Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo IV
Ojeada general sobre la Filosofía en la Edad Media

La Filosofía medieval. –El Cristianismo. –Misión de la Filosofía platónica. –La Gnosis. –Los PP. orientales. La Iglesia y los bárbaros. –El trivium y el quatrivium. –La Escolástica: su carácter, sus épocas, su desenvolvimiento, sus direcciones. –El misticismo en la Edad Media.

Durante los primeros siglos de la Edad Media, la filosofía se nutre de savia teológica. La pagana había venido a parar a la negación. La exageración de los principios platónicos había conducido a negar el conocimiento, sustituido por el éxtasis; el éxtasis arrastraba a la anulación de la individualidad, y la gran Unidad, Dios mismo, venia a ser implícitamente negado: porque la unidad simplicísima excluye hasta la existencia, que es ya una complicación. Los sistemas del lado opuesto habían engendrado el escepticismo y el materialismo. La negación circundaba el pensamiento por todas partes.

El cristianismo, basado en la revelación, descendía de Dios al hombre; es decir, tenía un carácter sintético, por lo cual aprovecha de la antigua ciencia cuanto conviene a su desenvolvimiento. Los grandes hombres del cristianismo sienten ante todo el apremio de defender la religión de los ataques asestados por los paganos y de patentizar las excelencias de su doctrina. De tal necesidad nace la filosofía apologística.

Vencido e1 paganismo, la Iglesia experimentó la urgencia [26] de edificar, de fijar el dogma, y entonces acude a la ubérrima tradición platónica juzgándola como una preparación de la doctrina revelada.

San Panteno erigió en Alejandría una escuela catequista que consideraba a la filosofía complemento obligado de la religión, y su sucesor San Clemente es el fundador de lo que entre los Padres orientales se llama gnosticismo.

Los grandes filósofos paganos prepararon a la humanidad para el cristianismo, y sobre la ciencia, así como sobre la fe, existe, a juicio de San Clemente, un conocimiento supremo, la gnosis, en que se contiene toda la verdad. La gnosis es la revelación del Verbo, la soberana intuición del principio divino, y su eficacia llega tan profunda que anonada las pasiones y promueve el desprecio de los placeres, pues todo se reduce a miseria y sombra ante el éxtasis de la divina contemplación.

Discípulo de este santo el grande Orígenes (186-254), una de las mayores inteligencias que la humanidad ha conocido, cuyo ideal era establecer la revelación mesiánica sobre bases rigurosamente científicas, sabio y mártir, nos dejó, además de otros libros, el Exaplos, los Principios y la Defensa del cristianismo contra los recios ataques del ingenioso Celso. Orígenes llegó a admitir la eternidad del mundo y a negar la eternidad de las penas, por lo que se vio cruelmente perseguido. San Gregorio Nacianceno (329-89), poeta, filósofo y ascético, y otros Padres, participaron de las opiniones de Orígenes. Todos los orientales fundaron la teología en la filosofía; los de Occidente sometieron el conocimiento a la revelación.

En los Padres occidentales, ninguno puede igualarse con San Agustín (354-430). Considerado como filósofo, señala el apogeo de la filosofía patrística, resucitando el platonismo, y, cimentando en él la idea cristiana, da a la nueva doctrina una sólida base psicológica (Noli foras ire...) Representa en la patrística la síntesis de las grandiosas concepciones debidas a los Padres orientales y el [27] espíritu práctico de los occidentales. En este caso, como siempre, el Oriente antepone la ontología y el Occidente la psicología.

Al invadir los bárbaros la Europa, sólo una institución queda en pie: la Iglesia. La poderosa unidad cristiana, como entidad espiritual, no podía ser alcanzada por los golpes de la fuerza bruta. Ella es lo único que permanece, y por eso constituye el lazo de unión entre el Imperio que se desploma y los nuevos Estados que traza la espada de los invasores. Por ese título, se constituía la Iglesia en educadora de los jóvenes pueblos que abrían apenas sus ojos a la civilización.

