La Pre-historia
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Excmo. Señor.{1} Señores: Cuando recuerdo la breve pero esplendorosa historia de esta academia, cuando considero que aún resuena en este recinto la voz elocuente de los sabios oradores que me han precedido en el uso de la palabra, y sobre todo al verme rodeado de la juventud de Sevilla, de esa ciudad astro radiante en el cielo de la civilización cristiana y española, patria feliz de los Isidoros, Canos, Herreras, Riojas, Murillos, Listas y otros ciento, creedlo, mi voz muere ahogada por la admiración y el respeto, necesitando para recobrar mis escasas facultades que me alentéis con vuestra generosa indulgencia. Estamos en unos tiempos harto trabajados [6] por el error; dividida profundamente la Europa civilizada en dos banderías: la de los creyentes y la de los incrédulos, en cuantas esferas la ciencia abraza, ríñese porfiada batalla, pretendiendo los unos destruir la idea de Dios o relegarlo, permítaseme la frase, a un rincón del Paraíso, mientras los otros defienden al Dios vivo, que rotos pies y manos por agudos clavos, murió en el ignominioso madero de la cruz para redimirnos, y dio a la civilización base segura y firmísima para su desarrollo, y lema a la bandera del Progreso con estas palabras: «Amaos los unos a los otros.» Atento nuestro sabio Prelado a las necesidades del siglo en que vivimos y comprendiendo que a los ataques dirigidos a la Iglesia en nombre de la ciencia, la ciencia debe contestar, ha fundado esta Academia, cuyos triunfos son ya tales y se acrecentarán tanto en lo porvenir, que no será posible que mi insignificante cooperación y mis pobres trabajos los menoscaben y empalidezcan. Graves son las dificultades del tema que me ha cabido en suerte; gravísimas, por cuanto la Pre-historia es hoy, por desdicha, uno de los principales reductos de nuestros [7] adversarios, su esfera va siendo extensa en demasía, copiosa su literatura, y para la resolución de los múltiples problemas que contiene, se necesita reunir a la profundidad y seguridad de juicio y raciocinio del filósofo, la perspicaz y minuciosa observación del naturalista, y a la severidad y sobriedad del sabio la imaginación creadora del poeta. Careciendo de todas estas dotes, y no lo digo por falsa modestia, pues desconozco y repugno todo linaje de hipocresía, justifíqueme ante vosotros la consideración de que he obedecido a mi prelado y director, haciendo de antemano el sacrificio de mi amor propio. Antes de entrar en materia, permitidme reseñaros a grandes rasgos la historia de la Pre-historia. Desde la más remota antigüedad fueron conocidos los fósiles y hachas de piedra. Augusto{2} según refiere Suetonio, había reunido en su palacio una colección, de sílex y de osamentas de animales extinguidos. Plinio{3} también nos habla de este linaje de restos en su Historia natural, y aún [8] pudiéramos añadir a testimonios de tanta valía los de Prudencio, el Horacio Cristiano{4}, Claudiano{5}, y Marbodeo{6}. En 1709 el Dr. Carl, en una obra publicada en Francfort, demostró que los fósiles no eran un capricho de la naturaleza como generalmente se creía. Mercati, médico del Papa Clemente VIII, proclamó{7} que los sílex que se conservaban en el museo del Vaticano eran armas antidiluvianas. Por esta misma fecha se encontró en Londres un sílex negro tallado en punta de lanza y un diente de elefante{8}. En 1723, Antonio de Jussieu decía a la Academia de Ciencias que los sílex habían sido trabajados por la mano del hombre. Algunos años después, Mahudel, miembro de la Academia de inscripciones, veía en los sílex tallados pruebas de la industria de nuestros primeros padres{9}. [9] A estos nombres pudiéramos añadir otros no menos ilustres, como son los de Lyttelton, Sir W. Dugdale, John Frére, Jonannet, Buckland, y sobre todos Schemerling y M. Joly, precursores de la novísima ciencia que es objeto de nuestro estudio. Los hechos aducidos y los nombres citados demuestran que hasta el primer tercio de este siglo, si bien es cierto