Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo XIV
El siglo de Oro

§ II
Aristotélicos

Ginés de Sepúlveda. –Rodrigo de Cueto. –Pérez de Oliva. –Ruiz de Montoya. –Melchor de Castro. –José de Herrera. –Pedro Juan Núñez. –Francisco Ruiz. –Martínez de Brea. –Baltañas. –Páez de Castro. –Monllor. –Monzó.–Francisco de Toledo. –Marsilio Vázquez.

El filósofo por antonomasia, el tirano intelectual de la Edad Media, Aristóteles, logró un digno traductor y representante en el humanista Juan Ginés de Sepúlveda (1490-573), de quien escribió Alfonso Matamoros: «Latine vertit Aristotelem et quae a doctis accepit Graecis, si digna existimares in quibus elaboraret, multa quam in ipsis fuerant explicata auctoribus meliora reddit. Dije digno representante, porque procuró restaurar la pureza de la doctrina, y así como el Maestro legitimó la esclavitud, el discípulo no tuvo piedad de los esclavos. Lástima que a servicio de tan aborrecible causa pusiera tanto ingenio y tan brillante erudición.

Nacido en Pozo Blanco, de familia noble venida a menos, se ordenó de sacerdote y después de escribir contra Erasmo y Lutero se encargó de la educación del príncipe Felipe, más adelante Felipe II. Su recia mentalidad trató de justificar el despotismo, las conquistas, los atropellos a los vencidos y combatió al P. Las Casas, gloria de España y de la humanidad. Tradujo los libros Meteororum, De Mundo, la Política de Aristóteles y el diálogo Demócrates. Nada escribió de filosofía fundamental. De filosofía aplicada dio a la estampa Apología pro libro de justis belii causis (1550), donde después de propugnar la esclavitud [161] como hecho natural sostiene la justicia de la guerra para esclavizar (herili imperio) y De regno et officio regis (1571), en que diserta sobre las formas de gobierno dentro de la ortodoxia aristotélica. Falleció ciego, no dejando una reputación de filósofo comparable a la justísima de humanista.

Su paisano el erudito cordobés Rodrigo de Cueto, influido, como casi todos sus coetáneos, por Pedro Hispano, dio a la publicidad su Primus tractatus Summularum (Alcalá, 1528), anticipándose a la docencia aristotélica que Antonio Gouvea (1505-66?) esparcía en Portugal.

Fernán Pérez de Oliva (1494-531), profesor de filosofía en París, rector de la Universidad salmanticense, es el primer prosista importante del siglo XVI. Dotado de viva imaginación y profundo humanista, enriqueció la lengua española con felices adaptaciones de voces y giros latinos. Su principal obra, el Diálogo de la dignidad del hombre, uno de los más preciosos monumentos de la prosa española, se desenvuelve entre tres interlocutores: Aurelio, Antonio y Dinarco. El fondo pertenece a la más noble filosofía; el estilo, grave y correcto, modela con facilidad las ideas y las cláusulas ruedan con majestuosa armonía. También despierta legítimo interés el Razonamiento que hizo en Salamanca el día de la lección de oposición de la cátedra de Filosofía moral. Se le clasifica entre los aristotélicos, pero su representación de la Trinidad en la esencia del alma transciende a platonismo al través de San Agustín. No menos abundan los resabios senequistas, como se nota al tratar de la libertad del hombre y de la transformación de los cuerpos corruptibles en otros de «eterna salud y con movimiento fácil, hermosos y resplandecientes». La misma forma dialogada infunde sospecha de aficiones platónicas, así como el hecho de renunciar al latín que, por ser lengua universal, no pertenecía a ningún pueblo, indica el paso desde la escolástica, tan general como el latín, a las filosofías nacionales, democratizando el fondo y la forma de la especulación.

Refiere Ambrosio de Morales que Oliva escribió en [162] latín un tratado sobre los imanes, De magnete, que no llegó a publicarse, donde se asegura que se halla alguna indicación acerca de la telegrafía o telefonía. También dirigió al Ayuntamiento de su patria el Razonamiento sobre la navegación del Guadalquivir.