La ciencia profana, aun después de los esfuerzos de Carlomagno, Boecio y Casiodoro, se hallaba reducida a las artes liberales, que, en número de siete, correspondiendo a los días de la semana y a otros misteriosos simbolismos, se distribuían en dos grupos: el primero, el trivium, comprendía tres en loor de la Santísima Trinidad (Gramática, Lógica y Retórica); el segundo, el quatrivium, abrazaba cuatro por los cuatro ríos que fecundaban el Paraíso terrenal (Aritmética, Geometría, Música y Astronomía).

Todas estas materias se resumían en un verso:

Lingua, Tropus, Ratio, Numerus, Tonus, Angulus, Astra.

La enseñanza de cada una se concretaba designando por la sílaba inicial la materia correspondiente:

Gram., loquitur; Día, verba docet; Rhe, verba ministrat;
Mus., canit; Ar., numerat; Ge., ponderat; As., colit astra.

Los árabes solían sustituir la Retórica por la Medicina, y algunos suprimían otro miembro del trivium para dar cabida a la Nigromancia. Tal era el vago recuerdo que conservaba la Edad Media de los esplendores del clasicismo.

Si el platonismo había sido el instrumento de la Iglesia durante el período de consolidación y fijación de los dogmas, el aristotelismo debía guiarla para la explicación, [28] propaganda y organización interior de sus principios. La Escolástica, así llamada por ser la filosofía que se enseñaba en las escuelas, esencialmente dogmática, sirvió a la Iglesia para educar a los bárbaros.

En realidad, mejor que una filosofía, la Escolástica debe considerarse un método. Manejada por la Iglesia, podría definirse el aristotelismo al servicio de la idea cristiana. No empece que en posteriores tiempos surgiera una escolástica musulmana. Filosóficamente el mahometismo no es un antípoda, sino un retoño del cristianismo. Ambas direcciones se apoyan en el concepto hebraico de un Dios esencialmente distinto del mundo, y ambas por tanto forman en la hueste dualista frente a los panteísmos orientales. Educado en un monasterio, Mahoma no pudo formar otra idea de la divinidad que la que los monjes le enseñaron, así que su doctrina no pasó de una herejía como el arrianismo, fondo de su concepción, con ribetes nestorianos.

Es el escolasticismo una filosofía teológica, supeditada al dogma y juzgando axiomática la armonía entre la fe y el dictado de la razón. La Escolástica prestó eminente servicio a la especulación, facilitando su labor con los minuciosos y sutiles análisis, con los rigores de su dialéctica; puliendo y perfeccionando hasta increíbles extremos el instrumento de la filosofía, sin que por esta sincera confesión, pueda oscurecerse que la exageración de la agudeza excediese, cuando faltó materia de investigación, las fronteras de lo razonable, perdiéndose en laberínticos extravíos que sus mismos maestros condenaron y trataron de corregir. Tales abusos, cuya explicación histórica ni la menor dificultad ofrece, motivaron el descrédito de la escuela, los ataques de los sensualistas, las ironías del racionalismo y hasta las burlas de los poetas. De Resnel escribía:

Un scolastique vain, cherchant à discourir,
Cache la vérité, loin de la découvrir. [29]

Ya Vives pensaba que algún ingenio diabólico había sacado a luz la dialéctica escolástica, empeñada en atacar la verdad, en no rendirse al que la confunde y siempre gozosa cuando vence a la verdad con las armas del error. (Dialecticam hanc contentiosam et pertinacem, non dubium ab ingenio diabolico esse profectam, quod in verum contra niti semper, et melius dicenti nunquam cedere, et falso verum gaudet vincere.) (Comm. in Civ. Dei.)

El P. Almeida, que aparenta someterse a la metafísica escolástica, escribe en su compendio histórico de la Filosofía: «Era cosa de risa el leve fundamento sobre que se basaban las contiendas que amotinaban el mundo». El mismo Balmes decía: «La filosofía escolástica, que de suyo propendía a la sutileza, fue degenerando entre las disputas de las escuelas. Conocidas son las cuestiones inútiles y hasta extravagantes que se llegaron a suscitar y que consumían un tiempo que se hubiera empleado mejor en estudios positivos». (H. de la F., XXXIX.)