que se conocieron sílex y fósiles y que algunos sabios se ocuparon en su origen y destino, también lo es que la ciencia en general desdeñaba esa herrumbre de las primeras edades, y que para el vulgo sólo eran fósiles y hachas objetos de curiosidad o motivo de ciegas y ridículas supersticiones. El honor de haber fundado la ciencia pre-historia corresponde a Boucher de Perthes, que en 1837 sostuvo la existencia del hombre antidiluviano, y en 1842, a pesar de la viva oposición que suscitó su teoría, insistió en ella, coronando su doctrina en 1847 con una obra que tituló «Antigüedades célticas y antidiluvianas.» Más adelante Isidoro Geoffroy-Saint-Hilaire, demostró las huellas del trabajo del hombre en las osamentas del rinoceronte tichorhino, el gran ciervo y el auroch, y sus inducciones [10] condujeron a Lartet a una serie de minuciosos trabajos sobre los trogloditas, que han servido de fundamento a la Pre-historia. Los esfuerzos de Boucher de Perthes y Lartet fueron secundados por Hume en 1851, en su libro titulado El Período de Piedra, por Falconer, Lyell y Marcelo de Serres, resumiendo todos estos trabajos, Sr. Jhon Lubbock en su Hombre Pre-histórico,{10} y más recientemente y con gran sensatez el M. de Nadaillac, cuya obra, titulada Los primeros hombres y los tiempos pre-históricos acaba de publicarse en estos momentos.{11} En nuestra patria han cultivado estos estudios D. Casiano del Prado, D. Juan Vilanova, D. Antonio Machado, D. Manuel Sales y Ferré y D. Manuel Góngora.{12} Por desdicha, la mayor parte de los escritores que dejamos citados, tanto en el extranjero como en nuestra patria, han prescindido por completo de la Biblia, cuando no han querido destruir, permítasenos la frase, [11] con sus martillos de geólogos y con los sílex de sus colecciones, el edificio de la revelación. La pre-historia, orgullosa con sus descubrimientos, entusiasmada con sus rápidos progresos, ha inducido atrevidamente, atropellando las leyes de la lógica. Y sin embargo, cosa extraña, digan lo que quieran Buhner, Haeckel, Lyell y Darwin, la ciencia, la verdadera ciencia, y esto es lo que nos proponemos demostrar, lejos de estar en oposición con la revelación la confirma, como no puede ser menos, porque así como en el mundo moral no se da derecho contra derecho, ni puede haber nunca coalición de deberes que no se resuelva por el principio fundamental de la Ética, así en el mundo de la ciencia la verdad no es fratricida, no es nunca enemiga de la verdad. Las teorías se suceden a las teorías; en el oleaje de la vida pasan lo sabios y las generaciones, y después de todas las batallas y a pesar de todas las tempestades, la verdad triunfa, volviéndose los propios hechos que se han querido esgrimir contra la Iglesia a herir a sus impugnadores, como las saetas despedidas a los mártires retrocedían, hiriendo a los miserables sicarios en sus propias entrañas. [12] Como es muy largo el camino que tenemos que recorrer permitidme presentaros en breve cuadro los resultados de la Pre-historia, enlazándolos con las teorías recientes de la escuela fundada por el naturalista inglés Darwin. El hombre, nos dice el racionalismo evolucionista, es un mamífero como otro cualquiera{13}; nuestros progenitores, añade, tenían el cuerpo cubierto con una espesa capa de pelo, ambos sexos estaban adornados de barbas, sus orejas eran puntiagudas y movibles, gozaban de cola servida por músculos apropiados, el pie era prehensible; los machos se distinguían por sus enormes caninos, la arteria y el nervio húmero pasaba por un agujero supra-condiloideo y el intestino ciego era mayor que el actual. Estos extraños bípedos vivían habitualmente en los grandes árboles de la zona ecuatorial. Ascendiendo más en nuestra ilustre prosapia Darwinesca, los antepasados del hombre, según la morfología, vivían en el agua; y en suma y para abreviar, estaban representados por el anfioxus.