Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza Editorial Española. San Sebastián 1940

La Institución Libre y la Enseñanza. II. Los instrumentos oficiales

El Instituto Rockefeller

Luis Bermejo

Catedrático y ex Rector de la Universidad Central

Su fundación

En un libro contra la masonería, escrito en el año 1934, leemos el siguiente concepto tomado de un documento masónico: «Una sociedad que conoce el mundo y no es conocida por él, es un poder irresistible». La Institución Libre de Enseñanza representa una agrupación de este tipo; su poder se revela por el dominio que ejerce en el Ministerio de Instrucción Pública y su influencia, cada vez mayor, le ha permitido, poco a poco, cautelosamente y con el mayor sigilo, incorporar a los presupuestos del Estado las cantidades necesarias para extender su radio de acción a los diferentes grados de la cultura con la creación de centros de estudio en los que han encontrado cobijo los propagandistas de doctrinas subversivas, los inscritos en la lista de los «sin Dios», los dictadores de la revolución, sin que hasta ahora se haya justificado el apoyo recibido de la economía del país.

El Instituto Nacional de Física y Química, llamado también «Instituto Rockefeller», al que voy a referirme es una de estas agrupaciones.

Todo el mundo conoce la generosidad del prócer norteamericano de este nombre, recientemente fallecido, subvencionando obras de cultura y de beneficencia. En la junta para Ampliación de Estudios, órgano de los más importantes de la Institución Libre de Enseñanza, se pensó en presentar a dicho altruista multimillonario el proyecto para fundar en Madrid un Centro dedicado [198] a la investigación científica dentro de las ramas de la Física y de la Química. El donativo habría de invertirse en construir el Instituto con todo lujo de detalles, y el Estado, después, sostendría los gastos de personal y material que su funcionamiento determinase.

En fechas anteriores a su inauguración recibimos varias personas, indicaciones que daban a entender que la labor científica que se realizara en él sería de franca colaboración universitaria. Mas no fue así; a su tiempo aparecieron en la Gaceta, los nombramientos para la dirección y jefatura de Sección a favor de las mismas personas que desde la Junta para Ampliación de Estudios habían concebido la «genial» idea de obtener la nueva Fundación, y aparecieron con gratificaciones superiores a los sueldos que como catedráticos disfrutaban.

Si nos fijamos en el subsidio recibido del Estado en el año 1933 por la Junta para Ampliación de Estudios –seguramente menor que el disfrutado últimamente–, resulta que en dicho período económico percibió aquélla 3.650.000 pesetas, cantidad a la que hay que sumar otros recursos procedentes de donativos, venta de publicaciones, renta de la Junta, cuotas de inscripción en los cursos de carácter práctico y otros, que sumados a la cifra anterior, superan en más de un millón la cantidad consignada en el presupuesto de IP de 1934 para sostenimiento del profesorado numerario de todas las Universidades españolas. Al Instituto Rockefeller, en el citado año de 1933, le correspondieron pesetas 325.000, de las que más de 200.000 se invirtieron en dotaciones de personal. Sólo para el director y cuatro profesores aparecen consignadas 70.992 pesetas. Y si para la casi totalidad de los españoles las gratificaciones percibidas por servicios de trabajos extraordinarios deben ajustarse a cierta tasa inferior a las cantidades que como sueldo se cobran, para los agraciados [199] con puestos en el Instituto Nacional de Física y Química hubo, por parte del Estado, bula de excepción.

El lector, al enterarse de lo que antecede, habría deducido que las plazas de investigador científico en este Centro se proveyeron sin concurso de méritos ni oposición alguna; los mangoneadores de la citada Junta dieron los nombres, y hasta en algún caso su propio nombre..., y el ministro firmó las correspondientes credenciales, con lo cual aquello del «guiso» de Juan Palomo se cumplió en sus dos partes.

Pero hay más: el presupuesto destinado al sostenimiento del Instituto permite gratificar a un número muy crecido de colaboradores, ayudantes y becarios que, con la función principal de estudiar y dedicarse a la investigación científica, coadyuvan a los fines políticos de la colectividad, que, en fin de cuentas, posee la llave del cajón del pan.

