Aguilar, Biblioteca de la Cultura española [1934]

 
Biblioteca
de la
Cultura española

 

Publicada bajo la dirección de
Francisco Vera
 
 

 
 
[ TOLLE LEGE · M. A. ]
 
 
 
 
M. Aguilar · Editor
Marqués de Urquijo, 43 · Apartado 8011
Madrid
 

[ 1934 ]

 

El propósito de esta Biblioteca es dar a conocer la esencia del pensamiento de los españoles que, en sus respectivos siglos, hicieron una aportación fundamental a la cultura española en particular y a la universal en general.

Nadie ignora que hemos tenido una Literatura que figura entre las primeras del mundo y todos saben que nuestro Arte ha proyectado su influencia sobre toda Europa. La edición de las obras de nuestros literatos y la reproducción de las de nuestros artistas, así como la gran cantidad de monografías y de estudios críticos, tanto nacionales como extranjeros acerca del teatro, de la novela y de la pintura españolas, han hecho que los nombres de Cervantes, de Quevedo, de Lope, de Calderón, de Goya, de Velázquez, &c., sean conocidos en todo el mundo, incluso por el vulgo, alejado de toda disciplina espiritual; pero nuestros hombres de ciencia, nuestros filósofos, historiadores, &c., sólo son con conocidos de una minoría, sin que baste a justificar este desconocimiento el hecho de que la Literatura y el Arte sean más asequibles a las masas que las obras de pensamiento.

Aparte de que la difusión de éstas siempre es más restringida que la de aquéllas por la preparación que exige su conocimiento, los españoles por ignorancia y los extranjeros por malicia, han contribuido de consuno a la duda –cuando no a la negación– del valor de nuestros hombres de ciencia, de nuestros pensadores.

El gran público no sabe si, en realidad, hemos tenido grandes matemáticos, grandes físicos, grandes astrónomos, grandes filósofos, grandes jurisconsultos; es decir, una ciencia y una cultura específicamente españolas que [4] hayan influido en el desarrollo del pensamiento universal.

Mucho se ha polemizado en torno a este asunto; pero todavía no se ha hecho una valoración serena de la ciencia y la cultura españolas, pues que los trabajos, tanto nacionales como extranjeros, llevados a cabo hasta hoy, han sido inspirados más por la pasión puesta al servicio de la ideología de sus autores que al de la verdad objetiva, en cuanto a la obra común de los pensadores españoles.

Cierto que hay meritísimas monografías de algunos hombres que ilustraron su época, y hasta historias de tal o cual disciplina en particular, que constituyen inestimables aportaciones para el estudio del pensamiento español; pero la labor de conjunto de España, en orden a la cultura, está sin hacer, aunque abundan las publicaciones de carácter polémico. Las inicia Alfonso García Matamoros en el siglo XVI, en los días en que los españoles tienen un concepto tal vez demasiado optimista de su grandeza, con su famosa Apología (Alcalá 1553), en la que el gran humanista sevillano hace una exaltación de la cultura española; siguen después los ataques extranjeros que, so pretexto de combatir la política de los Austrias, nos niegan todo valor científico, sin que basten a contrarrestar esta campaña, ya bien entrado el siglo XVII, los escritos polémicos de Quevedo, la Política española, de Fray Juan de Salazar (Logroño 1619), y la Monarchia Hispanica, de Campanella (Amsterdam 1641).

Transcurre un período de calma, en el que se sigue incubando la absurda creencia de que España no ha dado al mundo más que pintores, literatos y descubridores, hasta que, en 1782, aparece el famoso artículo Espagne en la Encyclopédie méthodique, de Masson de Morvilliers, que levantó una verdadera polvareda: Cavanilles, con sus Observations sur l'article «Espagne», París 1784; el abate Denina, con su comunicación a la Academia de Ciencias de Berlín, 1786, y Forner, con su Oración apologética (Madrid 1786), por un lado, y por otro, Iriarte y García de la Huerta, volvieron a la batalla sobre el valor de la cultura española, sin que resultasen ni vencedores ni vencidos. [5]

Siguió un nuevo armisticio, que terminó al ingresar Núñez de Arce en la Academia Española, el 21 de mayo de 1876. El político de las Cortes Constituyentes anuló al poeta de El vértigo, y al estudiar en su discurso de recepción las causas de nuestra decadencia bajo los últimos reinados de la Casa de Austria, dio motivo a Revilla para un artículo en la Revista Contemporánea, a cuyo paso salió Menéndez y Pelayo en la Revista Europea, entablándose una nueva batalla –Azcárate, Perojo y Revilla contra Pidal, Laverde y D. Marcelino–, que enjuició Dusolier sosteniendo que hay, efectivamente, una ciencia y una filosofía españolas, pero que todo el talento de Menéndez y Pelayo no bastaban para probar que esta ciencia y esta filosofía tengan mucha importancia.

Dieciséis años después ingresa Vallín en la Academia de Ciencias y presenta un discurso –que diríase contestación al de Echegaray al recibir también la medalla académica–, defendiendo cálidamente la cultura española, y, desde entonces, y a pesar del tiempo transcurrido, la única consecuencia que se deduce de tantas y tan apasionadas discusiones es que hay que abandonar el campo de las apologías y de las censuras para adentrarse en el de la investigación y reconstrucción históricas, sin que intervengan en esta labor esos dos calificativos –derechas e izquierdas– que en castellano tienen un sentido más amplio que en todos los demás idiomas, porque no se limitan al concepto de Estado, sino que extienden su significación a las dos maneras opuestas de apreciar la historia nacional y a las dos orientaciones futuras: creación y restauración, criterios que son los que, hasta ahora, han hecho que los trabajos publicados sobre la ciencia española se hayan salido de la atmósfera serena de las ideas para adentrarse en la zona peligrosa de la pasión.

Y como la pasión obceca la inteligencia y desdibuja las líneas de la realidad objetiva, sigue incontestada la pregunta acerca de la significación de nuestros valores culturales.