[13] No nos dice el Darwinismo porqué singular suceso este inmundo gusano llegó a ser animal racional, rey de la naturaleza, que embrida el rayo y en alas de la tempestad surca los mares; pero el hecho es que de improviso nos lo encontramos, ¡singular anomalía! viviendo en sociedad, usando utensilios y habitando los más apartados continentes. En este momento el estudio del hombre entra propiamente hablando en el dominio de la Pre-historia, y sale del campo de la Historia natural. La Pre-historia la define exactamente a nuestro juicio uno de sus cultivadores, diciendo: que es la ciencia que estudia los hechos de las razas humanas anteriores a la historia positiva.{14} Generalmente los tiempos pre-históricos se dividen en tres épocas: la edad de piedra, la edad del bronce y la edad del hierro. Esta división, cuya exactitud no discutiremos, es debida a los anticuarios del Norte,{15} aunque con más razón pudiera atribuirse a Lucrecio, que la cantó [14] hace veinte siglos en estos sonoros versos, que nos complacemos en citar:{16} Arma antiqua manus, ungens dentesque fuerunt. Además de esta división, llamada arqueológica, tenemos la paleontológica de Lartet, que divide la Prehistoria en cuatro períodos o edades: el del manmuth, el oso, el reno y el bisonte. Aceptando la clasificación arqueológica, generalmente adoptada, resumiremos brevemente los caracteres de cada una de las épocas de la Pre-historia. La Edad de piedra se divide en dos períodos: el arqueolítico y el neolítico.{17} En el período arqueolítico o de la piedra tallada, el hombre usó utensilios de sílex tallado, vivió en grutas, en las hendiduras de las montañas y bajo la sombra de los árboles, según el clima, nutriéndose con la carne y el tuétano de los animales. Cuando se contemplan en nuestros museos, [15] las puntas, cuchillos, hachas de sílex y los restos fósiles de los animales contemporáneos del hombre pre-histórico, ante nuestra imaginación se presenta el triste pero consolador espectáculo del hombre inteligente en medio de su miseria y de su degradación, venciendo al manmuth y al oso de las cavernas, animales perfectamente organizados, como diría Darwin, para la lucha por la existencia. Después de haber estado sometida Europa a un clima mucho más dulce que el actual, a deshora y sin que la causa nos sea conocida con certeza, se cubrió de hielos nuestro continente. Innumerables rebaños de renos habitaron las desoladas campiñas, mientras el manmuth y el rinoceronte desaparecían. Este fenómeno geológico ejerció en la vida del hombre gran influencia, las armas y utensilios progresaron, haciéndose desde entonces uso del hueso y del asta del reno para fabricar diversos objetos. Los primeros vestigios del arte y de la escultura aparecen en este período, hecho que, para nosotros, es de una importancia extraordinaria. Nótese bien que sólo el hombre, imagen de Dios, se eleva en el universo al rango sublime de artista. Ved sinó cómo desde las informes [16] representaciones del oso de las cavernas, del combate de renos o del manmuth, primeros y rudísimos ensayos de nuestros progenitores, el hombre corriendo los siglos y caminando de progreso en progreso, traza con el cincel la Niove o el Laconte, y lo que es más grande todavía, lo que demuestra de una manera incontrastable su origen divino, cuando en la fe se inspira, pinta la belleza increada en esas vírgenes de Rafael y de Murillo, donde se refleja la hermosura de los cielos y la pureza sin mancilla de la Virgen nuestra madre. No es exacto como algunos afirman que los sílex tallados sólo en Europa se encuentren. Lartet los ha descubierto en el Líbano; hállanse también en la India, y M. Marcou los ha visto y estudiado en el Missisipí, el Missuri y el Kentucky, lo que demuestra que la especie humana estaba esparcida en todo el globo durante la época geológica cuaternaria. En el período neolítico o de la piedra pulimentada, el hombre avanza a pasos agigantados por el camino del progreso, dedicándose a la agricultura y a la alfarería. Nótase en sus armas gran perfección, y apunta la industria y el comercio, estableciéndose [17] talleres para la fabricación de las hachas de piedra. En esta