Aunque principalmente teólogo, muy superior por su inmenso talento a todos los anteriores y posteriores, resplandeció el jesuíta sevillano Diego Ruiz de Montoya (1562-32), profesor de Teología en el renombrado Colegio de San Hermenegildo de su patria. Ocupó altos cargos en su Orden y gozó de tal prestigio que cuando el Cabildo hispalense congregó una Junta de los más eminentes teólogos de las comunidades religiosas, se dio por unanimidad la presidencia al P. Diego, firmando y acatando todos su dictamen sobre los puntos sometidos a su deliberación.

Cuéntase que, habiendo Felipe III exigido a los ciudadanos de Sevilla un nuevo e ilegal tributo, que la población se resistió a pagar, el duque de Lerma, en nombre del rey, escribió al P. Ruiz de Montoya rogándole que persuadiese a los sevillanos a la aceptación del impuesto, prometiéndole en cambio obtener del Papa el permiso para la publicación de su obra De auxiliis divinae gratiae. Contestó el jesuíta con todo respeto que prefería dejar inédita la obra mejor que abogar por un gravamen a su juicio injusto.

Inicia sus comentarios tomísticos con el voluminoso libro De Trinitate (Lyon, 1625), dentro de la más pura ortodoxia y precedido de elegante proemio. En Lyon (1629) dio a la estampa su comento Ac disputationes, relativo a las quaestiones XXIII y XXIV ex prima parte Sancti Thomae, que comprende los tratados De Praedestinatione, ac reprobatione hominum, & Angelorum, seguido de copioso índice rerum et verborum, y el mismo año en París el Comentario referente a la doctrina de la ciencia, de las ideas y de la verdad. Trata en la primera parte extensamente de la scientia Dei, de la concordia praescientiae cum libertate, de libertatis indifferentia quae per Dei praescieníiam non laeditur, y de la ciencia condicionada; siguen los tratados [163] de ideis y de veritate, donde se proclama la eternidad e inmutabilidad de la verdad (art. 7 y 8) y se cierra con el estudio de vita Dei (Utrum omnia sit vita in Deo). En fin, el libro De Providentia (Lyon, 1631) desenvuelve el concepto fundamental de la providencia divina, sigue con el tratado que titula De Praedefinitionibus, combate los errores de los que llama semipelagianos y entra de lleno en el estudio de la Predestinación.

Menéndez y Pelayo dice de Ruiz de Mendoza que «fue famoso por haber unido la teología positiva e histórica a la escolástica, más que ninguno de sus antecesores» (L. c. esp., t. III, pág. 165) y todos reconocen la originalidad y vigor de su mentalidad, no obstante el círculo, para él no estrecho, de su orden.

Melchor de Castro, también jesuíta, nació en Sevilla hacia el año 1556: a los quince años de edad ingresó en la Compañía de Jesús, enseñó Teología y falleció en Córdoba el 1599, al decir de unos biógrafos, y el 1609, en opinión de Sommervogel. Dejó terminado el libro De Beatitudine y el intitulado Logicas ac Philosophicas commentationes que, según Nicolás Antonio, publicaron otros como obra propia.

José Herrera, agustino y natural de Sevilla, habiendo pasado a Nueva España para la conversión de los indios en 1557, se graduó en la Universidad de Méjico y obtuvo allí cátedra de Prima de Teología. Cuando regresó a España, su fama le llevó a explicar una cátedra en la Universidad de Osuna, donde se supone que falleció. El P. Veracruz, en carta al Provincial de Méjico, le llamaba «religioso tal y tan honrado que da a la Orden mucha honra en lo que muy pocos entre muchos pueden hacer» y el P. Grijalva en su lista de catedráticos le dice: «hombre de rara erudición y gran lenguatario griego y hebreo». Resume sus méritos el Alfabeto Agustiniano con estas palabras: «Era erudito en las letras latinas, griegas y hebreas, doctísimo e insigne teólogo».

Dejó un manuscrito titulado Summa Philosophiae [164] Scholasticae. Aunque este trabajo se desenvuelva por el método y dentro del sentido escolástico, no se mostró el P. Herrera intolerante, pues siendo conventual en su patria y llamado por la Inquisición a deponer en el proceso instruido a Fr. Luis de León en 1572, se manifestó conforme con el procesado en las ideas expuestas acerca de la Vulgata.