Los eruditos y los especializados en cada una de las disciplinas científicas saben cuál fue la aportación de los españoles al patrimonio espiritual de la Humanidad, [6] pero el público, en general, aun las personas de cultura media, lo ignoran, porque la obra de nuestros pensadores está poco menos que inédita. Sus escritos, raros en el mercado de librería, hay que consultarlos en grandes infolios, en ejemplares únicos, cuando no en los códices latinos, árabes y hebreos que yacen en los plúteos de los archivos y bibliotecas, de no fácil acceso para quienes no dedican su actividad a la investigación bibliográfica ni poseen conocimientos de paleografía y de idiomas muertos.

Es, pues, necesario que el aire de la calle orce y vivifique los folios amarillos de las ediciones raras y desempolve las vitelas y pergaminos de los manuscritos miniados que guardan el pensamiento español, sólo conocido por los iniciados, y para ello, y a fin de contribuir de una manera eficaz al estudio de nuestra cultura y de su evolución histórica, así como a su valoración serena, esta Casa editorial ha encargado a D. Francisco Vera la dirección de una

Biblioteca de la Cultura española

con la colaboración y auxilio de las personalidades más destacadas de nuestro mundo intelectual.

La solvencia de D. Francisco Vera en estas cuestiones está fuera de toda duda. Sus publicaciones monográficas, sus aportaciones bibliográficas a La cultura española medieval, su Historia de la Matemática en España, su actuación en el Congreso Internacional de Ciencias Históricas de Varsovia, donde representó al Gobierno de la República, y donde se destacó por su defensa de la cultura española, su labor como Secretario perpetuo de la Asociación de Historiadores de la Ciencia española, son pruebas fidedignas de que al encomendarle esta Casa editorial la dirección de la

Biblioteca de la Cultura española

se ha preocupado especialmente de que ésta sea un compendio, un índice, un guía seguro e imparcial, en donde [7] los estudiosos puedan orientar su curiosidad y encontrar las fuentes para una más amplia documentación.

La

Biblioteca de la Cultura española

aspira, pues, a realizar una

obra de divulgación,

estudiando cronológicamente las aportaciones del pensamiento español al acervo universal mediante la reproducción, debidamente comentada, de lo más característico y original de los hombres cimeros de cada siglo. Con arreglo a este criterio, cada volumen de la

Biblioteca de la Cultura española

contendrá una monografía de uno o dos autores, dividida en cinco partes:

1) Su vida, a fin de que el lector empiece por conocer al hombre antes de adentrarse en la labor del pensador.

2) Sus obras, con indicación de los lugares donde se encuentran los códices que las contienen, y reseña de sus ediciones y traducciones.

3) Su ideario, situando al autor estudiado en su siglo, analizando sus antecedentes culturales y la trascendencia de su pensamiento.

4) Bibliografía, que oriente al lector para un estudio profundo, indicando las fuentes a que debe acudir si quiere conocer todas las facetas de cada personaje, sus discípulos, su escuela y los comentarios que han inspirado sus obras.

5) Antología. En esta parte –la más extensa y fundamental de cada volumen y de una extensión doble o triple que las otras cuatro reunidas– se recogerán los capítulos enteros o los párrafos más salientes de cada [8] una de las obras del autor estudiado, convenientemente agrupados por temas afines, y con indicación de la fuente original, haciéndoles preceder de un comentario que aclare, amplíe, destaque su significación o la compare con la de otros pensadores influyentes en el autor o influidos por él.

De esta manera, el lector de la

Biblioteca de la Cultura española

al doblar la última página de cada volumen, no sólo habrá leído lo mejor y más escogido de un español ilustre, sino que conocerá la génesis, desarrollo y trascendencia de su pensamiento, y lo que ese español significó respecto de sus coetáneos y lo que significa hoy en la Historia de la Cultura universal.

PLAN INICIAL DE LA BIBLIOTECA

Sin perjuicio de alguna pequeña modificación que pueda surgir durante la redacción, se estudiarán los siguientes autores:

SIGLO I.– Séneca, Columela, Pomponio Mela, Moderato de Cádiz.

SIGLO II.– Floro.

SIGLO III.– Basílides y Marcial.

SIGLO IV.– Osio y Prisciliano.

SIGLO V.– Paulo Orosio.

SIGLO VI.– San Leandro.

SIGLO VII.– Isidoro y Tajón.

SIGLO VIII.– Elipando y San Beato de Liébana.

SIGLO IX.– Prudencio Galindo y el abad Esperaindeo.

SIGLO X.– Abenahoch, Abulcasis y el monje Gerberto.

SIGLO XI.– Abusalt de Denia, Avempace, Avenzoar, Azarquiel y Avicebrón.

SIGLO XII.– Abenesra, Abentofáil, Alpetragio, Averroes, Chéber Benaflah, Domingo Gundisalvo, Maimónides, Savasorda y Benjamín de Tudela. [8]

SIGLO XIII.– Fr. Ramón Martí, Arnaldo de Vilanova, Alfonso el Sabio, Raimundo Lulio y el arzobispo Don Rodrigo.

SIGLO XIV.– Guido Terrena y Lorenzo Rusio.

SIGLO XV.– Juan de Aviñón, Alfonso Chirino, Jaime Ferrer, Raimundo Sabunde, Alfonso de la Torre, Abraham Zacuto y Fernando de Córdoba.

SIGLO XVI.– Juan de la Cosa, Pedro Ciruelo, Alonso de Santa Cruz, Fr. Ortega, Luis Vives, Francisco de Vitoria, Miguel Servet, Francisco Hernández, Francisco Suárez, Blasco de Garay, Arias Montano, San Ignacio de Loyola, Fox Morcillo, Gómez Pereira, Huarte de Sanjuán, Oliva Sabuco de Nantes, Herrera, José de Acosta, Pedro Nuñez, Díaz de Montalvo, Monardes, Fr. Tomás Mercado, Covarrubias, Alfonso de Zamora, Pedro de Medina, Alvaro Tomás, Andrés de Urdaneta, Cristóbal de Villalón, Juan Ginés de Sepúlveda, Ponce de León y Nebrija.

SIGLO XVII.– Caramuel, Hugo de Omerique, Bernardo Cienfuegos, Alonso Barba, Tomás de Maluenda, Miguel de Molinos, Ramos del Manzano, el P. Zaragoza, Juan de Villareal, Gracián, Solórzano, los hermanos Nodales, el P. Cobos, Salgado de Somosa y Nicolás Antonio.

