1876 | Frenología |
Profesor de Instrucción Primaria Superior, autor de varias obras de 1ª Enseñanza declaradas de texto por el Gobierno de S. M., Director que fue de su Colegio e individuo de la Excma. Junta de Instrucción Primaria de esta provincia
Barcelona
Imprenta de Jaime Jepús Roviralta.
calle de Petritxol, núm. 10.
1876
Cuando una persona ha sido realmente grande, y sus obras son tantas y de tal naturaleza, que a la par de extraordinarias resultan útiles y provechosas a la humanidad, entonces para inmortalizarla y transmitir su nombre ilustre a las generaciones futuras, no se necesita lenguaje florido, ni frases pomposas y de relumbrón, porque los hechos son de sí bastante elocuentes, y sólo para ser sublime se necesita narrarlos tales como son y sucedieron. Hacer lo contrario, fuera ofender su memoria, fuera rebajar su verdadero mérito queriendo enaltecer las páginas originales y gloriosas de su vida con el auxilio de ingenios prestados o mercenarios, por más que la sociedad actual esté acostumbrada a ruidosos aplausos tributados algunas veces a hombres, que ni a medianías llegaron. No pensamos nosotros seguir ese camino, antes procuraremos apartarnos de él todo lo posible, ya que por otra parte sólo ha sido nuestro objeto, más bien que dar a luz una presuntuosa biografía, [6] publicar un índice, o mejor unos apuntes que puedan con el tiempo servir de firme y verdadero pedestal al literato o filósofo que deseare escribir la historia completa del célebre y distinguido frenólogo español D. Mariano Cubí y Soler.
Este hombre eminente, sabio, podría decirse, que tantos laureles y tanta gloria alcanzó durante su vida, y que cien y cien veces había honrado a su patria, aun en aquellos estados del extranjero en que mejor florecen la civilización, las ciencias, las letras y las artes, había nacido en el pueblo de Malgrat, provincia de Barcelona a 15 de diciembre de 1801. Su padre, oriundo de una familia italiana, era natural de la casa solariega llamada la Cubia, a una legua de Ripoll, camino de Vich, y había casado con la hija de un fabricante de papel en Igualada. Aprendió Cubí las primeras letras en el referido pueblo de Malgrat hasta el mes de marzo de 1810, en cuya fecha sus padres, por efecto de la guerra con los franceses, se trasladaron a Mahón, donde establecieron una tienda en la cual tenían ocupado a su hijo la mayor parte del día, haciéndole dar, sin embargo, lecciones por maestros particulares en su misma casa. Era en Cubí tan grande y precoz la facultad filológica o lingüística, que en tres meses habló el mahonés, tan bien como lo hablan los naturales de aquella isla. A los catorce años comenzó a aprender el inglés bajo la dirección del distinguido profesor D. Guillermo Casey.
En 1819 su familia regresó a Malgrat, pero él se quedó [7] en Mahón en cuya ciudad se ganaba una honrada y hasta cómoda subsistencia, dando clases y lecciones particulares de primera enseñanza. Con otro genio menos vivo y de reducidas aspiraciones, se hubiera quedado allí contento; mas su extraordinaria idealidad y deseo de saber, no le dejaban sosegar y hasta le tenían frenético, y era que Cubí no cabía en Mahon; aquella esfera era reducida para él, y por eso a fines de febrero de 1821 resolvió marcharse. Había en aquel puerto una corbeta de guerra norteamericana llamada Pavo real que se disponía a salir para los Estados Unidos, y en ella le admitió su capitán Thomás Brown, como profesor de español y francés. Era el viernes 2 de marzo de 1821 cuando se hizo a la mar la corbeta que conducía al joven y entusiasta Sr. Cubí a un nuevo mundo, sin apoyo de nadie y sin más amparo que el de Dios. Aportó la corbeta en Norfolk el día 21 de junio del mismo año, y con los sesenta duros que le abonaron por el tiempo que había servido a bordo, se fue Cubí a Washington, capital de los Estados Unidos, que contaba entonces unas nueve mil almas. En aquella ciudad se ocupaba en dar lecciones de español como único recurso para atender a sus necesidades, cuando el día 20 de octubre se le presentó Mr. Eduard Damphoux, presidente del colegio de Santa María en Baltimore, estado de Maryland, ofreciéndole la cátedra de español en dicho colegio, que aceptó al instante el Sr. Cubí. Provenía la proposición de Mr. Eduard de la recomendación entusiasta, que uno de los oficiales de la corbeta había hecho a la comunidad de religiosos de San Sulpicio, dueños de aquel colegio.
