Filosofía en español 
Filosofía en español


Cosmología

El desarrollo de los estudios cosmológicos en España ha seguido por los mismos senderos que en los restantes países. De ello se deriva el que se puedan distinguir dos fases fundamentales en la investigación cosmológica hispánica. En un primer momento hay una radical confusión entre la Cosmología o Física filosófica y la Física en cuanto ciencia positiva, debido [536] al hecho de que esta última estaba sin constituir como tal saber, independiente y con un objeto propio. En consecuencia, una sola y única ciencia, la Física filosófica, tenía que abordar problemas tan dispares como los principios constitutivos del ente corpóreo y la explicación de la formación de la lluvia. En una segunda fase, y debido a que la Física positiva se constituyó como ciencia autónoma, se establece una diferenciación, después de interminables controversias sobre la validez de la Cosmología (recuérdese toda la corriente positivista y cienticista decimonona), entre ésta, como saber del ente corpóreo móvil por sus últimas causas (aspectos ontológicos del mismo), y la Física positiva, ciencia del ente corpóreo móvil por sus causas próximas (aspectos fenoménicos).

La primera etapa se extiende desde los pensadores hispanorromanos hasta el siglo XIX, de modo análogo a lo sucedido en el resto de Europa (consideremos que Hegel demostró racionalmente que no podía haber más planetas a continuación de Saturno). La segunda, desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. La primera fase puede, a su vez, ser dividida en tres subfases: A) desde los pensadores hispanorromanos hasta el Renacimiento español; B) el Renacimiento; C) los siglos XVII, XVIII y XIX.

A) La Cosmología desde los filósofos hispanorromanos hasta el Renacimiento. Se pueden diferenciar los siguientes períodos: 1) la Cosmología en la época hispanorromana; 2) la Cosmología desde el siglo VI al XII; 3) la Cosmología en los siglos XIII, XIV y XV.

1) El principal pensador de la época hispanorromana fue Séneca (I d. J.C.). Sus ideas cosmológicas están contenidas en su tratado Naturaliam Quaestionum libri VII, obra de su ancianidad, llegada incompleta a nosotros. Sigue las líneas generales de la Cosmología estoica, por lo que sólo destacaremos dos afirmaciones suyas un tanto proféticas: a) Al tratar de los planetas cita los cinco conocidos en sus tiempos, de Mercurio a Saturno, y admite la posibilidad de existencia de otros ignotos; b) Se opuso a la concepción aristotélica de que los cometas eran el producto de exhalaciones emanadas de la Tierra, que se aglomeraban en la bóveda celeste, siendo inflamadas por el calor solar, por lo que su duración era efímera. Para Séneca, anticipándose con ello diecisiete siglos al saber humano, los cometas son obras eternas de la Naturaleza, que describen una órbita definida, aunque ignorada por nosotros. Esta tesis senequista mereció la aprobación y aplauso de Laplace (Exposition du système du monde, lib. V, cap. I, París 1846).

Moderato de Gades (I d. J.C.), neopitagórico, tiene una cosmogonía de índole emanatista que, posiblemente, influyera en Plotino. De la Razón Universal, y a través de la Cantidad Ideal y de la Cantidad Real, se derivan por emanación todos y cada uno de los seres singulares del Universo.

Prisciliano (siglo IV d. J.C.) mantiene una cosmología dualista, de clara influencia maniquea, mediante la cual quiere solventar el problema del mal. La materia es eterna; de ella y con ella el Principio del Mal forma el mundo visible, al que gobierna mediante sus subordinados.