SIGLO XVIII.– Juan Bautista Gener, Hervás y Panduro, el marqués de Santa Cruz de Marcenado, Jorge Juan, Antonio de Ulloa, el conde de Floridablanca, José Joaquín de Ferrer, Mutis, Bethancourt, los hermanos Elhuyar, José Quer, Martínez Marina, Félix y Nicolás de Azara, el P. Feijoo y Antonio de Martí.

SIGLO XIX.– Balmes, Peral, Ferrán, García de Galdeano, Toroja, el Dr. Mata, Fr. Ceferino González, Reyes Prósper, Salvador Mestres, Rey Heredia, Sanz del Río, Echegaray, José Chaix, Orfila, Pi y Margall, Lagasca, Casiano de Prado, Cavanilles, Federico Rubio, Menéndez y Pelayo, Pedro Sáinz de Andino, Donoso Cortés, Martínez de la Rosa, Costa, Torres Quevedo y Cajal.

SIGLO XX.– Se analizará la situación actual de la cultura española, procurando evitar citaciones nominales para no incurrir en desagradables e involuntarios silencios, que pudieran dar origen a molestias de carácter personal. [10]

Los volúmenes de esta Biblioteca constarán de unas 300 páginas en 8º cada uno; llevarán el retrato del autor estudiado, facsímiles de códices, portadas de ediciones princeps, aparatos, recuerdos personales, etcétera, y su precio será de cinco a seis pesetas tomo. Los volúmenes de la

Biblioteca de la Cultura española

irán apareciendo a medida que los vayan terminando sus autores; pero de una manera periódica –dos por mes, aproximadamente– a fin de que en poco tiempo quede terminada la publicación de la Biblioteca, que será el riquísimo depósito de todo el pensamiento español en el mínimo volumen y espacio, y el mejor adorno del gabinete de estudio.

DEL INVESTIGADOR, que tendrá siempre a mano copiosa biblioteca;

DEL ESPECIALISTA, que en todo momento puede consultar el párrafo capital de un autor;

DEL ESTUDIANTE, que dispondrá de un resumen que facilitará poderosamente su preparación para los exámenes;

DEL CURIOSO, que aprenderá muchas cosas que ignora, y

DE TODOS LOS ESPAÑOLES que quieran conocer lo que en la cultura y civilización de España en particular, y del mundo en general, supuso la vida y la obra de sus compatriotas, gracias a los cuales hemos sido, somos y seremos un importante capítulo de la Historia universal del pensamiento humano. [11]


Volúmenes en preparación

La Dirección de esta Biblioteca se ha puesto al habla con los catedráticos, académicos y escritores más capacitados para realizar la

obra de divulgación

que pretende llevar a cabo esta Casa editorial, a fin de que el esfuerzo económico que supone para ella la publicación de la

Biblioteca de la Cultura española

esté rodeado de las máximas garantías de éxito, y el resultado de sus primeras gestiones no puede ser más halagüeño, pues que en este momento se hallan en preparación los siguientes volúmenes:

SENECA
(siglo I)

En la historia de la Filosofía la figura de Lucio Anneo Séneca tiene categoría cimera. Sus Tratados filosóficos y sus Epístolas morales son el profundo hontanar del que mana el estoicismo, como en sus Cuestiones naturales, están plasmados no sólo los conocimientos científicos de su época, sino multitud de anticipaciones que han pasado inadvertidas. [12]

Apartándose de la ortodoxia de Zenón de Cicio, el filósofo cordobés es un estoico que piensa por cuenta propia, un pensador no sistemático ni metódico, lo que bastaría ya para calificar de española su filosofía, si no tuviera, además, otras características propias de nuestra raza, que serán debidamente puestas de relieve por D. Francisco Vera, que se ha encargado de preparar el tomo relativo al maestro de Nerón.

En la antología con que terminará el volumen, quedará patente el carácter práctico del senequismo, transcritos y comentados los capítulos más fundamentales de todas sus obras; la influencia de su teoría del bien en el cristianismo; sus conceptos metafísicos, con reminiscencias de Platón y de Heráclito; su pensamiento panteísta acerca de la materia, y toda su física, en el más amplio sentido de esta palabra, contenida en la obra de su ancianidad: los siete libros de Cuestiones naturales, cuyos pasajes más importantes han sido traducidos expresamente por el Director de esta Biblioteca.

COLUMELA
(siglo I)

Matemática, astrónomo y poeta, Columela es, ante todo y sobre todo, el más grande escritor geopónico de la España romana. Sus libros de agricultura han pasado a la posteridad como un monumento indiscutible que, después de diecinueve siglos, admiran aún a cuantos los estudian.

El Director del Instituto de Castellón de la Plana, D. Francisco Sánchez Faba, que ya se había distinguido por su análisis de los libros De re rustica, prepara el volumen relativo al gran geopónico gaditano, estudiando la influencia que en éste ejercieron los antiguos, especialmente Catón, Varrón y Virgilio, para deducir su aportación original y la transmisión de sus ideas de unos a otros tratadistas, hasta llegar a los modernos, a fin de que el lector pueda formarse una idea de la trascendencia de la obra de Columena, complementándola con una extensa antología de los libros De re rustica. [13]

PAULO OROSIO
(siglo V)

Aunque, rigurosamente hablando, no pueda concederse a Paulo Orosio el título de primer historiador general, nadie osará disputarle el de padre de la Filosofía de la Historia.

Hombre típico de su raza, sube a las más altas categorías de la gloria a los ojos de la posteridad. El espíritu aventurero le lleva a convivir con los hombres más ilustres; la inquietud espiritual, a mezclarse en sus contiendas, y su aplicación y su doctrina, a componer una de las más admirables obras de aquel siglo y de evolución y de crisis.

Huído de la Galicia bracarense, peregrina por Africa y por Asia en busca de la luz que disipe el caos de su mente, turbada por las audacias de Prisciliano. Discípulo, amigo y colaborador de San Agustín, marcha a Jerusalén e interviene en concilios y polémicas teológicas para regresar a España con el tesoro de piadosas reliquias, dejando en pos de sí el recuerdo de su saber y de su elocuencia. El Conmonitorio acerca de la herejía priscilianista y el tratado Contra los pelagianos son fuentes indispensables para conocer aquella efervescencia que entonces conmovía a la Iglesia y al Mundo.

