria, el enorme y por lo general frívolo y superficial trajín viajero –trasiego de personas, ideas y cosas a velocidad supersónica y sin dimensión de hondura–, los extranjerismos, la admiración desorbitada por todo lo foráneo, especialmente si nos viene por la vía del norte, confundiéndose frecuentemente las formas de una civilización mecanizada de gran atuendo material con los valores profundos y esenciales de una auténtica cultura. El predominio industrial y económico ejercido en esta época por los Estados Unidos, nos exporta con la máquina y la técnica su vocabulario, con sus empresas y negocios su jerga comercial, y sus ideas y su lenguaje en el cine y la literatura –a veces de inferior calidad– que de allá se nos envían.

En ocasiones el ataque a nuestra lengua es propósito deliberado y política oficial. Nos referimos al caso de Puerto Rico. Medio siglo de esfuerzos no han bastado para sustituir el castellano por el inglés en la pobre isla irredenta. A pesar de los millones empleados en tal propósito, ese pueblo hermano todavía canta y ama, escribe y dice al mundo su protesta viril en su idioma propio, en la lengua de los fundadores. En la trinchera puertorriqueña, acaso la más comprometida, el castellano no ha perdido la batalla.

Conspiran también contra el idioma, contra una deseable unidad del [11] lenguaje, el uso innecesario o excesivo de giros, modismos y adulteraciones regionales. Aunque lo expresado no implica, desde luego, una limitación al normal derecho que tiene el idioma de adaptarse y enriquecerse en su marcha evolutiva, de embellecerse regionalmente, dentro de los cauces racionales y legítimos y sin diluir sus esenciales características.

Dos aspectos parciales del pueblo santiaguero que colmó el Parque de la Libertad la noche del 29 de Abril, para asistir a la fiesta del Día del Idioma organizada por la Universidad. (Aunque el acto fue programado para el día 23, la lluvia obligó su posposición para el día 29.)
Dos aspectos parciales del pueblo santiaguero que colmó el Parque de la Libertad la noche
del 29 de Abril, para asistir a la fiesta del Día del Idioma organizada por la Universidad.
(Aunque el acto fue programado para el día 23, la lluvia obligó su posposición para el día 29.)

Ni hemos tronado –perdónesenos la elemental aclaración– contra el cultivo o el estudio, en sí mismo, de las lenguas extranjeras. Contribuyan ellas enhorabuena al aumento de nuestro acervo cultural. Mas cuando se hable en castellano, –y debemos procurar su difusión universal– háblesele correctamente, sin adulteraciones. Prenda en nosotros el legítimo orgullo de nuestra hermosa lengua, extraordinaria herencia, cuya defensa inaplazable lleva implícito el amparo de nuestra cultura, la supervivencia de la personalidad misma de nuestro pueblo de habla española.

¡Idioma español! ¡Vieja lengua de Castilla! Lengua nuestra, de la América hispana y latina, cargada de siglos y de gloria. Maravilloso instrumento expresivo de Cervantes, Lope, Calderón y Teresa de Ávila; y también de Bolívar, Bello, Montalvo y Rodó; Andrade y Sarmiento; Martí, Varona y Sanguily, Heredia y Tula Gómez de Avellaneda. Como eres recia y viril, no eres idioma de esclavos, fuiste protesta airada en boca de los Comuneros castellanos, bronce épico el 2 de Mayo, espada, fulminante en las proclamas del Libertador, aurora luminosa de justicia y libertad en el Manifiesto de Montecristi y grito viril de rebeldía y guardián siempre celoso de las libertades contra las tiranías, en España y en América. Atraviesas hoy, es verdad, un eclipse parcial que es solo fase transitoria. Te aguardan nuevos días de gloria. Legado grandioso del pueblo español, de la fecunda nación descubridora, eres el vínculo prodigioso que enlaza y vertebra una veintena de naciones, y, algún día, tal vez no lejano, presidirás la gran anfictionía de pueblos hispano-americanos que tendrán como objetivo la culminación de las más altas realizaciones.

