Filosofía en español 
Filosofía en español

Carlos París

Nuestro sentido revolucionario

Alcalá, 10 mayo 1952


Hace un puñado de lustros, cuatro, que las juventudes españolas, más alertas al signo de nuestro tiempo, viven con un gran tema en el corazón de su preocupación española: el de la revolución nacional. Nada más fácil que comprobar este hecho y resbalar sobre él hacia el tópico. Nada más necesario, por ello mismo, que dominar esta inercia y penetrar en el último significado de esta realidad.

La motivación fundamental y más amplia del sentir revolucionario que comentamos es patente. Insatisfacción apremiante frente a la situación de España. Voces españolas distantes y diversas han hablado con comunidad, empero, del dolor de España. Espíritus hispánicos han sentido, unidos sobre diversidades de vocación, el agridulce del disgusto en su amor a nuestra Patria. Esta situación constituye el fondo de la actitud revolucionaria proclamada combativamente por las J.O.N.S. Lo que pudo ser declamación en el peor de los casos, grito lírico lleno de autenticidad en otros, oración providencialista en los mejores, se torna, o se añade, en unas juventudes resueltas a una decisión terminante de cambiar radicalmente el estado de cosas llorado. De la especulación o del arrebato en el cielo estético hemos pasado a la acción. Acción exacta y enérgica -«no importa que el escalpelo haga sangre»-; importa, sí, la voluntad decidida a no quedarse ya en la lamentación, sino a remediar las cosas. Al treno sucede la eficacia. Ambos, empero, se mueven sobre un supuesto común: el descontento frente a la España presente y el careo con otra España más perfecta, soñada primero, buscada después.

El magisterio de Laín ha sabido como ninguno alumbrar este estado de cosas en «España como problema». Desde el presente orden de consideraciones, la actitud revolucionaria falangista y jonsista adquiere una precisa definición, una referencia y justificación directas y propias, independientes del amplísimo eco de equivocidades que el concepto de lo revolucionario en nuestros días suscita. Hay un problema revolucionario implicado en toda la Historia moderna desde el Renacimiento. Hay un problema revolucionario entrañado en la crisis cultural y vital de nuestro tiempo. Hay un sentido de revolución, captado por Chesterton lúcidamente, en la ascética cristiana, rebeldía frente al imperio de los infiernos. Juegan aquí sentidos opuestos de lo revolucionario, y nada más preciso que manejar esta idea sin mayores precisiones.

Así, junto a la revolución del nacionalsindicalismo se levanta la marxista en nuestra hora. Pero dentro del clima revolucionario del presente la revolución falangista satisface un orden de exigencias perfectamente definido y con un sentido claro, transmutación de la realidad española, cuya contemplación deja en nuestras almas un poso de radical insatisfacción.

Mientras este descontento apremiante se dé, la exigencia revolucionaria deberá seguir en pie. Nuestra acción habrá de ser configurada por cánones revolucionarios. Pero la proyección inmediata de este sentir divergirá en una u otra situación. Aquí se centra la diversidad entre el modo en que algunos, por lo menos, de los jóvenes de nuestros días entendemos nuestro deber revolucionario y la matización con que en el treinta y tantos fue vivido. Desde luego, no entendemos que la revolución que puso en pie juventudes avanzadas unos lustros sobre la nuestra haya sido cumplida. No nos puede por obvios motivos satisfacer, tampoco ahora, la España actual. Pero no es primordialmente ya problema de lucha política en el sentido más estrecho, a nuestro ver, sino de lucha social. En España ha fallado, por desgracia, la sociedad; ha fallado, en términos generales, el español de nuestros días, que se ha dejado corromper por la rutina, la pereza o el soborno cuando ha llegado a los puestos de responsabilidad. Y en esta coyuntura lo que importa, ante todo, es una vigorosa sacudida de la sociedad española desde sus órganos más auténticos y efectivos: profesión, familia, vida local y municipal. Es en este orden en el que se apuntan perspectivas de optimismo, por debajo de toda incertidumbre puramente política. Vemos en muchos puestos despuntar una ética y una altura profesional y científica nuevas. Vemos progresar la vida cristiana de la familia. Lo que avanzadas de generaciones anteriores, para cuyos méritos heroicos nuestra devoción es patente, fueron preparando lentamente, despunta como realidad. ¿Seremos capaces de empujar en sentido positivo esta vigorización de la vida española, fruto de una generación responsable, exigente, que aprendió la vida en la purificación y lección terrible del treinta y seis al treinta y nueve? Sólo una moral revolucionaria, una tensión de urgencias máximas podrá conseguir el triunfo de estas minorías frente al marasmo corruptor que nos inunda. Cada uno de nosotros tiene que imponer en sí mismo el alma española renovada contra el lastre decadente.

Algunos románticos del grito, de la trinchera, de la bomba de mano se sentirán decepcionados. Su mente no está aún purificada, a punto para esta difícil victoria. No se trata decisivamente de escalar por la violencia un poder. Desde él nada se hace si la sociedad y nosotros mismo estamos corrompidos. Se trata de vivir con violencia un nuevo estilo profesional, familiar, religioso. Romper viejas rutinas en nuestra religiosidad, en nuestro dormir en tópicos intelectuales, en el adocenarse en un escalafón. En estos campos se ventila el problema más áspero de España. A ellos nos llama con redoblada energía el más elemental deber de amor hispánico. A su problemática quisiéramos ver abierto nuestro ALCALÁ. Si es necesario volver a la lucha física nuestra juventud está presta, como siempre lo estuvieron los hombres de España. Pero una, aún más áspera, nos aguarda, en la que a los celtíberos nos es más duro triunfar. Quiera Dios ayudarnos en empresa tan calladamente heroica.

Carlos París

 

{Publicado en Alcalá. Revista Universitaria Española, Número ocho / Madrid, 10 de mayo de 1952.}