Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo VIII
Filosofía hispano-hebraica

Consecuencias de la diáspora. –Los hebreos en España. Odio de los visigodos a los israelitas. –Aptitud de los hebreos para la filosofía. –Academia judia. –Aben Asdai. –Aben Gabirol: sus obras. –Idea y carácter de su doctrina. –Su influencia. –Cruzada de los rutinarios contra Gabirol, Abraham ben Daud. –Panegiristas: Sem Tom ben Falaquera. –Jehudah-ha Leví: su inferioridad filosófica. –Bechaii b. Iusuf b. Pakuda. –Aben Saddik. –Maimónides: sus obras, idea y juicio de su doctrina. –Moseh ben Jehudah. –Moseh ben Thibon. –Filósofos inferiores de los siglos XIII y XIV. –Jom Tob. –Moseh Cordobero. –Jehudah ben Thibon. Juicio de la filosofía hispano-semítica.

La toma y destrucción de Jerusalén por Tito, y el decreto de Flaviano expulsándolos de Palestina, obligó a los judíos a dispersarse por el mundo. La emigración decretada por Adriano fue causa de que en España se establecieran núcleos sobre los que ya había, y sus vicisitudes en nuestra Península fueron tan varias como la índole de los tiempos. El testimonio epigráfico de Adra patentiza la existencia de los hebreos en España a principios del siglo III, y los cánones del concilio iliberitano al comenzar el siglo IV, revelan su propagación.

A España vinieron los discípulos de los Rabbanin, descendientes de Jehudah el Santo y de Gamaliel, maestro de [72] San Pablo, trayendo a nuestro suelo toda la ciencia de los nás autorizados intérpretes.

El concilio iliberitano (año 303) en uno de sus cánones prohibió todo comercio entre cristiano y judío, añadiendo otras reglas encaminadas a conservar la unidad de la fe.

Cuando los visigodos se convierten al catolicismo, las leyes eclesiásticas invaden la legislación civil y se dictaron leves adversas a la abominable secta judia.

A partir de Sisebuto hasta Don Rodrigo, excepción hecha de un corto período en los comienzos del reinado de Egica y en el de Witiza, puede afirmarse que los judíos fueron siempre perseguidos, obligándoseles a optar entre el bautismo o la muerte.

La cultura científica de los musulmanes y la de los judíos difieren poco; no así la filosófica y la literaria en que los judios se muestran como caracteres más propios y originales. Los antecedentes históricos y filosóficos del pueblo hebreo le daban mayor aptitud que a los árabes para la especulación. La gloria de la filosofía hebraico-española nos pertenece por entero.

Abundan los tratadistas de filosofía moral, a los cuales atribuímos secundario interés. Nuestro estudio versará con predilección sobre los lógicos y metafísicos.

Al fallecer Sahadias, presidente de la Academia Babilónica de Sorah, que admite la fuerza de la razón al lado de la fe y niega lo que estima absurdo, por ejemplo, la existencia de Satanás, los judíos españoles fundaron en Córdoba una Academia, que en tiempo de Al Mutamid se trasladó a Sevilla; más tarde a Lucena, y, temerosa de los almuravides, buscó refugio en Toledo.

El entusiasmo del fundador, R. Moseh ben Hanoc, maestro oriental, despertó la adormecida intelectualidad de sus hermanos, prestó calor al movimiento la protección de los jalifas y brotó aquella numerosa pléyade de gramáticos y comentadores que levantaron los pilares científicos del estudio de su lengua.

Aben-Asdai, célebre médico y secretario latino de [73] Abd-al-Rahman III, discípulo de Aben-Hanoc, difundió entre los rabinos españoles los libros de los escolásticos musulmanes orientales.

La filosofía hebraico-hispana tendría derecho a la atención, o mejor a la admiración del mundo, aunque no ostentase más nombre que el de Selomoh ben-Gabirol Jehudah (1021-70), conocido entre los árabes por Abicebrón, nombre que también le aplican Alberto Magno y Santo Tomás, y entre los judíos por Sefardí, el español. A los diez y nueve años compuso el Mechabereth, gramática en verso, y poco después el Azharoth (exhortaciones), exposición del mosaísmo para las sinagogas.

Muerto muy joven, dejó numerosas composiciones que pasaron al rezo judaico y se conservan como tesoros de rica inspiración melancólica y dolorosa aunque esperanzada. Su poema más importante, titulado La corona real, es esencialmente filosófico y de muy varios conocimientos. En sus ritmos las abstracciones toman cuerpo y cobran, vida por la fantasía del poeta.