No debemos terminar, sin consignar reconocimiento público a los centros de Segunda Enseñanza, Enseñanzas Especiales, al Patronato Municipal de Cultura Popular y a sus directores respectivos, por la cooperación ofrecida a este evento de cultura. De modo especial deseamos referirnos a los esfuerzos de la Dra. Pujadas, profesora de Español del Instituto de Segunda Enseñanza de esta ciudad, quien al frente del Grupo Dramático Estudiantil –compuesto por meritorios alumnos de la Universidad y del Instituto– presentará esta noche los entremeses «Los Habladores» y «La Guarda Cuidadosa» de Miguel de Cervantes. Para ellos –por el trabajo que sin desmayo y con escasos recursos [12] han venido realizando para renovar la interrumpida tradición teatral en Santiago– solicitamos vuestra comprensión, vuestra simpatía y vuestra atención.

Queremos extender un voto especial de gratitud al Sr. Director de la Escuela de Artes y Oficios y a sus colaboradores, por la valiosa ayuda por ellos aportada al montaje del escenario; al Sr. Alcalde interino y funcionarios municipales; a nuestra Banda Municipal, dirigida por el Maestro Bueno, siempre cordial y amable a los reclamos de nuestra Universidad. Y aunque no ignoramos que los de casa debían quedar excluidos de la mención, no podemos dejar de destacar para hacer cumplida justicia el nombre de quién lanzara la iniciativa que recogimos para celebrar el Día del Idioma, en cuyo haber –por su personal labor– habrá que anotar buena parte del éxito de la fiesta: el Dr. Juan Chabás, destacado profesor de Literatura de nuestra Casa de Estudios, quien ha de pronunciar seguidamente la conferencia central de la noche.

Para todos los que han hecho posible con su entusiasmo y su labor la organización de esta conmemoración, nuestra gratitud en nombre de la Universidad de Oriente; a esta multitud, al buen pueblo santiaguero, y a todos los que aquí, con su presencia nos honran al honrar el Día del Idioma: muchas gracias.

Algunos integrantes del Grupo Dramático Estudiantil, con su Directora, la Dra. Avelina Pujadas. Escenificaron 'La Guarda Cuidadosa' y 'Los Habladores'. Este número de la fiesta del Día del Idioma fue muy aplaudido por el inmenso público que acudió al Parque de la Libertad
Algunos integrantes del Grupo Dramático Estudiantil, con su Directora, la Dra. Avelina Pujadas.
Escenificaron 'La Guarda Cuidadosa' y 'Los Habladores'. Este número de la fiesta del
Día del Idioma fue muy aplaudido por el inmenso público que acudió al Parque de la Libertad

La Guarda Cuidadosa
reparto

SoldadoEugenio Soler
SacristánAndrés Cabrera
Vendedor de CintasOrnaldo Abreu
CristinaMaría R. Royuela
ZapateroPedro Rotger
AmoPedro Lora
GrajalesHugo Blair
AmaZoe Pujadas
Limosnero, Músicos 

Los Habladores
reparto

RoldánPedro Rotger
SarmientoPedro Lora
ProcuradorAndrés Cabrera
Doña BeatrizElizabeth Ginarte
InésMaría R. Royuela
AlguacilHugo Blair
EscribanoEugenio Soler
ApuntadorAngel Atala

 


La lengua de Cervantes y la nuestra

por el Dr. Juan Chabás, profesor de Literatura española de la Universidad.

Sr. Director del Departamento de Relaciones Culturales de la Universidad de Oriente, autoridades académicas, civiles y militares; compañeros profesores y estudiantes; señoras y señores:

La Universidad de Oriente y los diversos Centros e Instituciones de Enseñanza que han organizado esta velada popular de enaltecimiento del idioma me confirieron el honor de pronunciar este discurso.

Como he de hablar de una lengua de pueblos en medio del pueblo que la habla, no temáis que lo haga con redicha solemnidad. No podría hacerlo tampoco con ese falso gay trinar de los oradores de las fiestas del día llamado pésimamente de la raza, o de las ceremonias panamericanas de chaqué y sombrero de copa. Esquivaré cualquier alarde petimetre de erudición vanidosa. Procuraré también zafar el lazo que la costumbre del oficio me tiende: disertar en torno a la lengua y su historia como en aula escolar, anotando evoluciones ya fonéticas o morfológicas o dilucidando el alcance de un salto semántico o un tipismo sintáctico.