Lo que hace

Vamos a referirnos a la labor realizada por una de las secciones de Química –que puede consultarse en los anales de la Sociedad de Física y Química–, ya que, a pesar del apoyo económico recibido por el Instituto Rockefeller, no tiene Boletín propio. En todas ellas, cada profesor anuncia para un curso determinado un programa de trabajo, cuyo arranque suele ser el asunto químico con su técnica que aquél practicó en el período de su formación científica en el Extranjero, dándose casos de pertinaz repetición en las operaciones para buscar la novedad de los resultados en alas lejanías de la parte decimal de una cifra cuya variación es intranscendente en los usos que ofrenda la Ciencia especulativa o de aplicación.

En efecto; cuando se inicia la labor del Centro que [200] comentamos (curso de 1931-32), ya advierten sus creadores que los trabajos de éste «serán en esencia la continuación de los que han venido realizándose desde hace varios años en los laboratorios dependientes de la Junta para Ampliación de Estudios». Y así vemos que en el curso de 1927-28 el director y colaboradores de la Sección de Química-Física trabajaron en la búsqueda de la densidad normal de los gases óxido de carbono, óxido nitroso y óxido nítrico, labor que continuaba cinco años después; que, asimismo, se estudiase en dicho curso la absorción de gases por las paredes de vidrio, como en los que siguieron hasta el 1933, en pleno funcionamiento del Instituto Rockefeller; que, en suma, la determinación de algunas constantes propias de la personalidad científica de ciertos cuerpos para llegar a la revisión del número llamado peso atómico, esté siendo desde hace muchos años el objeto de toda una Sección de Química de la yunta, sin que hasta ahora que sepamos se haya aceptado resultado alguno por la Comisión Internacional correspondiente.

Eso sí; ya que no elevación de cultura pueden exhibir material moderno de trabajo. Cuentan con medios para adquirir todo lo que el progreso científico ha brindado en estos tiempos, y lo poseen, de la misma manera que en otro orden de cosas la captación de las diferentes fuentes de energía ha proporcionado al hombre el poder atravesar en muy pocas horas nuestro solar hispánico, en vez de invertir dos o tres fechas por ferrocarril o bastantes semanas en las pesadas diligencias de hace un siglo.

Si a las Universidades españolas, con arreglo a su volumen, se las hubiese incrementado el presupuesto en la progresión creciente que a la Junta para Ampliación de Estudios, o concretando más, si a las Secciones de Química universitaria, desde su fundación como tales, se las hubiese tratado con igual largueza que [201] al Instituto Rockefeller, tenemos la seguridad que lo gastado hubiera rendido mayores frutos, ya que sin semejante apoyo en determinados laboratorios de las Facultades de Madrid, Zaragoza, Barcelona, &c., existe el material moderno necesario para trabajar bien, donde se han formado alumnos de gran provecho, capacitadas para la investigación científica personal.

Lo que no debe hacer

A los mantenedores del Instituto Rockefeller les interesa vivir aislados, a fin de servir mejor los fines sectarios de la Institución Libre de Enseñanza. Son extremistas en su mayoría o colaboradores del extremismo con careta de píos e ilustres creyentes, que permite rechazar ante crédulos el carácter masónico asignado a la Fundación integral. Su obra «no científica» lleva a las Facultades de Ciencias a los «elegidos» sin reparar en medios. Y así hemos contemplado en época reciente la creación de diez cátedras de Química para otros tantos asalariados del Rockefeller, sin el escrúpulo que debía suponer la falta de contenido para tal exaltación de una de ellas, y que en la provisión de otra se hubiese de denunciar al Juzgado por determinados aspirantes la aparición de un documento expedido por el Instituto Rockefeller, y en el que con fecha 31 de marzo de 1931 y un sello con la corona mural de la República se informaba de ciertos méritos contraídos por el opositor, que algún tiempo después fue el agraciado.

Para terminar

El Instituto Rockefeller es uno de los cotos cerrados de que en Madrid dispone la Institución Libre de Enseñanza. De prevalecer en lo sucesivo, debe ser algo [202] propio de «toda» la Universidad española. Es menester que a ésta se la reintegre a sus funciones, que se la españolice, que se la den medios de trabajo para que pueda dar a conocer a España cómo es y cómo ha sido, medio único de exaltar el patriotismo, pues nadie ama lo que no conoce, y la Universidad, invadida por ciertos Centros, no puede cumplir este fin. Y cuando llegue ese día venturoso no olvidemos a nuestros adolescentes, que han de venir hacia nosotros para que forjemos en sus inteligencias y corazones aquellas enseñanzas y costumbres que, de modo seguro y recto, les conduzcan sin titubeo por los senderos de la Verdad y del Bien.

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  Una poderosa fuerza secreta
San Sebastián 1940, páginas 197-202