Instalado ya en la cátedra, el primer objeto de la [8] ambición de Cubí fue distinguirse, no sólo por su método de enseñanza sino por los adelantos positivos de sus alumnos. Para esto era preciso hablar el inglés como lo habla un natural bien educado, en aquel país, y esto lo alcanzó en noventa días, pero con esfuerzos casi sobrehumanos. Dado este primer paso, su mayor deseo fue hacerse admirar con la producción de obras nuevas referentes a su asignatura, por lo que en 1822 publicó unos Diálogos en castellano e inglés que merecieron general aceptación. No había una buena gramática en que los norteamericanos pudiesen aprender el castellano, y Cubí a fin de llenar aquel vacío, en el mismo año publicó una con el título de Nueva Gramática Española adaptada a toda clase de estudiantes la cual tuvo también una acogida grande, por considerarla como la mejor que se conocía. Al año siguiente dio a la prensa un Diccionario de faltriquera de las lenguas española e inglesa, y en el de 1824 dio a luz una Gramática Castellana, que destinó a la América del Sud. Y todo esto lo ejecutó, mientras tenía dedicadas a la enseñanza de la lengua española catorce horas diarias entre el colegio, en su casa y en las de varios particulares, y después de dedicar algún tiempo para perfeccionarse en el francés, aprender el latín y el griego, en cuyos dos idiomas adquirió aquellos conocimientos que son bastantes para un hombre literato, que no los quiere poseer como una especialidad.
La reputación extraordinaria que como profesor de lenguas adquirió en aquel país tan ilustrado, la debió a su buen sistema de enseñanza. Para los que no tienen memoria, decía, conviene repetición; a los que la tienen, decoración; a los muy reflexivos, principios generales; a los [9] atolondrados, análisis, y a todos constante práctica de lo que se les enseña; pues así como no hay una panacea universal para las dolencias, tampoco hay sistema universal para ninguna clase de enseñanza.
Ocupado en formarse literariamente, en la enseñanza y en escribir obras elementales, pasó ocho años, a saber, desde 1º de octubre de 1821 en que llegó a Baltimore, hasta 15 de febrero de 1829 que salió para la Habana.
Al principiar este último año, comenzó a pensar que la misión suya no estaba cumplida, y a cada instante se decía: «Tú puedes y debes hacer más: tú has servido sólo a los norte-americanos: sirve también a los tuyos. ¿Y cómo hacerlo? Planteando en la Habana una casa de educación según los adelantos del día,» fue su respuesta. Pero como él no tenía recursos pecuniarios suficientes para la empresa, pues que una parte de sus ahorros los invertía en libros y en hacer menos desgraciada la suerte de algunos de sus semejantes, escribió al Capitán General de la isla de Cuba, quien le contestó instándole que fuese, que en ello tendría gran gusto.
Llegado a la Habana, tomó el título de maestro, que le fue concedido después de unos exámenes rigurosísimos, y unido con el profesor D. Juan Olivella y Sala estableció el primer colegio de enseñanza secundaria que se conoció en la isla de Cuba, con el nombre de Buenavista, a una legua de aquella ciudad y en un sitio ameno llamado el Cerro. En noviembre de 1830, a causa de una fiebre que tuvo el alumno D. José Güell y Renté, creyó el Sr. Cubí que el Cerro no era bastante sano, y en su virtud el colegio fue trasladado a una casa-palacio del Paseo de la Habana, [10] trocando su nombre de Buenavista, por el de San Fernando. Cuando este nuevo establecimiento estaba en su mayor apogeo, D. Juan Olivella tuvo que ausentarse a los Estados Unidos a causa de alguna trama política que sus émulos le habían urdido, y el Sr. Cubí alarmado por ello, y viendo que las cuantiosas sumas que pagaban los 120 alumnos internos y los 60 medio-pensionistas, apenas bastaban para sostener el colegio a la altura en que lo había colocado, y por otra parte creyendo que su misión quedaba cumplida, toda vez que se habían establecido en la Habana varios colegios a imitación del de San Fernando, cedió el suyo a su protector D. Juan Samá, quien le dio en cambio una, aunque insignificante cantidad.
En la Habana, había dado el Sr. Cubí grande impulso a esparcir y activar la afición a la buena literatura con la publicación de la Revista Cubana, que forma cuatro tomos en folio, y cuyos artículos fueron todos escritos por él, a excepción del primero. Publicó también allí una aritmética, razonada y una caligrafía, y libre ya de todo compromiso, satisfecho al ver que a él se le debía el grandioso vuelo que la educación había tomado en la isla de Cuba, el 23 de diciembre de 1832 salió para Nueva Orleans y de allí se trasladó a Méjico, llegando a Tampico de Tamaulipas a fines de marzo de 1833.
Como por fortuna en todas las naciones existen siempre algunos individuos que se consagran al adelantamiento de su patria, en Tampico halló el Sr. Cubí a D. Tomás Rosell, hombre distinguido y rico comerciante que le dispensó toda clase de protección, y con ella y obrando con aquella actividad propia de su carácter en la tarde del domingo [11] 14 del inmediato abril, inauguraba ya en aquella ciudad un colegio de segunda enseñanza con el nombre de Fuente de la Libertad. Solamente habían transcurrido seis meses desde que dejó el de San Fernando de la Habana.
En Méjico fue donde tuvo que trabajar más el Sr. Cubí, porque antes que presentar buenos alumnos, tuvo que formar maestros y escribir libros de texto. En cambio ganó algún capital, pues era tal la fama de su colegio, que a pesar de ser aquel país mal sano y mortífero, a él mandaban sus hijos los padres que vivían en países saludables. El habérsele muerto tres alumnos de la fiebre amarilla, y el haber sido su colegio teatro de una sangrienta lucha en las guerras civiles a que ha estado siempre sujeto aquel país, hicieron nacer en él el deseo de abandonar a Méjico, y llevar sus conocimientos y servicios a otra parte. Habiendo, pues, cedido la dirección del colegio a uno de los profesores, el martes 15 de diciembre de 1835 salió para Nueva Orleans, llevándose la gloria de haber introducido en la costa mejicana el más extenso plan de enseñanza secundaria.