Ni retórico ditirambo, ni imperial y racista exaltación, ni alarde técnico. Como diría y dijo en efecto Alfonso de Valdés, las menos gramatiquerías. Vamos a hablar con sencillez de nuestra lengua, esta que llamamos de Cervantes y de algunas cuestiones que su uso y nuestra admiración suscitan. ¿Es el nuestro realmente el español de Cervantes? ¿Cuál era la lengua de este excepcional artista? Nos referimos a su material lingüístico, al instrumento por él prodigiosamente pulsado; no al prodigio de su estilo, a su habla propia e intransferible de escritor, sonido de su actitud humanísima ante la vida. ¿Hay una verdadera unidad de nuestro idioma? ¿Qué peligros amenazan su belleza? [14] ¿Puede haber una política del idioma que nos salve de ellos y constituya de veras la defensa e ilustración de la lengua?

He ahí las preguntas que nos plantearemos esta noche con la brevedad que la circunstancia exige y con la simplicidad que sepamos, contribuyendo así a la celebración del día del idioma que en mayor área geográfica han hecho suyo más naciones y pueblos de los que hablan o hablaron cualquier otra lengua.

Cuando se dice una y otra vez «la lengua de Cervantes» por la lengua castellana o más propiamente española o español, suele emplearse un giro retórico semejante al que nos permite hablar del arte de Ticiano para referirnos a la pintura. Análogamente se dice el inglés de Shakespeare, el alemán de Goethe, el italiano de Petrarca, o el francés de Víctor Hugo, destacando así a cada uno de los escritores que por la perfección de su habla, unida a la grandeza de su pensamiento y a la universalidad de su condición humana encumbraron más su respectiva lengua nacional. Pero al hablar del idioma de esos escritores cimeros, si reducimos la amplitud del giro retórico a mayor precisión lingüística, nos referimos a un siglo distinto de la historia de sus lenguas. El inglés de Chesterton no es en este sentido el de Shakespeare, como tampoco lo es, en otro concepto lingüístico, el de un barquero del Támesis o el de un profesor de Cambridge. El inglés de Shakespeare es la lengua literaria, enriquecida por él poéticamente, del siglo XVII. Como el alemán de Goethe es el de su patria del siglo XVIII y el de la generación del Sturm und Drang, &c., &c.

El español de Cervantes es el de la segunda mitad del siglo XVI y, en las últimas obras del gran escritor, algo de la lengua literaria barroca del XVII. Ese es el español literario de Cervantes. Y además, su propia habla de artista, con el acento peculiar del hombre Don Miguel, soldado, escritor, cobrador de alcabalas y contribuciones, marido poco feliz, cautivo de los baños argelinos y penado en las cárceles de los Felipes, donde toda incomodidad tenía su asiento. ¿Y qué más es la lengua de Cervantes? Es también la lengua del pícaro, y la del cura, y la del hidalgo y la de su ama y su sobrina, y la del barbero y la del bachiller, y la del sacristán y la que hablaban los duques de Barcelona y la que usaban las fregoncillas y maritornes, o los cómicos de la legua y los bululús, o aquellas damas excitadas por las novelas de aventuras, de hazañas con geografía imaginaria y bizantina exaltación, que se divertían tanto como Cervantes con los trabajos de Persiles y Segismunda. Todo eso es la Lengua de Cervantes; idioma de todo un pueblo, nacional, elaborado en el transcurso de siglos, que asciende por primera vez titubeante aún a rango literario en el siglo XII y comienza a fijarse poco después, cuando todavía Cervantes no ha nacido y ya [15] Nebrija escribe su primera Gramática.

Nuestra lengua no es, pues, tan solo la lengua de Cervantes. Es la que el mismo Cervantes recibiera y que América había recibido ya cuando se escribe El Ingenioso Hidalgo: la del siglo XV. Y es la de los siglos posteriores, hablada y escrita en el área peninsular hispánica y en estos pueblos de América. Es la lengua de Martí y la de Darío. La de Rodó y la de Sarmiento. Hoy nuestra lengua es la de Cervantes y la que estamos hablando y haciendo nosotros aquí y ahora, mal o bien y cada día.