No está labrado este poema sobre textos del Talmud al modo de otras varias producciones judías de la decadencia, sino sobre el área amplísima de la inspiración personal. El genial arranque de tan completo espíritu, mezclando lo lírico y lo épico, lo poético y lo didáctico y atravesando las esferas sensibles y las metafísicas, nos conduce hasta el principio fundamental y primario de todas las cosas, ante el cual se detiene por la imposibilidad de penetrar en él, después de haber recorrido cuanto la mente puede especular de lo visible y lo invisible.

A los veinticuatro años se reveló filósofo en Thikkum Meddoth Hannephes (Perfección de las propiedades del alma) y en Mibchar Hapininim (Colección de rubíes), tratado de filosofía moral, ambos escritos en árabe y traducidos al hebreo por Jehudah ben Thibón. Mucho se ha discutido si pertenece a Gabirol el Libro del alma, y aunque parece lo probable, todavía no ha recaído definitivo fallo de la critica. La obra filosófica capital de Aben [74] Gabirol es La fuente de la vida, admirablemente vertida al español por el inolvidable y sapientísimo D. Federico de Castro. El neoplatonismo, sea que Gabirol directamente lo conociera o que lo hallara en los libros apócrifos, atribuidos a Empédocles, Pitágoras y otros filósofos griegos, fecunda el fondo de este admirable libro; así como la veneración a Platón influye hasta en elegir la exposición dialogada; pero el pensador descubre una parte hermosamente original en que, abandonando a Plotino, establece que en las substancias lo inferior es la forma y lo superior la materia, llegando a la unidad de ambas, mas sin confundirlas en la voluntad divina.

Escritores superficiales lo han juzgado materialista cuando él piensa a la materia como una, simple y espiritual, o bien lo han motejado de emanatista, cuando su sistema es una creación continua, incesante; porque las substancias finitas no están en las divinas, residen en la voluntad de Dios.

No. La ciencia para Gabirol abraza tres puntos esenciales: el creador, la creación y la relación entre ambos términos, o sea la Voluntad. El creador es la esencia primera, fuente de todo ser particular. A su conocimiento y en general al de las substancias simples no puede llegarse sin plena labor de purificación, abstrayéndose de la vida material, y en este grado de exaltación, «las substancias simples se revelarán a tus ojos... y otras veces te creerás idéntico con ellas».

La creación consta del elemento fundamental, hyle o materia universal, substantivo y, por su unidad, sostén de la diversidad en los seres. La materia puede ser corporal, simple; es decir, sin forma, o mixta, y siempre la forma se apoya en ella. La forma universal no existe en sí, sino en otro y perfecciona la esencia. Por eso llamamos forma a lo visible y la materia permanece oculta a nuestra mirada, combinándose de tal suerte ambos conceptos, que la materia de las substancias inferiores sirve de forma a las superiores. Claro está que las palabras materia y forma [75] son términos aristotélicos de origen, pero en Gabirol se hallan, si vale decirlo así, alejandrinizados. Las formas corpóreas, y esto no lo halló en el estagirita, son imágenes de las psíquicas que pueblan nuestros sueños, y tales ensueños son a su vez imágenes de las formas inteligibles que yacen en el fondo de nuestra mente. Tanto la materia universal, cuanto la forma universal, proceden de la voluntad divina por libre decreto, modificación en la que Gabirol se aparta y distingue de los neoplatónicos y de su concepto de la unidad de la esencia. La Voluntad o representación de la relación existente entre el Creador y lo Creado, «mueve toda forma subsistente» y lo contiene todo. Ella ordena, la forma obedece; porque la Voluntad, aunque imposible de definir, se puede describir en estas palabras: «Voluntad divina que hace la materia, que hace la forma y enlaza la una a la otra.»

De lo uno, del alma universal, se desciende a lo múltiple por incesante emanación, si bien no involuntaria como en los alejandrinos, sino sometida al arbitrio de la Divinidad.

– «¿Qué fruto, pregunta el discípulo, sacamos de este estudio?
M. –La liberación de la muerte y la unión al origen de la vida.
D. –¿Qué auxilio habrá para lograr esta noble esperanza?
M. –Apartarse primero de lo sensible, infundir la mente en los inteligibles y sostenerse todo en el dador de la bondad.»

Tal es en resumen el pensamiento del gran filósofo malagueño, tan superior a la mentalidad general de su raza y de su medio en aquellos días. No sé si acertó quien le llamó el Espinosa del siglo XI, pero no se conoce en toda la Edad Media panteísta más metódico, sugestivo y profundo.