Hasta mi inolvidable amigo Mosén Jacinto Verdaguer me decía, recordando sus años de seminarista: «Me roda'l cap, quan sento una disputa escolástica.»

Pasa la Escolástica en Europa por un período preparatorio que va desde el siglo IX al XII; raya en su zenit en los siglos XIII y XIV; desciende desde esta fecha hasta la Reforma; disfruta en España un fugaz renacimiento debido solamente a Suárez y Montoya, pues los Vitoria y demás escolásticos no son verdaderos filósofos especulativos, sino meros aplicadores de la filosofía a la práctica; desciende hasta llegar a completa postración en los posteriores tiempos y hoy pugna por renacer abrazada a los adelantos de la ciencia experimental.

El precursor Juan Escoto Erigena (IX), de céltica estirpe, doctísimo en lenguas sabias y semíticas, continuador del neoplatonismo, abrió el camino a la futura dirección realista de la Escolástica. Su sistema, que ofrece marcadas analogías con el Sankya ateísta de Kapila, con la doctrina de la liberación por la ciencia, identifica el conocimiento [30] y la religión. En la cuna misma de la Escolástica se encrespa la formidable pugna, que había de ensordecer la Edad Media, entre el nominalismo y el realismo, el eterno problema, tan discutido hoy entre racionalistas y positivistas, como lo fue entre los escolásticos y lo había sido en los albores de la filosofía helénica. Los realistas aseguraban que los universales existían per se, ante rem, siendo percibidos por la razón, el sentido de lo universal. Los nominalistas, afirmando que no hay conocimiento sin los sentidos, y que éstos no perciben más que individuos, estiman que las ideas no pasan de meros nombres, flatus vocis, cuya realidad depende de las cosas, post rem. Apóstol de la primera dirección se alzó el gran San Anselmo (1033-109), natural de Aosta y arzobispo de Canterbury, a quien su fe en la razón, quae judex omnium debet esse, condujo a la célebre prueba ontológica de Dios, tan alta y profunda, que en ella pueden resolverse cuantas de su misma índole han alegado los teólogos.

Combatió sus ideas Roscelino, canónigo de Compiègne, condenado en el Concilio de Soissons (1092) por aplicar su individualismo a la doctrina de la Trinidad. Entre ambas tendencias se colocó el romántico Abelardo (1079-142), sosteniendo que los universales carecen de existencia objetiva, pero no subjetiva; entrando así a velas desplegadas por las aguas del conceptualismo. Joven, poeta y erudito, Abelardo, fundador de la escolástica racional, cautivó con su elocuencia innumerables discípulos, abordó los más arduos problemas, ensalzó la razón y sentó tan atrevidas proposiciones, que San Bernardo lo hizo condenar y encerrar en un claustro. Con la muerte de Abelardo y la timidez de Pedro Lombardo y Juan de Salisbury, sus mejores discípulos, el conceptualismo y el nominalismo cedieron al empuje realista, favorecido entonces por la Iglesia.

Las traducciones hebraicas y latinas de las obras de Aristóteles y los comentos de los orientales, despiertan nueva fase del pensamiento escolástico. La esfera más [31] amplia de conocimientos, fecundada por el estudio de la naturaleza, impuso la necesidad de conciliar la fe con la razón. El primer intento se debe al doctor irrefragabilis Alejandro de Alés (1238), cuya Summa theologica sirvió de modelo a Santo Tomás; pero el verdadero creador de la escolástica filosófica fue el dominicano Alberto Magno (1193-280), que vivió casi todo el siglo XIII. Grandes prodigios se cuentan del vasto saber de Alberto, tildado por la ignorancia popular de brujo. Exponiendo a Aristóteles, inclínase del lado del realismo y desliza ideas que no se hallan en el maestro, tales como la idea del ser en sí y la del alma como separable del cuerpo, hecho de que dice haberse convencido en las experiencias de magia, con lo que viene a constituir un precedente del espiritismo y del neobudismo o teosofía contemporánea. En la moral, llama la atención la distinción entre la conciencia propiamente dicha y la conciencia moral, y la de las virtudes teologales, nacidas por efecto de la gracia divina, de las cardinales, producto de la voluntad.