Ya en el retiro de la patria, Orosio consagra largas vigilias a redactar su gran obra: Moesta mundi, o historia contra los paganos, natural complemento de la Ciudad de Dios. Trazando con elocuente pluma el cuadro de las grandes calamidades de la humanidad, bosqueja –el primero– un vínculo de enlace en las acciones de los hombres y lega a la posteridad un precioso testimonio vivido de la agonía del Imperio romano.

Esta compilación magna, roqueño cimiento de toda la historiografía de Occidente, será glosada por D. Armando Cotarelo Valledor, Catedrático de la Universidad de Madrid, cuya bien cortada pluma escribe actualmente el volumen dedicado a Paulo Orosio. [14]

SAN LEANDRO
(siglo VI)

El gran monarca Leovigildo no pudo conseguir ni con los halagos ni con la violencia reanimar al arrianismo español que agonizaba. Como adalid incontrastable del catolicismo en aquella contienda, aparece el metropolitano de Sevilla, San Leandro, que, desterrado de España, no descansó un instante en la defensa de su fe, alentando con cartas de agudo polemista a los prelados de la Península Ibérica y rebatiendo con enérgica pluma la herejía arriana.

Aún le quedó vagar para componer libros de subida doctrina mística, himnos y loas divinas, acompañados de suave música, y comentar píamente los salmos de David. La piedad, el estudio, el brío polémico y la acción fueron simultáneos e infatigables en San Leandro, cuyas obras –por suerte adversa– se han perdido o se hallan en el montón de lo anónimo.

Cuando llega el momento solemne del III Concilio de Toledo (año 589), en el que el arrianismo se da por vencido y empieza la fusión de los pueblos visigodo y español, Leandro es el alma de aquella asamblea. Fue, por decirlo en pocas palabras, la mayor figura de la Iglesia católico-española del siglo VI, y su nombre va unido, con nimbos de gloria e inmortalidad, al de otros insignes escritores hispano-romanos de aquella centuria, que han de encontrar adecuado comentario en el volumen que prepara el R. P. Fr. Julián Zarco Cuevas, Académico de la Historia y Bibliotecario del Monasterio de El Escorial, cuyo nombre es la mejor garantía del éxito que ha de tener este tomo. [15]

TAJON
(siglo VII)

Discípulo de San Braulio y sucesor suyo en la silla de Zaragoza –a la que le elevaron sus conocimientos exegéticos y patrísticos y, acaso, también sus dotes políticas–, Tajón es uno de los nombres más representativos de la cultura española del siglo VII.

La obra que le ha dado más fama es la que se conoce con el título de las Sentencias, y, aunque inspirada en las de San Isidoro y fundada doctrinalmente en los Diálogos y los Morales de San Gregorio, fue justamente apreciada por su carácter sistemático y metódico y es el primer intento de Summa Theologica, que hubo de aparecer, constituyendo, de hecho, una enciclopedia teológica en su tiempo, en la que quedó plasmado el mapa mental de su siglo, que ha de ser dibujado por la docta pluma del R. P. Fr. Bruno Ibeas, Licenciado en Historia, que se ha encargado de redactar el volumen relativo a Tajón y comentar adecuadamente sus famosas Sentencias.

ELIPANDO y SAN BEATO DE LIEBANA
(siglo VIII)

Nada tan interesante como la aparición durante el primer siglo de la Reconquista en el seno de la Iglesia española –prelados, clérigos y monjes miniados para las letras capitales de un códice excepcional– de las cizañas, cardos y abrojos que, según el Nuevo Testamento, son las herejías.

Pero, realmente, ¿se sabía entonces qué eran ni cuáles las herejías? Elipando, arzobispo de Toledo, inexorable en defender la ortodoxia contra Migecio [16] –ignorante e idiota–, que pretendía ser David la primera persona de la Trinidad, cae a su vez –fanático y agresivo– en el adopcionismo, doctrina que reputaba a Cristo hijo adoptivo de la Divinidad. Cada pastor eclesiástico soñaba con su teoría dogmática. Y contra Elipando se alza en tierra de nueva reconquista –esta vez espiritual–, y también asturiana, Beato o Vieco, abad de Valcavado y maestro del gran Alcuino, que, mojando su pluma en la ira de Dios y enronqueciendo sus palabras en indignación apostólica romana, refuta al prelado toledano y le confunde, sin llegar a convencerle.

Estas luchas, que tanta trascendencia tuvieron para la cultura teológica, no sólo española, sino mundial, serán estudiadas por D. Federico Carlos Sáinz de Robles, Bibliotecario del Ayuntamiento de Madrid y profundo latinista, que está traduciendo las Cartas de Elipando y los Comentarios al Apocalipsis de San Beato, que serán un digno remate del estudio de las rencillas que en la primitiva Iglesia española supuso la busca de los dogmas efímeros y la momentánea exaltación de los heresiarcas, casi todos ellos de buena fe.

ESPERAINDEO y PRUDENCIO GALINDO
(siglo IX)

Pedagogo y apologista, el uno, y polemista y aguerrido batallador, el otro, que se levantó contra las sutiles infiltraciones heréticas de Scoto Erigena, las dos grandes figuras de Esperaindeo y de Prudencio Galindo definen uno de los momentos más interesantes de la cultura española.

Esperaindeo, el famoso abad, maestro de San Eulogio y de Alvaro Paulo, fue, además de escriturario y tratadista elocuente, uno de los conservadores de la civilización cristiano-latina. Su Apologético contra Mahoma –del que sólo se conocen algunos fragmentos–, es un documento de inapreciable valor, como vigía de la pureza de la fe en los días más graves de la invasión sarracénica. [17]

Del impugnador de Scoto Erigena, ya hizo Menéndez y Pelayo en los Heterodoxos una justísima vindicación. «Como alguien ha acusado a este eximio doctor de heterodoxia –decía el maestro santanderino–, conviene que yo tome aquí su defensa, escribiendo acerca de él breves líneas, aunque es personaje de tal importancia, que su vida y escritos están reclamando una especial y no corta monografía.» Así es, en verdad. La gran figura de Prudencio Galindo apenas si es conocida más que por algunos escritores franceses y de aquí la necesidad de un trabajo de iniciación a su estudio y de conocimiento de sus obras que está redactando el R. P. Fray Félix García, Doctor en Filosofía y Letras y profundo conocedor de los escritos de ambos representantes de la cultura de su época.