El Sr. Cubí además de haber trabajado en la enseñanza cuanto se lleva dicho, se había dedicado con gran provecho al estudio de la metafísica, y en su virtud conocía los varios sistemas de los antiguos, las teorías de los alemanes, las obras de los ideólogos franceses, las británicas, y especialmente las de la Escuela de Edimburgo. Comparando lo que pasaba dentro del hombre y lo que salía del hombre con lo que decían los metafísicos, vino a convencerse de [12] que no había tal ciencia del alma, y que todo era un embrollo, un caos de confusión, llegando a no hacer caso de cuanto se daba en la prensa sobre metafísica. Presentía sin embargo que la inteligencia del hombre no cesaría hasta poder explicar satisfactoriamente el origen de donde procedían los efectos manifestados por los metafísicos, y cómo este origen es el alma, espíritu imperceptible, no comprendía de qué manera la humanidad podría explicarlo. En este estado de esperanza y de duda se hallaba, cuando he aquí que en 1828 lee por primera vez el compendio de frenología, por Combe. «Más verdad existe en la nomenclatura de esta ciencia, que en cuanto se ha escrito de metafísica desde Aristóteles,» exclama arrobado Cubí. Vio que se había descubierto lo que él creía tardaría siglos en descubrirse; pero ni en la Habana ni en Tampico tuvo tiempo para dedicarse a ninguna clase de estudios.
Al llegar a Nueva Orleans el 24 de diciembre de 1835, la primera cosa que notó en las esquinas, fue un anuncio de dos frenólogos acompañado de una cabeza frenológicamente marcada. Como si el dedo de la Providencia se la señalara dirigióse a la casa de aquellos frenólogos, quienes al reconocer su cabeza, le explicaron con tanta exactitud su carácter e inteligencia, que le dejaron estupefacto y abrumado en mil y mil reflexiones. Al cabo de algunos días, cuando tuvo arreglados sus negocios, y las lecciones de español, francés e inglés le daban más de lo regular para vivir con algún desahogo, comenzó seriamente el estudio de la Frenología. Lee con avidez todas las obras de Combe, las de Spurzheim, las de Gall, y asiste durante muchas horas al día en el despacho de los señores Fowler y Buchanan, [13] quienes le aclaran todas sus dudas y desvanecen todas sus objeciones. Al fin, después de haberse impuesto bien de cuanto habían escrito los mejores frenólogos, de haber aprendido con toda perfección los órganos cefálicos, los temperamentos y demás causas modificativas, sale de Nueva-Orleans el día 20 de mayo de 1836, recorre todos los Estados Unidos, visita universidades, colegios, más de doscientas instituciones, cárceles y presidios, examina sobre dos mil cabezas de todas clases y condiciones, y convencido plenamente de que la Frenología era una verdad, todos sus deseos futuros y constantes fueron que debía propagar este nuevo sistema de Filosofía Mental a su amada patria.
A principios de octubre de 1836 escribió en diez días y publicó en castellano, su primera obra de Frenología con el título de: Introducción a la Frenología por un catalán. De regreso a Nueva Orleans, dio un curso de Frenología, en español, pronunció varios discursos en inglés delante de un gentío inmenso, y mientras por una parte sus paisanos le compadecían o se burlaban, los norte-americanos le tenían por uno de los hombres más notables de la época, sobre todo porque siendo extranjero era en su concepto uno de sus buenos oradores.
Como se le hubiesen hecho proposiciones para la cátedra de idiomas modernos en la universidad de la Luisiana, contestó a su presidente que aceptaría, con tal que le dejasen libres tres meses al año, sin rebajarle nada de los dos mil duros anuales de su salario. Esta condición no debió ser obstáculo para su nombramiento, toda vez que el 19 de julio de 1837 fue aclamado catedrático por unanimidad, [14] inaugurando sus clases de español y francés en lengua inglesa, el día 14 del próximo mes de agosto.
Era costumbre, en aquella universidad que el profesor últimamente nombrado debía pronunciar un discurso ante la Sociedad Filomática, y el Sr. Cubí queriendo cumplir con aquel compromiso de honor, el día 19 del inmediato mes de diciembre, y ante una reunión distinguida, dijo el más grande discurso que salió de su boca, y cuyo tema fue: «Armonía entre los deseos del reino animal y poder de satisfacerlos.» Pero lo pronunció con tal ardor, con una fe y con una elocuencia tan sublimes, que arrobaba al auditorio, mereciendo desde entonces ser tenido por hombre grande entre aquellos norte-americanos que forman parte del pueblo más adelantado de la tierra. algún tiempo después pronunció otro discurso sobre Templanza, del que se ocupó ventajosamente toda la prensa de los Estados Unidos. El día 19 de octubre de 1839 dijo otro en el Liceo de Woordville, el que se imprimió después en vista de su extraordinaria aceptación. Pero en lo que más trabajó durante los tres años y medio que estuvo de catedrático, fue en la Sociedad Frenológica que estableció en la universidad de la Luisiana, para lo cual tuvo que pronunciar varios discursos ante los profesores y alumnos, y ante cuantas personas deseaban oírle.