Sin tratar aquí de otros escolásticos, ni de sus esfuerzos para conciliar la fe con la razón, no se puede prescindir de Santo Tomás (1227-74), la principal figura de la filosofía de las escuelas. Nació Santo Tomás cerca de Nápoles, fue discípulo de Alberto Magno, y sus compañeros le llamaban por su silencio el buey mudo. Su maestro profetizó que un día mugiría tan fuerte que lo escucharía todo el mundo. Noble de origen, desplegando heroica resistencia a cuantas seducciones se enredaron a sus plantas, profesó rebosando fe y amor a Dios en la orden de Santo Domingo. En ambas Sumas, la Suma teológica y la Suma contra los gentiles, Santo Tomás prueba a armonizar el realismo con el nominalismo, colocándose en el punto de vista genuinamente aristotélico, esto es, en el conceptualismo. No sería congruente con mi propósito entrar en la exposición detallada de la filosofía tomística, donde acaso se confunden demasiado la fe y la razón. Baste confirmar que Santo Tomás es un perfecto aristotélico y que pone su [32] cooperación personal en el desenvolvimiento de la doctrina, con la distinción real del alma y sus facultades, y la hipótesis de las especies inteligibles, que le pertenecen por modo innegable.

El doctor subtilis, Duns Escoto (1274-308), realista con propensión nominalista por aceptar la realidad de las ideas generales como entidades, que tanto multiplicó el tecnicismo escolástico, sigue la dirección de Santo Tomás: pero sostiene contra éste que las facultades anímicas no tienen existencia distinta entre sí, ni menos separadas del alma, dando lugar a obstinada contienda entre tomistas y escotistas. Del escotismo se infiere la absoluta libertad humana, así como la voluntad divina independiente de toda ley.

¡Curioso fenómeno! Las dos órdenes, la franciscana y la dominicana, encargadas por la Iglesia de encauzar la Filosofía por el álveo de la ortodoxia, libran entre sí descomunal batalla y resucitan controversias al parecer ya remotas.

A Santo Tomás siguieron los dominicos, y discípulos del santo varón fueron Herveus Natalis (m. 1323), Enrique Gaethals o de Gan (1217-93), doctor solemnis, que tuvo sus puntas de platónico sin leer a Platón, y en las oscilaciones de su vacilante espíritu, acarició la idea de conciliar la Academia con el Liceo, y Richard Middleton, doctor solidus, contemporáneo de Santo Tomás, aplaudido en las cátedras de París y de Oxford.

En la hueste escotista se señalaban Francisco de Mayaronis (m. 1325), magister abstractionum, que llegó a afirmar la separación real y positiva de los divinos atributos; el ex-tomista Guillermo Durando (m. 1334), doctor resolutissimus, que se aparta de Escoto en el problema realista, pues no concede efectividad más que al individuo, y, en fin, toda la orden de los franciscanos.

Sin desconocer que Santo Tomás sirve de columna al neo-escolasticismo, preciso es confesar que Duns Escoto abre desconocidos horizontes a la Escuela. En sus manos [33] la filosofía escolástica vuelve sobre sí misma, reconoce su insuficiencia histórica, y procura rehacerse con ansia de avanzar en la indagación de la verdad.

Raimundo Lulio, en el siglo XIII, patentiza con su intento de la máquina de pensar la falta de realidad del formalismo escolástico. Rogerio Bacon (1214-92), doctor admirabilis, acusado de nigromante, sufrió tenaces persecuciones. Matemático y físico superior a todos los de su tiempo, defendió los fueros de la razón, predicó la necesidad de estudiar todas las ramas científicas y preconizó la experimentación, considerando la escolástica como una abstracción ineficaz para la ciencia. La lucha se recrudece entre nominalistas y realistas; Walter Burleigh (1275-357), doctor planus et perspicuus combate al franciscano Guillermo de Ocam (m. 1357), doctor invencibilis, defensor de los reyes contra los pontífices y excomulgado por Juan XXII.

