Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 3
páginas 98-100

Cura de aldea

No sólo el cura, sino el sacerdote musulmán, el talapuino y el brahma, deben percibir cierta cantidad para vivir honestamente. El sacerdote en todos los países debe vivir del altar, porque sirve a la nación. Sentiré que algún tuno fanático se atreva a decir que pongo al mismo nivel al cura y al sacerdote brahmán, y que asocio la verdad y la impostura, porque sólo trato de comparar los servicios que prestan a la sociedad, el trabajo y el salario. Sólo digo que el que ejerce una función penosa debe recibir buena paga de sus conciudadanos; pero no digo que debe amontonar riquezas, cenar como Lúculo, y ser insolente como Clodius. Compadezco la suerte del cura de aldea que le obliga a disputar un haz de trigo a sus infelices feligreses, a exigirles el diezmo de las lentejas y de los guisantes, a ser odiado y a odiar, a consumir miserablemente la vida en continuas riñas, que agrian y envilecen el alma. [99]

Pero compadezco mucho más al cura de porción congrua, al que los frailes, que se llaman grandes diezmadores, se atreven a dar un salario de cuarenta ducados para ir a desempeñar funciones desagradables y muchas veces inútiles, durante todo un año a dos o tres millas de su casa, de día, de noche, con sol, lluvia, nieves y hielo. Entre tanto el abad bebe buen vino, come perdices y faisanes, duerme sobre blando plumón con su vecina y manda construir un palacio. Esta desproporción es demasiado grande.

En la época de Carlo Magno, el clero, además de sus tierras, poseía el diezmo de las tierras ajenas, que ascendía al valor de la cuarta parte de éstas, contando los gastos del cultivo. Para tener seguro ese pago supusieron que era de derecho divino. ¿Por qué lo supusieron así? ¿Porque Dios descendió al mundo para dar la cuarta parte de nuestros bienes al abad del Monte-Cassino, al abad de San Dionisio y al abad de Julde? No me consta que sucediera eso, pero sí que se dice que antiguamente concedió en los desiertos de Etam, de Horeb y de Cades Barné a los levitas cuarenta y ocho ciudades y el diezmo de todo lo que la tierra producía. Pues bien; abad insaciable, dirigios a los desiertos de Judea, habitad las cuarenta y ocho ciudades que no existen en ese arenal inhabitable, cobrad el diezmo a los pedruscos y a los guijarros que cubren aquellas tierras, y buen provecho os haga.

En un país cristiano que abarca un millón doscientas mil leguas cuadradas, en todo el Norte, la mitad de Alemania, Holanda y Suiza, pagan al clero con el dinero del tesoro público En esos países no resuenan en los tribunales procesos entre los señores y los curas, entre el grande y el pequeño diezmador, entre el pastor y su rebaño.

El rey de Nápoles, en el año que estoy escribiendo, o sea el 1772, acaba de abolir el diezmo en una de sus provincias, en la que se paga mejor a los curas.

Se nos objeta que los sacerdotes egipcios no cobraban el diezmo. Esto es verdad, pero aseguran que poseían en propiedad la tercera parte de todo el Egipto; y lo que es más difícil de creer, dicen que poseían la tercera parte del país, y que tardarán muy poco tiempo en poseer las otras dos terceras partes.

Los judíos no se quejaron jamás del impuesto del diezmo. Leed el Talmud de Babilonia, y si no comprendéis el idioma caldeo, leed la traducción de Gilberto Gaulmin. En dicho libro encontraréis la aventura que sucedió a una pobre viuda con el gran sacerdote Aarón, y veréis que la desgracia de dicha viuda produjo la cuestión entre Dathan, Coré y Abiron por una parte, y la de Aarón por otra.

«Una viuda que sólo tenía una oveja, hizo que la esquilaran: [100] Aarón se presentó para pedirle la lana, diciéndola que, según la ley, a él le correspondía: «Entregarás las primicias de la lana a Dios». Llorando la viuda acudió a pedir protección a Coré. Coré busca a Aarón, y nada alcanza con sus ruegos, porque éste le contesta que la lana le pertenece. Coré, indignado, da algún dinero a la viuda y se separa de ella. Algún tiempo después, la oveja pare un corderito. Aarón vuelve a casa de la viuda y se apodera del cordero. La viuda vuelve a suplicar a Coré que le defienda, y tampoco puede convencer a Aarón, que le responde: «Según la ley, el macho primero que nazca del rebaño pertenecerá a Dios». Coré se enfurece otra vez, pero el gran sacerdote se come el cordero. Desesperada la viuda, mata la oveja. Aarón vuelve a presentarse en su casa y se apodera de la espalda y del vientre de la oveja. Coré vuelve a quejarse, y Aarón le contesta: «Está escrito en la ley que debe darse a loa sacerdotes el vientre y la espalda de las ovejas que se maten». La viuda, no pudiendo contener su dolor, pronunció un anatema contra la oveja. Aarón dijo entonces a la viuda: «Está escrito que sobre ti recaiga el anatema de Israel»; y se llevó la oveja entera.

En un proceso, entablado entre el clero de Reims y sus habitantes, el abogado de éstos citó el referido ejemplo sacado del Talmud. El mismo Gilberto Gaulmin asegura que él fue testigo presencial del hecho.


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