época ya no existían el manmuth y el rinoceronte, y en cambio abundaban el caballo, el ciervo, la cabra, el jabalí, el lobo, la zorra y la liebre; y lo que es más, el hombre somete a la domesticidad al perro y al caballo. A esta misma época atribuyen algunos escritores los dólmenes, túmulos o menhires, monumentos que antes se llamaban célticos, porque se creía que habían sido erigidos por los celtas, y hoy se denominan megalíticos. Compónense los dólmenes de grandes piedras sin labrar colocadas verticalmente, como para sostener otra colosal que las cubre y forma el techado de la cámara o habitación. Los menhires se construían con cantos erráticos, piedras de una sola pieza que formaban una o más líneas, ya rectangulares ya circulares al rededor del dólmen. Estos monumentos se erigían en recuerdo de algún suceso notable, o servían, y esta es la hipótesis más probable, de cámaras sepulcrales. Los kjokenmodding de Escandinavia y Dinamarca pertenecen a la época que nos ocupa. Son los kjokenmodding depósitos [18] considerables de conchas comestibles, mezcladas con osamentas y útiles que demuestran que han sido acumulados por el hombre. No se ha encontrado jamás en ellos restos de metales, sino sílex tallados, cuernos, huesos trabajados y vajilla grosera construida a mano. La inspección de las conchas y de las osamentas demuestran que los kjokenmodding son contemporáneos de los dólmenes. Tanto los monumentos megalíticos como los despojos de cocina o grandes bancos de conchas, se han encontrado no solo en Europa, sino en otros puntos de nuestro planeta. Los restos más interesantes del periodo neolítico, son las estaciones lacustres descubiertas por primera vez en el lago de Zurich en 1853 y estudiadas por Keller y M. Troyon. Las estaciones lacustres se han encontrado, también en Saboya, en el Delfinado, en la Italia Septentrional, en Grecia, en América y en la Nueva Guinea. La costumbre de establecer habitaciones en los lagos sobre pilarotes de madera, continuó en Suiza por muchos años, pues en algunas estaciones lacustres se han descubierto utensilios de bronce y hierro. Las ciudades lacustres marcan el fin del [19] período neolítico y demuestran los progresos de la civilización. La vajilla aún se construye a mano; pero existe ya una gran variedad de formas y ciertos toques de buen gusto en la ornamentación; la agricultura está relativamente adelantada, apunta el arte de tejer, y se usan redes para la pesca. La edad del bronce y la edad del hierro, pertenecen, propiamente hablando, a los tiempos históricos. El bronce se usó antes del hierro, cosa extraña, pero que explica perfectamente Lubbock{18}, por la dificultad en fundir el hierro y porque el cobre y el estaño debieron antes llamar la atención del hombre. El Pentateuco cita el bronce treinta y ocho veces, mientras que el hierro sólo está citado cuatro, hecho que confirma lo que acabamos de exponer. En la Iliada y en la Odisea, las armas de los héroes eran de bronce; pero creemos inútil insistir más sobre este particular, porque, lo repetimos, con el uso de los metales comienza a nuestro juicio la Historia positiva y termina el oscuro y confuso reinado de la Pre-historia. [20] La rápida e imperfecta exposición que acabamos de hacer de la ciencia prehistórica nos demuestra que sus resultados y deducciones son por regla general indiferentes bajo el punto de vista religioso. Por desdicha sus cultivadores, sacando de los hechos observados conclusiones que ciertamente no están en ellos contenidas, han pretendido que la Pre-historia refuta al Génesis en lo relativo al origen y antigüedad del hombre y al estado de felicidad e inocencia de nuestros primeros padres. Voy, pues, a ocuparme por su orden de cada una de estas cuestiones, advirtiendo de antemano que, desde luego, someto humildemente mi juicio al de la Iglesia en cuanto esponga, y me apresuraré a retirar lo que parezca erróneo o aventurado. Ya lo habéis visto, señores; al enlazar la Pre-historia con la teoría de la evolución, formando a intento de una y