Como la cátedra no le tenía ocupado sino dos horas al día, quedábale tiempo suficiente para dedicarse a toda clase de estudios. Deseoso luego de recorrer otra vez todos los estados de la unión americana, al objeto de conferenciar con todos los grandes frenólogos y ver los adelantos que se hacían en el mundo moral y físico, a mediados del año 1840 [15] emprendió su viaje, durante el cual asistió como representante de la universidad en el congreso general de profesores que se celebró en Washington, en el que tomó dos veces la palabra sobre educación, mereciendo por los profundos conocimientos que revelara, el dictado de gran pedagogo.
Por encargo de la misma universidad de Luisiana, visitó también la de Cambridge, y recorriendo después la mayor parte de los Estados Unidos, examinó cabezas sin cuento, particularmente en los presidios, cárceles y hospitales de dementes o lunáticos, acabando por hacerse frenólogo tan grande en la teoría como en la práctica. Al regreso de este viaje, comenzó a luchar consigo mismo sobre si era llegada la hora de ir a propagar la Frenología a su patria, de la cual se hallaba ausente hacia ya 17 años, o si todavía debía afirmarse más y más en la Frenología, es decir, si debía prepararse para las grandes luchas que pudieran sobrevenirle en este país. Por fin, cuando creyó hallarse fuerte para rechazar todas las objeciones que pudiesen hacérsele en el orden metafísico, ideológico y fisiológico, porque no esperaba ninguna en el orden teológico, puesto que desde que abrazó la Frenología, vio en ella un apoyo de la Religión, en el mes de enero de 1842 presentó su dimisión, que a duras penas le fue admitida. Obran originales dos documentos, uno de los alumnos y otro del claustro de la universidad, en los cuales le manifiestan su aprecio y el grande sentimiento que les causaba su separación. Trasladado a Nueva Orleans, dio dos cursos de Frenología en inglés y otro en francés, a los cuales asistió una concurrencia inmensa, compuesta de lo más selecto de aquella ciudad. [16]
Con toda la experiencia y reputación de hombre sabio, salió, pues, de Nueva Orleans con dirección a España el 23 de junio de 1842, en compañía de su buen amigo D. Pedro Cusachs, llegando al Havre el 17 de agosto. Permaneció en París hasta el 20 de setiembre, a fin de imponerse del estado de la Frenología en Francia, y la hallo muy lejos de la condición en que se encontraba en los Estados Unidos. Salió de Paris el citado día 20 de setiembre, llegando a Barcelona el 2 de octubre del mismo año, después de haberse detenido unos días en Mataró.
La Frenología no era enteramente desconocida en España, pues en el año 1823 la prensa Barcelonesa había dado ya un folleto sobre esta ciencia, pero de escaso mérito. En Sevilla los señores Herrera, Dávila y Alvear, que en 1828 publicaban la Colección de Tratados breves y metódicos, ofrecieron un tratado de Frenología. La medicina iniciaba a sus alumnos en los principios de la misma, y el Sr. Monlau en su higiene adoptaba la nomenclatura de los frenólogos; mas el público en general se mantenía extraño a aquellas nociones, la literatura tal vez las desdeñaba, y era muy común la aprehensión de que la doctrina de Gall, si no era materialista, conducía a lo menos a aquel sistema desconsolador. Suele acontecer con frecuencia confundir un sistema o ciencia con los errores en que incurren sus discípulos bastardos, o con las lejanas consecuencias que cualquiera se permite deducir aun de principios puestos fuera de controversia, o muy bien sentados. Las lecciones [17] del Sr. Cubí vinieron pues a combatir en nuestro país toda clase de prevenciones y a popularizar la ciencia frenológica.