ALFONSO EL SABIO
(siglo XIII)

No se trata de juzgar a Alfonso X como rey, sino como hombre de letras y de ciencias, y por ello, sólo se indicarán en su biografía los pormenores relacionados con su labor cultural, de la que dio señaladas muestras –antes de ocupar el trono que dejó vacante San Fernando– con sus célebres Cantigas de Santa María.

Su proclamación como rey de Castilla marca el comienzo de su época más floreciente. Da cima a la inmensa obra jurídica de las Partidas; ordena la formación de la General Estoria; congrega y dirige a los sabios que en Toledo traducen las obras clásicas árabes que constituyen los Libros del saber de Astronomía; deja otras obras astronómicas y astrológicas, como El libro de las cruces, y dispone la redacción del Libro de los juegos y del Calila y Dimna, &c., apareciendo claramente la ideología del rey sabio sobre tres bases fundamentales: dar nacimiento al idioma castellano procurando la abolición del latín como lengua vulgar; elevar la cultura española hasta el máximo nivel que alcanzaba la árabe, y [18] conseguir la unidad nacional preparando una legislación que fuese común a todos los reinos que estaban bajo su cetro.

De la redacción de este volumen se ha encargado Don José Sánchez Pérez, Catedrático del Instituto-Escuela de Madrid, exaltado recientemente a su sillón de la Academia de Ciencias como merecido premio a su labor de investigador, especializado en bibliografía alfonsina, la cual, clasificada en secciones, formará uno de los más enjundiosos capítulos de este tomo, que terminará con una selección de trozos directamente redactados por Alfonso el Sabio o personalmente corregidos en su redacción.

NICOLAS MONARDES
(siglo XVI)

La figura de este médico es, cronológicamente, la primera y una de las más importantes de todas las que cultivaron con más éxito el estudio de las drogas medicinales, que, en su tiempo, se importaban de Africa, como lo prueban sus aportaciones al conocimiento de la zarzaparrilla, del guayaco, de la pimienta, de la canela de Indias, del tabaco, del bálsamo de Tolú, &c.

El profesor Tschirech, de Berna, considera a Monardes como el padre de la farmacognosia, y su museo, formado casi exclusivamente con materiales exóticos, tiene excepcional importancia para la historia de la cultura universal, y ha servido de modelo a los que después se crearon fuera de España.

D. Rafael Fotch Andréu, Catedrático de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Madrid, está redactando el volumen relativo a Monardes y preparando –con su bien probada competencia en las cuestiones relativas a la historia de la farmacia– la antología del autor de la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias occidentales que sirven en Medicina, obra que alcanzó numerosas ediciones y fue traducida a varios idiomas europeos. [19]

GOMEZ PEREIRA
(siglo XVI)

Es indudable que en España, como en las demás naciones de Europa, floreció el espíritu del Renacimiento, aunque no produjera en nuestra patria los frutos que allende el Pirineo, a consecuencia de la reacción tridentina constitutiva de nuestra ser.

Hoy, en las postrimerías de una época –de una gran ilusión–, podemos juzgar desapasionadamente si España tuvo o no razón; pero el hecho histórico es que en España no fructificó lo que había florecido en los siglos XV y XVI, quedando resuelto, por consiguiente, el pleito de los precursores españoles. No es que Gómez Pereira sea un precursor de Descartes, ni que Descartes sea un plagiario de Gómez Pereira, sino que ambos parten de los mismos supuestos, y en uno apunta lo que en otro se da plenamente.

Gómez Pereira fue un personaje típico de los comienzos de la Edad Moderna. Médico y teólogo, amó la razón y el experimento; aprendió de los antiguos y los combatió; no sujetándose nunca al magister dixit. Fue doblemente insurrecto, como moderno y como español. Menéndez y Pelayo –gran insurrecto también, a pesar de su ortodoxia– dice que de los libros de Gómez Pereira «se deduce que era buen cristiano y buen hijo; pero en lo demás, hombre arrojado, impaciente de todo yugo, rebelde a toda autoridad no fundada en la razón, amigo de ir contra la corriente y de sacar a luz paradojas extrañas, que asombraron a los nacidos, y, al mismo tiempo, observador sagaz, dialéctico agudísimo, hombre, en suma, de poderosas y no mal dirigidas facultades mentales».

D. Manuel Cardenal, Director del Instituto Cervantes, de Madrid, se ha encargado de preparar el tomo relativo a Gómez Pereira, que será uno de los más interesantes de esta Biblioteca, pues que se recogerá en él lo más destacado de la Antoniana Margarita, libro de extraordinaria rareza, por el escasísimo número de ejemplares que existen. [20]

SEBASTIAN FOX MORCILLO
(siglo XVI)

En el ambiente de la cultura hispana del siglo XVI, la figura de Fox Morcillo alcanza tan altísima e innegable significación ideal, que con razón pudo decir el maestro de maestros, D. Marcelino Menéndez y Pelayo: «Fox Morcillo, en su tentativa de conciliación platónico-aristotélica, formula el desideratum del armonismo... La filosofía española, dogmática y creyente, al par que crítica y armónica, sólo alcanza su cabal desarrollo en Vives y Fox Morcillo. Pero Vives, por la universalidad de su doctrina, ha eclipsado el nombre de su discípulo.»

Será más o menos discutible el entusiasmo fervoroso que el autor de La Ciencia española consagra al filósofo hispalense; acaso no sea el mismo Fox precursor notorio de Descartes, pero siempre resultará comprobado que la producción foxiana De naturae philosophia seu de Platonis et Aristotelis concensione es una dichosa realidad doctrinal y científica en la filosofía del Renacimiento español, y cuya lectura, sólo asequible a los eruditos, quedará al alcance del gran público gracias a la diligencia de D. Pedro Urbano González de la Calle, meritísimo Catedrático de la Universidad de Madrid, que trabaja actualmente en la preparación de este volumen.

Las investigaciones anteriores del autor sobre Fox Morcillo son la mejor garantía de que ha de saber destacar como merece la serie de geniales atisbos e intuiciones que, desgraciadamente para el glorioso filósofo y para nosotros, ni alcanzaron ni pudieron lograr la anhelada madurez en el momento de su aparición súbita e insospechada.