otra un cuerpo de doctrina, nos hemos encontrado con que ciertas lumbreras de la ciencia moderna en odio a Cristo y a su Iglesia han proclamado que el hombre desciende del mono, y este a su vez de otros organismos primitivos. Con tal de no creer en Dios los sabios creen en [21] todo; creen en la célula causa de sí misma; ven en el anfioxus nuestro remoto antecesor; amontonan millares y millares de años para que las evoluciones de la célula sean posibles y cuando se les interroga por las pruebas de sus asertos, contestan encogiéndose de hombros, perdiéndose en sutilezas y vaguedades, cuando no confiesan de plano por labios del mismo Darwin{19} que esas pruebas no existen, porque los archivos geológicos, como reconoce Lyell son harto incompletos. ¡Qué confusión! ¿Luego vosotros, hombres de la ciencia positiva, los que sólo creéis en el hecho y no consideráis legítimo más que lo que se ve y se toca os permitís el lujo de tan fantásticas hipótesis? ¿Luego tras vuestro enfático lenguaje y vuestro pretendido rigorismo, tras vuestras compasivas sonrisas de desprecio se oculta la más repugnante hipocresía, y fantaseáis como el común de los mortales? No se entienda, sin embargo, que aprovechamos una frase vaga y perdida para convertirla en arma de combate; una y otra vez reconoce Darwin que los tipos intermedios, pruebas indiscutibles de la evolución, no [22] existen, y mientras no nos presente esas pruebas, tendremos el derecho de arrojarle al rostro un mentís en nombre de la verdad y en nombre de la dignidad humana hollada y escarnecida por esta teoría que al nivel de los brutos nos rebaja. Si necesitase más confirmación cuanto expongo, esto es, que nadie gana a fantasear a los señores positivistas, ahí está Haeckel que no me dejará mentir. En una de sus últimas obras se atreve a afirmar{20}, aplicando la teoría de Darwin a los gérmenes animales, que todo germen pasa por diversas transformaciones especiales y del que se detiene en la transformación de pez nace un pez, de aquel otro que se para en la transformación anfibia nace un anfibio; y por último, el hombre recorre una serie completa y para en hombre. ¿Pero y las pruebas? No existen. El mismo Haeckel reconoce que es raro ser perfecta esta sumaria reproducción de la filogenia en la ontogenia; y en la filogenia del hombre, lo mismo que en la filogenia de las demás especies nos vemos obligados a pararnos delante de numerosas lagunas. [23] El supuesto de Haeckel es harto original y raro, e indigna, esta es la frase, que después de fantasear tales absurdos exclame: nosotros nos atenemos a los hechos y nada más que a los hechos y nos servimos de la experiencia. La identidad de los embriones de todos los vertebrados, lejos de ser un hecho es una ilusión, porque mientras la virtud propia y especial del uno conduce al huevo a ser por ejemplo un perro, el otro llega a ser un toro y el de más allá un hombre. No quiero insistir más sobre este punto, que me apartaría de mi derrotero. En el campo de las ciencias naturales los trabajos de Quatrefages, Pruner Bey y Bichoff han demostrado de una manera que no deja lugar a duda, que es imposible la supuesta descendencia del hombre del mono. Por otra parte, si la cuestión se examina bajo el criterio de las ciencias filosóficas y sociales, aún resulta más patente el absurdo de la doctrina positivista. El hombre es un animal racional, y como tal está separado por abismos del resto de la creación, a la cual domina como rey y dueño. El hombre surca los mares, modifica con su trabajo la corteza terrestre y de conquista en conquista, [24] marcha a pasos agigantados por el sendero de la civilización, mientras la araña teje siempre la misma tela, el gusano de seda fabrica el mismo capullo, la abeja el mismo alveolo y el castor el mismo dique. Aún hay más; la Pre-historia, que asigna al hombre extraordinaria antigüedad, contradice y rechaza en absoluto la teoría de la evolución; los restos humanos encontrados en las capas cuaternarias son análogos a los actuales, marcan tipos y razas que aún existen.