Porque nuestra lengua, como todo idioma, es un tesoro heredado, pero es al mismo tiempo un ser viviente que crece y hacemos crecer y sólo cuando se enriquece y renueva se conserva. Si se detuviese ese proceso permanente de renovación, que se cumple lentísimamente y a través del cual se depura, se corrompe y limpia de nuevo en sucesivas infecciones y catarsis nuestro idioma, este moriría.

Nuestra lengua es, pues, la de Cervantes y lo fue y está siendo la de Mena y Garcilaso y la de Alfonso X, y la de Berceo y la del juglar anónimo de Mío Cid. Y hoy, con todo eso y la riqueza que antes advertíamos, la de Machado y Unamuno, la de Alfonso Reyes y Valle Inclán, la de García Lorca, Neruda o Alberti. Y además, la del roto, la del guajiro, la del pelao, la del campesino de Extremadura o de la Mancha y la del labriego de Vuelta Abajo, la del obrero de los Centrales y la del que enciende los labios en ira de lucha en Barcelona o en Bilbao. Y la del profesor universitario. En suma, la lengua popular, la lengua culta y la literaria, enriquecida y enaltecida por nuestros mejores escritores en América y en España.

Por la sonoridad de las vocales, de timbre tan claro en nuestra articulación romance, es bella nuestra lengua; por el sonido de timbre nítido y preciso que tienen la u, la e la o, es tan sonora y clara su pronunciación. Pero es sobre todo hermoso el español porque en él ese proceso de integración histórica de lo popular y lo literario es más que en ninguna otra lengua fecundo y se revela en nuestro romance algo que es tan propio de su genio que viene a constituir la expresión más honda de nuestra cultura.

Del siglo XI al XIII va estableciéndose la hegemonía del castellano sobre los demás dialectos peninsulares. De todos ellos y como cada uno de esos dialectos, había tomado el castellano, junto al principal aporte latino, elementos ibéricos y germánicos. Cuando la supremacía castellana se establece, los funde y desarrolla. He prometido esquivar todo pormenor técnico y no he de obligaros a seguirme por el itinerario de ese proceso de absorción y supremacía, ni con pasos de puntillas, [16] ni con brincos de acrobacia y turismo vulgarizantes, que nada sirven. La lengua está llena de ejemplos: es verbigracia la palabra cátedra, latina, olvidada por culta en el latín vulgar que nos da soldadescamente silla. Pero cátedra, que se conservará en catedral y en la cátedra profesoral, y vivirá como palabra culta, llegará a lo popular con todo el escorzo semántico de una metáfora y para designar la silla ósea de nuestro cuerpo nos dará cadera, sometiendo cátedra a las transformaciones fonéticas y morfológicas comunes y vulgares del romance. Y ahí está rápido, que evolucionó vulgarmente en raudo y es esta palabra vulgar la que asciende luego al habla culta encumbrada literariamente y deja el paso, entre el pueblo, a la forma culta, a rápido, del latino rapidus.

Quiero que observemos juntos no ejemplos como estos, numerosísimos, de esa vida penetrante de lo culto en lo popular y de lo popular en lo culto fecundándolo; sino el factor principal que ha contribuido a que esta interinfluencia sea más pródiga en nuestro idioma que en otro alguno romance y que a mi juicio es este: desde que el castellano adquiere predominio sobre los demás dialectos peninsulares la lengua española crece y se encumbra porque es lengua de varios pueblos y porque el espíritu nacional español no se encierra en sí mismo, sino que se abre a todas las culturas.

Eso explica, de una parte, toda la riqueza de voces árabes, todos los desdoblamientos de manantial hebreo, todas las bellas formas y ritmos de gracia poética que adquiere el español hasta el siglo XV. Eso explica también y de otra parte todo el pulimento y decoro que de la lengua literaria pasa a la común, llegados con la influencia renacentista italiana y, primeramente, con el influjo francés del prerenacimiento medieval, carolingio y provenzal.