De La fuente de la vida copió literalmente cuanto quiso el arcediano de Segovia Domingo González, conocido por Gundisalvo. [76]

El gabirolismo en que se ha visto la coniunción entre las doctrinas hebreo-alejandrinas y las platónico-cristianas, influyó en Avempace y en Tufail, algo entre los suyos, pero más profundamente entre los filósofos cristianos.

Sem Tob Falaquera, discípulo de Gabirol, compuso un florilegio de La fuente de la vida. Escribió además El investigador, en que presenta a un joven preguntando a un asceta cuáles serán los mejores guías para marchar por la senda de la virtud y éste le designa los mejores concediendo el primer lugar a Gabirol.

En las sinagogas de Toledo se había desencadenado un viento de ignorancia y de fanatismo contra la labor filosófica y especialmente contra la obra de Gabirol, que duró mucho tiempo, después de fallecer el filósofo. El reproche mayor asestado a la doctrina del egregio andaluz, consistía en el carácter universal y humano de sus enseñanzas. El estrecho criterio de los toledanos se manifestó en las censuras de Abrahám ben Daud cuando escribió: «Gabirol pretende resolver únicamente una cuestión de filosofía y no especial para nuestra comunidad, sino perteneciente a todos los hombres.»

No obstante, la superficial refutación de Daud muestra el eco que logró La fuente de la vida y él mismo lo confiesa diciendo: «No vituperaría sus palabras si no hubieran producido el reflujo de extravío en nuestra aljama, que, como ninguno ignora, se ha producido con su libro.»

Entre los religiosos exaltados figuraba el poeta Jehudah ben-Samuel-Ha-Levi (¿1085?-143).

La inteligencia de Jehudah-Ha-Levi no era tan poderosa como la de Gabirol, y se opuso a la dirección filosófica señalada por el pensador andaluz. Jehudah escribió el Khozary, si se confirma su controvertida paternidad, diálogo entre el rey de los kázaros y su pueblo, uno y otro convertidos al judaismo en el siglo VIII. Dios comunicó en sueños al rey que sus intenciones le eran gratas, mas no sus obras, y entonces el monarca consulta a tres teólogos, uno [77] cristiano, otro muslim y otro hebreo, y sólo el último lo deja satisfecho.

Para Jehudah, menos pensador y más fervoroso que Gabirol, goza la tradición de crédito superior a la filosofía.

Bebiendo en la fuente de Gabirol, el rabino cordobés Abu Amr Iusuf, b. Jacob b. Saddik, fallecido en su patria el 1149, escribió su Lógica y su Mikrokosmos. Su identificación con los alejandrinos es perfecta y cree, con el Maestro, en el alma del mundo.

Algo posterior a Gabirol y obscurecido por el recuerdo, vivió Bechaii b. Iusuf b. Pakuda, ascético, elocuente y penetrado de las doctrinas neoplatómcas. No obstante su ascetismo, en vez de exhortar al retiro, recomienda la lucha en el mundo. En su Obligación de los corazones, dividido en diez partes, donde trata de teología, teodicea y moral, se advierte el influjo senequista.

El ilustre filósofo andaluz Moseh-ben-Jehudah, conocido por Abi-Hamohathikim, padre de los traductores, prestó inmenso servicio a la cultura hispano-hebraica dando a conocer obras interesantes, entre ellas los comentarios de Abu-Chemed a Aristóteles, obras de Geometría, las Tablas astronómicas de Alphragani y la Física latina de Juan Isaac. Escribió Moseh una obra original de Hidrostática con el extraño título de Se juntarán las aguas, en que resuelve la cuestión de por qué el mar no inunda la tierra.

Si una de las columnas de la filosofía hispano-hebrea fue el malagueño Ben-Gabirol, la otra, no menos sólida e insigue, fue el cordobés Moseh ben Maimum, conocido por Maimónides (1135-204) primus qui inter hebraeos nugari desiit. Créese que estudió en Sevilla, porque aprendió del famoso astrónomo sevillano Geber (Muh b. Yabir b. Afla) y del célebre médico generalmente conocido por Abenzoar. Fingió ser mahometano por necesidad y, cuando marchó a África, confesó su verdadera religión. Escribió Maimónides varias obras teológicas y de medicina, arte que cultivó con brillantez, pues sus aforismos no [78] alcanzaron menor autoridad que los de Hipócrates, y llegó a ser médico de Saladino, y otras filosóficas, de que trataré sucintamente. Los tratados de Maimónides se hallan en hebreo o en árabe, con igual pureza en uno que en otro idioma.