En la antología de Fox Morcillo se verán, no sólo los áureos reflejos de la filosofía helénica, sino también los anuncios de nuevas auroras del pensamiento especulativo, debidamente comentados para que el lector saque de ellos el máximo provecho. [21]

FR. JUAN DE ORTEGA y ALVARO TOMAS
(siglo XVI)

Estas dos grandes figuras han motivado estudios de insignes matemáticos e historiadores; pero todavía no se ha valorado equitativamente el papel que desempeñaron en la evolución de la matemática europea, aunque hay ya felices atisbos de ello.

Fr. Ortega, dominico palentino, cuya actividad ocupa la primera mitad del siglo XVI, encontró un método para expresar los resultados racionales de la extracción de la raíz cuadrada de números enteros, que figuran al final de la edición de 1534 de su Tractado subtilissimo de Arismética y Geometría, antes del descubrimiento del algoritmo de las fracciones continuas.

El Catedrático de la Universidad de Madrid, D. José Barinaga, ha hecho observar por primera vez que en el tránsito de la edición de 1522 a la de 1534 de la obra del fraile de Palencia no es sólo la famosa variación de aquellos resultados numéricos la que debe inquietar, sino la selección –indudablemente meditada– a que fray Ortega sometió los enunciados de la edición de 1522, eligiendo los más aptos para su método y desechando los inadecuados para él.

Nadie, por consiguiente, más indicado que el ilustre profesor que ha descubierto tan interesantes particularidades, para redactar el volumen dedicado a Fr. Ortega, a quien estudiará al propio tiempo que a Alvaro Tomás, coetáneo de aquél –nacido en Lisboa y profesor en París–, y que es el verdadero precursor de las series potenciales en su Liber de triplici motu, en el que llegó a sumar misteriosamente muchas de ellas.

FRANCISCO HERNANDEZ
(siglo XVI)

Fue el primer gran naturalista de su siglo. Estudiante en Salamanca, médico en Sevilla y en Guadalupe, y [22] después físico de cámara de Felipe II, quien le envió a Nueva España para estudiar las producciones de aquellos países, Francisco Hernández escribió el resultado de sus investigaciones en dieciséis volúmenes al regresar a España el año 1577.

En ellos estaban la Historia natural de Nueva España, un tratado de Materia médica, varios opúsculos filosóficos, la traducción de la Historia natural, de Plinio, un relato de la conquista de Méjico y el trabajo, verdaderamente magistral, que lleva por título De antiquitatibus Novae Hispaniae.

Hernández no tuvo la satisfacción de ver impresas sus producciones, que pasaron a la Biblioteca escurialense, donde se cree que fueron pasto de las llamas en el incendio de 1671 ; pero el hallazgo de algunas copias permitió la impresión de la parte botánica en las postrimerías del siglo XVIII, quedando lo restante inédito y frustrándose tantas fatigas, tantos dispendios y tantas esperanzas.

Pero gracias a la diligencia del R. P. Fr. Agustín J. Barreiro, Académico de Ciencias, de bien cimentada fama en esta clase de estudios, los lectores de esta Biblioteca conocerán la obra del Dr. Francisco Hernández.

MIGUEL DE MOLINOS
(siglo XVII)

El joven y ya destacado Catedrático del Instituto de Alcalá, D. Joaquín de Entrambasaguas y Peña, está preparando un tomo sobre Miguel de Molinos, el famoso místico heterodoxo, fundador del quietismo, que tan poderosa influencia ejerció en el protestantismo europeo, apoyada esencialmente en la idea de que para llegar a Dios hay que sumergirse en la nada y El hará todo lo demás.

La vida, plena de momentos emocionantes, del hereje de Teruel; su proceso en Roma; el interés de madame de Maintenón por el quietismo; la publicación de [23] documentos inéditos y pasajes comentados de la subyugante Guía espiritual –uno de los libros más citados y menos leídos– serán las bases de la obra sobre Miguel de Molinos.

BALTASAR GRACIAN
(siglo XVII)

El P. Gracián es uno de los ingenios más interesantes de su época, no sólo por la personalidad de su estilo, sino también por la profundidad de su pensamiento.

La Filosofía española –que se da, sobre todo, entreverada en la prosa de los grandes autores de los siglos XVI y XVII– tiene en Gracián un exponente de alta jerarquía, como la justifica el interés que los mejores pensadores alemanes contemporáneos han puesto en traducir y comentar algunas de las obras del jesuíta aragonés.

Gran conocedor del corazón humano y de las intrigas seculares y eclesiásticas de una de las épocas más complicadas de la Historia moderna, Baltasar Gracián cala hondo en la psicología de su tiempo, valiéndose para expresarla de un estilo alegórico y conceptista, gracias al cual le es posible decir lo que no se le hubiera permitido a un escritor de prosa clara y directa.

D. H. R. Romero Flores, Catedrático del Instituto de León, está encargado de desarrollar estas ideas y de comentar –transcribiendo los trozos más característicos– El criticón, El héroe y El oráculo manual, con la sagacidad de que ha dado pruebas fidedignas en sus obras anteriores.

NICOLAS ANTONIO
(siglo XVII)

La personalidad de Nicolás Antonio ofrece tres aspectos dignos de atención en orden al desarrollo de la cultura patria: su propia individualidad, su actividad [24] bibliográfica y su influencia en la historiografía nacional.

D. Eduardo Juliá Martínez, Catedrático del Instituto de Toledo, sobradamente conocido por sus investigaciones eruditas, trabaja actualmente en la preparación de este volumen, que abarcará los tres aspectos citados del escritor hispalense, reuniendo cuanto se ha escrito para dar a conocer al hombre, estudiando los comentarios y ampliaciones que a las dos Bibliotecas, Vetus et Nova, se han hecho, y analizando el problema de las historias fabulosas y falsificaciones, no sólo según llegaron a la crítica de Nicolás Antonio, sino observando cómo siguió desenvolviendo la depuración histórica y cotejando la importancia de la cuestión al fraguarse la Censura y al dar motivo a nuevos estudios de la erudición y crítica de los siglos XVII y XVIII hasta determinar la reacción que fijó los límites del análisis, despreciando la hipercrítica a que dieron lugar los recelos contra las falsificaciones denunciadas y examinadas por Nicolás Antonio.