A su llegada a Barcelona comenzó operaciones sin treguas ni descanso. Visitó, acompañado siempre de personas inteligentes, las cárceles y establecimientos penales y de corrección, examinó gratuitamente más de quinientas cabezas, dio a la prensa su Manual de frenología, y el 7 de marzo de 1843 ante un concurso numerosísimo, pronunció su primer discurso en la Convalecencia del Hospital de Santa Cruz. Ciento dos matriculados siguieron aquel curso, que terminó con gran satisfacción de todos el día 22 del inmediato mes de abril. Al mismo tiempo daba un curso de inglés y otro de francés a varios amigos que se lo habían pedido, con lo que dejó sólidamente sentada en Barcelona su reputación como buen profesor de lenguas. El 4 de setiembre del mismo año emprendió un viaje por las breñas y escabrosidades del Monseny y pueblos inmediatos, como Ausó, Rupit, Carós &c., al objeto de estudiar la imbecilidad muy común en aquellos habitantes, y de sus estudios y resultados da cuenta en su Sistema Completo, tom. I, 3ª Ed. No pudiendo después regresar a Barcelona por estar sitiada a causa de una sublevación, se dirigió a Igualada, donde visitó a su querida y anciana madre, y en el teatro de aquella villa dio un curso de Frenología a 30 personas que al efecto se habían matriculado. A últimos del mismo año 1843 dio a luz su Sistema Completo de Frenología, el cual comenzó a servir de texto a sus alumnos de Villanueva y Geltrú en el curso que les dio en enero del siguiente año 1844. [18]
El Sr. Cubí, en el año 1828 estando en Baltimore y en vísperas de marcharse a la Habana, había visto un caso de magnetismo, al que no dio la menor importancia por las exageraciones con que lo describían sus entusiastas. Como en el año 1844 se contasen en Barcelona tantas maravillas de algunas magnetizaciones, entró el Sr. Cubí en curiosidad de ver y notar, como era muy natural, aquellos fenómenos. Cuando se hubo convencido por sí mismo de que aquel fluido existía real y positivamente, tradujo con el Sr. Pers y Ramona el Manual práctico de magnetismo animal por Alfonso Teste. Creyendo después necesario exponer lo que en ello hay de cierto, falso o exagerado, resuelve incluir algunas lecciones de magnetismo en la enseñanza de la Frenología, y con aquel entusiasmo propio del que está convencido de la bondad de su doctrina, cual otro apóstol sale de Barcelona el 26 de abril de 1845 y recorre y predica Frenología en todas las provincias de España, con el más grandioso y sublime éxito que pudiera desear, de lo cual son una prueba irrecusable aquel gran número de certificaciones que espontáneamente le fueron libradas, y que ellas por sí solas serían bastantes para escribir una historia gloriosa de su vida. Pero estas manifestaciones las alcanzó después de haber sostenido con sus contrarios rudos combates y polémicas ruidosas; después de mil y mil sinsabores y angustias, y después de insultos y denigraciones de toda clase. fue blanco de muchos ataques e improperios por parte de la prensa periódica, objeto de burla en las aulas y en las tertulias, de risa en los teatros, y en todas partes oía contra él dicterios y sandeces; pero a todo hizo frente el Sr. Cubí, y a todos acalló con su elocuencia y con [19] hechos irrecusables. Sin embargo de la convicción profunda que tenía del triunfo de su causa, llegó hasta el caso de pensar si debía abandonarlo todo y volverse a los Estados Unidos. Tales eran los días de amargura y tribulación; pero llego como si algún ser superior le inspirase é infundiese nuevo valor, rechaza aquella idea pasajera y exclama. «No, no se dirá que yo te he abandonado sino con la muerte, oh ciencia de las ciencias, útil, luminosa y sublime Frenología.» Luego añade: «¿Dónde está la gloria, dónde el triunfo si no hay oposición que vencer?» Así tranquilizaba y fortalecía su espíritu abatido, y como si todo fuesen elogios y calma, se preparaba a resistir nuevos ataques. Gracias a ese carácter, gracias a esos internos consuelos hijos de su íntima convicción, de su esperanza, idealidad, benevolencia y acometividad muy activas en él, pudo alcanzar el triunfo. Mas, la gloria alcanzada en una ciudad, de nada le servia para otra; en cada una tenía que librar nuevas batallas, nuevas luchas, si bien que al fin todo eran nuevos laureles y por consiguiente nuevas manifestaciones de sus discípulos, llenas de fuego y entusiasmo.
En Barcelona tuvo que luchar con el gran genio de Balmes; en las Baleares, con el de Cuadrado; en Tarragona con el profesorado conciliar, y en todas partes con personas más o menos ilustradas; pero la lucha que más gloria y honra le ha dado, fue la que le costó nueve meses de casi sobrehumanos esfuerzos para rebatir los cargos que se le hacían, en la causa que contra él instruyó en marzo de 1847 el Tribunal eclesiástico de Santiago de Galicia, en virtud, según parece, de la excitación hecha por el impreso de D. Antonio Severo Borrajo, Dr. en Sagrada Teología, cuyo título [20] era: «A todos los que tienen ojos para ver y oídos para oír.» Y esto fue mas de extrañar, por cuanto el Sr. Cubí había dado en la misma ciudad de Santiago un curso de Frenología a 90 personas, quienes a pesar de las prevenciones que contra él tenían, no pudieron menos de librarle un documento altamente honroso para él y para la ciencia que predicaba.