2) Con la caída del Imperio romano se va a producir un total retroceso en la investigación filosófica durante mucho tiempo. Mas, poco a poco, la cultura volverá a renacer y con ella la Cosmología. Buena prueba de ello es la aparición de San Isidoro de Sevilla (560-635). En sus Liber de ordine creaturarum, Liber de natura rerum y Originum sive Etymologiarum libri XX verificó una compilación del saber cosmológico de su época, sin que faltaran algunas aportaciones interesantes. De todo ello supo valerse Beda el Venerable en su De rerum natura. Lo más original de San Isidoro es su intento de conciliarse con Empédocles, Demócrito y Aristóteles: los seres corpóreos están integrados por una mezcla de agua, tierra, fuego y aire, que a su vez están formados por átomos, los cuales se componen de materia y forma.

Liciniano (siglo VI), obispo de Cartagena, sostuvo la teoría de la materia universal, extendida a los ángeles y al alma humana.

Domingo Gundisalvo (siglo XII) fue ilustre traductor al latín de obras de carácter cosmológico árabes, con lo que facilitó su conocimiento por la cultura occidental. En especial es interesante su traducción de los cinco libros de la Física y del tratado sobre el cielo y el mundo, de Avicena (Ibn Sina). Tiene también gran interés su escrito De processione mundi, en el que encontramos una muy aceptable definición de Cosmología como «speculatio de hiis, quae non sunt separata a suis materiis nec in esse nec intellectu». El Universo procede de la acción creadora de Dios, y hay que distinguir en él tres mundos: el que está más allá del firmamento, incorpóreo e incorruptible; el situado entre el firmamento y la Luna, corpóreo e incorruptible; el mundo sublunar, corpóreo y corruptible. Influido por Ibn Gabirol, mantiene, la teoría del hilemorfismo universal. Es curiosa la prueba que da de la existencia de Dios, argumento de índole cosmológica, derivado de la teoría aristotélica de los loci naturales. El Universo está formado de cuerpos ligeros y pesados. La tendencia natural de los primeros es ir hacia arriba, de los segundos el marchar hacia abajo. Como ambas tendencias son opuestas, de ellas se originaría la destrucción del Universo si no hubiera una causa que estableciera la armonía entre ellas. Y esta causa es Dios.

3) En los siglos XIII, XIV y XV la cosmología española sigue las rutas marcadas por las dos grandes escuelas de tomistas y escotistas. De ahí que podamos distinguir entre: a) filósofos que siguen fielmente a Santo Tomás, como Bernardo de Trilla (siglo XIII) y Guido de Trena (siglo XIV), si bien éste niega que el principio de individuación sea la materia signata quantitate; b) filósofos que siguen la tesis escotista, como Antonio Andrés (siglo XIII), que en su Tria principia rerum naturalium admite la pluralidad de formas, y Guillermo Rubió (siglo XIV), en el que ya se advierte la influencia de Occam; e) filósofos independientes de las anteriores escuelas, como Arnaldo de Vilanova (siglos XIII-XIV), defensor de un panpsiquismo universal, según el cual habría una especie de fuerza vital que penetraría todo el cosmos, estableciendo una simpatía entre los distintos seres, fundamentando la validez de las especulaciones mágicas. Y Ramón Sabunde (siglo XV), que en su libro Liber creaturarum seu Naturae defenderá la tesis de que la Naturaleza es sólo un camino para conocer al hombre, y éste, a su vez, un camino para elevarse a Dios.

B) La Cosmología en el Renacimiento español. En el Renacimiento español, que desde el punto de vista filosófico transcurre durante el siglo XVI, podemos distinguir las siguientes direcciones filosófico-cosmológicas: 1) Pensadores platónicos; 2) Pensadores aristotélicos; 3) Autores que remozan el pensamiento escolástico (neoescolástica); 4) Filósofos no adscritos a ninguna de las anteriores corrientes.

1) Dejando de lado los Diálogos de amor, de León Hebreo, y Los nombres de Cristo, de Fray Luis de León, obras en las que hay interesantes consideraciones cosmológicas (citemos, por ejemplo, la teoría sobre la finalidad de la Naturaleza creada expuesta por Fray Luis en el nombre pimpollo), citemos a Sebastián Fox Morcillo y su De naturae philosophia seu de Platonis et Aristotelis consensione, libri V, en el que, al verificar una comparación entre las teorías de los dos filósofos griegos y la fe cristiana, nos ha dejado una detallada exposición de su interpretación de la cosmología platónico-aristotélica.