El rey Alfonso X, de quien un escritor judío coetáneo proclamaba: «soprepujó en saber, aseo e entendimiento, ley, piedad y nobleza a todos los reyes sabios», quien tuvo además mejor conciencia de la unidad española y de la universalidad de lo hispánico, no hizo tanto por el enriquecimiento de nuestra lengua con sus vastas y ambiciosas empresas de cultura como con su política de tolerancia. La tolerancia es siempre la más alta política cultural, como las persecuciones sectarias que pretenden encarcelar las ideas privando de libertad o de vida a los hombres que las sostienen, son las más cerriles armas contra el saber y la dignidad del hombre. Y como sin saber y sin dignidad se envilece la vida de los individuos como la de los pueblos, se envilece también y corrompe el idioma, que en épocas de persecución, de esclavitud y de terror sólo adquiere nobleza de acento y gallardía de sonido, sólo se enriquece en aquellos labios que pronuncian las palabras de rebeldía, [17] de protesta y de insurrección.

La política de tolerancia de Alfonso X ilustró nuestra lengua. En su tiempo la Ley de Partidas garantizaba el culto de las sinagogas y la lectura de los textos bíblicos hebraicos. Esa libertad de los judíos en el siglo XIII, contra la que tan funestamente atentaron los Reyes Católicos tras poco más de dos siglos, permitió la islamización de la cultura española. Las mismas Partidas abrían el camino a la penetración espiritual de esa nueva cultura. No me resisto a citar estas palabras del título XXV, ley 2, de la séptima partida: «por buenas palabras y convencibles predicaciones deben trabajar los cristianos de convertir a los moros para facerles creer nuestra fé... Non por fuerza nin por premia... ca si la voluntad de nuestro señor fuese la de los aducir a ella, e de gala facer creer por fuerza, El los apremiaría, mas El non se paga del servicio que facen los omes a miedo, mas de aquel que se face de grado e sin premia.»

No vamos ahora a hacer mención de los sucesos, intereses, móviles e influencias, tanto nacionales como extranjeros que convirtieron esa política de tolerancia en intransigencia y crueldad inquisitoriales y estatales, torciendo la verdadera línea de la política española y el itinerario mejor de su historia.

Pero sí podemos afirmar que de esa política de tolerancia, que alcanzaba como fruto nacional óptimo una profunda síntesis popular de los diferentes elementos que integraban lo hispánico, fue no sólo brotando el espíritu de unidad del español, como lengua que podía expresar mejor que cualquiera otra y que el latín mismo una unidad de cultura, sino también ese sentido de la personalidad humana que deja tan honda huella en nuestro romance: esa marca de espiritualidad que adviértese tan clara en algunas formas de cortesía propias del español: esta es su casa, beso a usted la mano, u otras más profundas, como hombría, hombredad, o el llamar corazón a la persona querida, así como algunas expresiones donde las entrañas más nobles tiemblan en los labios con el estremecimiento de una parábola –las parábolas son palabras– v. gr.: bendita la madre que te parió, o hijo de mi vida, sangre de mi sangre, expresiones todas peculiares del español, y que hoy decimos sin saber o reflexionar que tuvieran origen islámico.

He ahí algo de lo que yo quería decir que era la lengua de Cervantes: ese romance castellano con predominio sobre los demás dialectos romances peninsulares, la lengua literaria y popular que se forja desde el poema de Mío Cid hasta las églogas de Garcilaso y que ha crecido tan cargada de espiritualidad y al mismo tiempo tan enérgica y rica porque ha sido, y especialmente merced a la política de tolerancia [18] representada por Alfonso X, o a la actitud humana y nacional contra las tiranías, lengua de varios pueblos y culturas.

Y es esa lengua la que viene a América. Llega cuando ya está hecha. Cuando va a ser posible que sirva de instrumento de expresión delicadísimo capaz de razonar y de cantar desde el pensamiento erasmista y heterodoxo de Alfonso Valdés hasta la pasión intuitiva de San Juan de la Cruz. Por eso, de ese instrumento que será ya tan perfecto, puede decir Nebrija al escribir el prólogo de su Gramática: «Está nuestra lengua tan en la cumbre que más puede temerse el descendimiento della que esperar la subida.»