Era el mediodía del domingo 16 de mayo de 1847, y estaba el Sr. Cubí en la Coruña, donde había sido objeto de la más grandiosa manifestación por parte de los coruñeses, cuando se le dio la noticia de que el Tribunal Eclesiástico de Santiago había mandado requisitorias a los Jefes Políticos de las provincias para prenderle y entregarle a dicho Tribunal. Salió al instante a consultar a varios amigos, y todos fueron de parecer que se acogiese a bordo de un vapor de guerra francés que acababa de llegar a aquel puerto, y en el cual se le admitió por intermediación del señor cónsul de aquella nación. Mas, a la una de la tarde, cuando se habían despedido ya de él sus buenos amigos, comenzó a reflexionar que iba mal, que su fuga era indigna de un hombre; que él no se pertenecía, por cuanto pertenecía a la causa filosófica que había abrazado; que iba a dejar abandonados todos sus alumnos a la persecución, o al menos a la animadversión de los enemigos; que con aquel acto de temor daba armas a cuantos le habían atacado; que la posteridad le tendría por un charlatán, por un criminal, un conculcador de nuestra sacrosanta religión y de la moral pública... ¡Oh! no, respondió; ¡jamás, nunca! Vengan primero sobre mí los suplicios que todos los mártires reunidos han sufrido. ¡Oh! no, ¡jamás! Yo no puedo estar aquí; es imposible. Esto es [21] un crimen que cometo contra la misma religión que dicen he ofendido, contra esa moral que dicen he vulnerado, contra esos alumnos que dicen he engañado. ¡Oh! no, yo desembarcaré, me defenderé, y triunfaré, o moriré. Mandó luego a buscar algunos amigos de su confianza, y les manifestó su resolución, sobre la cual le hicieron algunas observaciones para disuadirle, pero todo fue inútil; y como aquella era irrevocable, a las siete y media de la tarde del siguiente día que era lunes, saltó a tierra y fue a parar a casa de un amigo donde le prodigaron toda clase de consuelos durante los once meses de su cautiverio. Para satisfacción de esta familia, que por delicadeza no se nombra, como también para todas aquellas personas que le auxiliaron en tan apurado trance, ha dejado escritas de su propia mano, algunas líneas que revelan el profundo agradecimiento que le conservó siempre. Al día siguiente de haber desembarcado, le dieron a leer el folleto del Sr. Borrajo, y le pareció ver el Cielo, porque le suministraba medios de vindicación. El 23 de junio había ya contestado con el impreso que intituló Refutación Completa; pero fuese por el ardor o energía con que había trabajado durante cinco semanas, o sea por lo que su espíritu sufría, lo cierto es que aquel mismo día tuvo, por primera vez en su vida, dolor de cabeza y escalofríos, después de haber pasado impune tres epidemias y de haber vivido en todos los climas. Luego le apareció un tumor rebelde que le tuvo molestado cuatro meses, de modo que en pos de sus padecimientos morales vinieron los físicos.
El Sr. Cubí en su Refutación Completa, no solamente rebatió victoriosamente los cargos que se le habían hecho, [22] sino que trató de dejar bien sentada su reputación religiosa, descubriendo además los títulos que le asistían para no pasar por persona desconocida, entre los cuales contaba el de haber desempeñado el cargo de cónsul por el papa León XII en los Estados Unidos. En la misma Refutación se quejó el Sr. Cubí muy amargamente del silencio que sobre su doloroso incidente guardó la prensa periódica. A los setenta y dos días de reclusión, por el buen efecto que había producido en el ánimo del Tribunal Eclesiástico su Refutación Completa, se le hizo notificar, el 28 de julio, que podía pasearse por toda la Coruña sin que su persona corriese riesgo ninguno.
Por fin, debía llegar el día glorioso y deseado en que el Tribunal devolviese, no sólo la calma a aquel espíritu agitado, sino su honra que en mal hora había sido puesta en tela de juicio. Aquel día fue el 7 de abril de 1848, cuando el Tribunal Eclesiástico en su fallo de sobreseimiento, dejaba a salvo la persona y los sentimientos de D. Cubí y Soler, quien el 23 del mismo mes estaba ya de regreso en Barcelona.
Los dictámenes de los censores, y las respuestas del encausado, ofrecen una curiosa y filosófica lectura, y es muy notable en favor del Sr. Cubí lo que estampó en el suyo el P. Mro. Fr. Manuel García Gil, quien hablando de sus conferencias con dicho Señor, dice: «No sólo me han causado una impresión agradable, no sólo me han hecho formar del Sr. Cubí ventajoso concepto, sino que creo, y no temo decirlo, que acaso es el hombre, a quien espera la gloria de purgar la Frenología y el magnetismo de cuanto tiene de peligroso y falso, y por tanto armonizar esos sistemas con la Religión.» [23]
Constituido el Sr. Cubí en Barcelona, no cesó un momento de trabajar, de manera que a los dos meses publicaba ya un tomo de 494 páginas en 8º prolongado, con el nombre de «Polémica religiosa-frenológica-magnética sostenida ante el Tribunal Eclesiástico de Santiago, en el expediente que ha seguido con motivo de la denuncia suscitada contra los libros y lecciones de frenología y magnetismo...» redactada según ofrecimiento que hizo el autor y admitió aquel Tribunal.
Como desde algún tiempo aquella inteligencia activa y llena de exquisitos conocimientos tenía su alma fija en la publicación de un periódico que fuese órgano de la Frenología en España, en 12 de agosto de 1848, con sus solos y aislados recursos, dio a luz el primer número con el nombre de Antorcha, semanario enciclopédico de ciencias, artes, literatura e industria, dedicado a ilustrar y favorecer todos los intereses de la nación española. Esta publicación obtuvo grande acogida, buenos y merecidos elogios por su inmediata aplicación a la educación, al progreso civil e industrial, y por la amena variedad de sus artículos, distinguiéndose algunos lingüísticos y ortográficos, él en que batió con mano fuerte e irresistible el comunismo, y sobre todos el que tituló: «Marcha progresiva de la inteligencia humana.» después de algunos meses, cuando tuvo asegurada la publicación de la Antorcha, salió a propagar la Frenología por las provincias de Valencia, Alicante, Granada, Málaga, Cádiz, Sevilla, &c., &c.; recibiendo en todas partes entusiastas demostraciones, que mitigaron algún tanto los sufrimientos que durante tantos meses habían mortificado su ánimo. [24]
Para concluir el círculo de su carrera, tenía proyectado un viaje por los estados de Europa y América, pero sólo realizó la primera parte, pues en 1851 se detuvo en Inglaterra para visitar la Exposición Universal y asistir al Congreso de la Paz que debía reunirse en Londres, y en el cual el día 23 de julio pronunció un notabilísimo discurso en inglés delante de tres mil personas, alcanzando entusiastas y estrepitosos aplausos de los concurrentes, y elogios muy sublimes de toda la prensa de aquella gran capital, que se admiraba de que un español hablase el inglés como el mejor de sus oradores. Durante su permanencia en Inglaterra, hizo imprimir su Nuevo Sistema de ortografía fonética para pronunciar con pureza y corrección la lengua inglesa; dijo varios discursos ante un respetable auditorio en el Museo Frenológico de Londres, llamando la atención por sus notables conocimientos, y después de haber visitado las poblaciones más importantes de Inglaterra y cuanto encierran digno de verse, regresó a Barcelona, a donde llegó el día 11 de diciembre del mismo año 1851.