Maimónides parece destinado a dar unidad a las opuestas direcciones de la filosofía. Su propósito mira a la conciliación de la Biblia y la Filosofía, para lo cual, aunque escolástico, combate a veces a Aristóteles. Y como siempre los ortodoxos desconfían de esas armonías entre la ciencia y la religión, cuando se popularizó el Moré nebouchim o Guía de los extraviados, dijo un rabino de Toledo: «Esa obra fortifica las raíces de la Religión, pero destruye sus ramas». El Moré nebouchim, especie de Suma teológico-filosófica hebrea, dirigido a los que allá en su conciencia estiman absurdas o contradictorias las enseñanzas de la Biblia, mas, retenidos por el hábito de la fe, no se atreverían a abjurar, comprende un sistema de interpretación bíblica, la teogonía y la cosmogonía, una explicación del don de profecía, y termina con el estudio de la libertad y la Providencia.

Como Aristóteles a ordenar el contenido de la ciencia después de Platón, vino Maimónides, espíritu conscientemente dialéctico, a fundar una exégesis racionalista y encauzar las exaltaciones panteísticas y teosóficas de sus predecesores.

Sostiene Maimónides la distinción entre la esencia divina y la humana, exponiendo que las mismas cualidades (la sabiduría, la bondad, etc.) no son en Dios semejantes a como son en la humanidad. «Y la verdad es esta, que todos los razonables, cuanto más los otros animales, son cosa que no han ninguna ocupación, comparándolos a todo el ser, como dice: «Hombre a vanidad semeja» y «El varón es polilla (Job)... Y aprovecha esta noble cosa a que sepa el hombre lo que monta, porque no piense que el ser todo es de él, mas el ser todo en comparación a Dios es ninguno como el nuestro al mundo, cuanto más a Dios». [79]

Al tratar de la psicología, marca sus disentimientos con Aristóteles, su maestro. Conserva la jerarquía de inteligencias procurando identificarla con las categorías angélicas y no resuelve con nitidez el problema de la inmortalidad del alma. Tampoco se decide sobre el tema de la creación, si bien parece inclinarse a la creación ex nihilo.

En el Sepher-hamadah (Libro de la Ciencia) trata de la moral, incluyendo en ella la higiene y la economía, porque no podemos amar a Dios sin conocerlo, ni conocerlo sin ser dueños de nosotros mismos, por lo cual debemos cuidar de nuestra salud, casarnos cuando podamos subvenir a las exigencias del estado y comenzar la caridad por nosotros.

Gozó de tal crédito Moisés Maimónides, que se hizo proverbial la frase: «Desde Moisés a Moisés no ha habido otro Moisés». Padre, no por lejano menos legítimo, de Epinosa, ha sido el verdadero creador de la exégesis racional.

No obstante, cuando Samuel ben Thibon tradujo al hebreo la Guía, primitivamente redactada en árabe, produjo apasionadas discusiones y, alarmada la grey israelita por el encono de la controversia, se llegó al extremo de que un Sínodo de Barcelona en 1305 prohibió el estudio de la filosofía antes de cumplir los escolares sus veinticinco años.

También por este tiempo ganó extraordinario renombre el filósofo sevillano Jacob ben Thibon. Algunos críticos, y en verdad con sólidas razones, atribuyen a éste la obra titulada: Enseñanza de los discípulos, excelente exposición del Pentateuco, adjudicada a Jacob Antolí o a Simeón.

En esta centuria, fecundísima para los trabajos de exposición e interpretación, se distinguieron Jonah, autor de Lo ilícito y lo licito, Ley de las mujeres, Puerta de la penitencia, Libros del temor y comentarios talmúdicos; Josseph Caspi, catalán como el anterior, que comentó a los filósofos griegos y hebreos y compuso dos diccionarios: uno titulado Tesoro de la lengua santa y otro Cadenillas [80] de plata; Jehudah Mosca, que, por mandato del Rey Sabio, tradujo el libro árabe De la propiedad de las piedras; Bechah bar Moseh el zaragozano, apologista de Maimónides; Iitshaq, autor de las tablas alfonsinas; Iitshaq-ben Latiph, teólogo, filósofo y médico; Salomón-ben Adereth, célebre por el citado decreto que dio en unión de Ascher, prohibiendo el estudio de la filosofía hasta los veinticinco años y autor de notables trabajos jurídicos; Bechaii, hijo del alemán Ascher, pero nacido en España y excelente comentarista, así como sus siete hermanos, y Jedahyah Hapenino, que dio a la filosofía su Carta, su Examen del siglo y su Vanidad de vanidades del mundo, obra esta última a que debió su renombre; a la teología, diversos comentarios, y a los pasatiempos, las Delicias del rey, explicación del ajedrez.

