Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Diálogo
El Heraldo Granadino, 19 junio 1899

 

—¿Qué entiendes por felicidad?

—La continuada satisfacción de nuestras tendencias.

—¿Es eso posible?

—Lo es, para muchos.

—¿Por mucho tiempo?

—Sí.

—¿Y las tendencias nuevas?

—El hábito de las unas, impide la formación o el desarrollo de otras.

—¿Y el cansancio?

—No puede haberlo, siempre que haya alguna movilidad en el medio.

—Volvamos sobre la definición: ¿Te parece bien que la felicidad sea una armonía interior adaptada a otra armonía exterior?

—No me parece mal.

—La primera condición de la primera armonía dependerá o consistirá en el «mens sana in corpore sano».

—Sí.

—La salud física; qué pocos la gozan una semana ¡qué digo una semana! un día entero sin intermisiones. La salud del alma es una pura abstracción, lo mismo si tomamos la frase en el sentido de placidez, como si queremos significar con ella el equilibrio.

—Te refieres a los neurasténicos.

—¿Conoces a alguien que no lo sea?

—Conozco a alguien que ha sido feliz diez y hasta veinte años seguidos.

—Tendría frente de mampostería, corazón de hielo y estómago de corcho.

—Era saludable, tenía para comer sin fatiga y para no aburrirse de ocio. Sus pasiones eran limitadas; su adaptación al medio, lo más completa posible.

—¡Vaya! Eso no era una persona; era un numen social. ¿Y qué sucedería si así fuéramos todos?

Todos felices.

—No, no te niegues: todos salvajes; ya que la civilización vale mucho por haber costado mucho; esto es, por haber existido individualidades salientes que han formado a su alrededor núcleos repelentes y repelidos del medio.

—¿Quién es más feliz a tu juicio; el salvaje o el hombre civilizado?

—No lo sé.

—Es que, no existiendo términos de comparación para la Humanidad ni para el individuo, no siendo unas veces más y otras menos el bienestar individual o colectivamente considerado, aun cuando nunca nos sintiéramos infelices jamás conoceríamos la felicidad, y por tanto, no sería experimentada por nosotros.

—¡Extraña paradoja! Dime: Si un hombre gozara perpetua salud, si no conociera el dolor ¿gemiría afligido por ignorar el nombre del placer? El animal doméstico, libre de enemigos y bien tratado por sus amos ¿sufriría mucho? Quien ha sido pobre y luego rico, ¿necesita para gozar de su riqueza acordarse de cuando no la tenía? ¿La efectividad de las cosas está en su nombre, ni en la posición dialéctica de su concepto, o en la realidad misma? Conste que me valgo de vuestros conceptos para rebatir vuestras opiniones, sin comprometerme por eso a cosa alguna.

—Pero, ¿concibes la vida sin los estímulos del dolor y del placer?

—Yo no concibo nada. Trato de demostrar que, sea por lo que fuere, la suma del dolor es más grande que la del placer.

—Parecemos epicúreos ¿Acaso la finalidad del hombre está reducida a gozar?

—¡Acabáramos! ¿Pero es que está ya averiguado en qué consiste esa finalidad? Dímelo pronto. Jamás te perdonaré que me hayas tenido reservado semejante secreto.

Blas J. Zambrano

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  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 51-52