Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo XVII
El siglo de las luces

§ XI
El positivismo

Direcciones positivistas. –El transformismo: Machado y Núñez, García Álvarez, Medina y Ramos. –Positivismo de Comte: Flórez, Varela, Poey. –Estasén. –La Revista Anales de Ciencias Médicas. –El spencerianismo: Cortezo, Simarro, Tubino, González Janer. –Positivistas independientes y naturalistas: González Linares, Gener, Calderón y Serrano Calderón. –Crespo y Lema.

Salvo las reservas mentales de dudosa sinceridad, la entraña del positivismo, o doctrina negadora del conocimiento racional, es el materialismo, siquiera en su fobia de la metafísica, tachen los positivistas de teólogos a los ateos y de metafísicos a los materialistas. Las tres direcciones generales del positivismo, según hemos de ver, la francesa o clásica; la alemana, que traslada el estudio filosófico a la fisiología, pasando por la experimentación al monismo, y la inglesa, fruto de la escuela escocesa y del comtismo, fecundado por la teoría transformista y con acentuado carácter psicológico, hallaron representación en nuestra patria.

Hemos señalado que el transformismo sirve de enlace entre el sensualismo antiguo español y el positivismo moderno. Si no el primero, de sus primeros propagandistas fue D. Antonio Machado y Núnez (1812-69), gaditano; ayudante de Orfila en la Sorbonne; catedrático de Historia natural en la Universidad de Sevilla; persona de gran talento, fácil verbo y notoria respetabilidad, e iniciador en España de los estudios prehistóricos a la vez que Del Prado y Vilanova. También figuró entre los primeros apóstoles D. Rafael García Álvarez (1828-94), sevillano y [492] catedrático de Historia natural en el Instituto de Granada, que apuntó la teoría en sus Nociones de Historia natural (1859) y la desenvolvió en dos trabajos: Exposición y examen de la doctrina transformista, sus antecedentes y consecuencias, premiada en público certamen por el Ateneo de Almería, y otro, prólogo de Echegaray, editado en 1883. No he visto más que uno de estos dos opúsculos.

El eminente anatómico y entomólogo, hispalense, nacido en 1861, D. Manuel Medina Ramos, aunque en su copiosa bibliografía no ha dejado un tratado especial, predicó siempre en su cátedra de Anatomía el transformismo como ineludible postulado de toda su enseñanza.

El positivismo de Comte se inoculó antes que en la península en los españoles residentes en Francia. Ninguno más ortodoxo que D. José Segundo Flórez, nacido en 1789 en San Miguel de la Torre, fraile exclaustrado, profesor en algunos seminarios, periodista residente en París y amigo del apóstol. No tengo noticia de que publicara más que obras históricas, nada de filosofía y unas ¡Lecciones de Religión y moral! (1863).

En la isla de Cuba propagó el positivismo D. Félix Varela y Morales (1788-853), sacerdote, profesor de Física y Filosofía en el Seminario de San Carlos, autor de Institutiones Philosophiae ecclecticae (1812), Miscelánea filosófica y Cartas a Elpidio, con su obra Enseñanza de la filosofía. Había iniciado su reflexión por el eclecticismo y fue derivando hasta coincidir con Augusto Comte. En pos de él, otro habanero, D. José de la Luz Caballero (1800-62), pronunció conferencias antimetafísicas, y su paisano don Andrés Poey y Aguirre, nacido en 1826, comenzó a publicar la Bibliothèque de Positivisme en París, dando a la imprenta en 1876 Le positivisme, obra de exposición y propaganda, y señalando en Littré et A. Comte (1879) las diferencias que separan a ambos maestros.

Figuró entre los más ardientes positivistas el abogado catalán D. Pedro Estasén y Cortada (1853-913), especializado en materias económicas y comerciales. Sus [493] conferencias en pro del positivismo, explicadas en el Ateneo de Barcelona, alarmaron a ciertos elementos y provocaron una escisión de la Sociedad, seguida de la fundación del llamado Ateneo libre. Recogió sus conferencias en el volumen El positivismo o sistema de las ciencias experimentales (1877).

Además publicó en la Revista Contemporánea, de Madrid, varias series de artículos sobre la teoría de la evolución aplicada a la Historia (30 Jul. 76 a Agosto) que encabeza así: «La experiencia enseña que el positivismo es el procedimiento con más probabilidad de éxito», sobre la noción del derecho según la filosofía positiva (29 Febr. 77) y otros temas análogos. Tanto en estos artículos cuanto en sus lecciones expone con felicidad el comtismo y se muestra en el fondo superior a la expresión literaria.

El positivismo catalán, no obstante su genealogía insular, ha rondado siempre más cerca de Comte y de Littré que de Spencer. En general aconteció lo mismo en toda la península hasta después de la restauración borbónica. El positivismo francés, no desligado aún del materialismo, su claustro materno, y desposado con el darwinismo, venía trabajando en Madrid desde 1876 en la revista Anales de Ciencias Médicas y, cuando parecía arrollado por el doble empuje de los racionalistas y los espiritualistas católicos, se galvanizó con el contacto de la filosofía de H. Spencer.