Entre los dioses menores del peripatetismo quinientista, puede además citarse a los siguientes:

Pedro Juan Núñez, valenciano (1522-1602), educado en las opiniones de P. Ramus, a quien llama vir natus ad docendas omnes artes brevi et utiliter, las abandonó en su edad madura para abrazar el aristotelismo con todo el fervor de los neófitos. Confiesa que Aristóteles tiene defectos; pero agrega que son unos pocos y lo aclama inventor de todas las disciplinas. No carecen de valor sus paráfrasis a las Segundas Analíticas (Valencia, 1554) y a la Física (ídem id.) ni sus trataditos De claris peripateticis, Oratio de causis obscuritatis Aristoteleae et de illarum remediis (ídem id.), De constitutione Artis dialecticae (1554), Isagoge Dialecticae Artis, In Aristotelis organum, Anonimi compendium Syllogismis, Physiologiam, De usu Logicae, In Aristotelem observationes y De studio philosophico (Barcelona, 1594). Aun en sus buenos tiempos de ramista no extremó la crítica de Aristóteles y su protesta se dirigió, más que al fondo, al concepto de infalibilidad del Maestro.

El benedictino Francisco Ruiz, que floreció mediada la centuria, es autor del Index locupletissimus dvobus tomis digestus, in Aristotelis (1540), obra rarísima, propia de benedictino, loable por la paciencia que supone.

Pedro Martínez de Brea continuó la labor de Cardillo sobre Aristóteles, dando a la estampa: Tractatus quo ex peripatetica Schola Animae Immortalitas asseritur et probatur (1575), In libros Aristotelis de coelo et mundo, de generatione et corruptione (1561), In libros tres Aristotelis de Anima.

Domingo Baltañas Mexia, de la orden de Predicadores, [165] dio un Compendio de la Filosofía natural (Sevilla, 1547) que no conozco y supongo inspirado en la escolástica.

Juan Páez de Castro (1545?-1570), nacido en Quer, sobresalió en el cultivo de las humanidades, y «aprovechó su estancia en Trento para estudiar los manuscritos griegos adquiridos por D. Diego de Venecia». Sobre esta base emprendió estudios acerca de Aristóteles y Platón y sus comentadores. En una academia aristotélica formada por asistentes al Concilio dio conferencias en que señaló su predilección hacia las doctrinas del estagirita.

El canónigo de Orihuela Juan Bautista Monllor, otro de los más distinguidos peripatéticos levantinos, publicó Oratio in commendationem Dialecticae, habita in Universitate Valentina Kal. Septembris 1567: Paraphrasis et scnoliorum in duos libros priores analyticorum Aristotelis a graeco sermone in latinum a se conversorum (Valencia, 1569), De nomine Entelechia apud Aristotelem, Quaestio unica (ídem id.), De universis copiosa disputatio, in qua praecipue docetur, universa in rebus constare sive mentis opera (ídem id.) y Oratio de utilitate Analyseos seu rationationis Aristotelae: et Philosopho veritatem potius esse amplectendam quam personarum delectum habendum (Francfort, 1591). Recalca Bonilla la circunstancia de afirmar Monllor que: non disputat Logicus de rebus sed tantum praebeí alliis artificibus disserendi instrumenta y cómo se revuelve contra Cicerón sosteniendo que el vocablo ènteleceia viene de énteléç, quod est perfectum; o de telóç quod est finis y e6ceiu, habere, y significa por lo tanto: «quod potestati adversatur et ex altera parte respondet».

Pedro Juan Monzó, sacerdote valenciano, lector de Filosofía en Coimbra y de Sagradas Escrituras en la Universidad de su patria, escribió: De Locis apud Aristotelem Mathematicis (Valencia, 1556), Elementa Aritmeticae ac Geometriae ad disciplinas omnes, Aristotelem praesertim Dialecticam ac Philosophiam, aprime necessaria ex Euclide decerpta (ídem, 1559), y un Compendio del Astrolabio de Roxas. [166]

Al cardenal Francisco de Toledo, jesuita cordobés (1532-96), se deben cuatro volúmenes: De Lógica, De Physica, De Generatione y De Anima, todo dentro del sentido escolástico, así como sus Comentarios al Evangelio de San Juan (Roma, 1538), de que sólo he visto un destrozadísimo ejemplar en la B. N. En la controversia sobre la materia y la forma, admite dos géneros de principios: unos, rei infieri; otros, rei factae.

El cisterciense Fray Marsilio Vázquez, obituado en 1611, nos dejó Commentaria in Aristotelis Philosophiam.

En suma, erudición, inteligencia; pero nada original ni nada español.


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 160-166