La publicación de textos adecuados, con los comentarios oportunos, permitirá al lector confrontar por sí mismo el eje de la labor del bibliógrafo y crítico objeto de este volumen.

FELIX DE AZARA
(siglo XVIII)

Naturalista, geógrafo, geodesta, y marino, Félix de Azara es el antecesor de Darwin, desde que, a su llegada al Continente americano, desarrolla sus formidables dotes de observación y de intuición, que le convierten no sólo en un sistemático de renombre universal, sino en un precursor de muchas teorías biológicas modernas, como han demostrado las recientes investigaciones de D. Enrique Alvarez López, Catedrático del Instituto Cervantes y Vocal del Consejo Nacional de Cultura, que prepara el volumen consagrado al gran naturalista oscense.

El transformismo, la variación y la herencia tienen en [25] Azara sorprendentes atisbos e intuiciones geniales, que han de ser debidamente destacados y comentados, así como su Viaje a la América meridional (1781-1801) y sus Apuntamientos para la historia natural de los cuadrúpedos y de las aves del Paraguay y del Río de la Plata, obras en las que describe más de cuatrocientas aves y un centenar de cuadrúpedos.

JOSE CELESTINO MUTIS
(siglo XVIII)

Personalidad científica de traza europea, Mutis descuella como botánico, dirigiendo la famosa expedición al Nuevo Reino de Granada, organizada por el arzobispo virrey Caballero y Góngora. Resultado de esta expedición fue el no superado por nadie álbum de la flora de Santa Fe, que se encuentra en el Jardín Botánico de Madrid.

Como médico, Mutis descubrió varios medicamentos y métodos terapéuticos. La Quinología, en particular, le debe importantes aportaciones, así como la Mineralogia y la Ciencia en general.

El sabio gaditano preparó también un vocabulario de los idiomas indios y recogió preciosos escritos antiguos sobre este interesante tema filológico.

D. Francisco de las Barras de Aragón, Catedrático de la Universidad Central, a la que representó en Bogotá durante las fiestas del Centenario de Mutis, destacará en el volumen que prepara las diversas facetas del sabio español, sin olvidar sus actividades políticas en las sublevaciones habidas en su época y como fundador de la Sociedad Patriótica de Santa Fe, primer foco de propaganda liberal, publicando y comentando documentos inéditos de Mutis, cuya labor cultural quedará plasmada en esta obra, así como su fuerte personalidad, que, aun siendo sacerdote católico, no se arredra ante el proceso que le instruyó la Inquisición por haber explicado el sistema de Copérnico.

Mutis murió en Bogotá, donde le consideran como [26] gloria nacional colombiana. Es también gloria nacional española y uno de los más nobles y legítimos lazos de unión entre los dos Continentes.

EL CONDE DE FLORIDABLANCA
(siglo XVIII)

Pocas figuras hay en la política española del siglo XVIII como la de D. Francisco Antonio Moñino, conde de Floridablanca, representante, el más característico, del despotismo ilustrado, en cuya investigación es una autoridad D. Cayetano Alcázar, Decano de la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia, que en el tomo que prepara estudiará la ideología, tan interesante como diversa, del famoso ministro de Carlos III.

Su enemiga contra la Compañía de Jesús, su actuación cerca del Papa Clemente XIV hasta conseguir la extinción de los jesuitas; sus ideas frente a la Revolución francesa, y su patriotismo ante la invasión napoleónica, son otros tantos extremos que quedarán analizados en este volumen, en el que se publicarán interesantísimas cartas de la etapa en que fue embajador de España en Roma; otras que demuestran su influencia en la elección del Papa Pío VI; varios documentos del periodo en que presidió la junta Suprema Central y Gubernativa del Reino en los albores del siglo XIX, y, finalmente, su testamento político, redactado de su puño y letra, con un resumen de sus ideas políticas y religiosas.

ANTONIO DE MARTI
(siglo XVIII)

Este químico y botánico fue un notable autodidacta que, con su esfuerzo personal y merced a sus conocimientos de idiomas clásicos y modernos, estuvo siempre al tanto del movimiento científico de su época.

Su obra fundamental fue la demostración experimental [27] de la composición del aire por procedimientos más perfectos que los utilizados por Lavoissier y Cavendish.

Martí, uno de los primeros detractores de la teoría del flogisto, tuvo un asombroso dominio de laboratorio, utilizando métodos que hasta muy posteriormente no fueron divulgados por los tratadistas extranjeros, Chaptal sobre todo.

La obra botánica de Antonio de Martí pertenece a los albores del siglo XIX y permite entrever una lucha constante con la preocupación dogmática de su religiosidad, ferviente católico.

De estudiar a Martí, explicar el contenido de sus obras, seleccionar lo más esencial de éstas y trazar su biografía, se ha encargado un joven y destacado químico: D. Antonio Mingarro, Catedrático del Instituto Cervantes de Madrid.

JORGE JUAN
(siglo XVIII)

La vida de este ilustre marino llena por completo los mejores años del siglo XVIII y, desde su comisión a París para medir el arco de meridiano (1740), no dejó de producir obras, proyectos e informes que han de ser estudiados y analizados por otro distinguido marino, el Capitán de Corbeta D. Julio F. Guillén, Director del Museo Naval, quien destacará, como él sabe hacerlo, la ingente figura de Jorge Juan, el sabio español, que así le llamaba la Europa de su siglo, cuyas más prestigiosas instituciones científicas le contaron en su seno y divulgaron sus obras.

MARTINEZ MARINA
(siglo XIX)

D. Luis de Sosa, destacado Profesor de la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid, se ha encargado de estudiar la figura de D. Francisco Martínez Marina, [28] de importancia excepcional no sólo en la Historia de la Cultura española, sino en la vida misma del país.

Si como erudito, sus estudios sobre las Antigüedades hispano-hebreas y sobre El Origen de la lengua tienen el más alto interés, Martínez Marina, como político, es, acaso, el hombre cuyo pensamiento ejerció la máxima influencia en el liberalismo español del siglo XIX, como lo demuestra su Teoría de las Cortes, verdadero catecismo de los constitucionales de Cádiz, que llevaron la influencia de las doctrinas de Martínez Marina al Código fundamental de 1812.