{21} Y como si esto no fuera bastante, la arqueología pre-histórica proclama que el hombre era como hoy sociable, perfectible e industrioso, hasta el punto de vencer con sus hachas y cuchillos de pedernal a los gigantescos mamíferos de aquella edad remota. Para medir la antigüedad del hombre se han empleado diversos cronómetros geológicos. Lyell, calculando el tiempo que ha necesitado para formarse el delta del Missisipí, fundándose en las experiencias del Doctor Ridde{22} fija un período de cien mil años, y [25] el aluvión del Somme, donde se han encontrado abundantísimos restos pre-históricos, no es menos antiguo. También se ha fijado como medio de cálculo la elevación y depresión de los terrenos, la erosión de las tierras por el mar,{23} la profundidad de los valles{24}, la excentricidad de la órbita terrestre{25}, y por último, las depresiones naturales en forma de embudo abiertas en la creta por el agua cargada de ácido carbónico.{26} Todos estos cálculos dan diversos resultados que coinciden en asignar al hombre una antigüedad que excede en cien mil años a la que comúnmente se le otorga. El Sr. Sales y Ferre, en su estimable trabajo titulado «Pre-historia y orígenes de la civilización», lealmente reconoce la vaguedad de estos cálculos, puramente hipotéticos y que se fundan en el falso supuesto de que los agentes geológicos obran siempre con la misma actividad en todas las épocas y en todos los puntos de la superficie de la tierra, siendo así que la geología y la experiencia demuestran lo contrario. [26] Aun cuando la Pre-historia exagera la antigüedad del hombre, no es menos cierto que los descubrimientos que de cincuenta años a esta parte se han hecho demuestran que la antigüedad de nuestra especie es mayor que la que se le había asignado, partiendo de una estrecha y torcida interpretación del Génesis. La Iglesia sobre este punto no ha hecho declaración alguna, y con razón dice Silvestre de Lacy que no hay cronología bíblica, opinión que corrobora el sabio exegeta y piadoso sacerdote M. Le Hir, quien afirma: que la cronología bíblica flota indecisa, y a las ciencias humanas toca averiguar la fecha de la creación de nuestra especie. De lo expuesto se deduce que si en el estado actual de la ciencia la antigüedad del hombre no puede computarse, como quiera que las Sagradas Escrituras no tienen cronología cierta, los descubrimientos científicos, si alguna vez llegan a fijar al hombre mayor antigüedad de la que hoy se la reconoce, no podrán nunca ponerse en contradicción con el sagrado texto. La Pre-historia, apoyándose en sus descubrimientos, y sobre todo en la miserable condición del hombre cuaternario, ha pretendido [27] negar el primitivo estado de inocencia y felicidad de nuestros primeros padres, sin reflexionar que esa decadencia cuyas huellas se contemplan en el período cuaternario, confirma la narración de Moisés. Cierto que el hombre, según el historiador hebreo, salió perfecto de manos de su Criador, y fue destinado a las delicias del Edem; pero también es cierto, y no han tenido en cuenta este hecho nuestros adversarios, que por su culpa cayó de la gracia y fue condenado a los dolores, al trabajo y a la muerte. Los descubrimientos hechos en Europa demuestran que el hombre vivió, antes de dedicarse a la agricultura, de la caza y de la pesca; pretender deducir de aquí que la Biblia se engaña al hacer a Caín y Abel al uno pastor y al otro agricultor, como con razón dice Lenormant, es lo mismo que confundir la vida de los cazadores canadienses con la de los agricultores de Quebec. Otros tiempos, otras condiciones y otros países son bastantes para que las ocupaciones y costumbres varíen, no siendo posible deducir de la vida europea en los albores del período cuaternario, la vida en el Oriente. La Pre-historia ha demostrado hasta aquí [28] que todos los pueblos, sin excepción, han usado instrumentos de piedra antes de conocer los metales; pero se engañaría grandemente quien supusiese sincrónicos los períodos prehistóricos. La