2) Es el más pobre de los cuatro grupos en los que hemos dividido a los renacentistas. Destaca Juan Ginés de Sepúlveda, acérrimo seguidor de Aristóteles y traductor de los Parvi naturales; acepta plenamente la cosmología aristotélica. En la misma línea se sitúan Gaspar Cardillo de Villalpando, que comentó los ocho libros de la Física, los cuatro sobre el cielo y los dos sobre la generación y la corrupción, del Estagirita, y Pedro Martínez, que en su entusiasmo por Aristóteles llega a atribuirle la aceptación de la noción de creación.

3) Es en este grupo donde están situados los más ilustres pesadores de la época e incluso de la historia de España. Domingo de Soto, en sus Super octo libros physicorum Aristotelis commentaria y en Quaestiones, sigue la cosmología tomista, si bien niega la posibilidad del movimiento preternatural (el que ni se deriva de la naturaleza de un ser ni le es violento), tanto por lo que respecta a la potencia activa de los seres cuanto a la pasiva. Domingo Báñez, en sus Commentaria et quaestiones in duo libros Aristotelis Stagyritae de generatione et corruptione libros, se basa [537] en el tomismo y argumenta magistralmente contra la tesis de la pluralidad de formas en la quaestio solemnis (cuestión VIII sobre el lib. II, cap. IV). Diego de Zúñiga dedica once libros de su Philosophia prima pars a la Cosmología, destacando entre sus doctrinas: a) el objeto formal quod de la Cosmología es la sustancia corpórea y no el ente móvil (por ser móvil un concepto muy oscuro); b) niega que la materia prima sea pura potencialidad sin forma y la identifica con la cantidad; c) la privación no es uno de los principios de las cosas; d) frente al subjetivismo temporal defiende la realidad del tiempo; e) el género en la definición del tiempo no es número, sino movimiento numerado. El cardenal Francisco de Toledo, en sus Comentarios a la Física de Aristóteles, mantiene las siguientes tesis: a) da doce razones para demostrar que repugna a la razón la creación ab aeterno del mundo; b) admite la posibilidad de un infinito cuantitativo actual; c) sostiene la distinción real entre el movimiento y el tiempo intrínseco a éste. Pedro de Fonseca y los Conimbricenses, en los Comentarios a la Física aristotélica, mantienen: a) la esencia del ser corpóreo se distingue realmente de la materia y la forma (tesis escotista); b) la cantidad discreta no es una especie de cantidad realmente distinta de la continua; c) la generación de un ser y la previa alteración de la materia no son realmente distintas. Gabriel Vázquez, en sus Commentariorum ac disputationum in primam, secundam vel tertiam partem S. Thomae, sostiene: a) posibilidad del infinito cuantitativo actual; b) imposibilidad racional de un mundo creado ab aeterno; c) el constitutivo formal del ente corpóreo es el estar realizado en partes integrales divisibles. Benito Pererio fue el primero que, en sus De communibus omnium rerum naturalium principiis et affectionibus, libri quindecim, sostuvo que la materia prima carece de acto formal, pero no entitativo. Francisco Suárez es el príncipe de los filósofos españoles; en sus Disputationes metaphysicae hay interesantísimas tesis cosmológicas, de las que destacaremos: a) admisión de la posibilidad, en virtud del poder infinito de Dios, del movimiento local instantáneo, de lo que se deriva que la sucesión no es esencial al movimiento; b) entre la acción y la pasión no hay distinción real ni modal, sino de razón fundada in re; e) una famosa definición de causa eficiente como «principium per se influens esse in aliud»; d) el principio «omne quod movetur ab alio movetur» es negado por lo que respecta a la voluntad, lo que tendrá amplia resonancia en Teodicea.