Jom-Tob bar-Abraham nació en Sevilla en 1380 y fue acaso el más famoso entre los talmudistas de su centuria. Compuso una apología de Maimónides titulada Libro de la torre fuerte; una recopilación de la Ley de Maimónides que llamó Libro de memoria: otra obra muy bien pensada, Las novelas, nuevas exposiciones de algunos tratados del Talmud; una exposición de las praschas de la Ley con el título de Corona del buen nombre y, en fin, los Estatutos judiciales, concienzudo trabajo de orden jurídico destinado a la recta administración de la justicia entre los hebreos.

No continuó menos fecundo el siglo XIV, pues registra entre sus hijos célebres a Josseph de Toledo, que compuso El gobernador del siglo; a David de Estella, jurisconsulto, orador y teólogo; a Jehudah-ben Ascher, autor de dos libros cabalísticos; a David Guedalyah, filósofo y jurisconsulto que fijó su residencia en Lisboa: a Iitshac Chamjanton, distinguido talmudista; a Joseph Albo, que escribió sus Artículos contra el cristianismo; a Schem Tob, médico, filósofo y polemista; a Matathias, comentarista de los Salmos, y a Selomoh, conocido por el Levita, convertido después al cristianismo. [81]

Moseh Cordobero ben Jacob (1505?-70), insigne cordobés, nació en 1505, y sus obras son las más perfectas de cuantas los rabinos escribieron en el siglo XVI. De filosofía, escribió su Tamarindo de Débora; de liturgia, tres libros, y de cábala, cuatro. En su obra capital, el Paraíso de los granados, nos revela la clave de la cábala. Él mismo extractó este libro, cuya fama le valió la jefatura de las sinagogas de Saphet, en otro que llamó Jugo de granadas, porque era como la substancia de aquél. Más tarde, completó el Paraíso con el Casco de las granadas.

Jehudah-ben Thibon, insigne rabino, natural de Sevilla, publicó su Colección de rubíes o de margaritas, compendio de los aforismos y enseñanza clásicas y orientales. Este libro se imprimió en Cremona el año 1558. En mi libro Histoire de la Juiverie de Séville y en mi Diccionario de escritores hispalenses, trato más detenidamente de éste y de otros claros rabinos.

Al cerrar el ciclo latino pagano dejamos correr la vena de la satisfacción, observando que entre el silencio universal del pensamiento filosófico rebajado a los provechos de la aplicación y limitado al comento de Zenón y Epicuro, sólo un español daba nota de originalidad dentro del círculo mental de la época y, rompiendo la rigidez del molde, columbraba el porvenir y tendía el iris entre el Pórtico y el Calvario.

Aún más fúlgida lontananza nos ofrece el período hispano-semítico. La reflexión se mueve con perfecta independencia. Las teorías orientales se metodizan con originalidad y, perdiendo su carácter de exclusión, el formalismo aristotélico ensancha sus fronteras. El pensamiento español crea escuelas, influye en los investigadores, extiende sus raíces por toda Europa y abre sus flores hasta en la misma Suma de Santo Tomás.

Por la altura de las ideas, por la magnitud de los pensadores, por la trascendencia de las doctrinas, por el sello peculiar y por la comunidad de orientación, puede a mi juicio afirmarse que en tan gloriosa etapa no sólo hubo [82] filósofos españoles, sino una filosofía completamente nacional, al menos de aquella parte de la nación que se preocupaba de la filosofía.

En vano que Mr. Guardia, en otros puntos tan discreto, alegue que esa grandiosa explosión no merece llamarse española por haber brotado en las razas perseguidas en España. Perseguidas o no, víctimas de la intolerancia castellana y septentrional, fieles a una u otra confesión; lo positivo, lo incontrovertible, es que no eran menos, sino más, mucho más españoles que los visigodos perseguidores, porque en el Mediodía se fundieron los restos de los primeros pobladores, los hispano-romanos y los orientales, mientras los reinos semibárbaros de la llamada reconquista se titularon y fueron la continuación de los visigodos, jamás enteramente mezclados ni menos confundidos con la población española. [83]


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 71-82