Durante el coloniaje, la falta de libertad de los pueblos de América, su atraso político y social y el padecer durante siglos la vaciedad de un destino histórico propio, no permitieron que en ellos la herencia de los pueblos evolucionara y se enriqueciese. Mucho hicieron al conservarla y de guarda tan cuidadosa quedaron en el habla de estos pueblos de América algunos arcaísmos que, desusados en la metrópoli, todavía enriquecen y dan sabrosura a nuestro idioma como lo ilustran y lo embellecen las voces desprendidas de las lenguas o dialectos indígenas.

Pero a partir de los primeros años del siglo XIX y al paso que en América crece y se convierte en poderosa fuerza revolucionaria creadora el sentimiento de independencia y libertad, sus pueblos poseyeron la prodigiosa herencia con nuevo sentido de dominio. Es de advertir entonces que mientras en España se empobrecen y angostan los estudios gramaticales, en América se ilustran y adelantan. Y a finales del siglo, en 1874, Bello, con su gramática que esencialmente no envejece llega a penetrar con sabia hondura en lo más intimo del ser de nuestro idioma y traza el camino de una nueva concepción de la gramática propia del español. Cuervo y los gramáticos guatemaltecos y mejicanos continúan la obra de Bello. Todos apuntan a la unidad esencial de nuestra lengua, a su permanencia fundamental; pero al mismo tiempo, a su variedad continua, es decir, su ilustración y enriquecimiento. Para estos gramáticos la lengua ya no es el patrimonio de una metrópoli; es el instrumento expresivo de una personalidad social, nacional y cultural propia. Por eso el conservarla y embellecerla pudo constituir y constituye hoy tarea patriótica de amor a la soberanía y a la dignidad nacionales y espirituales de todos los pueblos hispánicos de América. ¿No lo advertía así, en 1882, y antes todavía de la independencia de Cuba, Juan Ignacio de Armas en sus Orígenes del lenguaje criollo?

Tras ese movimiento gramatical se produjo otro de alcance fecundísimo: con el modernismo, la poesía se fue vistiendo de hermosura y nuestra lengua se embelleció dando sonido a una prosodia lírica recién [19] inventada. El galardón verbal que el modernismo hace al español es de naturaleza y alcance comparables al beneficio que recibió con el encumbramiento de la poesía desde Mena a Herrera y Góngora.

Rodó llegó a expresar muy claramente ese sentimiento de patrimonio nacional y herencia extraordinaria que tiene hoy para los pueblos de América la lengua española. «Yo he creído siempre, –dice Rodó,– que, mediante América, el genio de España y la más sutil esencia de su genio, que es su idioma, tienen puente seguro con que pasar sobre la corriente de los siglos. Pero yo no he llegado a conformarme jamás con que este sea el único género de inmortalidad o, si se prefiere, de porvenir a que pueda aspirar España. Yo la quiero embebida o transformada en América, si; pero la quiero también aparte y en su propio solar.»