4) El más interesante de este grupo es Gómez Pereira, por representar una anticipación de algunas teorías cartesianas; en su Antoniana Margarita establece: a) negación de la existencia de la materia prima; b) los cuatro elementos son los principios últimos de las cosas corpóreas; c) la educción de las formas en la materia por la causa eficiente es algo ininteligible; d) la cantidad no se distingue realmente de la sustancia material; e) los animales irracionales carecen de sensibilidad. Luis Vives, en su De prima philosophia, defiende el hilemorfismo aristotélico; el principio de individuación radica en la forma; el mundo ha sido creado, pero no ab aeterno, como puede demostrarse racionalmente por la aparición constante de seres nuevos. Francisco Vallés, en sus Comentarios a la Física de Aristóteles, y en Sacra Philosophia, mantiene: a) la creación del mundo no ha sido ab aeterno, y es demostrable racionalmente; b) el orden del mundo impide que sea producto de choques fortuitos de átomos; c) una definición no aristotélica del lugar como «spatium quod locati corporis dimensionibus occupatur». Alejo de Venegas, en De las diferencias de libros que ay en el universo, mantiene las siguientes tesis: a) el hilemorfismo aristotélico; b) niega que la privación sea uno de los principios de las cosas; c) los cuatro elementos, de los que se forman los seres corpóreos, no están en ellos formalmente, sino virtualmente por sus cualidades.

C) Los siglos XVII, XVIII y XIX. Son momentos de clara decadencia de la cosmología española. En el siglo XVII aún hay algún autor de orientación tradicional de valía, como Juan Lugo, Francisco Araujo, Rodrigo de Arriaga y Pedro Godoy, pero a fines de siglo se introduce el atomismo de Gassendi con Isaac Cardoso y el cartesianismo con Juan Caramuel y Lobkowitz. En el siglo XVIII logra éxito el atomismo del francés Manuel Maignan (en el que los átomos difieren entre sí específicamente) en las llamadas escuela de Sevilla (con Antonio de Ron) y escuela de Valencia (con Tomás Vicente Tosca), e igualmente en Feijoo. Otro gassendiano y mecanicista es Andrés Piquer y Arrufat. Un curioso intento de conciliación entre las nuevas teorías y las tradicionales lo representa Lossada, que admite el atomismo en el orden fenoménico, aceptando el hilemorfismo en el ontológico.

El siglo XIX es de escaso interés en el campo cosmológico. Las heterogéneas corrientes que en él se entrecruzan, el sensismo escocés de Martí de Eixalá, el krausismo de Sanz del Río, el pensamiento tradicional de Donoso Cortés o Menéndez y Pelayo, no se preocupan del problema cosmológico. Sólo en Balmes encontramos alguna dedicación a ello, siguiendo el geometrismo cartesiano, pero rechazando el automatismo en los animales irracionales.

La segunda etapa, como ya dijimos al principio, en la investigación cosmológica española se inicia en el siglo XX. No en pensadores como Unamuno u Ortega y Gasset, ayunos de interés por la Cosmología, sino en una nueva corriente enmarcada en el pensamiento tradicional que ha mantenido clara distinción entre Cosmología y Física positiva, haciendo posible un acuerdo entre ambas. Desde este punto de partida, común a la mayoría de los filósofos españoles actuales, es de esperar un floreciente porvenir a los estudios cosmológicos en España.

Bibliografía: Adolfo Bonilla y San Martín, Historia de la Filosofía española, Madrid; Victoriano Suárez; Marcial Solana, Historia de la Filosofía española, Madrid 1941; Tomás y Joaquín Carreras Artau, Historia de la Filosofía española, Barcelona 1939 y 1943; J. Iriarte, Estudios sobre la filosofía española, Madrid 1947.

José Barrio Gutiérrez
Doctor en Filosofía, Catedrático de Filosofía de Institutos de Enseñanza Media, Profesor Numerario de Filosofía de Escuelas del Magisterio.