Perseguido por sus doctrinas, el ilustre político llevó la vida agitada de los que se opusieron a la saña fernandina; pero en medio de sus inquietudes, su labor abarcó problemas vitales para el país y para la cultura española. El colectivismo, los estudios agrarios, la economía nacional, &c., son puntos tratados por Martínez Marina con sin igual acierto, y que, debidamente comentados, darán al lector la visión completa de su trascendencia en la orientación ideológica de la España del siglo pasado.

PEDRO SAINZ DE ANDINO
(siglo XIX)

La figura de D. Pedro Sáinz de Andino, una de las menos conocidas entre las de españoles ilustres, tenía que merecer preferente atención en esta Biblioteca, como obligada compensación al injusto desconocimiento que de ella se tiene.

Autor de toda la legislación española de la primera mitad del siglo XIX, cuya influencia, extendida por más de medio mundo, aún perdura, fue Sáinz de Andino –cronológicamente– el último de los grandes mercantilistas españoles y el que con mayor esfuerzo y menor ambición personal trabajó por el nombre y la gloria auténtica de España en una época en que las luchas políticas tenían absorbidas las mejores mentalidades de sus contemporáneos. [29]

Su vida, su pensamiento, sus obras, de las que cien años después extraemos todavía fresca y jugosa savia, y sus profundas enseñanzas jurídicas, ofrecen el interés de una ejemplaridad que brindar a los nuevos juristas españoles y a los que, sin dedicarse a la especialidad a que tan alto llegó Sáinz de Andino, quieran deleitarse leyendo una prosa admirable y una doctrina constructiva y renovadora.

Nadie más indicado para estudiar esta ingente figura que otro ilustre mercantilista, el Catedrático D. José de Benito, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza y digno sucesor de Sáinz de Andino en la Fiscalía del Tribunal de Cuentas durante estos tres primeros años de la República.

VENTURA REYES PROSPER
(siglo XIX)

Este notable matemático y naturalista extremeño es un ejemplo del profesor que une a esta condición la de humanista.

Reyes Prósper publica sus trabajos científicos en multitud de revistas alemanas, inglesas, francesas, italianas y españolas, y, al mismo tiempo, su amor a Toledo, de cuyo Instituto fue Catedrático, le impulsó a ahondar en el conocimiento de la antigua capital española, resumen de la de nuestra patria, siendo muchos los puntos de aquella historia que esclareció con sus pacientes investigaciones.

Sus trabajos sobre las geometrías no-euclídeas, publicados en los Mathematische Annalen; sus demostraciones originales de ciertas fórmulas trigonométricas; su actividad como delegado del Comité Permanente Internacional Ornitológico, &c., son puntos que analizará y comentará D. Emilio P. Carranza, Catedrático del Instituto de Cervantes de Madrid, cuya solvencia científica es prenda fidedigna del éxito que ha de tener el libro. [30]

JAIME FERRAN
(siglo XIX)

La figura del gran médico y bacteriólogo, recientemente arrebatado a la Ciencia española, va a ser estudiada por otro ilustre médico: el Dr. Eduardo García del Real, Catedrático de Historia de la Medicina de la Universidad de Madrid y Académico, quien analizará la trascendencia de los descubrimientos de Ferrán, tales como la vacuna anticolérica, la nueva vacuna antirrábica, la antialpha, &c., así como sus investigaciones en el tratamiento específico del tétanos, de la fiebre tifoidea, de la peste, &c.

La vida de Ferrán, desde que empezó su carrera como médico de partido hasta su abnegada labor en la lucha contra la peste bubónica de Oporto (1899), tendrán páginas de encendido amor patrio.

El examen de sus publicaciones, con una selección de sus principales aportaciones originales, debidamente comentadas, terminará el volumen.

ZOEL G. DE GALDEANO
(siglo XIX)

Infatigable propagandista de los estudios matemáticos, García de Galdeano fue un apóstol de la Matemática, a la que dedicó todos sus esfuerzos y todos sus recursos morales y materiales.

Su labor ejemplar para aclimatarla en España; su relación con matemáticos de renombre universal; sus publicaciones en libros, folletos y revistas, que sostuvo de su peculio particular; su afán por mejorar la enseñanza e introducir en ella las teorías que por su envergadura iban formando el sólido esqueleto de la Matemática del siglo XIX, y que, reimportadas por otros sin el vigoroso relieve y justa extensión que les diera el profesor zaragozano, no tuvieron la debida resonancia, son [31] los puntos principales que ha de tratar el tomo que, dedicado a D. Zoel –que es como se le conoce a tan eximio matemático–, prepara uno de sus discípulos más destacados: D. Fernando Lorente de No, Doctor en Ciencias e Ingeniero de Caminos, quien comentará adecuadamente las obras de D. Zoel, que supo hacer compatible sus profundos conocimientos matemáticos con un fino humorismo –producto de su larga vida, tan rica en experiencias–, conveniente a quien por tantos motivos de superioridad le colocaban fuera del círculo de quienes, encumbrados por él, le han pagado con la ingratitud, convirtiéndose en detractores suyos.

ECHEGARAY
(siglo XIX)

Pocas veces llega el sabio a las multitudes. Una excepción es la figura tan varia en aptitudes y actividades, como popular, de D. José Echegaray. Su prestigio llena más de medio siglo; su genialidad, rica en facetas, cual preciado brillante, deslumbra a las muchedumbres, y su obra, juzgada con apasionamiento pocas veces superado, provoca las polémicas más enconadas.

Ingeniero, político, dramaturgo y maestro, en todas estas actividades tan variadas, deja huellas más o menos profundas. Echegaray retrata un aspecto del genio español y una época de nuestra historia. Es una figura representativa en el aspecto científico, el más íntimo de su personalidad, y nadie más indicado para estudiarlo que su discípulo predilecto, D. Pedro Carrasco, decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid y digno sucesor suyo en la Cátedra de Física matemática.

Transcripción del texto contenido en un opúsculo impreso, de 128×88 mm y 32 páginas,
sin indicación alguna de fecha de impresión, pero difundido sin duda alguna en 1934.


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