edad de piedra no es un período determinado en el tiempo, es un estado del progreso humano, y varía extraordinariamente de territorio a territorio. Todavía hay pueblos que viven en la edad de piedra, y está probado que existían las estaciones lacustres de Suiza al mismo tiempo que la civilización griega esparcía sus esplendores en Marsella y en la costa oriental de España. Las conjeturas más probables autorizan a creer que cuando los dólmenes se erigían en Europa, los pueblos de Asia, hacía siglos que conocían los metales. También ha demostrado Lubbokc la coexistencia de la piedra con el bronce, de donde deducimos que no hay contradicción con la relación mosaica, que fija antes del diluvio la fecha de la invención de los metales. Resumamos cuanto queda expuesto. Moisés afirma en términos claros y precisos la creación del hombre, distingue los dos componentes que constituyen nuestra unidad sustancial, el alma y el cuerpo, y declara, que [29] hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Como se ve en este punto, la revelación está terminante y toda escuela que niegue que el hombre ha sido objeto de una creación especial, está por ende en abierta antinomia con la fe y con la verdad. Aparte de esto, y aparte también del monogenismo que Moisés proclama, la Sagrada Escritura, que no es un libro destinado a ilustrarnos en las ciencias profanas, nada afirma, y cuando habla de hechos científicos, se expresa en el lenguaje propio de la época en que se escribió. Y no se entienda como ha dicho Draper{27} que esta actitud es una concesión que hace la teología a la ciencia, batiéndose en sus últimas trincheras y defendiendo el terreno palmo a palmo, ya Pedro Lombardo, en la edad de oro de la Escolástica decía:{28} «Hanc scientiam homo peccando non perdidit, nec illam, qua carnis necessaria providerentur. Et idcirco in Scriptura homo de de hujusmodi non eruditur, sed scientia animae, quan peccando amissit.» A este mismo intento dice Kurtz:{29} La Biblia no resuelve nunca ningún [30] problema cuya solución pertenezca de derecho a la investigación empírica. Por esta razón cuantos resultados legítimos de ella se obtengan no podrán estar en contradicción con la Biblia ni dar lugar a un conflicto entre la ciencia y la religión. Indiscutible es, pues, que sería a todas luces digno de censura querer deducir del texto sagrado un sistema astronómico geológico, presentándolo bajo la garantía de la revelación. La Biblia sólo nos enseña lo que necesitamos saber para salvarnos; y el hombre que pretenda establecer un sistema científico, debe estudiar en el gran libro de la naturaleza. Este criterio amplio y elevado, sostenido entre otros ilustres mantenedores por Reusch{30}, abre extensos horizontes a las ciencias humanas, e impide los conflictos entre estas y la Revelación. Así también se pone de manifiesto la insigne mala fe de nuestros adversarios y el odio que les devora contra la inmortal esposa del Redentor. No es ni ha sido nunca la Iglesia la que ha invadido el campo de la ciencia: la ciencia, o por mejor decir el científico es el [31] invasor , que en nombre de los fueros de la razón trata de nivelarnos con los brutos, exclamando por los labios de Claparede con satánico orgullo: prefiero descender de un mono regenerado antes que de un Adam caído. Y esta es toda la cuestión, señores: al orgullo humano repugna el misterio que en nombre de la fe se impone a la razón, y con tal de negar la caída en Adam y la regeneración por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, se recurre a absurdas hipótesis y a misterios de tinieblas tan profundos como el abismo que los inspira. Afortunadamente, en esta revuelta batalla, la razón, la verdad y la templanza están de nuestra parte, y cosa rara, mientras la fe todo lo ilumina, el racionalismo todo lo oscurece. Ni un solo hecho de la Pre-historia tiene explicación si negamos el dogma de la caída enlazado necesariamente con el de la regeneración porque entonces negamos el Progreso, del cual la Pre-historia nos indica una de