Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 1
páginas 89-91

Alma
II. De las dudas de Locke sobre el alma

El autor del articulo Alma, que publicó la Enciclopedia, si guió escrupulosamente las opiniones de Jaquelet. Pero Jaquelet no nos enseña nada. Ataca a Locke, porque éste modestamente dijo: «Quizás no seremos nunca capaces de conocer si un ser material piensa o no, por la razón de que nos es imposible descubrir por medio de la contemplación de nuestras propias ideas, si Dios ha concedido a cualquier montón de materia, preparada a propósito, el poder de conocerse y de pensar; o si unió a la materia de ese modo preparada una substancia inmaterial que piensa. Con relación a nuestras nociones, no nos es difícil concebir que Dios puede, si así le place, añadir a la idea que tenemos de la materia, la facultad de pensar; ni nos es difícil comprender que pueda añadirla otra substancia que posea dicha facultad; porque ignoramos en qué consiste el pensamiento, y no sabemos tampoco la clase de substancia a la que el Ser todopoderoso pueda conceder ese poder, y que puede crear en virtud de la voluntad omnímoda de Creador. No encuentro contradicción en que Dios, ser pensante, eterno y todo poderoso, dote si quiere, de algunos grados de sentimiento, de perfección y de pensamiento, a ciertos montones de materia creada e insensible, y que los una a ella cuando lo crea conveniente».

Como acabamos de ver, Locke habla como hombre profundo, religioso y modesto {(1) Puede decirse que Locke creó la metafísica (así como Newton creó la física) para conocer el alma, sus ideas y sus afecciones. No estudió en los libros, porque éstos le hubieran dado instrucción errónea; se contentó con estudiarse a sí mismo; y después de contemplarse mucho tiempo, en el Tratado del entendimiento humano presentó a los hombres el espejo donde él se había contemplado. En una palabra, redujo la metafísica a lo que debe ser; a que fuese la física experimental del alma.} [90]

Conocidos son los disgustos que le proporcionó el manifestar esta opinión, que en su época pareció atrevida, pero que sólo era la consecuencia de la convicción que abrigaba de la omnipotencia de Dios y de la debilidad del hombre. No aseguró que la materia piensa, pero dijo que no sabemos bastante para demostrar que es imposible que Dios añada el don del pensamiento al ser desconocido que llamamos materia, después de haberla concedido nosotros el don de la gravitación y el don del movimiento, que no son igualmente incomprensibles

Locke no fue el único que inició esta opinión; indudablemente ya lo tuvo la antigüedad, puesto que consideraba el alma como una materia muy delicada, y por consecuencia, aseguraba que la materia podía sentir y pensar.

Esta fue también la opinión de Gassendi, como puede verse en las objeciones que hizo a Descartes: Es verdad, dice Gassendi, que conocéis que pensáis, pero no sabéis qué especie de substancia sois. Por lo tanto, aunque os sea conocida la operación del pensamiento, desconocéis lo principal de vuestra esencia, ignorando cual es la naturaleza de esa substancia, de la que el acto de pensar es una de las operaciones. En esto os parecéis al ciego que, al sentir el calor de los rayos solares y sabiendo que lo causa el sol creyera que tenía la idea clara y distinta de lo que es ese astro, porque si le preguntaban qué es el sol, podía responder: «Es una cosa que calienta». El mismo Gassendi, en su libio titulado Filosofía de Epicuro, repite algunas veces que no hay evidencia matemática de la pura espiritualidad del alma.

Descartes, en una de las cartas que dirigió a la princesa palatina Elisabet, le dijo: «Confieso que por medio de la razón natural podemos hacer muchas conjeturas respecto al alma, y acariciar halagüeñas esperanzas, pero no podemos tener ninguna seguridad». En este caso, Descartes ataca en sus cartas lo que afirma en sus libros.

Acabamos de ver que los padres de la Iglesia de los primeros siglos, creyendo al alma inmortal, la creían material al mismo tiempo, suponiendo que a Dios le era tan fácil conservar como crear. Por eso decían: «Dios la hizo pensante y pensante la conservará».

Malebranche probó bastante bien que nosotros no adquirimos ninguna idea por nosotros mismos, y que los objetos son incapaces de dárnoslas. De esto dedujo que provienen de Dios. Esto equivale a decir que Dios es el autor de todas nuestras ideas. Su sistema forma un laberinto, en el cual una de las veredas conduce al sistema de Espinosa, otra al estoicismo y la tercera al caos.

Después de disputar mucho tiempo sobre el espíritu y [91] sobre la materia, acabamos siempre por no podernos entender. Ningún filósofo logró levantar con sus propias fuerzas el velo que la naturaleza tiene extendido sobre los primeros principios de las cosas. Mientras ellos disputan, la naturaleza obra.


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