Comenzó en Madrid la difusión del spencerianismo por los jóvenes médicos D. Carlos Cortezo y D. Luis Simarro y Lacabra (1851-92), romano de nacimiento, que lo exaltaron en las discusiones del Ateneo. Hombre de gran talento práctico el primero, renunció a las lides filosóficas y se conquistó una inmensa reputación profesional en tanto que su evolución a la derecha le elevó a la poltrona ministerial. Romántico el segundo y discípulo de Charcot, Magnan y Bell, continuó trabajando en la escuela positivista, creó la «Asociación para el progreso de las ciencias», ganó la cátedra de Psicología experimental en la Universidad de Madrid y en el Boletín de la Institución Libre de [494] Enseñanza publicó La teoría del alma, según Rehmke (1897), Sobre el concepto de la locura moral (1900) y La iteración (1902). Sus demás escritos son de materia profesional o se refieren a pedagogía y a fisiología del sistema nervioso. Con el concepto clásico no puede su Teoría moderna sobre la fisiología del sistema nervioso (1878) reputarse bibliografía filosófica, mas en el moderno concepto monista, no existiendo el alma en cuanto ser substantivo y distinto del cuerpo, sino en cuanto función del organismo y por ministerio del sistema nervioso, no puede negarse el título de filosóficas a las obras de Simarro. Hombre bueno, persuasivo y afectuoso, tanto contribuyó su carácter como su talento y conocimientos amplísimos a la divulgación de la psicología experimental, beneficio que nunca le agradecerá bastante la cultura española contemporánea.

A los esfuerzos de Cortezo y Simarro sumó en el Ateneo su valiosa cooperación D. Francisco María Tubino (1835-89), ex director del importante diario republicano de Sevilla La Andalucía, diserto conferenciante y colaborador de la Revista de España.

Era el Sr. Tubino persona de gran talento y competencia, académico de San Fernando y correspondiente de las principales sociedades científicas de Europa, autor de obras premiadas, si bien hasta entonces sólo había producido estudios literarios, artísticos, prehistóricos y políticos; mas había acreditado sus conocimientos filosóficos en las controversias de la Real Academia de Buenas Letras y en la Sociedad Antropológica de Sevilla. Su Tratado completo de la ciencia antropológica había sido premiado en París por un tribunal que presidía Milne Edwards.

Entre los primeros aficionados al estudio de la doctrina spenceriana se distinguió el publicista sevillano D. Rafael González Janer (1839-90), el cual, entre los numerosos escritos de sociología que insertó en la Revista Contemporánea desde 1882 a 89 y en otras, dio a la publicidad La idea racional de Spencer o reflexiones sobre la filosofía moral de Spencer (Madrid, 1890). [495]

Más o menos sumisos, ofician en el ara positivista don Augusto González Linares (1845-904), de quien antes he hablado, autor de Ensayo de una introducción al estudio de una Historia Natural y otras producciones científicas; D. Melitón Martínez, con La filosofa del sentido común, y Pompeyo Gener (1849-919), con La mort et le diable (París, 1880), prólogo de Littré, traducidos al español el siguiente año.

Gener era un espíritu integralmente extranjero. Vivió casi siempre en extrañas tierras. De España, no habitó más que Barcelona. «En Madrid, dice una de sus cartas, he estado varias veces y siempre me ha repugnado.» Nunca leyó sino autores exóticos. Artista, impresionable, distinguido, no podía ser su filosofía subordinada, ni su política socialista. Es un positivista individualista y anticristiano que enunció antes que Nietzsche ciertas ideas del pensador de Röcken, aunque su individualismo, latino al fin, carezca de esa fuerza brutal y arrolladora.

Salvador Calderón y Aranda, nacido en 1856, con Estudios de la Filosofía natural (1870), en colaboración con D. Enrique Serrano Calderón, había intimado con Mr. Léonard en Nicaragua, donde fundaron el Instituto occidental, magnífica creación científica dotada de abundante y escogido material. Ignoro por qué causa los católicos exaltados se amotinaron un día al grito de ¡muera el Instituto!, asaltaron el edificio, destrozaron el material docente y de investigación y agredieron a los profesores, que milagrosamente salvaron sus vidas. También fue Calderón uno de los catedráticos a quienes la restauración borbónica lanzó de sus cátedras, devueltas años después por el ministro D. Luis Albareda.

Aunque encuadrado por su método en el grupo que podríamos titular de filósofos naturalistas, sumo al positivismo el libro La circulación de la materia y de la energía en el universo (Jerez, 1890), porque su autor, D. Manuel Crespo y Lema, inspector de ingenieros de la armada, no niega el mundo metafísico, limitándose a afirmar [496] spencerianamente su incognoscibilidad. Acepta el Sr. Crespo como evidencias físicas la existencia del átomo material indivisible y su movimiento al par que la realidad de un tiempo y de un espacio infinitos. Al resplandor de tales postulados, estudia la constitución de la materia, los agentes físicos y sus relaciones recíprocas, el sistema solar, la historia de la Tierra, la estructura y la vida del universo. Emprende en la segunda parte la revisión de los principios de las ciencias físicas, estableciendo la necesidad de una nueva hipótesis comprensiva, armonizadora de las ya ideadas para cada ciencia particular y fundada en los dos estados de la materia, el de completa disociación con grandes velocidades atómicas, o sea el éter imponderable, y el de grupos geométricos estáticos mantenidos por la presión etérea, o sea, la materia ponderable. Sigue la extracción de corolarios relativos al espacio, el tiempo, la materia, la energía, la astronomía y demás problemas tratados en la primera parte para deducir que el modo de ser actual del universo es esencialmente eterno y que su actividad no consiste en un equilibrio dinámico, sino en una continua concentración hacia varios núcleos de los nuevos sistemas solares formados por la condensación de las nebulosas.

Como se ha visto, en el suelo bien abonado de nuestro pueblo, por su complexión realista y acaso por su extrema posición occidental, prendieron todas las ramificaciones positivistas y el alma de la escuela encarnó en la masa social. El triunfo ha sido tan completo que obliga a presagiar un no lejano agrietamiento del cual, fuera de España, apuntan significativos albores. [497]


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 491-496