las etapas. El hombre, señores, y termino ya porque mi fatiga me da la medida de la vuestra, pecó y cayó de la gracia, aquí tenemos el punto de [32] partida del Progreso; la regeneración es su término final; la evolución progresiva la constituyen, como he dicho en otra ocasión, la serie de operaciones que la humanidad lleva a cabo desde la caída a la regeneración para alcanzar mediante esta la felicidad Suprema que en la otra vida y en el seno amantísimo de su creador se encuentra. Así, pues, en lo que se refiere a la perfección esencial de la humanidad no puede decirse que el progreso es indefinido. No sucede otro tanto en lo relativo a su perfección accidental, pues en este punto la humanidad se perfecciona indefinidamente. Desde el estado de miseria y decadencia que demuestran los sílex tallados, vemos al hombre elevarse, y de etapa en etapa y de siglo en siglo logra mayor suma de bienes. Las tribus se convierten en naciones, las grutas, los palafitos y aduares en ciudades ricas y florecientes, el tosco dólmen en el elegante sarcófago, el menhir en ostentoso monolito: al sílex tallado sucede el pulimentado, a la piedra el bronce, al bronce el acero, a la torcida rama con que el salvaje escarba la superficie de la tierra, el arado que fecundiza sus entrañas; al papiro y al pergamino el papel; al estilo y a la pluma la [33] imprenta; al trirreme y a la galera el buque de vapor; a la rueca la hiladora d'Arkwright, al mensajero el correo, al correo el telégrafo, al dromedario y el elefante el ferro-carril. ¿Quién puede enumerar todas las transformaciones que el progreso ha operado en la vida humana, y a quién le es dado determinar las que ha de realizar todavía? Este es el secreto de la Providencia, que como cuenta los astros y escudriña los misteriosos y profundos senos de nuestra conciencia, descorre el misterioso velo del porvenir, ante el cual la débil razón se detiene y vacila, murmurando de su impotencia, como la ola que estalla su blanca espuma al estrellarse los acantilados de la orilla. He dicho. |
Notas [ renumeradas ] {1} El Excmo. e Ilmo. Sr. Arzobispo de Sevilla [ Joaquín Lluch y Garriga OCD ] dispensó al orador la honra de asistir a esta conferencia. {2} Suetonio, C. 72. {3} Plinio, L. 2, C. 57 y L. 37, 51. {4} Prudencio, Plycomachia, v. 470. {5} Claudiano, Laus Serenae, v. 77. {6} Marbodeo, Galli Poetae vetustissime Dactylioteca, Sholiis G. Pictorii Villenganis, ilustrata Basileae, 1555. {7} Metalloteca Vaticana, Roma 1717. {8} Leland, Collectanea, id. Harne, 1º, p. 6, pl. 63. {9} Mém. Ac. des inscriptions, 1734, t. 12, p. 163. {10} Edición de París, 1876. {11} Edición de París, 1881. {12} Vilanova, origen del Hombre; Sales, Prehistoria, tomo I; Góngora, Antigüedades Prehistóricas de Andalucía. {13} Véase «Enciclopedia de Historia Natural», dirigida por Vilanova, tomo I, Introducción. {14} Sales y Ferre, Prehistoria y origen de la civilización, tomo I. {15} M. Stemstrup, Forchammer, Thomsen, Worsae y Nilsson. {16} Lucrecio, De rerum natura, lib. 5. {17} Lenormant, Manual de Historia antigua del Oriente, tomo Iº. {18} El hombre prehistórico, edición de 1876. Traducida de la 3ª inglesa. {19} Origen de las Especies. {20} Antropogenia o historia de la evolución humana, París 1877. {21} Quatrefages, Consideraciones sobre los progresos de la Antropología. {22} Carlos Lyell, La antigüedad del hombre, p. 224 y nota. {23} Evan, Les ag. de la Pier. p. 688. {24} Geikie, Geological Magazine V. S., p. 249. {25} Adhemar y Goll. {26} Preswich, Principios de Geología. {27} Conflictos entre la Religión y la Ciencia. {28} Sentencias, libro 2º, dist. 23. {29} La Biblia y la Astronomía. {30} La Biblia y la Naturaleza. Transcripción, respetando la grafia de los nombres, del texto contenido en un opúsculo impreso, de 33 páginas, cuya reproducción en fotocopia nos ha sido facilitada amablemente por la Biblioteca de la Facultad de Letras de la Universidad de Granada, que lo conserva como documento nº 239861. |
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