Al poco tiempo de su regreso, publicó en esta ciudad tres opúsculos, uno sobre reformas ortográficas de la lengua castellana, que adoptó él en sus escritos; otro que tituló, Pan y Bocas, o sea economía política puesta al alcance de todos, y el último sobre las causas que hacen el comunismo imposible y el progreso inevitable. Pero la obra colosal suya, la que ha de inmortalizarle, es la que comenzó a publicar en 1852 en Barcelona y que intituló, La Frenología y sus Glorias. Es un tratado completo de Frenología y de Filosofía mental; y consta de 1160 páginas en 4º mayor. La Curia eclesiástica de esta ciudad le dio su aprobación [25] en vista del concienzudo, razonable e imparcial dictamen que de ella emitieron los censores nombrados al efecto por el dignísimo Prelado el Excmo. e Ilmo. Sr. D. José Domingo Costa y Borrás. He aquí algunos de sus párrafos: «En nuestro concepto no hay en dicha obra nada que se oponga al dogma ni a la moral... Pocas cosas le hemos hecho enmendar, y aun esas pocas, no porque fuesen contrarias a la Religión católica, apostólica, romana que tenemos la dicha de profesar, sino para que ellas no sirviesen de pretexto a ciertas personas, o demasiadamente tímidas o preocupadas, para achacar a la Frenología tendencias que no tiene. –Decimos tendencias que no tiene, porque la Frenología tal como la explica el Sr. Cubí en su citada obra, y tal como debe explicarse en nuestro humilde concepto, ni coarta la libertad del hombre, ni materializa el alma. La Frenología es a lo menos, si no se le quiere dar todavía el nombre de ciencia, que en esto no nos meteremos, la Frenología es a lo menos, un ramo del saber humano, un sistema de Filosofía Mental; y como ramo del saber humano, como sistema de Filosofía Mental, no está ni puede estar en pugna con la Religión católica, que es madre de las ciencias, con la Religión católica, que es la más santa y pura Filosofía... Al contrario, la Frenología presta un apoyo a la Religión, no porque el sol necesite para resplandecer del brillo de los demás astros, sino porque sol y estrellas forman ese conjunto hermosísimo que nos arrebata. Y si algo se desprende de la Frenología, que ataque o repugne en lo más mínimo nuestra sacrosanta Religión, no provendrá, no, de una verdadera rama del árbol frenológico: o provendrá de un injerto, o de una planta [26] exótica, a la cual se le habrá dado un nombre que no tiene.»
El mundo ilustrado ha recibido esta obra con marcadas muestras de aprobación, tanto o más en el extranjero que en España, por aquello de que nadie es profeta en su patria. Queriendo el emperador Napoleón III dejar a la Francia un legado de gran valía, la hizo traducir al francés e imprimirla luego por su cuenta. después permitió al Sr. Cubí el examen de su cabeza y el de toda la familia imperial, que le colmó de elogios en vista de la exacta descripción que hizo del carácter y talento de cada uno de sus individuos. Esto fue bastante para que solicitasen la inspección de su cabeza una multitud de personas notabilísimas y de elevada posición en aquella corte, contándose entre ellas un distinguido mariscal, que en la actualidad ocupa un puesto importantísimo en la vecina república, quien para dar al Sr. Cubí una prueba de su agradecimiento por haberle descrito con tanta exactitud su carácter y sus inclinaciones, contóle el plan que había concebido y la rapidez asombrosa como lo llevó a cabo en cierta e importante fecha de la historia del último imperio. Finalmente, bastará decir que La Frenología y sus Glorias del Sr. Cubí ocupa hoy día un lugar muy señalado en las bibliotecas públicas de la mayor parte de los estados de Europa y de América, y sobre todo en la de aquellos hombres que son venerados por sus profundos conocimientos en ciencias y letras.
