Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 6
páginas 183-185

Verdad
I

«Pilatos dijo entonces: ¿Luego sois rey? Jesús le respondió: Como vos decís, y por eso nací y vine al mundo, para dar este testimonio de verdad, y todos los hombres que aman la verdad oyen mi voz. Pilatos le replicó: ¿qué es la verdad? y después de decir esto, salió, &c.» (San Juan, cap. XVIII).

Es una lástima para el género humano que Pilatos se fuera [184] sin esperar la contestación de Jesús, porque si hubiera tenido paciencia, sabríamos lo que es in verdad. Se conoce que Pilatos era poco curioso. El acusado que compareció ante él, le dijo que era rey, y que había nacido para serlo, y Pilatos ni siquiera quiso enterarse de cómo semejante cosa podía ser. Era el juez supremo que nombró el César, contaba con la supremacía de la espada, y tenía el deber de haber profundizado el sentido de dichas palabras, debió haber dicho al acusado: Explicadme qué es lo que entendéis por ser rey, y por qué habéis nacido para serlo y para dar testimonio de la verdad. Dícese que esta llega difícilmente hasta los oídos de los monarcas, y hasta a mí, que soy juez, me costó mucho trabajo descubrirla. Enteradme mientras vuestros enemigos se desaten contra vos fuera de ese recinto, y me prestaréis el mayor servicio que puede prestarse al juez; prefiero conocer la verdad que conceder la petición tumultuosa de los judíos que desean que os quite la vida.

Indudablemente no nos atrevemos a averiguar lo que el autor de todas las verdades hubiera dicho a Pilatos. Quizás hubiera dicho: «La verdad es una palabra abstracta que la mayoría de los hombres usan con indiferencia en sus libros y en sus fallos, por equivocación o por mentir.» Esta definición ha convencido a todos los inventores de sistemas; de este modo la palabra sabiduría se toma con frecuencia por locura y la palabra ingenio por tontería.

Definimos la verdad humanamente hablando, esperando otra definición mejor, lo que se anuncia tal como es.

Supongo que en seis meses hubieran querido enseñar a Pilatos las verdades de la lógica, y en ese caso hubiera propuesto sin duda este silogismo terminante: No se debe privar de la vida al hombre que predica una moral pura; el acusado, según la de duración de sus mismos enemigos, predica siempre una moral excelente; luego no se le debe castigar con la última pena.

También hubiera podido deducir este otro argumento: Es deber mío evitar los atropellos del pueblo sedicioso para pedir la muerte de un hombre sin motivo y sin forma jurídica, así han obrado los judíos en esta ocasión, luego yo debo disolverlos y enviarlos o a las prisiones o a su casa.

Suponemos que Pilatos sabía aritmética, y por eso no nos ocuparemos de esta clase de verdades. Respecto a las verdades matemáticas, creo que debía de haber estudiado tres años lo menos para poder enterarse de la geometría transcendental. Para conocer las verdes de la física, hubiera necesitado lo menos cuatro años. Generalmente consumimos seis en estudiar la teología; pero yo creo que Pilatos necesitaría doce, teniendo en cuenta que era pagano y que seis años no es un tiempo excesivo para desarraigar en él sus errores crónicos, y que necesitaría [185] otros seis años para llegar a ser apto y ceñirse el birrete de la facultad. Si Pilatos hubiere, tenido un cerebro bien organizado, en dos años hubiera podido aprender las verdades metafísicas, y como estas verdades por necesidad se relacionan con las verdades morales, estoy seguro de que en menos de nueve años Pilatos hubiera llegado a ser un verdadero sabio.

Encontrándose en dicha situación, le hubiera dicho a Pilatos: Las verdades históricas sólo son probabilidades. Si peleasteis en la batalla de Philippos, es para vos una verdad que habéis conocido por intuición, pero para nosotros, que habitamos cerca del desierto de Siria, no es más que una cosa muy probable, que sabemos porque lo hemos oído decir: ¿Cuántas veces necesitamos haberlo oído decir para formarnos una persuasión igual a la del hombre que, habiendo visto la cosa de que tratamos, puede jactarse de tener certidumbre de ella? El que oyó decir la misma cosa a doce mil testigos oculares, no tiene más que doce mil probabilidades, equivalentes a una gran probabilidad, que nunca puede igualar a la certidumbre.

Si sólo sabéis la cosa de que se trata por uno de los testigos, haceos cuenta que no sabéis nada y que debéis dudar. Si el testigo murió, debéis dudar más todavía, porque nada podéis poner en claro. Si todos los testigos murieron, os encontráis en el mismo caso, y de generación en generación la duda aumenta, la probabilidad disminuye y muy pronto la probabilidad queda reducida a cero.


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