Las palabras de Rodó, al pensarlas hoy de nuevo, nos invitan a reflexionar sobre algunos puntos en torno a la cuestión de la unidad de la lengua. El primero es este: he oído sostener muchas veces que el español de América carece de unidad; que hay gran diferencia entre el que se habla en Chile o Méjico y, aún con menos distancia geográfica, entre el de Cuba, Venezuela o Santo Domingo. He ahí un error: las diferencias entre sí del español hablado en cualquier república de la América Hispánica son muchos menores que las existentes entre el español hablado en Andalucía, o en Castilla, en Aragón o Asturias, sin referirnos a provincias que forman parte de pueblos peninsulares con personalidad nacional propia y lenguas o dialectos vivientes, v. gr.: las de Galicia, Vascongadas, Cataluña y Valencia. En esas diferencias y sobre las que existen entre el español de aquí y de allá no puede, pues, basarse ninguna afirmación que tienda, ya con falso orgullo o vanidad localista, o con reaccionaria nostalgia colonial, a negar la unidad del idioma. Como tampoco puede refutarse su fundamental existencia unitaria en cada región de nuestra lengua porque apreciemos diversidades entre la vulgar, la culta y la literaria. La unidad de la lengua no se menoscaba ni por el seseo (que el uso legítimamente consagra aquí o en Sevilla) ni por el vulgarismo que relaja o enmudece la d intervocálica en dao por dado en nublao por nublado. En este punto Cervantes pronunció la más sabia sentencia. Encendíase en su tiempo la disputa, que ya se encuentra en Alfonso de Valdés, en torno a cuál debía ser tenido como más legítimo y puro castellano: si el de Toledo, o el de Valladolid. Con ese profundo sentimiento de totalidad popular de lo español que fue la raíz más hincada de que se nutrió su genio, Cervantes resolvía: ni español de Valladolid ni de Toledo: lengua española de todo el pueblo. Y ni de la corte ni del campo, sino de las personas de común ilustración. Y ya advertía él que no eran estas ni las más encumbradas por la riqueza ni por los privilegios, sino por su saber, maneras y sentido. [20] La unidad de la lengua ha de buscarse, allá como aquí en ese patrón que constantemente prevalece.

El segundo punto es este: la conservación de la unidad de la lengua no exige en modo alguno que esta se fije cristalizando su riqueza en formas inalterables. Sí reclama en cambio que distingamos muy bien qué es lo mudable y qué lo permanente de nuestro idioma. Si nosotros pensáramos que la lengua la elaboran y estructuran los grandes escritores o las clases sociales más altas, o con criterio no aristocrático, pero igualmente pernicioso por demagógico o anarquizante, pensáramos que la inventan o crean los grupos que por su desdicha y contra sus ansias se cuentan entre los más incultos de las clases pobres, ese falso criterio clasista nos llevaría a considerar el idioma como una sobreestructura cambiable. Pero el idioma, ni en cada etapa de su formación ni a lo largo de todas ellas, es el producto de una clase ni la sirve especialmente. Sirve a todo el pueblo, sin distinción. Y cuando no es así, se convierte en jerga y degenera.

Lo fundamental de la lengua, cuando es instrumento de comunicación y expresión de todo un pueblo o de múltiples pueblos con espíritu común de cultura, como sucede con el español, su base indestructible, están formados por su estructura gramatical y por su léxico. Cabe perfeccionar esa estructura y hacerla más dúctil y delicada, pero no puede violarse lo esencial de su arquitectura porque ésta, en nuestra vida de hablantes, es lo que en nuestra existencia de carne y hueso y en nuestros sentimientos y nuestros pensamientos son la perfección de nuestra anatomía y el bien andar del sistema que rige la caliente actividad circuladora de la sangre.

En cuanto al léxico, sin agravio de la índole especial de nuestra morfología y con ella de las reglas que consagran el uso de la formación y composición de las palabras, podemos incorporar a la lengua cuantas esta exija para expresar nuevas ideas, nuevas cosas. Y hasta inventarlas sin que esa exigencia nos acucie, sino porque un matiz distinto de lo ya conocido y nombrado esté exigiendo una voz nueva. Si es cierto que cada nueva cosa crea su nombre, no lo es menos que el nombre, sí afortunado, va haciendo la cosa. Mas estos aportes léxicos, este brotar de palabras recién nacidas no supone nunca la pérdida del caudal principal, del verdadero tesoro básico de nuestro léxico. Se enriquece el vocabulario, pero se conserva el léxico. Nacerán vocablos, morirán por el desuso algunas palabras, les nacerán sentidos diversos a las que se oxidaron con el uso, pero ese tesoro fundamental, aunque aumentado cada día, no podrá nunca olvidarse.

Permanencia esencial del sistema gramatical y del tesoro léxico: he ahí lo que entendemos por unidad del idioma, he ahí la unidad que [21] debemos cuidadosamente guardar.