Todavía hizo el Sr. Cubí algunas excursiones por diferentes estados de Europa, siendo de notar la del año 1867, porque después de visitar la Exposición Universal de Paris [27] recorrió la Bélgica, algunos estados de Alemania, Austria y Suiza, no pudiendo ir a Italia como tenía proyectado, por causa del cólera morbo que azotaba algunas de sus principales ciudades. Estando ya en el ocaso de su vida, se fijó decididamente en Barcelona, dedicándose a exámenes frenológicos y a escribir varias obras que ha dejado inéditas y sin concluir algunas de ellas, pero tal como las dejó, es de creer las mandará imprimir su íntimo amigo D. Manuel Torrente y Flores como dueño que ha quedado de ellas y de la selecta librería que el difunto poseía. Los títulos de estas obras son: Manual de Filosofía. –Tratado de Psicología Estética, Ideología Lógica y Ética. –Elementos de Frenología. –Frenología Social. –Cuatro capítulos sobre las lenguas primitivas de España. –Origen del habla y de las lenguas. –Historia de la Lengua española. –Dialectos de la Península.
Había cumplido el Sr. Cubí la edad de 70 años, y aún se hallaba ágil y gozaba de completa salud, cuando en 1873 sobrevinieron días aciagos, durante los cuales pareció que la nación española iba a hundirse con los trastornos políticos y la guerra civil que en pos de sí llevó el luto, la desolación y la ruina de la patria, ruina que envolvía en parte la de nuestro amigo, así como la de muchísimas familias. Esto sin duda debió afectarle, debió herir su ánimo con dardo mortal, porque se observó en él un decaimiento muy marcado en los dos últimos años de su existencia. A mayor abundamiento llega el invierno con una temperatura cruda y excesivamente fría cual no se hubiese sentido de muchos años, y el Sr. Cubí fallece a los 74 años de edad, a las 5 de la tarde del domingo 5 de diciembre [28] de 1875, de resultas de una apoplejía que le tuvo ocho días privado del uso de la palabra. Murió D. Mariano Cubí y Soler, soltero, con aquella santa resignación de todo buen cristiano, y con el consuelo de verse rodeado y servido de sus mejores amigos, quienes no le dejaron hasta haber depositado su cadáver en uno de los nichos del cementerio general de esta ciudad.
Ya en su infancia, dio el Sr. Cubí indicios, como los dan casi todos los hombres, de aquellas cualidades que después se desarrollan y forman el carácter con que les conoce el mundo. De temperamento muy activo, cabeza más bien grande; poca circunspección; mucha aprobatividad; extraordinaria idealidad, o sea progresividad; lenguaje muy desarrollado, sobre todo la parte que se refiere a la índole de las lenguas; imitación poca; comparación, que es el mayor elemento para la oratoria, colosal; pero lo que más preponderaba armónicamente en su cabeza, era la región intelectual. Su constitución física era excelente, de lo mejor, robusta, fuerte y sana, de manera que jamás estuvo enfermo ni achacoso a lo que contribuyó no poco su buen método de vida, ajustado a unas estrictas y severas reglas de higiene moral y física. En todo era ordenado; no frecuentaba cafés ni teatros donde la atmósfera suele estar viciada; se acostaba temprano para levantarse muy de madrugada; en sus paseos procuraba llevar el paso lento para no fatigarse; fue sobrio en la comida y más aun en las bebidas; y hasta en sus horas de trabajo, jamás escribió [29] sentado, sino en pié delante de una mesa elevada convenientemente. Así no es de extrañar que pudiese resistir en todos los climas unos trabajos mentales tan grandiosos como los que se mencionan en esta su biografía, y unos ataques como los de que fue víctima en España.
Tal vez no hay ejemplo en nuestra historia de que otro hombre, impávido y denodado contra la ignorancia y las preocupaciones de una nación como la nuestra, haya comenzado, y triunfantemente haya concluido una predicación en la que los hombres de mayor influjo y poder creían iban envueltos los más tremendos golpes contra todo lo que hay de religioso, moral y justo en la sociedad. Y sin embargo el Sr. Cubí la llevó a cabo, solo, sin auxilio de nadie, sin otro aliento que el de sus creencias, sin otros recursos que su lengua y su pluma, sin otras esperanzas, ni deseos, ni ambición que la satisfacción simple y sencilla de propagar en su patria una ciencia que con el tiempo ha de contribuir al mejoramiento de la sociedad.
Dotado de un carácter tan firme y resuelto, como bondadoso y amable, se cautivó el aprecio, al mismo tiempo que el respeto de cuantas personas tuvieron el gusto de tratarle; por lo que su fallecimiento ha sido muy sentido, sobre todo en Barcelona donde contaba con numerosas familias que le apreciaban. La prensa de esta localidad, al otro día de su muerte, ensalzó sus virtudes y sus conocimientos; los periódicos han hecho público que en Madrid está acordado por algunos literatos dedicarle una corona poética de siemprevivas; la Ilustración Española y Americana ha insertado también su retrato en uno de los números de su importante publicación, lo cual viene a decirnos que la Fama [30] pregona ya por doquier, que la humanidad ha perdido con el Señor Cubí un gran bienhechor, la patria, uno de sus más preclaros hijos, las ciencias y las letras, uno de sus mejores y entusiastas cultivadores, y sus amigos, un sincero e ilustrado consejero.
Duras verdades son estas, pero no se aflijan ni se impacienten por eso sus admiradores: dejen que transcurran los años, que su espíritu descanse en paz en la mansión de los justos, y que la tumba guarde tranquila sus venerables cenizas, toda vez que la posteridad libre de toda pasión, ha de rendirle aquellos honores que por envidia o negligencia dejaron de tributarle sus contemporáneos.
Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo impreso de 30 páginas.