Filosofía en español 
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Apocatástasis

(del gr. apokatástasis, “restitución a su condición original”). Nombre que se da en teología a la doctrina que enseña fundamentalmente que llegará un día en que todas las criaturas participarán de la gracia y de la salvación, en particular los diablos y las almas desviadas.

San Gregorio de Nisa enseñó explícitamente esta doctrina en De anima et resurrectione (P. G., XLVI, col. 100-101), en donde, al hablar del castigo del fuego asignado a las almas, compara este proceso con el del oro que se refina en el crisol, al ser separado de las impurezas que contiene. Por lo tanto, el castigo por el fuego no constituye un fin en sí mismo; sirve, en realidad, para separar el bien del mal en el alma. No obstante, su realización es dolorosa; las penalidades subsistirán hasta que el alma quede limpia; después las almas retornarán a Dios. De esta forma, afirma san Gregorio de Nisa, se cumplirán las palabras de san Pablo, Deus edit omnia in omnibus (Cor. I, XV, 28), ya que, si Dios se ha de encontrar totalmente en todo, no quedará espacio para el mal. En cuanto a la eternidad del fuego, san Gregorio le atribuye una duración de un gran período de tiempo, pero que, sin embargo, tiene un límite. Apoya su afirmación en Contra usurarios (XLV, col. 346), donde se habla del sufrimiento del alma como eterno, y en Orat. Catechet., XXVI (XLV, col. 69), donde el mal queda aniquilado después de un gran lapso de tiempo. Estas contradicciones verbales explican porqué los escritos de san Gregorio de Nisa se hicieron figurar entre los heréticos. En realidad, la doctrina sostenida por san Gregorio de Nisa no le pertenece; es a Orígenes a quien debe atribuirse la paternidad de la cuestión acerca de la eternidad del castigo. En De principiis, Orígenes no afirma que los ángeles malos más pronto o más tarde retornarán a Dios; pero en su Comment. in Roma., VIII, 9 (P. G., XIV, col. 1.185), establece que Lucifer, al contrario que los judíos, no estará convertido ni aun al fin de los tiempos. Clemente de Alejandría también participaba de la doctrina expuesta, afirmando que la inmensa mayoría de las almas serían santificadas después de la muerte por un fuego espiritual. Orígenes, no obstante, era de opinión que la doctrina de la apocatástasis no debía predicarse totalmente, siendo suficiente para los pecadores saber que debían ser castigados. Evidentemente, la doctrina significa un trazado sencillo de la justicia divina y de la redención.

San Gregorio de Nisa tomó la doctrina platónica de la apocatástasis a través de Orígenes, de quien la aceptó san Jerónimo, al menos cuando este último era afecto a Orígenes. No obstante, san Jerónimo enseña por todas partes que el castigo de los malos y de los impíos, o de los que no se han convertido a la fe, será eterno. Al parecer, el Ambrosiaster (V.) extendió también los beneficios de la redención a los demonios (In Eph., III, 10, P. L., XVII, col. 382), aunque es de notar que la interpretación en este punto no está exenta de dificultades.

Pero es el antiorigenismo, cuando empieza a desarrollarse, el que ha de hacer desaparecer la doctrina. Uno de los que más hacen sentir su protesta contra el error es san Agustín, ya que aquella doctrina viene a poner en duda la necesidad de la gracia. En su libro De civitate Dei prueba la eternidad del castigo, contra la opinión platónica y la origenista, que lo consideran intrínsecamente como purgatorio. Desde el anatema que contra la cuestión lanzó la Iglesia en el Concilio de Constantinopla (543), la doctrina se consideró siempre como heterodoxa.

No obstante, volvió a reaparecer en los trabajos eclesiásticos de Dionisio el Areopagita y Máximo el Confesor. Durante la Reforma, casi todos los protestantes adoptaron la apocatástasis, rechazando la creencia sobre las sacramentos. Se encuentra también esta falsa doctrina en los anabaptistas, Hermanos moravos, cristadelfianos, racionalistas protestantes y universalistas profesados, así como parece haber sido aceptada por los protestantes filosóficos.