¿Cómo? Esa es la última cuestión que al comenzar mis palabras enunciaba: ¿Puede haber una política del idioma? Puede y debe haberla y ha de asentarse precisamente en ese concepto de unidad de la lengua sobre el que acabamos de insistir. Nuestra lengua, decíamos, no es sólo la de Cervantes, sino el español de todos los siglos, de plurales pueblos y de un común espíritu de cultura. Una buena política del idioma exigirá, por consiguiente y ante todo, la más arraigada conciencia de nuestra personalidad nacional y la mayor lealtad a nuestra entidad cultural. Tanto en España como en los pueblos de América el idioma español es nuestro suelo espiritual, es la geografía sonora de nuestra alma y venderíamos esta al peor diablo si olvidáramos, por ejemplo, aquella pregunta tan actual de Rubén Darío cuando miraba hacia las cumbres de los Andes soñando en la soberanía absoluta de su América amenazada por estados «potentes y grandes»: «¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?» Hemos de defender nuestro idioma del colonialismo mercantilista que introduce voces y giros que constituyen una verdadera infección y nos roba la bodega para acostumbrarnos a la grocería, nos priva el solaz de las reuniones, los saraos y las fiestas para frivolizarnos, con olvido de nuestra hombredad, en partys, perfomances y veryfaines.

Hemos de defender nuestro idioma defendiendo nuestro espíritu. Y sabiendo que hablar es el uso más noble que el hombre puede hacer de sí mismo, rechazar esas indicaciones propagandísticas que invitan a los pueblos a convertirse en rebaños de sordomudos: «no escriba, telegrafíe.» «Dígalo con flores.» «Aprenda inglés básico en 20 lecciones con 500 palabras.»

Hemos de defender e ilustrar nuestra idioma poniendo gran cuidado en distinguir muy delicadamente lo popular de lo vulgar y chabacano. Lo popular nos regala siempre con los frutos de las más bellas invenciones poéticas. E incumbe a la mejor política popular favorecer esas invenciones, enaltecerlas y elaborarlas. Lo vulgar, lo chabacano, que mercantilmente se hace pasar por popular en radios, periódicos festivos e industrialización teatral, musical y cinematográfica, es un producto degradado de las grandes empresas capitalistas interesadas para llevara cabo sus aventuras en el envilecimiento de lo popular.

Hemos de perfeccionar, defender y enaltecer nuestro idioma esmerando su enseñanza desde la Escuela a la Universidad y haciendo que ésta no sea principalmente ágrafa y pasivamente muda, sino que obligue al alumno a hablar y a escribir. A las Universidades incumbe además el estudio del idioma en sus manifestaciones literarias más altas, en el desarrollo histórico y en su vida actual. Tengo el placer de anunciar [22] que la Universidad de Oriente, preocupada siempre por cumplir cuanto mejor pueda su misión orientadora y su tarea de trabajar en beneficio nacional y popular, preocupada por la vida de nuestro idioma, prepara la institución de un Centro de Estudios de lingüística romance.

Hemos de defender e ilustrar nuestra lengua arraigando en nosotros la convicción de que el cojo del habla acaba en tartamudo de la inteligencia. Nos daría vergüenza vestir de andrajos, eructar en la mesa y dar la mano a una mujer con las uñas emporcadas; pues no es muestra de menor indigencia espiritual ni revela menos desaseo y miseria personales la mendicidad del habla. Reducir nuestro vocabulario es inevitablemente raquitizar nuestro pensamiento. Amemos la libertad de este para buscarle palabras.

Para los pueblos de América, como para los Españoles, nuestra lengua es aquella con la cual hemos exclamado nuestros gemidos contra la tiranía y hemos soñado nuestra libertad. Guardémosla como nuestra vida, esmerándola en nuestros labios como cuidamos en ellos nuestro aliento.

Nuestro español, este que hemos mamado con la leche, como decía Fray Luis de León traduciendo renacentistamente a los clásicos latinos y a los filólogos renacentistas, es también la lengua con la cual hemos aprendido a ser hombres y nos hemos constituido en pueblos libres. Por nuestra hombría y nuestra libertad de pueblos, salvemos a nuestra lengua de todo coloniaje. Y salvémosla por la cultura, por la libertad y por la soberanía e independencia de nuestras naciones.

Miguel de Cervantes
Miguel de Cervantes


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