Desde este instante, la filosofía escolástica entra en plena decadencia, no sin haber prestado a la ciencia eminente servicio. Su rigurosa dialéctica, perfeccionando y sutilizando el raciocinio, contribuyó a disciplinar los entendimientos, pero, dejando fuera del conocimiento los principios y los hechos, llegó a estabilizarse para la evolución progresiva del pensamiento racional. El jesuita andaluz Francisco Suárez (1548-617), la última gran figura de esta dirección filosófica, decidió la controversia de nominalistas y realistas, estableciendo que lo universal se halla potencialmente en las cosas e in actu en el entendimiento.

Tienen razón los que defienden que el formalismo escolástico, seco y árido, repulsivo a las almas apasionadas, era incapaz de satisfacer los piadosos anhelos de confundirse personalmente con Dios. El ardor religioso, el amor inefable, la sed de una suprema bienaventuranza que sólo puede gozarse en la unión con Dios, desvaneciéndose en Él y perdiéndose nuestra personalidad, arrojó a los espíritus fervorosos por la senda del misticismo, no satisfechos de aquella unión mereintelectual que el tomismo les brindaba. [34]

San Bernardo (1091-153) inicia la idea mística haciendo condenar ciertas proposiciones de Abelardo, y el minorita Juan de Fidanza, vulgarmente conocido por San Buenaventura (1221-74), doctor seraphicus, inspirándose en la filosofía agustiniana, es el ingenuo intérprete de tan grandioso movimiento. Más semejante a los antiguos Padres que a los doctores medioevales, San Buenaventura enseña que en Dios radica el principio y el fin de la Ciencia, y que ésta no es más que una iluminación divina realizable por los cuatro grados: exterior, interior, luz superior y unión con Dios. No creo lícito exponer aquí la poética doctrina del doctor seráfico, ni ver cómo estas cuatro iluminaciones se van gradual y progresivamente concretando en las necesidades corpóreas (exterius), en el conocimiento sensible (inferius), en el filosófico (interius); que puede referirse ad verba, ad res o ad more, y en fin, en las luces de la Escritura y de la Gracia, hasta llegar al éxtasis.

Si el misticismo miraba con desconfianza a la escolástica, no recelaba ésta menos de la ortodoxia mística. Los místicos tudescos son los primeros en ir reduciendo el dogma cristiano a una forma cuyo fondo ha de descubrir la indagación especulativa. Tal es el sentido de Ruys Broeck, de Eckart, de Suso y demás pensadores místicos germánicos, sentido que invade a los dominicos, inspira a los valdenses y al fin se condensa en Tauler (1290-361). En la Imitación de la pobre vida de Jesucristo enseña el doctor alsaciano que para la unión con Dios hay que purificarse por el dolor físico y espiritual, doctrina que propaga con elocuencia de apóstol y ejemplos de héroe, sufriendo persecuciones y asistiendo a los atacados de la peste.

La Imitación de Cristo, libro extraordinario, de bárbara latinidad, cuyo autor es todavía un misterio, enciende la llama del misticismo en los espíritus alejados de la comunión filosófica, y la hace prender en toda la cristiandad.

Iniciado el misticismo por San Bernardo, sublimado por San Buenaventura, llevado a la práctica por Tauler y [35] divulgado por la Imitación de Cristo, había llegado a su apogeo y era sonada la hora de conciliarlo, templado el ardor del combate, con las enseñanzas del tomismo escolástico. La ardua misión correspondió a Juan Charlier (1363-429), natural de Gerson, para quien la teología es una ciencia experimental fundada en la intuición inmediata, y el éxtasis no supone fusión completa, sino que en el momento mismo del raptus, estamos como separados por una nube de Dios. Sin la intuición, capaz de convertir al ignorante en teósofo, la ciencia degenera en ejercicio estéril que separa a la criatura del Creador

He aquí el estado en que la filosofía mística bordea los límites de la Edad Media, preparándose a iluminar directamente dos siglos de la Moderna y reaparecer en diferentes formas y por sorpresa, cada vez que la belleza de la reflexión enardezca los corazones y excite el santo entusiasmo de la verdad. [36]


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Madrid, páginas 25-35